MPREG (IX) FINAL 💖
Contemplo la infinita oscuridad. No siento nada, no tengo cuerpo. Tampoco sé si estoy vivo o... Ni pensarlo. Es imposible que este sea el más allá; si lo es, significa que yo...
—¡No puedo estar muerto! —grito desesperado.
—¡Deje dormir!
Siento un sobresalto en el pecho ante esa voz desconocida. Mi mano, por inercia, va hacia esa zona y puedo sentir mis acelerados latidos. Suspiro aliviado porque así comprendo que no estoy solo o muerto y sí, tengo un cuerpo, medio inerte, pero lo tengo. Un sonido similar al de una bisagra consigo escuchar, y los rayos de luz que se cuelan me permiten divisar el entorno: es una habitación del hospital, y junto a la mía hay otras camillas. Una enfermera se acerca algo sonriente.
—Señor Wolf, ¿cómo se encuentra?
—¿Estoy vivo? —pregunto de forma involuntaria, y una risita baja responde la enfermera al asentir en silencio.
—Es la sala de recuperación; se descompensó durante la cirugía, pero todo está en orden con usted. En cuanto pase el efecto de la anestesia, será trasladado a su habitación.
—Gracias —contesto aliviado, aunque enseguida siento un golpe en el pecho.
—¿Los bebés?
—La pequeña se encuentra bastante estable, y después de veinticuatro horas en observación, pasará al retén para encontrarse con usted en la habitación mañana.
—Y-y... ¿e-el otro bebé? —La respuesta a mi cautelosa pregunta no llega enseguida. Siento pánico ante el pesaroso silencio, pero vuelvo a insistir con el miedo a punto de abandonar mis ojos en forma de lágrimas.
—El pequeño seguirá en cuidados intensivos neonatales un poco más; esperamos que se estabilice en...
Cierro los ojos y dejo de escuchar. A mi mente viene Trevor y todo el sufrimiento que plagó su corta vida. No puedo con esto; es demasiado doloroso. Aunque la joven intenta decir algo más, le impido seguir; lo único que quiero es quedarme a solas en este doloroso momento e intentar aferrarme a la felicidad que supone la buena salud de mi pequeña, pese a destrozarme el corazón la condición de su hermanito.
Con el correr del tiempo, empiezo a sentir hormiguear mi cuerpo. Poco a poco vuelvo a ser capaz de percibir mis extremidades inferiores. Aunque en su siguiente revisión, la enfermera me pidió permanecer quieto, no hago más que intentar incorporarme. No puedo siquiera imaginar cómo Ricky debe sentirse con toda la situación, y mi única intención es ir con él para abrazarlo, que a la vez su calor le inyecte un poco de consuelo a mi alma.
—¡Señor Wolf, debe estar tranquilo! —La enfermera vuelve a regañarme en su siguiente visita en cuanto nota lo que hago—. Ya vamos a trasladarlo a su habitación.
Un par de camilleros ingresan y comienzan a mover la cama para llevarme. Mis ojos se ofuscan por un momento en cuanto abandonamos la sala de recuperación antes de centrarse en las luces del techo en los corredores. Reconozco la voz de Kevin, que se une al grupo de traslado; habla sereno, pide mantener la calma porque todo evoluciona bien con los niños. Aprovecho para preguntarle por mi esposo, y siento un nimio alivio al saber que está tranquilo, lo cual logro corroborar en cuanto me pasan a mi cama y puedo finalmente fundirme en un fuerte abrazo con él.
El calor de su cuerpo me reconforta sobremanera, y sin decir ni una palabra, en la fuerza de su abrazo consigo paz, pero también nos inyectamos el coraje para enfrentar juntos lo que se avecina. Solo espero que de verdad, todo salga bien con nuestro bebé.
Descubro con asombro que es casi mediodía y le concedo la razón a mi estómago por demandar alimento de forma desesperada. Sin embargo, Ricky previó mi hambruna extrema y trajo de comer; lo malo es que se trató de algo mínimo, medido y demasiado sano. Lo observo contrariado, pero ni se inmuta al hablarme:
—Tobi, es recomendable así, no seas malcriado y come.
Ni modo. Tengo hambre y acabo en segundos con la comida, aunque mi estómago no deja de reclamar. Para mi buena suerte y en manos de la persona más inesperada llega mi salvación: una hamburguesa gigante, con doble carne, queso y verduras, aunque sin salsas con un jugo de naranja como acompañamiento. Casi lloro al recibir la comida que Kevin me entrega a escondidas de su mejor amigo en cuanto este me ha dejado solo un rato.
