XVIII
La primavera acabó de estacionarse y con ella la ciudad adquirió nuevos matices, la vista desde el ventanal dejó de ser gélida y gris; sin embargo, no importaba el brillo o la cantidad de colores en el ambiente cuando al interior del edificio se sentía como un tempano. La frialdad de Ricky resultaba abrumadora, varias veces lo escuché cantar, hablar y reír entre los corredores, pero al notar mi presencia cambiaba de actitud para luego despedirse y pasar de mí.
Intenté sin éxito hablar con él cuando iba a entregarme algo, pero prácticamente lanzaba el paquete desde la puerta o, en su defecto, decidía dejar la correspondencia luego de asegurar mi ausencia.
El caso de filiación finalizó, legalmente Tadeo ya era mi hijo, pero con ello, la brecha que se abrió entre Ed y yo pasó a convertirse en un cañón que competía con el de Colorado, era consciente de que debía hablar con él, pero cada vez que hice el intento, fallé miserablemente y acabé por cambiar el tema. Desconocía si él ya estaba enterado, Sebas tampoco llegó a contarme o quizás Harry no le comentó algo, la única realidad era que Ed y yo nos distanciamos y que todo era por causa de ese pasante insolente que ahora me aplicaba la ley del hielo.
Cuando estaba en casa, sentía ganas de correr muy lejos con cada chirrido de Chu porque a mi mente retornaba la imagen del chico pollo y luego su triste mirada.
Llegué a tener pesadillas donde un gigantesco Chu me perseguía y su infernal chillido taladraba mis oídos, pero alguien lo vencía con pasos de breakdance para luego desvanecerse convertido en lágrimas en cuanto intentaba acercarme. Sí, toda la situación estuvo a punto de enloquecerme.
Entonces, un fin de semana, sorprendentemente, Tadeo se levantó sin llevar a Chu consigo y fue para mí un respiro, el bebé había decidido dejar el pollo para regresar a las luchas con los cojines de la sala o conmigo y yo me sentí demasiado feliz y aliviado por eso. Pude ver el mismo sentimiento reflejado también en los rostros de mis padres.
Todo era fantástico hasta que el timbre sonó, ya que yo estaba en la alfombra, aplicando una llave al bebé, mamá se dirigió hacia la puerta entre risas, aunque no paraba de regañarme por tal juego.
Una emocional sonrisa apareció en el rostro de mamá al abrir y el bebé gritó con mayor entusiasmo cuando mi madre haló hacia el interior de la casa al chico del cabello turquesa.
Lucía distinto con el nuevo corte, atrás quedó el enorme afro setentero que a veces ataba en una coleta, llevaba los laterales rapados y en su negro natural, la parte superior abultada de rizos en un turquesa mucho más intenso que antes, su piel lucía tersa y lampiña, encima estrenaba nuevo pirsin negro, similar a una tachuela grande en su oreja izquierda. Sonreía para mamá y el bebé a quien cargó en cuanto lo liberé y corrió hacia él, pero pude notar su incomodidad por estar allí, de hecho evitaba mirarme y cuando por equivocación lo hacía, rápidamente devolvía la atención a mi madre o Tadeo e intentó excusarse mil veces sin éxito para escapar.
—Tiempo sin verte, hijo —le dijo mi madre en un cálido tono y él apenas sonrió—. ¿Cómo has estado? ¿Te has recuperado bien? —Ricky solo asentía en tono bajo ante el interrogatorio de mamá.
—De-de verdad, tengo que irme ya —habló algo nervioso cuando vio que me levanté para acercarme a ellos, pude notarlo, pese a su renuencia a mirarme.
—Ricky, quiero hablar contigo —le pedí con seriedad y lo vi negar con la cabeza en un discreto movimiento, solo me entregó un paquete y una tableta para firmar la entrega sin siquiera mirarme; entonces mi madre volvió a intervenir:
—Ay, hijo, almuerza con nosotros.
