II

«Necesitamos hablar»

Dos palabras.

Dos simples palabras sonaban en mi cabeza como cien y es que el eco dentro de mí parecía un jingle publicitario:

«Necesitamos hablar»

«Necesitamos hablar»

«Necesitamos hablar»

«¿Hablar de qué?», me pregunté incontables veces con cada repetición. «Oh, no, ¡ni creas que me comeré el cuento del bebé!», pensé en aquel momento mientras intentaba salir del shock.

-¿Hablar? -le dije y aunque traté de conservar la compostura, una risa nerviosa acompañó mis palabras- Lo siento. Bueno, tú dirás, voy de salida.

La mujer delante de mí liberó aire con pesadez y de repente todo se tornó en cámara lenta, me sentí en medio de una película de guerra: un soldado que contempla su inminente muerte ante la bomba que se acerca.

-Tobias, él es Tadeo, tu hijo.

No dije nada.

La bomba estalló sobre mí, de hecho, podía ver los pedazos de mi cuerpo, segregados por toda la sala desde un plano astral. De repente, como si el trozo de mi cara ligado a la boca que estaba tirado en algún lugar decidiera moverse por sí solo, le dio una respuesta que por un momento me devolvió del shock:

-¡Eso es imposible! Me hice la vasectomía.

¡Victoria!

Dentro de mí sonó el allegro con brio de Heróica.

Sí, mi autómata boca había resuelto el problema y comencé a calmarme, me llegó un segundo aire, así mis pedazos comenzaron a juntarse al estilo del T-1000.

-Si lo que buscas es dinero, no te preocupes, pero... -continué hablando mientras caminaba hacia la oficina que tengo en casa para buscar una chequera-. Jessica, si es que ese es tu nombre; créeme que tú y ese pequeño acabarán en líos un día por cosas como estas.

Había decidido escribir una cantidad considerable para que la desconocida mujer que decía tener un hijo mío desapareciera, pero guardé silencio al escuchar la puerta de mi casa cerrarse y el siguiente sonido fue el arranque de un vehículo. Juro que sentí un mini infarto, es que, una extraña apareció en mi casa y yo la dejaba a solas, pudo robar cualquier cosa. Confundido, corrí a la salida y vi desde el pórtico cómo se alejaba ese taxi en el cual llegó.

«Quizás pensó que la denunciaría por intento de estafa y bien merecido lo tendría», pensé. Luego recordé mi cita con Katrina y sonreí, así que llevé la mano derecha al bolsillo para sacar las llaves del auto, presioné un botón y al instante se abrió la puerta; estaba a punto de subir cuando recordé que dejé el teléfono en la oficina por eso regresé a casa.

Sentí palidecer al ver a ese pequeño que anteriormente estuvo en brazos de Jessica, caminar por doquier mientras mordía el control de la TV, misma que no paraba de apagar y prender.

-Pero qué ca... -murmuré nervioso, no, aterrado más bien y a poco estuve de desplomarme en la entrada, pero no lo hice.

Sacudí la cabeza y corrí hasta el comunicador, necesitaba la ayuda de portería con urgencia.

-¡Joaquín, dime que el taxi de la chica que vino a verme no ha salido!

-Uuuf, señor Wolf, hace como 5 minutos...

Colgué el auricular sin decir otra palabra y cargué al pequeño como pude, lloró cuando intenté quitarle el control remoto, así que lo dejé y decidí que compraría otro, ahora solo importaba conseguir a esa desquiciada mujer que tuvo la desfachatez de dejarme un niño.

Subimos al auto y como pude amarré el cinturón al chiquillo, arranqué y fui lo más veloz que se permitía dentro del complejo, de hecho algunas personas me hicieron señas, molestos por mi manera de conducir, pero al diablo con ellos, solo me importaba hallar a Jessica.

Llegué a la portería y Joaquín se sorprendió, quizás con mi cara de espanto o el niño que llevaba al lado, pero no era momento de explicaciones, sino de encontrar a esa mujer. Luego de que él me indicara el rumbo que tomó, corrí como demente en busca del taxi blanco donde la vi partir.

Conforme pasaba el tiempo me sentí idiota, era claro que buscaba una aguja en un pajar y no podía preguntarle a cada taxista de la ciudad por una mujer con las características de Jessica, pero tampoco estaba dispuesto a rendirme, si tan solo hubiese prestado atención al número del taxi, todo sería distinto, pero cómo iba a saber que había dejado al pequeño.

