XXXV (I)
Los días se tornaron semanas, posteriormente un mes al cual le siguió otro, luego otro y otro. No volví a buscar a Ricky después de aquella vez, merecía a alguien igual de especial que él y obviamente ese no era yo.
Pese a lo que hice, ese chico mantenía el contacto con Tadeo, en sus palabras: "no quiero ser otra persona que lo abandona", dejaba en evidencia el increíble y hermoso corazón que estúpidamente yo destrocé.
Él y Tadeo solían entablar largas pláticas por videollamadas o incluso pedía mi permiso para llevarlo de paseo.
Muchas veces, era el responsable de retirarlo en la guardería; llegado septiembre, fue en el colegio y luego de pasear juntos, lo devolvía conmigo.
Parecíamos una de esas ex parejas que se divorcian e intentan mantener la paz por los hijos, no podía evitar maldecirme y cada vez que lo veía partir, a bordo de su scooter porque ni siquiera me permitía llevarlo, resultaba aun peor.
Suspiraba cansino al recordar mi estupidez. Sin embargo, me propuse dejar de pensarlo.
Como socio, contaba con mayor libertad para administrar mis tiempos. Decidí centrarme en armar un buen equipo de trabajo al cual delegar funciones y separar suficiente espacio para compartir con mi hijo.
Tadeo se hacía más listo y expresaba de mejor manera sus ideas llegado a los tres años. Era un encanto verlo al teléfono con sus abuelos o Ricky, también en sus juegos con compañeros y amigos del parque; poco a poco dejaba de ser un bebito y se convertía en un alegre niño que gustaba de cantar, bailar y hacerme reír.
De hecho, si en algún momento me veía muy estresado por trabajo en mi despacho de casa, aparecía bailando al ritmo de la salsa y me obligaba a ir con él a la sala. Una gran terapia de relajación, debo admitir, lo que no resultaba muy divertido era pensar cada una de esas veces en el chico de rizos turquesa que dejé ir.
Así pasó el tiempo hasta llegar a diciembre con la locura navideña. A pesar de la relación diplomática que manteníamos por el bebé, Ricky no dudó en acompañarnos en casa para decorar. Sebas e Irene se suponía que también, pero nunca llegaron.
En algún momento sentí menos frío el trato de Ricky mientras dábamos vueltas alrededor del pino, colgando las luces. De hecho, ya que él iba adelante y quiso acelerar el paso, se tropezó con una caja de adornos y acabó en el suelo conmigo sobre él, mi corazón parecía un redoble de tambor ante la cercanía, él lucía nervioso y a la expectativa también.
Sin embargo, nada pasó; me incorporé y le tendí mi mano para ayudarlo.
Los meses siguieron su curso, la vuelta a clases de enero trajo consigo la peste, es que Tadeo cayó muy enfermo y al poco tiempo, mientras él mejoraba, yo me sentí indispuesto y sorprendentemente, mi enfermero tenía rizos turquesa.
Antes de darnos cuenta llegamos a marzo, algunos días faltaban para el retorno de la primavera. Realizamos un viaje hacia la casa de San Antonio, por el cumpleaños de mi madre.
Sebas y su familia también se sumaron a las mini vacaciones; así que los seis partimos en su van hacia una excursión por tierra. Sí, habría sido más rápido y sencillo en avión, pero Irene y mi propio amigo continuaban algo nostálgicos desde que despidieron en el aeropuerto a Santiago, rumbo a su nueva vida universitaria.
Asimismo, los tres niños que nos acompañaban se sentían emocionados por la aventura. Serían unas doce horas de viaje y decidimos repartir la conducción en turnos de tres horas, incluido treinta minutos de descanso.
Recorrimos toda la costa, atravesamos tres estados en el trayecto: San Sebastián, Santa Catalina y San Javier, cada uno de punta a punta. Pese a compartir sus playas y tonos del cielo, sutiles diferencias había en las orillas como el color de la arena: blanca en el primer sitio, marrón y con árboles distintos en el segundo y rocosa con manglares en el tercero.
Aunque ya el sol se asomaba, la primavera no acababa de estacionarse, aun así, conseguimos divisar grupos de surfistas en las playas o entre el oleaje, hasta sacamos fotografías con algunos y resultó gracioso ver a Tadeo en una práctica de equilibrio, utilizando una tabla sobre un cilindro metálico.
