XI
Cacius me contó acerca del arrebato del presidente de la fundación, Cornelio Evans, quien a gritos echó a todo el equipo encargado de adecuar uno de los espacios y decidió prescindir del contrato que tenía con tal constructora ya que era un hombre sumamente perfeccionista, pero la verdad, me pareció entendible su ira. Comparé los planos de la propuesta que le presentaron con el desarrollo y difería bastante.
Así que luego de hacer acuerdos, cerramos el trato y regresé a mi oficina con una fecha agendada para presentar la nueva propuesta, una obra de Fisher que debía ubicar en algún sitio y boletos para un espectáculo al que asistiría con el bebé, pero no sabía a quién más invitar.
Estaba concentrado en el computador cuando las manos de Margot comenzaron a masajear mis hombros y cuello, así fui consciente no solo de su presencia, sino del delicioso aroma a café reinante en la oficina, había estado demasiado metido en mi trabajo.
—Señor Wolf, ¿apetece un bocadillo? —preguntó Margot con una bandeja plateada sobre la cual reposaban dos tazas de café y un plato con galletas.
Asentí en silencio antes de tomar la taza. Ella sonrió y se sentó en el borde del escritorio, con las piernas cruzadas, justo en frente de mí, la falda gris que portaba se ceñía a sus torneados muslos de tal manera que resultaba imposible no darle atención a esa parte de su anatomía.
Sin embargo, en todo momento mantuve el silencio e intercambiamos esporádicas miradas, sabía lo que buscaba, aunque no se atreviera a decirlo en voz alta y pese a que estaba molesto con ella, verla así de sexi e insinuante mientras tomaba su café resultó más provocativo que cualquier refrigerio.
—Señor Wolf —me dijo en un tono bajo y coqueto—, ¿disfrutó sus vacaciones? —agregó antes de ingerir un nuevo sorbo; ambos éramos conscientes de que aquello era una mentira, pero la escena y calor producido por la bebida solo me excitaba más ni hablar del momento en que la vi limpiarse ese grueso y rojizo labio inferior con la lengua.
Me erguí de mi sitio dispuesto a degustar su boca, ella sonrió victoriosa cuando nuestras narices se rozaron; el aroma del café mezclado con la fragancia a vainilla de su perfume aceleró mis sentidos y mi mano por inercia viajó hasta su cadera para aferrarse con firmeza.
Entonces, la puerta de mi oficina se abrió de golpe y mis ojos se desviaron hasta el umbral para encontrarse con el entrometido pasante que, sonriente, meneaba el cuerpo al ritmo de Las chicas del can mientras chillaba a todo volumen:
—¡Yo no soy una loba, no, yo no voy a robártelo!
Todo el ambiente se fue por el retrete en cuestión de segundos. Margot, se levantó veloz, colocó su taza en la bandeja que posó sobre un folder y acelerada me dijo que se encargaría de la documentación para luego abandonar mi oficina, no sin antes ganarse una burlesca mirada por parte de Ricky que la hizo enrojecer.
Suspiré cansino para no matarlo por la interrupción y volví a sentarme, el entrometido se acercó al escritorio con un paquete y no paraba de reír, me atrevería a decir que el desgraciado estaba orgulloso por haber arruinado el momento.
—¡Ay, perdón! Tobi, no sabía que iba a interrumpir una importante reunión —expresó entre risas, su rostro no mostraba ni una mínima señal de arrepentimiento.
—Maldito entrometido, ¿por qué entras sin tocar?
—Bueno, Tobi, no vi a tu secretaria para anunciarme —respondió cargado de ironía y negué con la cabeza en silencio, volví a centrarme en el computador, ignorando cualquier idiotez que me decía hasta que lo escuché hablar sobre el espectáculo navideño de Renacer, giré la cabeza hacia él y lo vi sentarse sobre el escritorio con los boletos en la mano.
—Baja de allí, idiota —regañé y luego le di un empujón para quitarlo de ese lugar antes de continuar con entusiasmo—. Fui invitado por el mismísimo Mr. Fisher, ¿puedes creerlo?
Pese a haberlo hecho a un lado de mala manera, Ricky sonrió antes de contestar:
—Eso es fantástico, Tobi, ¡cuánta suerte tienes!
—Sí, de hecho, me costó procesar en un principio que realmente era él y mira nada más, incluso esa fotografía me obsequió.