—¡Atáscate! —expresa el rubio en tono bajo mientras la boca se me hace agua—. Pero si Rico te cacha, ni siquiera me conoces, cariñito —añade desde la puerta antes de salir.
No tenía ni que decirlo; Ricky de seguro me ahorca con solo enterarse, por eso me dedico a devorar mi alimento como si no hubiese un mañana. Tal vez sea causa del hambre voraz o la mínima ración de alimento que trajo mi esposo, pero la hamburguesa me supo a gloria, y pese al tamaño, conseguí terminarla justo a tiempo para ocultar los envoltorios bajo la manta antes de su retorno.
Ricky sonríe apenas cruza la puerta y con lágrimas de emoción habla sobre lo encantadora que es la bebé, nuestra pequeña; es inevitable devolverle el gesto, con mayor premura al tenerlo a mi lado y degustar sus labios.
—Ya quiero verla —contesto contra su boca y noto su pequeña sonrisa—. Solo pude medio conocerla en el quiró...
—Tobi... —me interrumpe enseguida y ladeo la cabeza, algo confundido, ante esos ojos achinados y amenazantes— ¿comiste algo en mí ausencia?
Niego en silencio con desespero y mi esposo se cruza de brazos al observarme durante unos minutos.
—¿Seguro?
El sudor comienza a formarse en mi frente. ¡Carajo! Debería aprender a mentir o al menos disimular, pero sé que soy malo en ello. Sin poder sostener la mirada del hombre que amo, desvío la vista hacia el techo antes de balbucear:
—¿Vamos a ver a los bebés?
El suspiro de Ricky me indica que se ha dado cuenta, sin embargo, lo pasa por alto. Me estrecha en sus brazos un momento antes de ayudarme a incorporar para encaminarnos con suma cautela hacia la sala de cuidados intensivos neonatales.
Ahí están, pequeñitos, tan frágiles y perfectos. En una incubadora, la pequeña descansa con tranquilidad, serena como si no hubiese pasado por toda esa tormenta en mi interior. Junto a ella, en otra unidad, nuestro hijo lucha por su vida. La imagen de esa pequeña criatura con apenas unas horas de vida, me eriza la piel. Siento una impotencia abrumadora, y solo aprieto la mano de Ricky mientras observamos a nuestro hijo.
Permanecemos ahí un rato más, contemplando a nuestros pequeños luchadores, esperamos que la fuerza de su espíritu los lleve a superar esta prueba. Despacio, regresamos a la habitación donde la pequeña discusión que manteníamos antes de salir retorna en el instante en que Ricky mueve las mantas y descubre el empaque con los restos.
Niego en silencio con desespero y mi esposo se lleva las manos a las caderas con una expresión de molestia en el rostro. No puedo evitar reír, lo que resulta en mi contra porque el dolor abdominal se siente como si me clavaran un cuchillo.
—¡Tobías Wolf, eso te sacas por darme la contra! ¡Uuuy!, esto es de la cafetería... ¿Quién te trajo esto?
No respondo, sigo en el torpe intento de no reír. ¿Esta estúpida risa será algún efecto de la anestesia? Quiero decir, sí, el drama de Ricky por el almuerzo clandestino es divertido, pero tampoco para que yo ría como tonto sin control, aun sabiendo que el dolor se multiplica con ello.
—¿Duele mucho, Tobi? La pregunta de Ricky suena amable. En algún momento decidió hacer a un lado su molestia, quizás al notar que mi estúpida risa se ha transformado en un llanto desgarrador, mismo que intento calmar entre respiraciones para controlar el dolor. Asiento con la cabeza, en medio de gimoteos.
—Tobi, lo siento —expresa en bajo y por un instante usa sus dientes para juguetear nervioso con el piercing que decora su labio inferior. Yo niego en silencio conforme siento un poco más de calma. En realidad, él no hizo algo para provocarme esto.
—No es tu culpa —consigo decirle y aprieto su mano—. Ya sé que, por ahora, no debo reír mucho; así que sácate el payaso interior, amor... por fa.
Lo veo sonreír un poco más tranquilo y junta nuestros labios en un lánguido beso. Que termina de llevarse el remanente de dolor. Me cuenta que pudo interactuar con la bebé en la incubadora, es sumamente activa y con unos pulmones muy fuertes que utiliza para chillar en alta frecuencia.
—Algo tenía que sacar de ti —le digo en tono irónico y una vez más ríe. Amo verle reír, luce muy feliz y eso le aporta calidez y alegría a mi corazón.
—Tiene tu cabello —reprocha con un puchero y le observo contrariado—, yo quería unos lindos rizos para ella.
