VII
—A ver, Ricky, ¿cierto? —le dije en tono bajo una vez que lo traje de vuelta a casa, él se sentó junto a Tadeo en el sofá y cruzó una pierna sobre la otra, entrelazó ambas manos encima de la rodilla, parecía esperar algo, ¿quizás una disculpa? Si eso era, podía irse al diablo.
—Me dirás, Tobi…
Odiaba cada vez que ese chico se refería a mí con tal acrónimo, sin embargo, inhalé hondo y suspiré despacio, aunque mi instinto homicida creció al ver a Tadeo imitar la pose y gesto del idiota, «no hagas eso, bebé, no repliques a este payaso», pensé.
—¿Por qué viniste a mi casa?
—Ay, Tobi, ya te dije que perdí el paquete…
—Mientes, el señor Murano ni sabía de tu visita —le interrumpí en el acto y lo vi sonreír.
—Me atrapaste. —Hizo un raro gesto con sus labios y liberó un corto sonido como el de una burbuja al reventar, lo observé extrañado, él se recostó al espaldar del sofá y extendió los brazos—. En la empresa han hablado mucho sobre tus repentinas vacaciones porque ni siquiera tu secretaria tenía conocimiento, así que…
Apretó los labios y guardó silencio un rato mientras los movía de un lado a otro, yo comenzaba a perder la paciencia.
—Sigue.
—Bien, Tobi. Se hicieron apuestas, la mayoría dijo que no estabas de viaje, sino que te internaste en un psiquiátrico por una crisis de estrés y ansiedad, algunos agregaron pánico.
—¡¿Quééé?!
Lo vi levantarse con una sonrisa y se acercó a mí, tuvo el descaro de reposar una mano sobre mi pecho antes de continuar:
—Ya sabes, Tobi; tu cara de estreñido, siempre trabajas y vives amargado. De hecho, hay quienes dicen que Margot no hace un buen “trabajo de relajación”… —El descarado pasante movía sus cejas de arriba a abajo—. Si sabes a qué me refiero.
Sentí la cara arder con el comentario sobre mi secretaria, no podía creer que eso fuese del conocimiento público, el chico no dejaba de sonreír.
Sabía que las habladurías iban a estar a la orden del día, pero el nivel de descaro de todos me sorprendió, aunque quizás podía ser solo un invento de ese confianzudo muchachito para venir a meterse sin invitación y averiguarme la vida.
—Entonces, ¿a qué viniste?
—¿No es obvio, Tobi?
Entrecerré los ojos para hacerme ver aún más amenazante, él enseguida retiró la mano de mi pecho, pero no se apartó, continuó como si nada:
—Vine a corroborar que estabas bien.
—Esa fue tu apuesta, ¿cierto?
—¡Ding, ding, ding! ¿Qué comes que adivinas?
Se alejó de mí, contoneándose con total dramatismo mientras daba un par de aplausos y ponía la vista en el bebé, ese pequeño traidor no dejaba de sonreírle.
—Dinero fácil, Tobi —añadió, medio volteando el rostro en mi dirección y pude verlo batir sus cejas una vez más. El imbécil disfrutaba exasperarme—. Siempre he estado seguro de que toda esa seriedad y amargura tuya son una máscara para la sociedad.
—¿Ahora te crees psicólogo? —repliqué y crucé los brazos sobre el pecho, el insolente cargó a Tadeo, luego volvió a mirarme y sonrió.
—¿Qué ocultas? ¿Alguien te pisoteó en el pasado y ahora tratas de esconder tu vulnerabilidad, repitiendo el patrón conductual que aprendiste?
—¿Qué?
No pude más, me solté a reír ante sus indagaciones sumado a la expresión que tenía en el rostro. El chico sonrió, victorioso.
—No hay duda, Tobi, deberías reír más.
—Y tú sigues de entrometido en mi casa.
—¡Eeehg! —chilló cual puerta eléctrica y después prosiguió— Señor Wolf, usted me trajo de regreso, ¿acaso me extrañó?
Abrí la boca para darle la contra, pero él tenía razón; lo saqué a empujones de aquí y luego corrí como desquiciado para buscarlo. Me maldije mentalmente por eso.
—Así que, usted dígame, señor Wolf, ¿para qué soy bueno?
—¿Tú? ¡Ni para tu trabajo sirves! —repliqué con ironía y se llevó una mano al pecho para fingir que le dolía. Idiota.
—Tobi, debes saber que soy un empleado modelo.