—¡Luces como un niño cuando te emocionas así! —replicó enseguida y sentí mis mejillas arder al posar la vista en él.
Por un instante, volvió a mí esa escena del bailecito en la sala, así que con mayor nerviosismo le evadí la mirada y a paso veloz me dirigí hasta el ventanal. Inhalé hondo hasta sentir que mis pulmones se llenaban por completo y despacio comencé a liberar aire; el tiempo corría sumamente despacio o al menos así lo percibí, la peor parte era que el entrometido no decía ni una palabra, de algún modo, eso conseguía exasperarme mucho más que su habitual parloteo.
—Será un lindo espectáculo, el señor Evans es amante de las fiestas decembrinas y siempre hace todo a lo grande —escucharlo hablar al fin, de cierta forma, me ayudó a recuperar el control de mí mismo.
O eso creí, ver su expresión confusa luego de oírme me provocó taquicardia y no era para menos, nos quedamos en silencio, estuve seguro de que el entrometido podría escuchar el fuerte golpeteo de mi corazón: badun, badun; yo lo oía con claridad, pero necesitaba revisar meticulosamente qué diablos le dije, en mi cabeza resonaba cada palabra como un eco que realmente deseé callar o por lo menos rebobinar hasta el instante justo antes de decidir abrir la boca para invitarle al show.
«Tengo un boleto extra, puedes venir si quieres», perdí la cuenta de cuántas veces se repitió tal frase dentro de mí.
El incómodo silencio que se había sembrado en la oficina, de repente fue mitigado por risas, la burlesca carcajada de Ricky consiguió callar de una vez por todas al eco de mi estupidez, así que entorné la vista y regresé al computador; el irónico pasante no dudó volver a sentarse sobre mi escritorio y ni modo, suspiré derrotado, quizás ya le había dado demasiada confianza luego de semejante invitación.
—En verdad me halagas, Tobi y sé cuánto amarías mi compañía.
Fijé la vista en él luego de escucharlo hablar en ese sarcástico tono, aleteaba las pestañas al más puro estilo de niña coqueta; de verdad quise matarlo, pero resignado a ser un fiel seguidor de la ley, volví a evadirle la mirada para centrarme en el computador, aunque aún oía su parloteo:
—Ese día tengo un compromiso, súper importante y no puedo ir contigo. Lo siento, no llores por mí, Argentina.
Escupí el último sorbo de café que acababa de tomar luego de su frase final y aunque embarré la pantalla del ordenador, no podía dejar de reír. Así que el confianzudo, después de provocarme una carcajada, bajó del escritorio, dejó el paquete en el lugar que antes ocupó, dio un par de pequeños aplausos y se enrumbó a la salida; aunque seguía riendo, lo observé extrañado, pero el muy infeliz me guiñó un ojo y se despidió:
—No me extrañes —dijo antes de cerrar la puerta tras de sí y volví a reír al escucharlo canturrear por el corredor conforme se alejaba.
Dos días antes de Navidad, me preparaba para salir al espectáculo en Renacer, papá estaba conmigo mientras mamá se arreglaba en la habitación de huéspedes y también al bebé para ir juntos al show, en ese momento pensé que debía hacer modificaciones en casa, después de todo, Tadeo no siempre sería un bebé, por tal motivo ameritaba su propia recámara. Sin embargo, eso podía esperar, miré a mi padre a través del espejo y un bajo suspiro pesaroso se me escapó.
Había tratado de convencerlo para que fuesen ellos tres al evento, pero se negó, alegando lo mismo que Fisher: "debes pasar tiempo con tu hijo", y le daba la razón, pero tampoco quería dejarlo solo en casa; también intenté obtener otro boleto para él, sin éxito.
—No soy un niñito al que deban supervisar, Tobías, así que quita esa cara —me dijo recostado al espaldar de la cama, aunque mantenía la vista en el libro que leía y sonreí porque seguro vio en algún momento mi rostro en el espejo, pero también me pregunté cómo era posible que disfrutara leer algo tan extraño como ese libro titulado "Pandemia Capital", una rara cosa de vampiros, virus y zombis; más bien, destinada al público juvenil y que el único motivo por el cual estaba en mi casa se debía a que Ricky lo dejó olvidado alguna vez.
