Prólogo
Como era normalmente, Nico comenzó a impacientarse rápidamente y empezó a caminar con zancadas apresuradas por el oscuro y mohoso pasillo subterráneo de la mansión de los Clipton. Sus dos guardaespaldas mantenían una cierta distancia respetuosa y precavida detrás de él, ya que el joven italiano estaba tan molesto que parecía que con cada pisada que daba, el suelo y las paredes se agrietaban amenazando con caerles encima y engullirlos como cucarachas.
Nico estaba quemándose de rabia por dentro, su boca de vez en cuando se crispaba involuntariamente, ya qué con gran disgusto había tenido que llamar y retrasar su cita una hora más por este asunto a última hora. ¡Justamente en este maldito día! ¡A su chico favorito!
A cada pocos metros, a un lado de cada puerta de las habitaciones habían pequeñas lámparas pegadas a la pared que apenas daban un poco de luminosidad al pasillo. Si acaso Nico rozará los dedos por estas paredes, podría jurar sentir y visualizar otros dedos más desafortunados rasguñando las paredes luchando en vano por conseguir escapatoria y salvación. Un millar de dedos desamparados rozando estás paredes pinceladas de maloliente sangre coagulada y seca. Incluso parecía poder oír gritos y aullidos amortiguados de cada habitación que dejaba atrás.
Cada habitación había sido testigo de sufrimientos inimaginables. Si pegas tu oreja en la pared, podrías oír como te susurran con desconsuelo historias trágicas. Él lo sabía, y con apenas dieciocho años este pensamiento no causó ni siquiera un mínimo escalofrío pues había entrado en el negocio ya desde los dieciséis.
Es decir, su padre le había introducido en este mundo esperanzado para que su único hijo se convirtiera finalmente en un hombre de pies a cabeza.
- Este pasillo es interminable, se hace más largo con cada paso que damos. - Refunfuña Nico mirándolos desde la comisura de sus ojos. - ¿Acaso Dédalo a estado aquí intentando reconstruir otro laberinto? -
- Es una teoría bastante razonable, señor. - Contestó Caronte formando una sonrisa maliciosa. - Deberíamos traer a Minos aquí algún día de paseo y en algún momento dado perderlo de vista. Accidentalmente, claro está. - Añade como quien no quiere la cosa.
Nico soltó una carcajada sin poder detenerse. Le costó mucho después volver a colocar su expresión huraña y reservada. Perfeccionada especialmente para el trabajo. En este mundo lleno de hombres altos y robustos, él con su delgada complexión solo le quedaba esforzarse aún más para ganarse respeto y temor. Él no se quejaba, poseía las aptitudes adecuadas, las utilizó con inteligencia y ahora él gozaba de jerarquía.
- Sigue teniendo más ideas como esas, Caronte y personalmente me voy a encargar de convencer a padre para que te aumente el salario. - Lo había dicho con poca convicción conociendo a su tacaño padre. Sin embargo, fue suficiente para subirlo en las nubes.
- Genial, necesito nuevos trajes. Solo diez más. - Murmura para sí, apenas conteniendo su emoción. - Trajes italianos y a medida. Con botones hechos de rubíes y diamantes. -
La oscuridad era tan poderosa que se necesitaría de grandes reflectores para conseguir algo de claridad en este lugar perdido de Zeus. Nico recordó conteniendo un profundo suspiro, qué Will se sentiría sumamente alterado y aterrado en este lugar. Pero él, estaba en sus anchas. Este era su hábitat como amante y criatura de la noche. La oscuridad lo abrazaba como una vieja amiga y se sentía muy agradable.
Pero, claro, no era ni de cerca tan agradable como besar los cálidos labios de Will Solace. ¡Qué gozo! ¡Oh! Ni tan agradable como cuando sus dedos rozan y juegan seductoramente con los labios de Nico provocándole escalofríos por todo su cuerpo hasta llegar a su entrepierna.