—Ya quisieras.
—Además, sé mejor que tú cómo manejar a un bebé —contestó sarcástico y hasta movió las cejas para fastidiarme— ¿Cierto, bebito? ¿Quién es tu amigo?
El bebé traidor volvió a reír.
—Claro y lo dices solo porque se ríe de tus tonterías, para tu información, no le teme a los payasos.
—Pero la comida de este payaso no acabó como arte abstracto en cada lugar de la sala, ¿o sí?
El maldito pasante, de nuevo tenía un punto a su favor. Tadeo no quiso tocar mi comida en días y eso resultaba exasperante, en cambio este imbécil apareció con su imitación de gallo y consiguió hacerlo comer de sus verduras deshidratadas. Suspiré cansino y acabé de rendirme, ni modo, el mocoso tenía una respuesta para todo.
—Está bien, te doy la razón.
—¡Victoria! —exclamó en alto, su voz chillona taladraba mis tímpanos, pero lo que siguió fue completamente peor— Vamos, bebé, canta conmigo: ¡Wiar tichampu! ¡Wiiiiaaar tichampu!
Quise matarlo una vez más con tamaño escándalo que armó, lo peor era mi pequeño traidor, intentando balbucear el mismo disparate.
—¡Ya, basta, Ricky!
El chico se calló en el acto y procedió a limpiarse una lágrima imaginaria antes de decir algo más:
—Tobi, me llamaste por mi nombre —dijo con un fingido sollozo y una vez más me maldije—. No lo puedo creer, me das la razón y encima dejas de insultarme. ¡Esto es épico, quiero cantaaaaar!
—¡Noooo! Ni se te ocurra soltar otro maldito chillido, idiota.
—Bueno, la magia dura poco —replicó luego de un suspiro.
—Está bien, lo siento. Tienes razón, sabes manipular la situación con Tadeo, yo… ¡jamás he tratado con un bebé antes de él! Yo quiero…
—¿Sí?
—Quiero decir…
—¿Sííí?
—Me refiero…
—¡¿Síííííí?!
—¡¿Puedes parar con eso?! —grité exasperado y vi los ojitos de Tadeo temblar— No, no, no, no. No, perdón, chiquito.
Le quité al bebé y me alejé del idiota para arrullarlo y poder calmarle antes de llegar a la crisis, aunque costó mucho, al final lo conseguí. Me giré hacia el idiota e intenté no perder los estribos otra vez, él me observaba sonriente y con un gesto de fascinación que me recordó a Ed.
—Escucha, lo que te decía era…
—¡Sííí, Tobi! Acepto mudarme contigo, me parece repentino, pero estoy dispuesto…
—¡¿Quééé?! ¿Puedes cerrar la boca? ¿Crees que estoy loco para pedirte algo semejante? ¿Sabes qué? Olvídalo y lárgate.
—¡Tobi, solo bromeo! —exclamó en un tono demasiado chillón y luego se revolcó de la risa en el sillón—. Claro que puedo transferirte mis conocimientos sobre niños chiquitos.
—Gracias —contesté inexpresivo y lo vi adoptar de nuevo esa pose de espalda erguida en el sofá con una pierna cruzada encima de la otra y las manos juntas sobre las rodillas, pero me miraba como quien está a punto de cerrar un trato—. Deja el teatro y habla de una vez, dime el precio. En realidad puedo pagarte más de lo que ganas como mensajero…
—No quiero dinero, Tobi.
—¿Entonces?
—Quiero tu respeto —contestó poniéndose de pie, comenzó a caminar despacio hasta mí sin apartar la miel en su mirada de mis ojos mientras continuaba con el parloteo—, que me veas por quién soy, no más regaños, se acabaron los gritos, deja la prepotencia, no más “se dice: señor Wolf”…
—Ya te dije que no somos amigos…
—Pero podríamos.
—¡Pero me vuelves loco!
—Ay, Tobi, qué coqueto. No tenía idea de que causo ese efecto en ti.
—¡¿Qué?! No es un cumplido —le dije molesto y metí a Tadeo en el corral, de inmediato buscó su almohadita, entonces me giré de nuevo hacia el pasante y suspiré, resignado—. Está bien, Ricky, acepto tus condiciones.
—Excelente —contestó en un espeluznante tono similar al de Mr. Burns de los Simpson e incluso imitaba el gesto de sus manos.
Aún no empezábamos con “las clases” y ya me arrepentía de pedirle apoyo.
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