—Papá, sé que no lo eres, pero yo podría quedarme a trabajar aquí en lugar de dejarte con ese extraño libro —respondí y mi padre subió la vista por encima de sus anteojos de lectura antes de contestar:
—Punto número uno: no es extraño, es literatura moderna, así que, ¡moderníííízate, hijo! —me dijo en un divertido tono, consiguiendo arrancarme unas cuantas risas— No solo disfruto los clásicos como Dickens, Poe o Verne, la verdad es que hasta 50 sombras de Grey llegué a leer por curiosidad.
Escucharle decir eso me provocó carcajadas.
—No te rías, tu madre lo tenía en su cajonera y me impactó esa sinopsis, te esperas una historia de sadomasoquismo que me hizo abrir los ojos de la impresión al imaginarla en alguna situación como esas...
—¡Papá, ya! —le interrumpí enseguida, apenado, lo último que deseaba era pensar en mis padres, un par de sesentones; con ropas de cuero, látigos, esposas o alguna de esas cosas raras— Detén la imagen mental, gracias.
Hasta escalofríos tuve con su comentario, papá rio a carcajadas por mi reacción.
—Lo que te decía es que es solo una novelita rosa...
Asentí en silencio y una vez más volví a centrar mi atención en el reflejo mientras acababa de moldearme el cabello, entonces mi padre continuó:
—Con un abusivo como protagonista al que se le perdona todo por ser millonario y galán. En la realidad, te apuesto que al primer azote ya tu madre estaría llamando a Ed para ponerme una demanda.
—¡Papááá!
—¡Quééé!
No tenía la menor intención de seguir escuchando, así que fui con él, le revolví el escaso cabello que aún le quedaba y besé su despoblada frente como despedida, papá me palmeó la espalda, nos deseó un buen paseo y volvió a sumergirse en el extraño libro. Aún hoy día sigo sin entender cómo.
—¡Hijo! —me llamó de nuevo justo antes de cerrar, entonces puse la vista en él— Si no te gusta esta cosa, ¿por qué la tenías en tu alcoba? —preguntó refiriéndose al libro y con sinceridad no supe por qué sentí la cara en llamas.
—N-No es mío, e-es de... ¿sabes qué? Disfruta tu cosa, iré por mamá, ¡nos vemos ahora!
Cerré la puerta y con total seguridad ese viejo se reía de mí, aunque era entendible, respondí como el propio chiquillo nervioso y lo peor fue que ni sabía por qué.
Mi madre lucía maravillosa con ese vestido color jade que hacía resaltar el verde en su mirada, por un segundo odié a mi padre debido a la imagen mental que me plantó y tuve que cerrar los ojos un instante para luego poder apreciarla del todo.
Sentí que mi corazón se derretía al ver a Tadeo usar un smoking, parecía un muñequito de pastel, súper adorable.
Luego de despedirnos de mi padre y que el taxi llegó por nosotros, nos pusimos en marcha hacia Renacer para disfrutar de la cita familiar.
El teatro de la galería era una recreación del Polo Norte desde la entrada donde un par de chicas con trajes verdes de duendes recibían los boletos, resultaba curioso ver qué una se veía feliz en su personaje, la otra en cambio suspiraba con fastidio cada cierto tiempo, quizás no estaba muy contenta con el trabajo o qué sé yo. El gorro verde de la gruñona pelirroja portaba una estampa de lobo que llamó mi atención cuando pasé junto a ella luego de entregarle los boletos, pero fue la divertida sonrisa de Tadeo lo que pareció alegrarla por un momento, siempre he dicho que ese niño es capaz de derretir a un tempano de hielo.
Una vez dentro, ubicamos nuestros asientos y una nueva sonrisa se me escapó al ver a Fisher armado con esos aparatos y artilugios que suelen utilizar para filmar eventos, pensé toparlo como invitado, no trabajando.
—Qui.
La dulce voz de Tadeo me obligó a desviar la atención desde el escenario hacia él, estaba parado en la butaca, apoyado en el asiento de adelante, no hacía más que repetir la misma sílaba entre risas.
—¿Los renos? —le preguntó mi madre en tono mimoso, pero el bebé continuó igual— Sí, amor, son lindos renos.
—Mamá, ¿por qué te empeñas en el reno?
—Así suele decirle al gorro de reno que tiene, creí que lo sabías. Debiste dejarlo usar, hay muchos niños con eso.
—No tenía idea y ma, ¿de verdad? Luce adorable así...
—Qui, Qui, ¡Quiii!
