63. Destino

No se puede huir del destino, como tampoco se puede huir del amor.

Tendrías que arrancarte el corazón, pero entonces, estarías muerto.

El cese de nuestros corazones es el fin de nuestro amor.

🍂
🍂    


☀️Cabeza de Spaghetti:

"Disfruté muchísimo de nuestra cita de hoy... y otras cosas 😉"

"Gracias por esforzarte 💕"

"Espero con ansias el próximo 👀"

Nico sonrió cuando vio el mensaje. Su corazón habitualmente frío, como las patas de un pingüino (como solía molestarlo Caronte), se entibió dulcemente hasta que toda la sensación se extendió por sus miembros ya, enlaguecidos después del sexo. Luego dio un giro y un pequeño saltito que jamás haría enfrente de otros individuos con tendencia chismosas y se dejó caer de espaldas sobre su cama para finalmente, quedarse mirando el techo de su habitación con una expresión llena de deleite. ¡Ah!, estaba soltando toda esa mierda rosa a su alrededor, casi podía verla flotar con sus indecentes ojos en forma de nubecitas, ¡pero qué más daba! Estaba jodidamente feliz.

Se preguntó si Will, de vuelta en la seguridad de su hogar, estaría también como él: acostado, con la mente relajada, rememorando cada detalle del día, y cada palabra, y la sensación de sus cuerpos entrelazados, junto con las promesas. Buscó su celular a tientas sobre el colchón, apenas lo encontró, estaba a punto de contestarle los mensajes a Will, cuando una llamada abarcó toda la pantalla, frustrando su objetivo. Ni siquiera ocultó la molestia en su voz cuando aceptó la llamada, y dijo:

—¿Qué quieres Drew?

—¡Vaya!, resuelto el negocio entre ambos y ya vuelves a tratarme como la mierda. Siempre supe que eras un hipócrita, pero el alcance de tu descaro es de admirar. ¡Es tan grande como tu belleza! —se echó a reír con fuerza—. Oye, al menos finge un poquitito que antes no me hablabas bonito por interés, ¿eh?

—¿Para qué? Ya lo sabes, ¿no? —señaló Nico en tono indiferente, y sin ningún ápice de vergüenza mientras se estudiaba las uñas. "¿Debería pedirle a Hazel que me las pinte en negro?" "¿Cómo le hago para que parezca su idea?" Se preguntó distraídamente. Luego recordó la existencia de Drew, cuando la escuchó reír más y regresó su atención a ella—. ¿Y? ¿Ocurrió algo en la reunión de hoy? Di lo que quieras y vete al diablo.

Drew chasqueó la lengua. Murmuró algo ininteligible y probablemente ofensivo, y después, habló:

—El doctor murió. Lo mató mi padre de un balazo en la cabeza.

—Pobrecito.

—Sip —hubo una pausa, como si esperara una reacción más dramática de su parte. Quizás algo que denotara culpa, sin embargo, a Nico no podría importarle menos el final de un hombre ambicioso que había tomado malas decisiones. Nico había sido, solo el último puentecito para llegar a su tan predecible destino. Drew, al darse cuenta que no obtendría más, continuó—: ¡Oh! Y creo que tu padre sospecha de ti.

Aquello sí obtuvo una reacción de Nico. Se sentó de golpe sobre su cama, la mano que sostenía el celular se apretó tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos. Su voz era peligrosa:

—¿Le dijiste...?

—¡Por supuesto que no! —Lo interrumpió rápidamente Drew, muy ofendida—. Solo fue algo en su mirada... Un presentimiento, ya sabes. Las mujeres sabemos de eso. Ojo de loca no se equivoca.

—Bueno, tienes razón en lo de loca —se burló Nico, quitándose los zapatos con impaciencia—. ¿Es todo? Voy a cortar —no quería que Will pensase que lo estaba ignorando, no después de aquellos mensajes tan significativos.

Pocas cosas le preocupaban a Nico en este mundo. Ni siquiera la posibilidad de que su padre lo descubriera, lo asustaba tanto como el pensamiento de que había hecho sentir mal a Will por hacerlo esperar.

—Por favor, di angelo, ten una pizca de respeto por la persona que te cedió toda esa droga gratis, ¿eh? —bufó Drew—. Por cierto, no me importa si la quieres consumir toda tu sola o la quieres vender, pero te lo advierto, si mi padre vuelve a ver esa droga amarilla por nuestra zona, soltaré toda la mierda sobre ti. Me costó mucho conseguir su reconocimiento, no la perderé fácilmente. Así que más te vale no ser descubierto. ¿Oíste? —pronunció las palabras lentamente—: Estás por tu cuenta.

—Relájate, haré algo con ese color.

—¿Cómo? —Drew sonó incrédula—. La única forma es alterarla y eres malísimo en química. He visto tus notas. ¿A quién le pedirás ayuda, eh?

Nico sonrió lentamente.

—Tu tiempo ha expirado, Drew Tanaka.

Y cortó.

Dylan llegó tarde a propósito. El timbre que indicaba el comienzo de las clases, estaba chillando cual Abby berrinchuda, en el momento que estacionaba su auto en el lugar de siempre. Por fuera, ostentaba un semblante sereno y amigable, con ropa a la moda y un cutis que hizo a Silena morder su bolso Prada por el deseo de obtenerlo. Pero por dentro, tenía un puto corazón que estaba perdiendo la compostura, como un caballo al que estaban azotando para aumentar su rapidez. Ahora, en los pasillos, incluso con el barullo de los estudiantes yendo corriendo a sus salones correspondientes, Dylan todavía podía oír las palpitaciones contra su tórax como si un sapo rabioso tratara de encontrar su camino hacia afuera.