- Es está puerta, joven Di Angelo. - Indicó Albert con su habitual amabilidad. - Déjeme abrirle la puerta, por favor. -
Albert se hizo a un lado, y Nico entró adoptando una postura elegante y pulcra de inmediato ante los hombres amontonados cerca de las paredes y alrededor del joven atado en la silla de pies y manos sin cuidado alguno, teniendo en cuenta la piel roja y abierta alrededor de las cuerdas. Era joven, Nico no sabía como lo supo pero algo le decía que tenía su edad. El chico movía su pecho de arriba a abajo frenéticamente y sonaba como si estuviera ahogándose debajo de esa bolsa negra que tapaba completamente su cabeza hasta su cuello. Tenía también cortes en los brazos y su camisa que parecía recién comprada estaba manchada de su propia sangre. Trató de ignorar la repentina lástima que lo inundó. La hizo a un lado, él chico debía estar aquí por alguna razón lógica.
Mirando con más cuidado la habitación, recibió una gran sorpresa al encontrarse allí al ayudante de su padre, Minos, lavándose la sangre (probablemente del chico) de las manos en un balde lleno de agua sucia.
- Minos, vaya sorpresa. Me lo imaginaba festejando y pasándose de tragos en la fiesta de los McLean. - Comentó despreocupadamente, tratando de alejar el antagonismo de su voz. - ¿Estaba bastante aburrida la fiesta, o es que acaso se ha ido frustrado de allí, porque la hermosa Afrodita no haya caído en el adulterio por usted. -
Nico casi soltó un respingo alarmado, giró de golpe observando al chico amarrado en la silla cuando este súbitamente sufrió un fuerte espasmo a causa de oír su voz. Al menos esa era su conclusión. Unos segundos después empezó a zarandearse endemoniadamente entre sus cuerdas con un maullido escalofriante e incomprensible. Sus nervios se habían desatado y jadeaba dolorosamente.
Nico Di Angelo siempre fue un joven muy despistado.
- Tan elocuente como siempre, señor Di Angelo. No cabe duda que es la viva imagen de su madre en todos los aspectos. - Contesta Minos enigmático ignorando completamente al chico, chasquea los dedos y uno de los hombres que estaba pegado a la pared más cercana le pasa una toalla con rapidez. - Quería cerciorarme que hiciera su trabajo de buena gana, espero no incomodarle. Deseo presenciar sus acciones personalmente en esta noche fresca. -
Nico le sonrió de medio lado e hizo una breve inclinación respetuosa y sarcástica con la cabeza para Minos, presto alzó el mentón con petulancia. Trató de ignorar a su vez a ese miserable muchacho. Era difícil, el chico había empezado a dar con su silla pequeños saltos en su dirección y parecía que incluso podía verlo desde su capucha.
- ¿Cual es el veredicto para él? - Preguntó con los ojos pegados a la figura desesperada. - ¿Qué ha hecho el pobre malnacido para estar aquí? -
- La segunda pregunta la veo innecesaria de responder. - Respondió Minos, se acercó hasta la figura y le dio un puñetazo en el estómago con fuerza. - ¡Cállate! El chico desafortunadamente fue castigado al tener a un padre estafador. Joven Di Angelo, usted solo proceda en lo que es bueno. Hacer demasiadas preguntas es inadecuado para alguien tan joven como usted. -
Nico miró al chico encogerse aún por el dolor de aquel golpe en el estómago. Sintiéndose al mismo tiempo subestimado y menospreciado. Recordó entonces de improviso, qué no debía hacer esperar por más tiempo a su reciente novio.
A su amado novio, deseaba tanto volver a ver esa brillante sonrisa llenando de calidez su corazón. Lo deseaba tanto a su lado, con su dulce inocencia y ojos vivos y azules caribeños. Este pensamiento fue lo único que lo hizo no insistir, y actuó sin pensar.
- Albert. - Lo llamó sin darle explicaciones y el susodicho se acercó con un maletín ya abierto para él. Nico agarró la pistola 9mm y le agregó las balas con experiencia en un hábil movimiento.
El sonido de estas acciones llegaron hasta los oídos del chico encadenado. Se zarandeo una vez más con desesperación y luego se detuvo abruptamente y empezó a sollozar con fuerza. Gritando desesperanzado, gritaba como si le fuera la vida en ello, como si quisiera llegar hasta los oídos de alguien. Nico supuso que la recarga de un arma era lo último que él quería oír.