Nos divertimos demasiado en el viaje, a pesar del agotamiento; probamos diferentes platos en los distintos parajes y así continuamos hasta cruzar la mitad de San Antonio. Tocó alejarnos de la costa ya que la ciudad donde crecí se ubica en un área montañosa. Conforme nos acercamos, tuvimos que encender la calefacción, allá el clima estaba mucho más gélido.
El último tramo fui yo el conductor designado, escuché a Tadeo y los otros pequeños emitir un gran "¡guao!" cuando cruzamos un área boscosa donde la nieve aún no se retiraba, de hecho, fuimos sorprendidos por una pequeña nevada, allí mismo debimos parar porque ellos querían jugar. Muchas fotos sacamos en ese sitio.
Pasamos junto al gran lago y por un segundo contemplé con nostalgia el risco desde el cual Ed, Odalys y yo solíamos saltar en verano durante nuestra infancia y adolescencia.
Sonreí cuando conseguí divisar la propiedad de mis padres: el gran jardín frontal cuyo verdor del césped comenzaba a recuperar su brillo a la vez que el follaje empezaba a asomarse entre la desnudez de los árboles ornamentales. Sebas le pasó un mensaje a papá, indicándole que estábamos por llegar y este decidió esperarnos en el pórtico, sentado en el sillón columpio mientras leía.
Finalmente, visualicé la casa blanca de dos niveles con tejado a dos aguas. Papá posó la vista en el vehículo, de un tirón, cerró su libro y replicó mi gesto al devolvernos un saludo con la mano.
Tadeo y Samantha llegaron dormidos, Simón era el único que emitía sonidos de exclamación y la verdad, me pareció que Irene y mi amigo también se sorprendieron, quizás por lo grande y hermoso del lugar.
Papá abrió la compuerta trasera en cuanto nos estacionamos, estaba ansioso por reencontrarse con su nieto, solo exclamó un fuerte "awm" al verlo dormitar en el asiento. Con premura y cuidado subió a desabrocharle el cinturón y lo llevó consigo al interior luego de apenas dedicarnos un "hola y pasen".
A mi papá le siguió Irene, cargada con la pequeña Samantha mientras que Simón se desperezó y estiró para caminar a su lado. Sebas y yo nos ocupamos del equipaje, posteriormente nos alcanzó Ed, los tres compartimos un efusivo saludo, hacía mucho que solo nos veíamos en digital. Platicamos de camino al interior.
El tic tac del reloj de péndulo apostado en el hall de entrada como bienvenida, me llenó de nostalgia al igual que los tonos arena y crema en las paredes o esa escalera de caoba que se alzaba delante de nosotros; volví a sentirme un niño en cuanto pisé el sitio, el aroma a deliciosa comida de mi madre era el complemento perfecto a aquella imagen salida de la infancia. Nos vi correr a Ed y a mí por todo el lugar, también sentados con juguetes en las escaleras o en el sillón achocolatado de la sala junto a Trevor frente a la tv. Caminé a la cocina y me fundí en un fuerte abrazo con mamá.
Aquella noche mientras arreglábamos nuestras habitaciones, después de cenar, mi mejor amigo no nos dio detalles, pero contó que salía con alguien y quizás asistiría a la celebración, no era seguro y allí quedó el tema.
Súbitamente fue retomado al día siguiente mientras organizábamos todo para la fiesta de mamá y el timbre sonó.
Ricky estaba en la puerta. Quedé petrificado.
Un leve saludo compartimos antes de que Tadeo se fuera sobre él; yo no comprendía su presencia allí, pero algo en mi interior se removió al verlo fundirse en un fuerte y emotivo abrazo con Ed quien hasta lo cargó del suelo e hizo girar.
—¡Nooo! —exclamó Sebas a mi lado, quizás más sorprendido que yo— ¿Relación a distancia?
Su pregunta me estremeció y decidí abandonar la sala. Si Sebas tenía razón, yo no quería ser testigo. Me rehusaba a creer que había algo entre ellos; por otro lado, sabía que congeniaron desde el primer día, se hicieron muy unidos, además, Ed sería incapaz de tratarlo de la mísera forma que yo lo hice.
Sin embargo, sentía una presión horrible en el pecho.
—¿Qué haces aquí? —Me atreví a preguntarle en algún momento del día que entró conmigo a la cocina, enviado por mamá a apoyarme. Ricky sonrió y se dirigió a la olla donde el estofado de carnero se cocía.