No le quedó más remedio que aceptar, estaba enojado conmigo, sí, pero no pudo negarse al puchero del bebé y la insistencia de mi madre quien luego de un par de aplausos volvió a la cocina, emocionada. Intenté hablarle a Ricky y como de costumbre, pasó de mí, se dirigió al sofá a juguetear con Tadeo. Suspiré cansino y le seguí.
—¿Continuarás con la misma actitud? —pregunté con los brazos cruzados sobre el pecho al acercarme, pero él siguió sonriendo al bebé— Ricky, lo siento. —Fue lo único que alcancé a decir antes de ser interrumpido por Tadeo:
—¡¡¡Quiii!!!
—¿Solo eso sabes decir? —contestó Ricky con la vista en el bebé mientras hacía un juego de manos con él— No seas como tu papi, solo sabe valerse de disculpas vacías.
—¿Puedes parar con eso?
Tadeo bajó de sus piernas y lo vimos correr con dirección a las habitaciones, algo me decía que iba por Chu. Decidí apretar el brazo del insufrible y casi arrastrarlo hacia mi oficina, él no paró de quejarse por todo el camino; una vez encerrados se zafó y comenzó a empujarme.
—¿Quién te crees para tratarme así?
—Estoy intentando hablar contigo y no me quedó más...
—¡No quiero! —gritó de tal manera para interrumpirme que quise asesinarlo, lo último que necesitaba era a mi madre apareciendo, aun así, él siguió adelante, molesto y volvió a empujarme— No quiero hablarte, no quiero verte, no quiero estar cerca de ti. Estoy aquí porque me obligaron a traerte un paquete, pero lo único que quiero es que me dejes en paz.
Apreté sus brazos con fuerza para impedirle continuar y de inmediato comenzó a retorcerse y forcejear, su mirada destilaba ira.
—¡Qué curioso que lo menciones! —le dije en alto— Justo eso te pedí meses atrás cuando decidiste irrumpir en mi vida como te dio la gana.
—¡Genial! Tu deseo se cumple, ahora déjame ir.
Por más que traté de evitarlo, acabé gritando, parecía ser la única forma de comunicarnos.
—¡Maldita sea, Ricky! —Mi exabrupto le provocó un sobresalto y enseguida dejó de luchar, yo también de apretarlo, lo único que me importaba era hablar con él y enmendar el desastre— ¿Por qué no entiendes que lo siento? Jamás ha sido mi intención dañarte.
—Sin embargo, no paras de hacerlo —murmuró con la cabeza gacha, reposó la frente contra mi pecho y una rara sensación se apoderó de mí, una especie de vacío evocó su imagen, pero un sentimiento mucho más doloroso percibí al escucharlo—: supongo que lo merezco, solo soy un error andante.
Permanecimos en silencio y en la misma posición tal vez segundos, minutos o más. No deseaba verlo así, aunque fuese difícil de admitir, me había acostumbrado a sus chillidos y locuras, a sus bailes y alegría; odiaba sentirme responsable de que la luz en él se apagara.
—No lo eres —le dije en tono bajo y él apenas alzó la mirada.
—Sí, lo soy —contestó con voz temblorosa y luego se alejó, de espaldas a mí—. Voy de error en error, no suelo involucrarme con nadie porque el amor lo jode todo.
Una risa vaga se me escapó al escucharlo y sacudí la cabeza en negación.
—El amor es para pobres diablos y lo sabré yo —repliqué, entonces fue él quien me devolvió una risita.
—¡Sí! Si siempre te pareció molesto, raro o lo que sea mi comportamiento es porque sí, Tobi —hablaba entre gimoteos y se encogió de hombros un segundo antes de extender los brazos a ambos lados, igual que un condenado que se ha resignado a morir dilapidado luego los dejó caer de golpe—, suelo coquetear con todo el mundo, salir con varios y enamorarme del más difícil e inalcanzable para asegurarme de tener la razón, el amor lo jode todo... pero esta vez fui más allá.
No comprendía su repentino descargo, pero solo se me ocurrió esperar en silencio la continuación, cuando esta no llegó fue que decidí hablarle:
—No creo que Ed sea difícil o inalcanzable, está loco por ti.
