4. No te puedes esconder
Unos ojos castaños miraban, como hacían desde antaño, dirección al bosque. Pese a aquellos duros y largos seis años que habían transcurrido, los árboles seguían igual: la misma altura, el mismo número de hojas, el mismo aspecto. Podríamos haber dicho lo mismo para la pequeña Alicia, sino fuera porque había crecido bastante; sin embargo, su pelo alborotado caracterizado por los dos mechones rebeldes que caían sobre sus orejas permanecía igual. Incluso sus facciones permanecían semi intactas, con la diferencia de que sus mejillas poco a poco dejaban de ser tan redondeadas.
Pero alrededor de Alicia muchas cosas habían cambiado. La familia ahora tenía un perro y un ignavem, pequeñas aves caracterizadas por su color naranja y una larga pluma que se ondulaba hacia dentro y nacía desde su frente. Estas tenían la capacidad de arder su cuerpo sin resultar heridas y acabar como si nada hubiera pasado. Esta se llamaba Naranjito y solía hacer combustión espontánea de vez en cuando, pero jamás había ocasionado ningún problema. Por otro lado tenían a Tobi, un perro muy peculiar de raza schnauzer que utilizaba sus encantos para engatusar a Alicia y recibir caricias o comida. La familia seguía igual, los tres hermanos habían crecido en caminos separados pero unidos a la vez, con pequeños detalles que vivían en el silencio.
No obstante, qué pasó con Kathleen es algo que jamás se supo. Fiona y Christoffer tuvieron otro hijo, y a los tres tampoco es que se los viera demasiado por el bloque. Tras haber perdido el contacto con aquella familia, los Bennet dejaron de saber más de ellos.
Muchas incógnitas había dentro de la niñez temprana de Alicia, de las que ella solo recordaba imágenes. Había olvidado lo de la huella en la ventana, había olvidado lo mal que lo pasó cuando descubrió que su amiga sufría de un atacante o aquellas palabras en un idioma extraño. Pero arraigada a su memoria seguía el deseo por encontrarla, porque de alguna forma u otra sabía que Kathleen seguía viva y que se hallaba en peligro. ¿Por qué pensaba esto, pues?
Fue aquella figura blanca que noche tras noche, durante dos años, le pedía acercarse al bosque. Ese ligero movimiento del dedo índice para pedir que viniera con ella la perturbaba. Sentía que su cuerpo se paralizaba y que lo mejor era mantener fija la mirada, como si al desviarla le diera la oportunidad de ser atacada. Peligro, decía su joven mente que no entendía nada.
Curioso es el miedo que, a pesar de detenerla, Alicia seguía queriendo entrar al bosque. Kathleen estaba allí, de eso estaba segura, y posiblemente aquella criatura blanca la llamara por esa misma razón. ¿O quizás tenía otros motivos escondidos? Eso Alicia, después de todo, no podía saberlo.
A pesar de todo lo ocurrido, la niña había conseguido alcanzar sexto de primaria sin ningún inconveniente, siempre y cuando quitáramos el que Alicia odiaba estudiar y al colegio en sí. Sus sueños de convertirse en un dinosaurio se vieron trucados cuando, en vista de que la niña a suspender el curso, porque para qué iba ella a estudiar si para ser dinosaurio no hacía falta, su madre le rompió aquel sueño. Y así, la niña descubrió que ser un Aliciasaurio-rex jamás iba a ocurrir y recibió la primera dosis de realidad de su vida. «Si es que crecer es una mierda» fue su respuesta a todo aquello. La de su madre fue una bofetada en la boca.
Al año siguiente comenzaría secundaria, y si la pequeña odiaba el colegio, el instituto lo odiaría todavía más. Sobre todo porque su hermano le había preparado para ello.
―Los exámenes son todavía más difíciles, ¡mira mis apuntes! ―Y él le enseñó lo peor que podrían enseñarle a alguien: ecuaciones matemáticas.