La voz de Tadeo me interrumpió, encima, saltaba en el asiento, estaba realmente emocionado y no comprendí la razón, hasta que esta se paró a nuestro lado. Suspiré sonoramente por eso y no pude evitar reír.
Allí estaba Ricky, traía un traje de reno con una nariz roja, todo indicaba que él sería Rudolf. Tadeo de inmediato pasó sobre mí para acercarse a él y este lo recibió encantado.
—¡Hola, bebito! Tiempo sin verte —le dijo sonriente y Tadeo volvió a reír, luego intentó tirar de un cuerno del traje— No, bebé. ¿Dónde está el que te di? Y la pregunta es más bien para ti, Tobi.
—No pensarás que traería al bebé con eso. A propósito, ¿qué haces aquí? ¿No tenías un "compromiso súper importante"?
—Primero: ¡Ay! ¿Cómo que "eso"? Es un gorro de felpa muy bonito y al bebé le encanta. Segundo: ¡Holaaa! ¿Crees que estoy aquí por ti? ¡Son tus ganas! —espetó irónico— Estos son mis otros planes, trabajar, Tobi.
—¿Trabajar? ¿Y qué hay de tu empleo en Murano?
Ricky sonrió burlesco antes de responder:
—¿Miedo a perderme, Tobi? Por eso guardas mi gorro como un preciado tesoro.
Rodé los ojos ante sus palabras, «¿quién se ha creído?», el único motivo para preguntarle fue la sorpresa que me produjo encontrarlo y más, trabajando. Este chico me contó que su padrastro es un tipo con buena posición económica y además está becado por tener un excelente rendimiento, entonces no comprendo, ¿por qué llenarse de empleos?
—Sé lo que piensa, señor Wolf y la razón es simple —añadió, luego se aclaró la garganta antes de continuar—: he trabajado desde niño, no puedes esperar que solo estudie, aunque eso quiera mi mamita.
Sacudí la cabeza con una sonrisa, pero sus palabras me hicieron recordar que mi madre me acompañaba, sin embargo, ella se cansó de contemplar la escena y decidió unirse:
—Hijo, creí que te invitó el fotógrafo, pero pareces conocer bien a Rodolfo el reno —expresó sonriente, Ricky se soltó a reír, Tadeo de nuevo intentó apropiarse del gorro y yo arqueé una ceja ante eso de "conocer bien".
—Sí, mamá, así fue. Este chico es un insufrible pasante en Murano, Ricky, ella es mi madre, Marissa.
No tenía idea que bastaría presentarla para que, enseguida, Ricky dejara de comportarse como idiota, pero así fue. Incluso se enderezó al estrecharle la mano y su habitual tono burlesco cambió por otro más serio, ni siquiera hizo su típica presentación.
—Ricky, pero no Martin —me burlé entre dientes con la vista en él y estoy seguro de que se tragó una risita.
—Entonces eres pasante en la empresa, pero pareces muy cercano con Tadeo.
—Ah, sí —intervine—. Lo que pasa es que él me ha ayudado con el bebé antes de tu llegada, mamá.
—Exactamente, un placer conocerle, señora...
—Solo llámame Marissa, hijo.
—Lo que digas, Marissa —replicó el idiota enseguida y mi madre sonrió—. ¿Creerás que tu hijo pretendía alimentar al bebé con un estofado que parecía salido de alguna fusión china-hindú, cargado de salsas y especias?
Miré al imbécil sorprendido, de eso había pasado un tiempo y por entonces yo no sabía absolutamente nada, pero ¿cómo se le pudo ocurrir acusarme con mi madre? Ricky sonrió algo burlesco, entonces me giré hacia ella que me observaba perpleja.
—Hijito, ¿cómo se te pudo ocurrir semejante disparate?
—Ma, no tenía idea, además él exagera, tampoco era algo así de cargado.
Mientras nosotros nos embarcamos durante un rato en una especie de discusión idiota, el pasante faltoso se llevaba a Tadeo hacia el frente y no fui consciente sino hasta después de varias excusas tontas y de que mi madre me lo hiciera ver entre carcajadas:
—¡Lo está vistiendo de reno!
Me volteé confundido y lo vi. «¡Ah, no! Eso no», pensé y a paso veloz caminé hasta donde estaban.
—¿Cómo te atreves a llevarte a mi hijo y vestirlo con eso?
—¿No te parece adorable?