Aunque era la verdad, no supe por qué me habían dolido mis propias palabras, Ricky volvió a reír y se giró a verme; su mirada temblaba como en quien contiene el llanto, tal imagen golpeó fuerte dentro de mí.
—Ed es maravilloso, en serio. —Apenas comprendí lo que dijo entre sollozos y luego lo vi pasarse una mano por la comisura de los párpados, las lágrimas habían ganado—. Y por eso me ha dolido lastimarlo.
—También a mí —ese leve murmuro se me escapó, pero a él pareció herirlo mucho más.
Poco a poco comprendí lo que le aterraba admitir: se había enamorado de Ed y al igual que a mí, le afectaba lo que sea que pasó entre nosotros.
—Sé cómo te sientes.
—¿De-de ver-verdad, Tobi?
—¡Claro que sí, Ricky! Tienes miedo —expresé en un tono más sereno y di algunos pasos en su dirección, él hizo lo mismo conmigo—. Lo ocultas tras esa frase porque es aterrador sentirte vulnerable y justo eso es entregarle tu corazón a alguien: darle el poder de destrozarte y confiar que no lo hará.
Ricky no paró de asentir en silencio con una sonrisa nerviosa, entonces, le hice una seña con mi índice para pedirle un momento y me dirigí al librero a buscar algo que quería mostrarle.
En ese momento decidí confiarle un secreto a él porque ya antes se abrió conmigo y de algún modo sentí que se lo debía, además, quizás así comprendería mejor mis palabras, aunque no fue sencillo.
Varias veces volteé un poco nervioso a mirarlo, lo vi recostado de espalda contra la mesa de dibujo, tenía un gesto de intriga en el rostro que comprendí a la perfección, ya llevaba un rato intentando sacar el cofre, sin éxito; cada vez que subía los brazos para alcanzarlo, volví a retirarlos.
Luego de una profunda bocanada de aire y sin pensarlo mucho, conseguí extraer el objeto y volver con él. Ricky ladeó la cabeza sin comprender qué importancia podría tener esa vieja caja de madera, yo inhalé hondo una vez más y la coloqué en sus manos, asentí en silencio para darle permiso en cuanto me devolvió un gesto de extrañeza.
—Muchas personas subestiman un corazón roto —le dije en bajo mientras él mantenía la vista fija en el interior o más bien, los objetos que allí se encontraban—; la mayoría dice: "todos pasamos por eso" o simplemente lo asocian a un fallido romance, pero ¿sabes? Hay muchas otras razones y cada una es válida, y cada una afectará tu vida en mayor o menor medida...
—¿Qué es todo esto, Tobi? —preguntó en un tono dubitativo.
—Observa bien.
Cuando decidió introducir su mano, Ricky extrajo una fotografía de tres niños, luego de estudiarla en silencio por un rato, lo vi sonreír y puso la mirada en mí.
—¡Este es Ed! —dijo señalando al robusto niño ubicado del lado izquierdo, aunque habló en tono bajo se notó muy entusiasmado—. Siempre ha sido así de grande.
—Enorme —repliqué enseguida y lo escuché reír bajo—, teníamos nueve, pero él parecía de doce. Ed era el justiciero del colegio, nunca temió debatir y cuando las palabras fallaban, le permitió a los puños exoresarse. —Reímos juntos por la pequeña anécdota.
—Los otros niños se parecen entre sí, ambos tienen los mismos rizos negros.
—Tienes razón, son familia —admití en bajo y volvió a estudiar la imagen.
—Este pequeñito, ¿eres tú? —preguntó señalando al niño en el borde derecho de la toma y no se equivocó por eso asentí en silencio— Lo sabía, Tadeo tiene gran parecido.
—¿Lo crees? —pregunté con una mueca de extrañeza— Solo veo a su madre.
—Tobi, tiene tu mismo cabello. —Eso me hizo reír, ¿qué clase de parecido es ese? Pero lo que dijo después me hizo mirarlo con fastidio—: ¡Eras medio Ed!