―¡NO TENGO SUFICIENTE CON QUE ME METAN LETRAS EN LENGUA, QUE AHORA LO HACEN EN MATES! ―La cara de Alicia, desde luego, no tenía precio. Intentando no llorar del susto y con una mezcla de desesperanza e incredubilidad, ya no sabía qué iba a ser de ella.
Y así, Alicia empezó el último curso de colegio como era habitual: con el mayor asco del mundo. Por si eso fuera poco, la niña, que no era muy avispada, se metió en una de las clases de la gente que daba a secundaria en su centro. Resultó ser el laboratorio de química. Alguien se había dejado la puerta abierta y ella, en un momento donde fue al servicio, entró por curiosidad. Lo que ocurrió a continuación no supo qué fue, pero mezclo dos botes que había en una de las mesas, «seguro que esto no es tan difícil como lo pinta Daniel» dijo para sí misma muy convencida, y empezó a subir aquello de tal forma que se volvió un montón de espuma. Tuvo que apartarse para no acabar manchada.
Después, salió del aula y con una cara de extrañeza dijo que había vuelto del baño.
Cuando se descubrió la supuesta broma y se divulgó, ella, con un exagerado dramatismo añadió: «¡¿quién ha sido el gamberro que ha hecho tal barbaridad en nuestro querido colegio?!». Por suerte se encontraba con sus amigos Martín y Astrid, donde esta última, con su estruenda risa gritó:
―No me puedo creer que hayas sido tú.
Alicia lo negó, pero tras las múltiples insinuaciones de su amiga, terminó confesando. Entre ellos nació un nuevo secreto. Astrid se tomaba los secretos demasiado a pecho, sobre todo porque era alguien que gustaba mucho de guardarse las cosas para sí, quizás porque había visto demasiado, quizás porque gustaba de ser intensa. Por otra parte, Martín era alguien callado que para que dijera algo había que insisitir demasiado.
Pero había algo en lo que los tres discrepaban, y era aquella obsesión de Alicia con el bosque que había alrededor de su ciudad, Seruna. Hablar del bosque era un tema tabú que no debía ser tocado. Se debía hablar bajo el manto de las sombras, bien oculto tras otra capa de sábanas y transmitido mediante susurros. Como bien le había enseñado Daniel. Alicia no lo creía así, sabía que aquel era un bosque normal y corriente, y que todo ese secretismo era una estupidez. Algo en ella lo creía así.
―Simplemente lo sé ―respondía a eso.
―La gente se pierde ahí, y punto. Es que ya está ―le contestaba de vuelta Laura.
Y, cómo no, un nuevo integrante se unía a la conversación: Amy.
―¿Quieres madurar de una puta vez? Qué pesada eres con lo mismo. ¡Siempre con lo mismo! ―Con una ligera pausa, volvía a añadir por enésima vez el mismo comentario de siempre―: SI tan segura estás entra y demuéstralo.
Amy era una niña de su misma clase. Solía ser risueña con los demás, pero para Alicia solo tenía reservados insultos y desprecios. Le tenía una enorme manía, tal era así que cada vez que mencionaba el tema del bosque ella se metía (como quien no quiere la cosa) con la intención de hacer sentir mal a la niña. Alicia no soportaba tampoco a Amy, pero con ella lo único que hacía era callar.
―Cuando te pregunte tu opinión me la das ―saltó Martín, que para ser callado sabía contestar de todas las formas existentes.
―Díselo entonces a tu amiguita.
―Y eso he hecho.
Amy bufó y se dio media vuelta. Sus amigos la miraban e hicieron un gesto desaprobador con la cabeza. Uno de ellos le reprochó que se metiera con Alicia, que si bien estaba de acuerdo con Amy, ya cansaba que siempre acabaran igual.
Por su lado, para animar a Alicia, quien parecía estar a punto de decaerse tras los comentarios recibidos, Astrid tuvo la idea de quedar aquella tarde en el parque donde había un salón recreativo. A ninguna de las dos le llamaba mucho ese lugar, salvo por un juego que se habían viciado a través de Martín: consistía en controlar a un fontanero para que saltara flataformas mientras esquivaba a un mono le tiraba barriles. El objetivo era llegar hasta lo alto y rescatar a otro fontanero que vestía de verde.