—¿Qué te dije sobre hacerme reír? —respondo tratando de no carcajearme por sus tonterías—. Además, el cabello de los bebés cambia conforme crecen; solo queda esperar. Ricky, ¿qué dicen del segundo bebé?
El rostro de mi esposo se ensombrece y por eso decido halagarlo hasta reposar su cabeza en mi hombro.
—Solo queda esperar, Tobi, sigue en intensivo. Es muy lindo, aunque solo pude verlo de lejos y a diferencia de ella, ni se mueve...
La voz de Ricky se quiebra y veo en sus ojos que intenta contener las lágrimas.
—Tranquilo.
—Lo intento, Tobi, y trato de enfocarme en lo fuerte, hermosa y perfecta que es la bebé, estar feliz y agradecido por ella, pero basta pensar en él para...
—¿Él? ¿Es un niño? —Ricky se separa un poco de mí para observarme de frente y asiente en silencio con una triste sonrisa—. ¡Vaya!, nadie me lo dijo antes.
—Es un varón, nuestro pequeñito, Tobi...
Nos fundimos en un fortísimo abrazo y siento mi pecho quebrarse al percibir sus lágrimas empaparme el hombro. Quiero aferrarme a la esperanza, creer que los cuatro juntos abandonaremos este sitio; pero algo dentro de mí grita que no pasará. Debo preparar mi corazón y alma para quebrarse otra vez.
Aquel fue un día tranquilo, pese al dolor y la incomodidad para dormir ni hablar de ir al baño, pude conciliar el sueño y descansar de tanto drama. Desperté durante la mañana, el sonido de la puerta, de inmediato captó mi atención y mis ojos se fijan en las personas que ingresan: Sebas sonríe al verme; junto a él, Kevin conduce una pequeña cuna rodante y de inmediato mi vista se nubla ante las incipientes lágrimas. A pesar del doloroso sentimiento que me produce la condición de mi pequeño hijo, la pequeña resulta un bálsamo a mis penurias.
Extiendo los brazos una vez la cuna se encuentra junto a la cama y Kevin me entrega a mi pequeña. ¡Dios!, es encantadora. Sus ojitos grisáceos son un presagio, quizás herede esa miel presente en la mirada de Ricky; el tono de su piel es precioso, apenas un poco más claro que el de mi esposo, como canela.
A pesar de su tamaño y peso, tenerla entre mis brazos le aporta una serenidad increíble a mi alma y me dota el corazón de un analgésico natural que calma el intrínseco miedo a quebrarse de nuevo. Ella es la esperanza hecha persona.
—Tobi, ¿cómo le llamaremos? —La voz de mi esposo rompe esa pequeña burbuja en la cual me perdí con la sola compañía de mi niña.
Ricky y yo compartimos una emocional sonrisa en cuanto se sienta a mi lado; enseguida me aferro a ambos, beso la mejilla de mi esposo, seguidamente la frente de mi pequeña, un nombre atraviesa mis pensamientos cual si lo hubiese susurrado el viento y sin más, lo dejo salir en un murmullo:
—Iris...
—¿Iris? —inquiere mi esposo, algo confundido.
—Sí, Iris, igual que la diosa mensajera. Estoy seguro de que su llegada solo anuncia buenas nuevas y a esa idea deseo aferrarme.
Mi esposo asiente con lágrimas de emoción y juntos pasamos el día ocupados con la bebé, todo un ángel que ni llegamos a sentir, súper tranquila; pero al caer la noche, las cosas cambiaron. Deseé arrancarme los oídos y sacarme los ojos. El efecto de la anestesia hace mucho que pasó y desde entonces dependo de analgésicos para afrontar el dolor, mismo que retorna con solo intentar hallar algo de acomodo en la cama, peor resulta levantarme para ir al baño o caminar un poco: siento que mi abdomen vuelve a abrirse.
Encima, Ricky y yo estamos a punto de enloquecer con el llanto de Iris que no cesa ante ninguno de nuestros intentos. El cielo comienza a verse un poco más claro y eso parece indicarle a la bebé que es hora de dormir porque poco a poco el llanto se calma y sus ojitos, al fin, se cierran.
Creí que el embarazo era un suplicio horrible, pero luego de solo una noche descubrí que existe algo peor y quizás cuántas serán como esa. Ricky se dejó caer en el espacio que le hice junto
a mí en la cama, una vez Iris estuvo completamente dormida, su rostro ojeroso era un claro reflejo del mío; intercambiamos miradas seguido de una sonrisa condescendiente que expresa sin una palabra el más profundo agradecimiento por estar a bordo del mismo barco.
—Parece que las cosas no serán sencillas con ella, Tobi —dice mi esposo en un susurro.