—Bueno, parece que su mamá no confía en su sazón, señor Wolf —me dijo risueño y negué con la cabeza en silencio.
—Digo aquí, en San Antonio, Ricky.
—Tobías, ¿qué, no es obvio? ¡Marissa me invitó! —Probó el estofado y luego de rectificar sal y pimienta continuó, yo lo observé asombrado—. Además, Edi-di insistió, hasta me compró los boletos ida y vuelta de avión; ¿puedes creerlo? Ahora estoy en deuda con él.
—Ya veo. —Fue todo lo que dije antes de abandonar la cocina e ir por Tadeo a prepararlo.
Me dolía el pecho y sentí hiperventilarme. Estaban juntos. Por más que intenté aparentar serenidad, Tadeo me notó intranquilo en la bañera que compartimos y no dudó lanzarme agua jabonosa a la cara.
—Campeón, mis ojos —me quejé mientras trataba de limpiarme con una toalla.
—Perdón, papi, pareces tirste, no, driste.
Abracé al bebé y luego de besarle la cabeza, lo sumergí por un segundo en el agua, cuando salió no paraba de toser y reír. Luego de disculparme con él y asegurarle que todo estaba bien, continuamos el baño, muertos de risa.
También fue igual al vestirnos y por supuesto, parte de la fiesta. Quisiera decir que durante toda la celebración, pero en realidad, mi ánimo mermaba conforme veía juntos a ese par.
Ya fuese entre pláticas, bailes, karaoke. No podía creerlo. Con frecuencia abandonaba el salón, únicamente para alejarme de ellos y bajarle a la incomodidad que me producía su relación. Algunas veces fui sorprendido por Ricky, pero solo cruzábamos un par de palabras.
Había mucho que quería decirle, pero escogí alejarme. Ed es una de las personas más especiales que conozco.
En algún momento de la noche, después que la cumpleañera, con ayuda de su nieto en brazos, apagaron las velas y de llevarlo a dormir luego; me encontraba en el patio trasero y suspiré desganado con la vista fija en el bosque colindante.
Recordé cuando de niños, Ed y yo nos perdimos en ese lugar y luego peleábamos por demostrar quién llevaba la razón sobre el camino de vuelta a casa, al final fuimos rescatados por papá y resultó que no estábamos muy lejos, solo dimos demasiadas vueltas en círculo.
Así me sentía, de cierta forma, enojado con Ed y como si hubiese dado mil vueltas en torno a Ricky sin hallar la manera de encontrarlo.
Un nuevo suspiro emergió de mi garganta, el vaho se dibujó en el aire como una gran nube. El sonido de la puerta al deslizarse me obligó a girar y vi a Ricky aparecer con una diminuta sonrisa.
—Bonito sitio para crecer —me dijo conforme se acercaba y le devolví tal gesto al asentir, traía un gorro de felpa naranja que me recordó aquellos días en que recién irrumpía en mi mundo para revolucionario; rápidamente volteé y fijé la mirada en el bosque al contestar:
—Todo es más acelerado en Santa Mónica, aquí se respira paz, ya lo había olvidado.
—¿Hace mucho no venías? —Ricky sonó algo confundido al preguntar y mi mirada fue a posarse en él. Sentí el corazón como un tambor ante la cercanía, no pude decir ni una palabra, mi único deseo en ese momento era abrazarlo muy fuerte hasta fundirlo conmigo; entonces, él continuó—: Lo siento, parece que no debí preguntar.
—No, tranquilo. —Le devolví una sonrisa—. Abandoné San Antonio luego de mi fallido matrimonio, todo me recordaba a Odalys y Odette, sentí enloquecer.
Mencionar a mi pequeña me hizo recordar un lugar especial.
Sin pensarlo mucho y arriesgándome a un rotundo rechazo, tomé la mano de Ricky para conducirlo a través del patio hacia allá.
—Tobi, ¿a dónde vamos? —Aunque sonaba confundido, solo se dejó guiar...
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Hola mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖 espero hayan disfrutado de esta actualización sorpresa y nos leemos el domingo para la continuación. Los loviu🤗💖
Este capítulo está dedicado a Jiang_SuSu por haber sido la primera personita en comentar el capi anterior, muchísimas gracias por tu apoyo 🤗 te loviu 🌹
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