—Sí, sí, búrlate del enano. De hecho, el estirón llegó a los dieciséis, hasta entonces me llamaron Orko. —Ricky rio en bajo y me miró extrañado parecía no comprender de qué le hablaba. No podía creerlo—. ¿No sabes quién es Orko?
Lo vi asombrado mientras negaba en silencio con una sonrisa. ¡Insólito!
—¡¿No conoces a He-man y los amos del universo?! Fue la moda cuando era niño —hablé con obviedad, pero él no varió su expresión, incluso se encogió de hombros y negó con la cabeza al contestar:
—Perdón, Tobi, pero no somos contemporáneos.
Le concedí la razón entre risas y procedí a explicarle que se trataba de un personaje diminuto de estatura, perteneciente a un show animado y que tenía la habilidad de conjurar hechizos, pero en el colegio poco importaba si tenía o no poderes, para los chicos, su tamaño era la broma idónea con la cual burlarse de mí.
—Me alegra que mis traumas de la infancia sean un chiste para ti —le dije en tono irónico porque no paraba de reír, pero fue suficiente para verlo intentar serenarse.
—Perdona, no quise hacerte sentir mal.
—Yo tampoco a ti —repliqué enseguida y compartimos una sonrisa porque así habíamos llegado hasta ese punto, Ricky lució apenado un momento, luego volvió a centrarse en la fotografía, miró al niño de la enorme sonrisa que estaba sentado en una silla de ruedas entre ambos y sostenía en alto un gran chambergo, pero me adelanté a hablar antes de que decidiera preguntar—: Él es mi hermano, para ser exactos, mi gemelo, Trevor.
—¿Gemelo? —preguntó sorprendido y asentí en silencio— pero, Tobi, él...
—Sí, un chico Down —lo interrumpí enseguida, él lucía sorprendido—. Éramos los tres mosqueteros y muchas de las peleas que Ed tuvo en la escuela fueron para defenderlo.
—¡Vaya! —exclamó sorprendido con una sonrisa, pero no dudó en burlarse—: Aunque es entendible, su hermano Orko no tenía poderes como en la caricatura.
Una estruendosa carcajada se me escapó de golpe con su irónico comentario, lo que pareció captar la atención de Tadeo porque comenzó a golpetear la puerta mientras hacía chillar a Chu; me cubrí la boca enseguida, Ricky también sonrió y en silencio expresó un lo siento.
Mamá tocó la puerta también y le pedí llevar al bebé con mi padre ya que estábamos ocupados, cuando mi madre se fue, procedí a regañar a ese chico para continuar explicándole:
—Porthos, Athos y Aramis —le dije señalándonos en la fotografía desde Ed hasta mí—. Era la historia favorita de Trevor, suya fue la idea de apodarnos así, por eso él comenzó a llevar el chambergo a todas partes luego de nuestro noveno cumpleaños.
Ricky sonrió cuando extraje y le mostré otra fotografía de nosotros tres vestidos como mosqueteros, juntábamos nuestras espaldas desde detrás del gran pastel que tenía el número nueve encendido al centro. Comencé a contarle sobre esa fiesta, cuánto nos divertimos y lo increíble que la pasó Trevor. Aquel día todo fue alucinante, llegué a pensar que las cosas mejoraban con él, que los médicos cometieron un error o que quizás ocurrió ese milagro anhelado por mi madre desde el día en que nacimos.
Yo fui el primero en ver el nuevo mundo y todo salió dentro de lo esperado para un parto gemelar prematuro, el problema lo trajo Trev. Afectado por el trisomia 21, cardiopatía congénita y la lista siguió creciendo conforme el tiempo pasó; mientras yo me desarrollé con normalidad e incluso me dieron el alta médica luego de un par de semanas en incubadora, él permaneció allá debido a un derrame cerebral bilateral que le produjo una diplejía epospástica, un tipo de parálisis que afectó la musculatura de sus piernas.