—Ah, pero si tú eres el experto en niños —replico con ironía y me gano una palmada al pecho junto a su mala cara—. Será un reto para enfrentar juntos.
Ricky asiente en silencio, junta nuestros labios en un dulce beso. Por un momento y durante un rato, conseguimos cerrar los ojos hasta ser despertados por una visita médica: Sebas junto a otro médico a quien nos presenta como la pediatra que vino a chequear a la bebé. Suspiro resignado, lo que menos deseo es despertar a Iris luego de tan horrible noche, pero no queda de otra.
Mientras la doctora se encarga de una encantadora bebé tranquila y sonriente que dista mucho de aquella criatura escandalosa de la noche anterior, consulto a mi amigo acerca del alta médica porque ya necesito abandonar este sitio.
—¿Irte? ¿Qué pasó, qué pasó? —Sebas me mira extrañado al hablar e incluso se hace el ofendido con una mano al pecho, su tonito irónico me provoca un instinto homicida descomunal— ¿No te estamos atendiendo como debe ser?
—¡Sebas!
—Fíjate que no, te tendré aquí de tres a cinco días más. Pa que se te quite... digo, en observación.
Sin importar cuántas veces lo insulté, Sebas salió de la recámara junto a la pediatra, muertos de risa mientras yo hiperventilo de la ira. No obstante, mis quejas se disipan con la imagen ocurrida ante mí: Ricky acuna a Iris en sus brazos mientras tararea una canción de cuna, sonriente, su mirada luce emocional y mi corazón se llena de paz, alegría, calma y felicidad con solo verlos.
Mi esposo se acerca con Iris y luego de recostarse a mi lado logramos conciliar el sueño hasta ser despertados por la visita de mis padres, siento una emoción tremenda por tenerlos aquí y ambos lucen complacidos, felices solo con ver a la bebé. Mamá ni se diga, la carga con una ternura que me calienta el pecho.
Entre pláticas, risas aunado a una video llamada con Ed, Jessica y Tadeo pasamos el día. Con cierta frecuencia recibimos a Kevin que trae noticias extraoficiales sobre la evolución del bebé y la esperanza crece dentro de mí, deseo con locura aferrarme a este sentimiento.
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Sebas no mintió cuando lo dijo, tres días me ha mantenido encerrado y mis ganas de ahorcarlo crecen cada noche con los gritos de Iris. ¿Qué es peor que tu bebé tenga problemas de sueño? Sin duda, que eso ocurra cuando estás en un hospital. No obstante, durante el día, en esos momentos que siento la imperiosa necesidad de cometer un homicidio durante las visitas de Sebas, observo a mi dulce bebé dormida y se me pasa. No haría nada que me alejara de ella y la perfecta familia que he consolidado con mi esposo e hijos.
—Ah, sí... —La voz de Sebas me extrae de mis cavilaciones mentales y desvío la vista desde la bebé hacia él que está por salir—. Hoy te largas.
No digo nada, solo lo veo partir y es Ricky quien después de un rato, grita y salta de emoción a mi lado, así soy consciente de que finalmente soy libre. Aunque nuestra emoción dura poco pues ninguno desea despertar a Iris, así que dejamos el escándalo y verificamos su sueño: sigue en orden. Suspiramos resignados, compartiendo una enorme sonrisa, seguido de un lánguido beso que descontrola mis sentidos.
Estoy por llamar a mi esposo para que se acerque con nuestra pequeña cuando la puerta se abre y veo a una enfermera sostenerla antes de que todo se torne en cámara lenta. La parte frontal de una segunda cuna rodante se asoma y mi corazón se desboca ante la expectativa. Aunque tratase con todas las fuerzas de mi alma, es imposible contener el llanto; mi pecho se infla y deshinchar sin control, deseo levantarme y correr hacia Kevin cuyos pasos me parecen demasiado parsimoniosos.
—Bueno, queridos papitos —anuncia el rubio al hallarse junto a la cama—, con gran orgullo les presento a su pequeño...
Mi corazón está a punto de salirse, Sebas no dijo nada sobre el alta del bebé y sigo sin poder creer que lo veo ante mí. Creí que nos iríamos sin él, que al igual que pasó con Trevor permanecería aquí varios días más...
—¡Kevincito! —añade el enfermero y así abandono mis cavilaciones.
«¿Kevincito?», pienso extrañado al ser consciente de sus palabras, entonces el mundo recupera su velocidad habitual, la enfermera ríe a carcajadas y mi esposo se suma también en cuanto recibe a nuestro bebé en brazos.
—¿Qué? ¿No les gusta el nombre? Un homenaje a la perfección —dice el desgraciado y le da por posar como si fuese parte de una sesión de revista.