Con una sonrisa en la boca, la chiquilla aceptó.
Aquella tarde, Alicia esperó en su habitación a que llegaran sus amigos. Con los deberes a punto de acabar ―motivados solo por el hecho de que así, si llegaba tarde, no se sentiría mal―, se permitió parar un momento, justo cuando Tobi rasgó la puerta. La chiquilla se la abrió al segundo toque, porque sabía que el perro insisitiría. Y así, este entró con sus elegantes andares, olisqueó el terreno y subió dos patas a la cama de Alicia. A continuación le echó una mirada e hizo un ademán de subirse. Ella, sujetando sus patas traseras le ayudó a subirse y cuando fue a acariciarlo este soltó un gruñido.
―Solo me quieres para que te dé comida o sacarte a la calle ―protestó al perro, que mostraba más interés en lamer sus genitales que en las palabras de su dueña.
De repente, cuando decidió que era mejor idea terminar sus deberes, justo cuando su madre la llamó:
―¡Alicia, tus amigos ya están aquí!
Y, sin responder, echó un rápido vistazo a sus deberes. Pensó que, como apenas le faltaban dos ejercicios podría terminarlos al llegar, no serían gran cosa. Cogió su abrigo, se lo echó por encima y se encaminó al salón, que era donde estaba la puerta principal. Allí, su madre hablaba con Martín y Astrid.
―Ay ―dijo acompañado de un suspiro nostálgico―, yo jugaba a esas cosas de pequeña. Pasadlo bien por mí ―añadió cuando vio a Alicia asomada. Se dio media vuelta y se marchó rumbo al pasillo del apartamento.
―¿Nos vamos? ―inquirió ella, cerrando la puerta―. ¡Mami, me voy ya!
Y tras responder su madre, para informar de que había escuchado el mensaje, Alicia se fue junto a sus amigos en busca del salón de juegos recreativos
El lago de la ciudad, conocido por su nombre como el Lago Cristal, era un lugar de ocio. Alrededor de la masa de agua habían construido un camino de piedras muy grandes que lo rodeaba por completo. Detrás de ese camino se encontraban puestos como lugares de recreativas, pastelerías, cafeterías e incluso restaurantes.
Sobre el agua habían caído hojas de varios colores, el viento la mecía originando varias olas que surcaban hasta el borde. Sobre ella flotaban algunos trozos de planta y, debido a la estación, se encontraba de un color verdoso y un poco sucia por la tierra del fondo. En verano y primavera animales nadaban sobre ella, pero en otoño estaba verde y sucia. En la temporada alta de invierno, cuando el lago se congelaba, la gente solía patinar sobre hielo por encima.
Había en cada extremo opuesto dos entradas para el sitio, acompañados de una corta valla de madera blanca. Todo comprendía un medio círculo bastante irregular, pero debido al espacio abierto, no resultaba ningún inconveniente.
De fondo una extensión de rocas se elevaba a lo alto, formando así una especie de pared.. Dado que casi no había árboles en el lugar de recreo, los que había arriba (sobre la meseta), parecían ser otro elemento decorativo en compensación de la escasez de vegetación.
No obstante, los árboles que había cerca del lago eran de una especie diferente a los de la meseta. Conocidos como nacucneos, tenían un tronco blanco con numerosos repliegues sobre sí mismos. Las líneas circulares serpenteaban por los troncos y parecían manchas pintadas sobre ellos, y qué decir sobre sus hojas de cinco puntas, marrones pero luchando por seguir firmes en las ramas.
El trío de amigos entró en El laberinto del marciano y se posaron delante de la primera máquina recreativa que vieron: aquella donde tenían planeado jugar desde aquella mañana. La máquina era de colores rojo y azul oscuros que se enfocaban en contrastar entre sí. En el lado izquierdo, se ubicaba el mono antagonista que sostenía en brazos a la chica. Por el otro, el fontanero se hallaba saltando un barril y sumando cien puntos. Esta, debido a su simpleza, era de las pocas que se podían jugar de manera gratuita, y era más disfrutada por niños que adultos. Por esa misma razón, a pesar de los muchos juegos disponibles en aquel recinto, Alicia y sus amigos siempre jugaban a lo mismo.