Los doctores no dieron muchas esperanzas de vida, a nuestros padres les pidieron prepararse para lo peor. Entonces comenzó a mostrar cierta mejoría que para mamá resultó una bendición, pero los médicos solo llevaron la expectativa de vida a dos años.
—Y cumplió nueve, además luce muy feliz aquí, ¡eso es un milagro! —dijo Ricky interrumpiéndome mientras giraba la foto para mostrarme; la expresión en su rostro era una mezcla de emoción y sorpresa, asumo nunca imaginó que algo así había pasado en mi vida, después de todo, él la cree perfecta. Yo sonreí con algo de nostalgia.
—Sí. El gigante Porthos lo cargó en su espalda para que golpeara la piñata —contesté después de extraer otra imagen de la fiesta donde todos reíamos mientras Trev usaba su espada.
» Yo, de verdad, creí que todo sería distinto con mi hermano, pero no, después de ese gran e increíble día de lucidez, todo empezó a desplomarse a la velocidad que lo hace una larga línea de dominó.
—Tobi, no me está gustando el rumbo de esta historia. —El murmuro nervioso de Ricky me obligó a fijar la atención en él, lucía triste y cabizbajo, yo me sentía igual.
—Y no te equivocas.
Un larguísimo silencio se sembró en esa habitación de paredes grises, paseé la vista entre los alrededores y de repente desaparecieron las fotografías de las distintas construcciones que he diseñado, incluso el muro se esfumó y convirtió en la escalera caoba que hay en la casa de mis padres frente a la entrada, los grises se esfumaron y convirtieron en crema, la decoración moderna pasó a ser tradicional, incluso llegué a oír el tic tac del reloj de péndulo que mi madre tiene junto al perchero de la entrada, nos vi llegar a Ed y a mí, íbamos directo a la recámara para contarle a Trevor acerca de los tazos que Ed le había ganado a los bravucones durante el recreo, mi hermano ya había dejado de asistir porque su salud decayó; así que nosotros le contábamos todas las incidencias o en su defecto, le releía los mosqueteros acompañados por música clásica.
—¿Sabes? —le dije a Ricky, inexpresivo y sin mirarlo realmente, aún estaba absorto en recuerdos— A pesar de lo que mamá dice, Trev siempre pensó que yo sería un gran director de orquesta y que él estaría en primera fila aplaudiendo... —Había intentado mantenerme sereno, pero fue imposible y un involuntario sollozo se me escapó, no pude seguir.
Entonces, Ricky hizo a un lado la caja para abrazarme fuerte, yo no dudé en aferrarme a él y por extraño que parezca, su calor se sentía bien.
—Estaba a punto de cumplir diez, la primera vez que el corazón se me hizo trizas —murmuré entre gimoteos porque la voz no me daba, sentía un dolor tremendo dentro del pecho. Otro largo rato permanecimos sin emitir ni una palabra, Ricky solo me abrazó con fuerza mientras yo mantuve la frente reposada sobre su hombro.
Inhalé y exhalé incontables veces hasta alcanzar serenarme lo suficiente para tomar a Ricky del antebrazo y llevarlo conmigo hacia el sofá color plomo donde me duermo a veces cuando trabajo hasta muy tarde, sentí que podría desmoronarme en cualquier momento y no pude seguir de pie.
—Cuando pierdes a alguien así de cercano, una coraza empieza a recubrir tu corazón y solo tienen entrada aquellos que ya vivían allí o que, en su defecto, logran colarse como un haz de luz en la penumbra, eso justo fue Odalys. —Empecé a contarle luego de extraer una nueva fotografía, en ella, estábamos Ed y yo de doce años, besando cada uno la mejilla de una sonriente jovencita ubicada entre ambos.
Ella se mudó al vecindario algunos meses antes de la partida de Trev, yo ni siquiera había caído en cuenta de ello, estaba muy ocupado intentando llevar una vida normal mientras trataba de hacer reír a mi hermano. Durante el funeral de Trevor, yo llevaba su chambergo en las manos, peleé con mis padres por no vestirlo de Athos como aquel día cuando fue realmente feliz y quise colocarle el sombrero, al menos, pero un cristal me lo impidió.