—Devuélveme a mi hijo —espeté y le quité al bebé que parecía un mini Rudolf, pero Tadeo comenzó a retorcerse entre mis brazos.
—¡Qui, Qui!
El idiota abrió la boca sorprendido y emocionado luego de escuchar al bebé, podría asegurar que hasta una lágrima se asomó y enseguida me quitó al niño.
—¡Dijo Ricky! ¿Puedes creerlo? ¡Dijo mi nombre!
—No es así, tonto, ahora devuélveme a mi hijo.
—A ver, pequeño, repítelo para que le quede claro a tu papi, di Ricky.
Rodé los ojos, exasperado, pero el bebé repitió la misma sílaba para el deleite del idiota.
—¡Ay, me llenas de alegría, bebé! —expresó emocionado y cargó a Tadeo en el aire.
—Tampoco exageres y ya, dame al bebé, se va a caer, idiota.
Si la discusión con mi madre había sido estúpida, aquella la superó y por mucho, el bebé pasaba de manos, cual balón y no hacía más que reír, pero la peor parte llegó después: fuimos sorprendidos por un flash. Posé la vista en el lugar del que vino y encontré a un sonriente Fisher con su cámara en mano, como si fuera poco, sus palabras me provocaron escalofríos y le dieron alas al idiota junto a mí para seguir con sus cosas:
—Perdón, amo las fotografías espontáneas y de verdad no me resistí a su vibra, ¡qué bonita familia feliz!
Sentí enrojecer de vergüenza.
—¿Verdad que sí? —inquirió Ricky, derrochando ironía— Es lo que le he dicho, pero sigue huyendo a la idea de la foto familiar.
—Cierra la boca —murmuré molesto y por un segundo quise asesinar a Fisher también.
—Si es lo que quieres, te la haré llegar —le dijo y el idiota saltó emocionado, abrazado a Tadeo.
Lo admito, Fisher no tenía la culpa de nada, es un artista y solo se dejó llevar por la energía del momento; pero si de algo estaba seguro era que mataría a ese chico luego de la actuación ya que antes de poder hacerlo, les llamaron desde backstage y ambos se despidieron de mí sonrientes. Me tocó calmar a Tadeo en el camino porque seguía repitiendo "Qui, Qui" sin parar, me costaba creer que ese pequeño ya intentaba decir el nombre del idiota y que a mí no me llamase siquiera "pa", «¡no es justo!».
—Ya, bebé, Ricky va a trabajar, espera un ratito a verlo —le dije una vez tomamos asiento junto a mamá que no dejaba de mirarme con atención y deseé muchas veces que dejara de hacerlo porque parecía estudiarme.
Sin embargo, escogí guardar silencio y mantener la vista al frente para disfrutar el espectáculo. Fue emotivo y divertido, de hecho me hizo gracia ese santa fuera de lo común, era pequeño y delgado además su traje parecía salido de alguna pasarela extravagante.
Todos reímos demasiado con la actuación de Rudolf, de hecho, el bebé no paró de aplaudir, brincar y gritar "Qui" como loco cada vez que estaba en escena y no fue el único, creo que el corazón de cada espectador fue tocado por ese reno, incluyéndome. Claro, por su interpretación en el show, eso es obvio.
El espectáculo navideño estuvo increíble, el bebé lo adoró, santa repartió obsequios a cada niño presente, todo en medio de una nevada que arrancó sonrisas. ¿Fuimos sorprendidos por la nieve artificial en el teatro? Sí, pero mucho más cuando Fisher me pidió esperar un rato hasta la salida de los actores, entonces lo hicimos, pero después de una llamada que recibió se despidió a toda velocidad.
Desconocía que tal petición vino de Ricky hasta que nos alcanzó en la galería, me tragué una carcajada al verlo con un gorro de felpa azulado que la vedad no supe qué criatura era, pero hasta algunas plumas tenía y no combinaba en nada con su bufanda de peluche rosa; lo que resultó menos gracioso fue cuando sacó otro sombrero raro para Tadeo, el bebé de inmediato quiso ir con él y suspiré resignado. Mi madre mantuvo una curiosa sonrisa.
Caminamos hacia una cafetería con estilo sesentero, ubicada junto. El lugar era fantástico con sus pisos semejantes a un tablero de ajedrez, marquesinas luminosas, los uniformes de las camareras y ni hablar de la música, todo te transportaba a otra época, Tadeo presionó a Ricky hasta bajarlo y tomó mi mano para halarme hacia la rocola del fondo mientras mamá y el insufrible tomaban asiento. No supe por qué, pero sentí ansiedad por dejarlos a solas, es que ese chico podía decir cualquier locura.