Ellos, por lo general, intentaban batirse entre los tres, no tenían el puesto más alto, ni mucho menos (aunque Alicia a veces se imaginaba que lo conseguía), sino que buscaban ver quién era el que conseguía la puntuación más alta cada vez que jugaban. Tras dos rondas de piedra, papel o tijeras Alicia ganó, siendo así la primera en probar suerte. Por un descuido, no vio uno de los primeros barriles que le lanzaron a su personaje y perdió con apenas 256 puntos.
—¡Otra vez! No lo he visto —exclamó, pero Astrid la apartó de un empujón, con una sonrisa ladina. Alicia infló los mofletes y se posicionó atrás.
Astrid tuvo mayor suerte. Fue capaz de pasar a la siguiente pantalla, pero pecó de confianza y, a punto de pasar el segundo nivel, creyó que estaba tan cerca que el fontanero fue golpeado por un barril que le dio de lleno. La niña intentó pulsar todos los botones posibles, pero ya era tarde: había perdido con poco más de diez mil puntos.
El siguiente turno le tocó a Martín y esté consiguió superar a Astrid en nivel, pero no en puntos, quien rozó la puntuación de la chica antes de perder su última vida. Así pasaron la tarde los muchachos, hasta que todo acabó en una rivalidad entre Alicia y Martín. Astrid se había confiado demasiado y había perdido el primer puesto que disfrutaba en un principio, para acabar la última por lejos.
—¿Qué tal si paramos y hacemos otra cosa? —inquirió, aburrida. Para ella el juego había perdido sentido hace tiempo, cuando era más que evidente que estaba fuera ya de ganar aquel día. Lo único seguro es que quería irse de allí. Y sus amigos podrían pasarse allí hasta que cerraran.
—No hasta que gane a Martín.
—Sí, mejor vámonos —respondió con rapidez el otro. Levantó sus manos en señal de que no iba a jugar más y que, en definitiva, aquel día había conseguido la puntuación más alta. Alicia le miró con odio y dio varias quejas de que quería seguir jugando, pero ante la votación de dos contra uno no podía hacer nada.
Tras salir del Lago Cristal, dieron una vuelta hasta acabar en un parque infantil cerca de donde ellos vivía. El sol se ponía a lo lejos en un atardecer poco común donde el cielo se volvía de un naranja más intenso de lo normal, como si aquel panorama fuera sacado de la escena de alguna serie de animación. En el cielo, las nubes rosadas eran acompañadas por los últimos pájaros del día mientras estos piaban en señal de que era hora de dormir. Un ligero viento meneaba los árboles, pero era suave, muy suave, tanto que uno tendría que fijarse en él. Mientras tanto, en aquel parque solo se escuchaba el sonido chirriante de dos columpios donde estaban sentadas las niñas. Adelante, atrás, adelante, atrás. Repetían esos movimientos, no muy amplios, cortos y breves, donde las piernas no tenían demasiado interés en balancearse. Martín estaba enfrente, sentado sobre el suelo acolchado. No tenía la vista puesta en algo fijo, de hecho, apenas la estaba utilizando. Agudizaba sus oídos, porque sabía que eran estos los que debían funcionar en aquel momento.
—Yo he oído cosas de aquel muro —explicó él. Era inevitable, el tema del bosque había vuelto. Estaba escrito desde esa mañana, en la que Amy hizo sentir mal a Alicia. Primero surgió dando tumbos, porque Alicia necesitaba desahogarse y, como quien no quería la cosa, apareció. El bosque—. Dicen que está ahí porque algo vive dentro. Muy alto, mide seis metros y se llevaba antiguamente a los que entraban en el bosque, por eso hicieron el muro.
—A mí me han dicho que es porque el bosque está maldito. Es que es muy denso y, es que fíjate —vociferó Astrid—, tú lo ves por fuera y todos los árboles son iguales. Yo creo que antes la gente se perdía y se quedaba allí y no volvía a salir. Y por eso pensaron que había algo.