—¡Ay, cállate, tonto! —replica mi esposo le propina un empujón con el hombro al cual el chico responde con un abrazo lateral y un beso en la cabeza.
—Te quiero, hermano, estoy feliz por ti... —Consigo escucharle decir al rubio en tono bajo y luego me observa a mí—. Felicidades también a ti, mamita.
«¡Desgraciado!», el pensamiento cruza veloz, pero no digo nada porque es mucho más importante recibir a mi lado a mi esposo e hijo y por fin tener la certeza
de que todo está bien porque los cuatro podremos abandonar este sitio y disfrutar de nuestra familia.
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La familia esperaba ansiosa nuestra llegada a casa, Jessica y Tadeo morían por conocer a la bebé del mismo modo que mis padres y suegros estaban locos por volver a verla. La sala se llenó de aplausos, apenas abrimos la puerta; mi esposo ingresó sonriente con el portabebés de Iris y de inmediato cayeron sobre él como buitres, por lo cual ninguno notó mi entrada con el bebé hasta oírme carraspera en alto.
—Ay, perdón, hijito es que... —Es mamá la que contesta distraída, pero su voz muere al ser consciente de que traigo un segundo portabebés.
La veo alejarse del grupo, nerviosa, y da algunos pasos en mi dirección, aunque parece debatirse entre acercarse o no.
—To-tobías, hijito, ¿qué-qué tiene es allí...?
—¿Por qué no vienes y lo ves, mamá?
Mi madre lo duda, pero en cuanto llega con nosotros, sus ojos se llenan de lágrimas y enseguida, comienza a saltar como demente mientras grita entusiasmada:
—¡Aaaaaaaaah! ¡El bebé! ¡Es el bebé, es el bebé! ¡Bendito Dios, es el bebé!
Me cuesta no reír con su reacción y por supuesto, mi abdomen vuelve a reclamar. Mamá se apresura a tomar al bebé y así puedo soltar esa cosa enseguida para concentrarme en respirar e intentar pasar el dolor, pero los buitres vienen a nuestro encuentro. Las risas, aunadas a emocionales gritos no se hacen esperar. Sin duda, amo estar de vuelta en casa y poder compartir con mi familia este momento de extrema felicidad.
Cuando conseguimos tomar asiento en el sofá, Ricky se sienta a mi lado con Iris en brazos mientras yo me aferro a nuestro pequeño durmiente con fuerza, toda la familia se ubica en torno a nosotros y la pregunta más esperada surge:
—¿Cómo le llamará? —dice Malena y el resto la secunda, aunque algunos hacen su aporte a la lista que descartamos al instante.
Entonces, Tadeo toma asiento a mi izquierda para acariciar a su hermano, sonriente.
—Él es fuerte, ha sido un guerrero desde el nacimiento, pa —me dice y yo asiento en voz baja, concediéndole la razón—. Debería tener un nombre que eso signifique: fuerza. Encontré en Internet uno que me gustó, Izán.
Toda la sala se torna silencio, la familia entera parece procesar las palabras de Tadeo que me han llegado al corazón, además, la diminuta sonrisa del bebé me hace comprender que mi hijo tiene toda la razón.
—Bueno —le contesto mientras sobo su cabello, entonces eleva la mirada para contemplarme—, Izán será, hijo.
Toda mi vida ha estado cargada de momentos inesperados, uno de los más hermosos llegó hace poco más de nueve años en la forma de un niño que cambió por completo mi forma de ver el mundo y hoy lo veo aquí, junto a mí, tan enorme y maduro que dista mucho de aquel bebé que disfrutaba morder mi oreja. Beso su frente.
El segundo mejor e inesperado cambio que llegó a mí vino en la forma del nuevo amor, en la persona que menos habría imaginado, pero cuya luz ha sido fuente inagotable de felicidad en mi vida. Jamás pensé que en su compañía volvería a ser padre y menos de la manera en que se dieron las cosas, pero si me dieran a elegir, no le cambiaría ni una coma a la historia de mi vida porque con ellos mi mundo se volteó para bien y hoy tengo conmigo a la hermosa familia que siempre deseé.
Fin.
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Hola de nuevo, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 espero que estén pasando un bonito día y que hayan disfrutado el final de este especial que se descontroló un poquito. 😂
Gracias por decidir abordar este barco, gracias por el apoyo que me han brindado, gracias por sus votos y comentarios, son mi motor. 💖
Quisiera saber qué les ha parecido todo este viaje.
Nos leemos lueguito en algún especial o a bordo de otra historia. Los loviu so mucho, mis corazones. 💖
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