Me sorprendió ver a Fisher y este saludó brevemente con un guiño desde el módulo donde se encontraba junto a otro joven rubio, quizás con la edad de Ricky, al que miraba como un tesoro mientras hablaba y reía con su hijo quien estaba sentado frente a ellos, de espalda a mí.
Devolví la atención al bebé y lo cargué hasta los botones del aparato para mostrarle el funcionamiento: coloqué una moneda en la ranura, marqué el código de la canción y luego reproducir. Tadeo quedó fascinado al ver cómo se cambiaba de disco y sonrió cuando inició la canción "Agujetas de color de rosa" de los Holligans, incluso empezó a bailar en el camino de regreso hasta la mesa.
Mamá y el entrometido interrumpieron su amena charla para reír y aplaudir a Tadeo, pero el segundo fue quien se levantó y bailó con él en cuanto tomé asiento, las carcajadas no se hicieron esperar.
—Mari, Tobi, ¡súmense! —pidió Ricky entre risas y negué con la cabeza haciendo un gesto de desagrado; mamá, en cambio, fue con ellos a mostrarles la forma correcta de bailar el rock y yo me tragué una risa— ¡Tobi! ¿A quién saliste así de estreñido?
Viré los ojos en respuesta y me centré en ver a mi pequeño bailar, pese a las tonterías de Ricky. Resultó un momento divertido, incluso algunos comensales repitieron el tema y se unieron a la locura, una camarera se acercó con la orden luego de intercambiar algunos pasos con el faltoso, me sorprendió su equilibrio con la bandeja. Ubicó las pizzas, hamburguesa de pollo sin salsas para mi mamá y gaseosas sobre la mesa, después volvió a bailar un instante con él.
Para el final de la canción, aplaudimos como tontos y cada quien volvió a su asiento.
—¡Mari, eres un trompo! —le dijo el confianzudo entusiasmado a mi madre y ella sonrió, limpiándose un poco el rostro con la servilleta—. ¿Cómo puede ser tu hijo así de serio y aburrido?
Pateé al idiota por debajo de la mesa, comenzaba a hartarme.
—Si supieras, Ricky, no solía ser así —contestó mamá antes de que él tuviese tiempo para quejarse y la observé expectante—. Este señor serio que ves aquí... —añadió señalándome de arriba abajo y prosiguió—: Hacía muchas tonterías, incluso se creía director de orquesta, pero más parecía guacamaya aleteando.
—¡Maaaa!
Yo enrojecía de pena por sus comentarios, Ricky se soltó a reír, intenté centrarme en picar diminutos pedazos de pizza para el bebé que jugaba con el queso derretido, pero era imposible, mamá decía cada cosa vergonzosa que se le ocurría y claro, el entrometido continuaba pidiendo más, era una especie de sed desmedida —la sed de chisme— y así continuaron por largo rato hasta que sin pensarlo mucho mencionó a Trevor.
Un escalofrío me recorrió la piel, mamá se llevó una mano al pecho; de la mesa se apoderó un sepulcral silencio ni siquiera el tintineo del cuchillo sobre el plato siguió escuchándose, fue como si hubiesen presionado un botón de pausa y todos simplemente nos congelamos.
Después de no sé qué tiempo, sentí un pequeño apretón sobre la mano que sostenía el cuchillo y vi los deditos de Tadeo ejercer presión, parecía pedirme continuar cortando y eso me provocó una risa baja, aunque juro que percibí una escurridiza lágrima amenazar con echarse a andar; mamá sacudió ligeramente la cabeza y procedió a comer en silencio, Ricky hizo lo mismo con la pizza y yo solo agradecí mentalmente que no insistiera en preguntar.
Hola mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖, no, no me he muerto, pero casi😅🙈 apuesto que no esperaban la actualización de esta loca, la verdad he pasado por problemas técnicos, bloqueos creativos y desórdenes mentales, pero al fin he podido cumplir con otra entrega, larguito pos por la espera 🙈
Espero lo hayan disfrutado y si es así no olviden, votar, compartir y hablar bonito, sí quieren, aquí no se obliga a nadie a nada 🗡️💣😂
Nos vemos luego💖
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