Así que, con mi traje y espada, permanecí de pie frente a la urna, me sentí triste, molesto y frustrado, lo vi reposar sereno en esa caja blanca rodeada de cirios y flores, comprendí que era la primera vez que dormía tranquilo desde que nacimos.
Esta niña se acercó junto a Ed, que también asistió de mosquetero, expresó cuánto lo sentía, pero yo apenas asentí en silencio a sus palabras porque me negué a decirle adiós, amé a mi hermano.
Fue en el cementerio, bajo el gris de un cielo que también comenzó a derramar lágrimas por Trev, allí lo entendí, cuando el ataúd empezó a descender y el amargo vacío me golpeó hasta casi tumbarme: él no se despertaría por más que lo deseara y lo único por hacer era llorar.
"Tus amargos recuerdos aún tienen tiempo de convertirse en dulces", fueron las palabras de esa niña junto a mí y tomó mi mano. Por un instante fue difícil procesar tal gesto, pero cuando comprendí que esa línea pertenecía a Los tres mosqueteros, permanecí pensativo, con la vista en ella, me sentí sorprendido o quizás la confusión me ganó. Con esa frase, Oda se volvió luz.
—Qué lindo, aunque lamento lo de tu hermano —expresó Ricky en bajo y sonreí, nostálgico. Procedí a buscar entre el montón de fotografías y cuando hallé la que quería se la mostré, su expresión de sorpresa fue increíble, incluso abrió la boca asombrado y hasta le costó articular palabra—: Tobi, ¡estuviste casado! —Una leve risa se me escapó y solo asentí con la cabeza ante sus titubeos.
—Desde la muerte de Trev, Odalys y yo nos hicimos muy unidos. El tiempo le concedió la razón a esa línea de Alejandro Dumas, el amor nació entre nosotros, borró la amargura y me plagó de dulces memorias. —Ricky me contempló con mucha atención a cada palabra, estaba absorto en mi relato y resultó extraño no escucharle emitir ni un sonido, pensar eso me produjo una sonrisa—. Cuando yo cumplí veintiuno, le propuse matrimonio, ella aceptó encantada.
Odalys era hija única y creció con su padre, su madre se marchó un día cuando ella era muy pequeña, quizás por eso no resultó raro su preferencia a compartir con chicos; a pesar de ser dos años mayor que nosotros, ella se unió al grupo como el cuarto mosquetero, D'artagnan. Mientras otras chicas de su edad estaban más interesadas en fangirlear con los Backstreet boys o pendientes de enamoramientos, maquillaje o cualquier cosa más ligada al mundo de las niñas, ella era feliz de aventuras con nosotros y por ser poco femenina fue blanco de bromas y acoso en el colegio.
—Supongo que mi encantador Porthos le dio su merecido a los rufianes —expresó Ricky sonriente, orgulloso y aunque repliqué su gesto al asentir con la cabeza, no supe por qué resultó algo incómoda la frase.
—Por supuesto que sí. Cuando yo tenía quince, Ed me hizo ver mis sentimientos reales por Oda y los suyos hacia mí.
—¡¿Cómo no te diste cuenta de eso?! —Ricky lucía muy sorprendido, de hecho, su boca formó una perfecta "O" y me sacó una buena risa.
—No lo sé, quizás pasábamos tanto tiempo juntos que se volvió algo normal, común o no sé —admití encogiéndome de hombros.
—Fue tu primer amor.
—Y el único. En cuanto nos casamos hablamos sobre bebés, ella siempre quiso una familia numerosa, ser madre era su mayor anhelo, yo no me opuse porque lucía radiante y perfecta al expresar su deseo.
—Supongo que no pasó —Ricky habló bajo y lo contemplé en silencio, sentí su mano sobre la mía y no me importó, en realidad, de algún modo me inyectó fuerza—. Tu melancólico tono y esa expresión triste en tu mirada dicen mucho, Tobi.