—Sí, de hecho está desde hace siglos o por ahí. Yo creo que es lo que tú dices —Martín hizo una pausa, pensó durante unos segundos (los mismos que duró el piar de unos pájaros que había por encima de sus cabezas, en el cielo) y respondió—: Pero me da que es más por lo de la leyenda de los seis metros.
—¿Qué es eso? —interrumpió Alicia, que llevaba un buen rato sin contribuir a la conversación.
—Ah, es un cuento que me contaba mi abuelo de pequeño. Lo usaba porque quería asustarme. —Puso los ojos en blanco, tenía aprecio a su abuelo, pero Martín no dotaba de demasiada paciencia y muchos recuerdos de aquel hombre a veces lo volvían loco. Suspiró, alejando aquello de la cabeza y continuó—. Dicen que en el bosque, como he dicho antes, habitaba un monstruo. Medía seis metros y vestía de negro, o era negro, o algo así. El caso, se supone que vive entre los bosques y que, una vez te ha visto, no puedes hacer nada. De hecho hay un dicho que es «no te puedes esconder», porque una vez se ha fijado en ti, te atrapará hagas lo que hagas.
»Por eso está el muro alrededor del bosque, que mide doce metros (el doble de la altura del monstruo), porque de esa forma evitan que escape y no se lleve a nadie. Yo es la que más me creo porque hay dibujos y fotos de él.
—Dibujos no sé, pero fotos seguro que son borrosas o viejas, o editadas, como todo —respondió Astrid en su faceta más escéptica—. Pero bueno, seguro que antes se creía que había de todo. ¿Tan difícil era hacer que un ornitae volara por encima a ver?
—Antes aquí solo vivían humanos porque creían que los ornitaes y el resto de especies estaban compinchados.
Alicia dejó de escuchar la conversación. En su mente, varios engranajes manipulaban para preguntarse cómo es que nadie le había contado aquella historia antes. Pero si era cierta lo más probable es que a Kathleen se la hubiera llevado aquella criatura. Entonces ¿ahí acababa todo? ¿Tras seis años de múltiples dudas, resultó que era ese monstruo se la ahbái llevado? Negó esa hipótesis, sobre todo porque había cosas que no tenían sentido. No había ninguna relación entre el monstruo y el espectro que le pedía ir al bosque hacía años. Imágenes de un pasado con el que a veces soñaba.
—Alicia, Alicia. —Escuchó su nombre repetidas veces hasta percatarse de que era su amiga quien la llamaba—. ¿Estás bien?
—Sí, solo pensaba.
—El caso, yo me voy a casa, se me va a hacer tarde —dijo Martín. El trío se separó y cada uno volvió a su respectivo hogar.
Aquella noche, tras una ducha y la cena, Alicia se posicionó frente a los deberes que no había terminado. La hora se le echaba encima y no le apetecía acostarse tarde. Echó un rápido vistazo: ejercicio y medio. Podría acabarlo pronto en clase, a lo mejor se lo pedía a algún amigo de clase, era poca cosa, no les importaría. Si debía enseñarlos bueno, el resto estaba hecho y dudaba de que se pararan a mirar cada uno de ellos. De tocarle corregir alguno de los dos, el primero podría terminarlo a tiempo, y el otro perfectamente mentiría diciendo que no supo cómo hacerlo. Y eso en el peor de los casos.
Cuando fue a recoger la mesa para preparar su mochila, descubrió algo más allá de la ventana que tenía en frente. La persiana seguía subida, nadie la tocó en todo el día y seguía tal cual, en lo más alto y mostrando la calle que estaba a oscuras de la noche. Podría haber luz sino hubiera sido porque un par de farolas centrales se fundieron hace meses y nadie cambió las bombillas. De no haber sido por aquello, la luz del espectro se habría camuflado entre estas, pero Alicia vio cómo, por el rabillo del ojo, habíaalgo nuevo en la calle, y así era.
Cuatro años más tarde había vuelto. Esta vez solo inclinó la cabeza dirección al bosque.
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