Pronto llegué a la autopista principal y allí mis esperanzas de esfumaron; solo delante de mí habían unos diez taxis iguales. Golpeé la cabeza contra el volante ni sé cuántas veces mientras me quejaba de mi mala suerte y puse una fea cara cuando el chiquillo junto a mí comenzó a reír, se burlaba de mi desgracia.

-¿De qué te ríes? ¿Qué no ves que tu madre te dejó? -le dije como si pudiera entenderme, pero el niño volvió a sonreír, esta vez se marcó un hoyuelo en su mejilla derecha que lo hacía ver todavía más adorable y peligroso porque lo último que necesitaba era encariñarme con él.

El segundo movimiento de Eroica se hizo presente en mi cabeza, La marcha fúnebre. Estaba frito, un bebé supuestamente mío hacía de copiloto y yo sin una maldita idea de dónde o cómo hallar a su madre.

Suspiré cansino y negué con la cabeza, sin más que hacer, me dirigí a la siguiente salida de la autopista para regresar a casa.

Llegué al complejo, cabizbajo, derrotado, sin pistas; bajé la ventanilla y con el ánimo en cero saludé a Joaquín que me contestó con una sonrisa hasta que vio al niño a mi lado una vez más y abrió la boca para hablarme, pero en el acto lo interrumpí:

-No digas nada -espeté y volví a poner en marcha el vehículo.

Guardé el auto en la cochera y entré a casa cargando al bebé bajo mi brazo como si fuese un cuaderno, estaba consternado por la situación y el pequeño no dejaba de reír.

-¿Podrías callarte y dejar de hacerme sufrir? -le dije casi gimoteando. Entonces, como no había tenido suficiente mala suerte, una voz con acento francés me habló desde el salón y levanté la cara, pasmado, para ver a la sexi morena. Katrina estaba sentada en el sofá, quizás Joaquín intentó alertarme y de imbécil no lo dejé.

-Tobias, ¿eso es un bebé? -preguntó arrugando el rostro y por inercia asentí con la cabeza- ¿Y es tuyo? -añadió y me encogí de hombros como respuesta.

Vi a Katrina levantarse y venir conmigo sin decir otra palabra, palmeó mi hombro, bofeteó mi mejilla y salió de mi vida.

«¡Oh, Katrina; oh, Katrina; oh, Katriiiina que te fuiste!», sollocé mentalmente, a punto de soltarme llorar de verdad.

La puerta se cerró y mi cabeza volvió a decaer, desvié los ojos hasta el paquete bajo mi brazo, ese que me devolvía una sonrisa sin comprender nada de lo que ocurría alrededor.

Suspiré cansino.

Me dirigí a un sillón para sentarlo, entonces noté la valija a un lado, por un momento creí que Katrina la había olvidado, pero descarté la idea ya que se veía demasiado corriente para alguien como ella, así que decidí revisarlo. Aparte de mí y ella, las únicas personas que habían estado esa noche allí eran Jessica y el bebé, así que debía ser suyo.

Dentro había ropa del chiquillo, un par de biberones, un juguete...

-¡Oh, no! ¿No sabes ir al baño? -pregunté al chiquillo, espantado, sosteniendo un pañal- Tendrás que aprender si piensas quedarte aquí.

Me abofeteé mentalmente luego de decir eso y continué revisando, encontré un sobre con documentos del chiquillo y una carta que decidí no leer mientras observaba atónito una fotografía donde yo aparecía junto a una mujer que sí reconocí.

-Odalys... -murmuré.

Alcé una mano y me cubrí la boca, sorprendido.

Odalys fue mi esposa hace años, muchos, en realidad. Nos divorciamos hace más de siete años. Miré al niño que ahora devoraba un cojín y sentí el corazón en la garganta; seguí sin leer la carta, en lugar de eso saqué el acta de nacimiento y temblé al ver el nombre de Odalys como madre y la tal Jessica también.

Un acta matrimonial acompañaba el documento.

-No lo comprendo -me dije en bajo-. Ellas están casadas y son las madres de este niño, ¿qué tengo que ver yo con esto?

Entonces, temblando, decidí abrir la carta sellada que tenía escrito mi nombre, asumo que, con la caligrafía de Odalys y respiré hondo en cuanto comencé a leer...

Hola Tobías, ¿cómo estás? Pregunta algo tonta porque esto no es un chat, pero de verdad espero que te encuentres bien.

Seguro te sorprenderá recibir esto de mí después de tanto tiempo y todas las cosas que pasaron entre nosotros, pero créeme que he intentado contarte esto muchísimas veces...

Primero quiero expresarte mi más profundo arrepentimiento por todo lo que sabes que pasó y lo que estás a punto de enterarte...

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