Por un segundo, apreté con fuerza su mano y luego me levanté del sofá sin decir otra palaba, sentí escalofríos por solo recordar la forma en que todo acabó y me llevé una mano al pecho cuando la imagen de Odette apareció en mi cabeza, un doloroso latido golpeó fuerte dentro de mí. Ricky apenas balbuceó un "oh", pero fue suficiente para captar mi atención, giré y lo vi con una fotografía en la mano, por la expresión en su rostro sabía que se trataba de la única foto que quedó de Odette.
—Tobi, tu bebé... —apenas consiguió balbucear. Luego de un profundo respiro con la mirada en el techo blanco de ese lugar, caminé de regreso al sofá de tela gris y tomé asiento junto a él.
—Odette —le dije en bajo, él solo me miró un momento y una vez más fijó la vista en esa fotografía—. No fue fácil concebir, pasamos seis años entre intentos fallidos.
—¿Heredó el down de tu hermano? —preguntó en tono bajo, pude notar su voz algo temblorosa como si sintiera pena o miedo de inmiscuirse. Yo negué con la cabeza porque no fue así.
La trisomia 21 no se hereda, de hecho, antes de lograr concebir, dado mi historial familiar y el hecho de que Odalys no conocía con certeza el suyo, nos sometimos a análisis del cariotipo y no observaron translocación ni problema alguno; pese a eso, cuando Odette nació me sentí culpable y por supuesto, la depresión posparto de Oda lo empeoró todo.
—Comprendo —dijo sin variar el tono y mantuvo la vista en esa foto de la bebita con ojitos almendrados, recordé aquel día, la vestí con un traje que mi mamá le tejió, parecía un pequeño arcoíris por la cantidad de colores, y el enorme moño amarillo en su cabeza hacía ver su carita como un sol.
Oda siempre estaba triste o molesta, yo intenté animarla un poco con la bebé, pero se enojó más, entonces decidí llevarla de paseo, hacía buen clima esa tarde de verano, llegamos hasta el parque del árbol, como solían llamarle a ese lugar debido al inmenso baobab ubicado al centro y sobre el cual se yergue una casita de madera que los niños han adorado utilizar desde tiempos inmemoriales, a sus pies estaban ubicados los distintos juegos, repletos de pequeños, sus voces y risas resonaban por doquier mientras yo le decía a mi bebé con una sonrisa que en poco tiempo la vería correr y jugar.
—Entonces, sí sabías de bebés, ¿acaso querías aprovecharte de mí? —expresó de manera irónica, aunque algo bajo, supongo que quizo romper un poco aquel lúgubre ambiente y por eso le obsequié una sonrisa, quizás no fue la más animada porque cada recuerdo era revivir el momento.
Una lágrima resbaló por mi mejilla conforme le contaba todo, aunque traté de limpiarme enseguida, mis ojos volvieron a empaparse y los cerré para sumergirme en esa dulce memoria que al poco tiempo se tornó aterradora.
—Odette tendría su cirugía para corregir la cardiopatía congénita un par de días después, pero bastó llevarla a dormir para que su pequeño corazoncito se apagara y con ello, el mío se rompió por segunda vez —hablé entre lágrimas, Ricky permanecía aferrado a mi cuello y yo lo apreté con fuerza porque de verdad, de algún extraño modo, su calor se sentía demasiado reconfortante.
—Lo lamento —dijo a mi oído—, y yo haciendo esa patética broma.
Yo ignoré sus palabras, solo me aferré a la calidez de su gesto que me aportaba paz antes de poder decir algo más:
—Esta vez no hubo un haz de luz, al contrario, Odalys terminó de sepultarme. —Acabé de contarle y respiré a profundidad varias veces para terminar de serenarme, entonces me separé de él, volví a tomar la caja y me levanté a guardarla mientras le hablaba en el camino—: Al igual que David Jones, me saqué el corazón... —Batí la caja frente a Ricky antes de almacenarla otros cientos de años y lo vi sonreír—. Decidí enterrarlo porque el amor es para pobres diablos.