Nico apunto con la pistola a la cabeza encapuchada del joven. Todos lo observaron en silencio y Minos principalmente con sus labios entreabiertos y la lengua algo afuera no perdió ningún movimiento suyo. Estudiándolo cuidadosamente
Su mano era firme y su agarré era de hierro, no temblaban ni en lo más mínimo con la idea de acabar una vida sin miramientos. No titubeaban ante la posibilidad de enviar un alma al inframundo.
Sus ojos estaban fijos y helados como el vacío del caos. Una mirada que su propio padre se había encargado de colocarla... De la cual estaba completamente orgulloso. Orgulloso del hijo sin sentimientos que pensó haber criado y nutrido. Él estaba orgulloso, pues los sentimientos eran debilidad. Porque sus sentimientos lo habían destruido y derrumbado. Y él solo quería proteger a su hijo.
Nico siempre había sido un chico sumamente despistado en muchos momentos de su vida, pero está vez su corazón le susurró suavemente que mirará hacia abajo, hacia los cordones de sus zapatos. Miren nada más, aquel chico ataba los cordones exactamente igual como alguien que conocía muy bien personalmente.
Una extraña emoción inundó su pecho y olvidó incluso su nombre y el de sus padres. Se olvidó de todo respecto a él, y lo recordó todo de él. Pero debía cerciorarse, tal vez su corazón se había ablandado solamente a causa de su Sol personal.
Él nunca había preguntado, él nunca dudaba y seguía las instrucciones al pie de la letra por más ridículas o terribles que le pareciera.
- Necesito verlo. Descubran su rostro. - Ordenó con voz imperiosa. Todo el cuerpo del joven encapuchado quedó tieso por la incredulidad. - Es justo para el chico antes de morir, qué llegue a conocer al hombre que deba odiar hasta su descenso en el inframundo. -
- ¿Las órdenes que le di, no llegaron bien a sus oídos acaso? - Exclamo Minos con mofa. - Usted solo debe actuar de acuerdo a las leyes de su padre... -
- ¿Osas desobedecerme? - Lo interrumpió en seco Nico en un tono peligrosamente bajo. - Usted debería utilizar el agua del balde y lavarse las orejas, por suerte para usted estoy caritativo y volveré a explicarme. -
Miró a cada uno de esos hombres dos veces más altos que él, y de músculos pero el coraje de Nico no equivalía ni siquiera juntando a estos hombres todos juntos.
- Descubran su rostro. - Vuelve a mandar. - El que lo haga gozará de una buena recompensa. Saben de las riqueza de mi familia.-
Soborna a cualquier hombre de escasa dignidad y con gran ambición y será completamente tuyo, hasta que venga otro más adinerado y le ofrezca mucha más riqueza de lo que tú puedas ofrecerle. Uno de los lacayos se acercó a cumplir sus órdenes sin dudar por más de dos segundos.
El aliento de Nico se atragantó en su garganta. Olvido el hecho tan simple de como volver a meter aire dentro de sus pulmones y su corazón lloró ante Está aberración. Sus ojos se dilataron y sus manos siempre firmes empezaron a temblar violentamente como hojas al son del viento helado como si congelará la sangre de Nico dejándolo rígido en su lugar. El arma en su mano tembló visiblemente y no le importó ni un carajo que los demás lo notarán.
Lo dejo mudo las crueles coincidencias del universo. Aquel chico siempre alegre y lleno de vida que Nico había jurado por el río estigio ser él quién lo protegería hasta la eternidad. Él sería quien lo cuidará de todo, él prometió que jamás sufriría.
¿Había sido tan idiota? ¿Lo castigaron los Dioses por ser tan ingenuo por creer en su vaga promesa de protección?
Sus miradas se encontraron y se ahogaron entre ellas por la incredulidad. Compartieron mil emociones en un segundo mientras él aún con una pistola en sus manos sudorosas apuntaba directo a su cráneo.
Tan cerca de haber destruido a su sol, ni se imagina el hoyo negro que su muerte hubiera desatado engullendo al pobre Nico y a todo a su paso, en la única oscuridad que jamás encontraría agradable.
Una oscuridad nacida por la ausencia de Will.
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