Volví a ocultar la caja entre libros, plantas y otros objetos en la estantería oscura de siempre, una vez allí, tomé la novela rara de vampiros y regresé. Ricky río bajo en cuanto la puse en sus manos.
—No sé lo que se siente crecer sin un padre —le dije en voz baja, ambos sosteníamos el libro y compartimos una mirada—, mucho menos ese rechazo injusto que experimentaste al buscarlo. —Al chico le temblaron los ojos y yo proseguí—: Lo que sí sé es cuánto duele perder un hermano, un hijo y al amor de tu vida; pero no quiero descubrir lo que se siente perder a tu mejor amigo. Amo a Ed y creo que sería peor de lo que pasé con Trev.
Ricky movió sus manos hasta ubicarlas sobre las mías y aunque en un principio tuve una rara sensación que me obligó a intentar retirarme, pronto me rendí cuando él apretó fuerte, no supe por qué sentí un extraño calor en la cara en el momento que nuestras miradas se cruzaron de nuevo.
—Yo tampoco quiero eso —dijo en bajo sin dejar de verme a los ojos—, has sufrido un montón, Ed también, por eso prefiero alejarme antes de poner en peligro lo que ustedes tienen, no quiero lastimarte.
No, no, no y no, este chico todo lo había entendido mal, mi intención no era esa; así que negué con la cabeza antes de contestar:
—"Las decisiones difíciles, los sacrificios no te mantienen caliente por la noche, la vida es demasiado corta, demasiado larga para continuar sin que haya alguien a tu lado" —recité esa línea de los mosqueteros mientras sostenía firme su cabeza con ambas manos para que su mirada no se desviara de la mía, vi la miel de sus ojos temblar y podría jurar que su respiración se aceleró.
Las manos de Ricky se posaron en mi pecho y en ese instante sentí el corazón golpear con demasiada fuerza. Vi mi propio miedo reflejado en sus ojos, pese a nuestras marcadas diferencias, ambos compartíamos un enorme parecido: el terror, el pánico a sentirnos vulnerables en compañía de alguien más.
A mí me rompieron el corazón de distintas formas, a él una sola persona se encargó de quebrarlo y destrozarlo en dos oportunidades; pero Alejandro Dumas en esa frase llevaba razón, la vida es larga, aburrida y pesada sin que haya esa persona especial que te completa y calienta el alma. No le permitiría un sacrificio estúpido.
—¿Sabes? Yo también debería seguir mi consejo —le dije con una cálida sonrisa y él replicó mi gesto, pese a que sus ojos no dejaban de temblar—, darle una oportunidad al amor.
—¿De verdad, Tobi? —preguntó titubeante con la respiración acelerada y yo asentí con la cabeza antes de responder:
—Claro que sí.
Admití y con mayor razón su sonrisa se ensanchó, sus manos se ciñeron a mi camiseta. Usé mis pulgares para limpiar el remanente de lágrimas que marcaba su piel porque no quería verlo llorar, la alegría era su característica distintiva y solo eso deseaba ver.
—Además, soy consciente de que Ed será un lugar seguro donde resguardar tu corazón.
—¿Ed? —A pesar de mi agarre, consiguió ladear la cabeza, lucía un poco confundido, quizás no esperaba que yo notara lo que sentía por mi amigo y asentí en silencio con una nimia sonrisa, un segundo después, él replicó mi gesto antes de hablar—: ¡Ah, sí! Ed... claro, no-no sabía que era tan e-evidente.
Ricky tomó su libro y rápidamente se alejó de mí con dirección hacia la puerta, limpió sus ojos una última vez y lo vi respirar profundo antes de salir por el bebé que ya tenía rato llamándole mientras hacía chillar a Chu.
La puerta se cerró tras de él y aunque percibía un cierto alivio, no pude evitar sentirme abrumado y ni siquiera entendía el motivo.
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Hola mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖 volvemos a leernos y para mí es un placer, puchas este me salió larguito pa compensarlos por la espera🙈
Espero lo hayan disfrutado y nos leemos lueguito, un besazo😘💖
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