La razón era simple. ¿Lo era? Oh, vio a Luke antes de subir las escaleras.

Lo saludó con la manito.

Luke le sacó el dedo del medio.

"¡Ah, qué lindo es que algunas cosas nunca cambien!", pensó con una sonrisa satisfecha, y siguió su camino.

Un rato después, se detuvo delante de su clase, con su mano quieta sobre el picaporte. Su cerebro le estaba enviando señales para que le abriera y dejara de actuar como un papanatas, pero lo único que podía hacer era seguir mirando, tieso, hasta que para su sorpresa, notó que sus dedos estaban temblándole ligeramente. Se sintió furioso consigo mismo, rodando los ojos hasta que casi se le atoraron detrás de la cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿No había pasado por situaciones más difíciles que éstas? Una vez había encontrado a su padre violando a su madre y al día siguiente había tenido que fingir normalidad, a no ser que hubiera querido una paliza. Por lo que encontrarte con la persona que mencionó que no podía dejar de pensar en tus piernas alrededor de su cintura, debería ser más fácil, ¿verdad?

Sintió que el rubor se apoderaba de su rostro, y de todo su cuerpo. El calor, como siempre le sucedía cuando recordaba aquel momento, casi parecía que lo ahogaba y le causaba un extraño cosquilleo en alguna parte de su ser, que no quería pensar mucho. Lo había ignorado desde el viernes, como lo había ignorado a "él", hasta que tuvo que apagar el celular por el aluvión de mensajes, y distraerse con un maratón de películas ochenteras. Había llegado el momento de afrontarlo. Porque no sabía cómo convencer a su padre para cambiarse de Instituto.

—Buenos días, chicos. La profesora de matemáticas, la señorita Kirchner, lamentablemente no podrá asistir para la cátedra de hoy —anunciaba la profesora Lily, de pie enfrente de todo el salón. Al oír la puerta abrirse, miró a Dylan con un atisbo de sorpresa, y luego le hizo un gesto con la mano—. Es la primera vez que llegas tarde. Vamos, ve a sentarte —luego regresó su atención a la clase—: Es por eso que la clase de Artes se adelantará en esta ocasión. ¿Pueden preparar una hoja en blanco? Les diré la actividad en un momento.

—Bello durmiente parece haberse peleado con un peine antes de entrar —dijo una voz burlona, provocando la risa de varios que la escucharon.

Dylan volteó la cabeza, solo un poquito, para enviarle una sonrisa fugaz a Rachel Elizabeth Dare, la pelirroja con tatuaje de escarabajos en el cuello que solía tener la costumbre de fastidiarlo por alguna razón.

—¿Te gusta? —dijo con voz inocente—. Copié un poco tu estilo, lo admito. Pero sigo sin lograr ese crin rojo todo lioso de tu cabeza —hizo gestos con las manos como si tocara algo esponjoso—. ¿Algún consejo?

Hubo más risas. Cecil y Will, que estaban en primera fila, también reían pero de manera más civilizada. Rachel colocó una mano sobre su barbilla, y fingió pensárselo.

—Hmm... ¿Quizás si te lo tiñes de rojo? —ofreció Rachel, con voz dulce.

—¿Un Dylan pelirrojo? Prefiero quedarme calvo —dijo aún más dulce.

—Me dejarán calva a mí por el estrés —agregó la profesora con un suspiro y volvió a hacerle gestos—. Dylan, por favor deja de coquetear y ve a sentarte ya.

Dylan frunció el ceño, extremadamente ofendido. Si él estuviera coqueteando de verdad, tendría a esa pelo de tomate pidiéndole una sesión de besuqueo para la salida. En fin, se apresuró a cruzar el salón para llegar hasta su asiento. (Ay no). Asiento que estaba cada vez más cerca. (Estaba allí). Asiento que estaba cerca del chico que le causaba emociones complicadas. El chico que lo estaba mirando ahora con un brillo paralizante. Porque sus piernas se sentían raras, ¡por favor que no se tropezara enfrente de Mark! No lo hizo. ¡MARK LE HABÍA PUESTO UNA ZANCADILLA Y CAYÓ!

En un segundo, y de forma totalmente humillante como nunca le había ocurrido, Dylan había caído al suelo, a cuatro patas como un borrego recién nacido con los miembros temblorosos. Inmediatamente, jadeó a causa del dolor, ya que su frente se había estrellado con la esquina de una mesa. Se quedó allí por un momento, tan sorprendido de su inopinada torpeza que, al principio, no escuchó las risas de los demás. Mark, por sobre todos, era el que más se estaba destornillando a carcajadas. Ah, ¿qué era tan gracioso ver a alguien caerse?

—¿Estás bien?

Era Percy, que se había levantado solo para agacharse rápidamente, a su lado. Su voz había sonado suave y preocupada, pero Dylan ya lo conocía lo suficientemente bien para saber que, detrás de esas palabras, ese pequeño músculo apretado en su mandíbula y la arruga entre sus cejas, había una tensión y rabia oculta, que con el más mínimo roce podría desatar un caos. Cualquiera que lo viera podría sentir miedo, pero Dylan solo podía ser consciente de su cercanía. De pronto todo lo que podía ver era su rostro, sus ojos, y el brazo que lo ayudaba a levantarse. Él tenía unas manos muy masculinas, morenas y algo rudas. Por algún motivo, le causaron calor.

—¿Todo está bien ahí atrás? —preguntó la profesora de Artes, y Dylan hizo acopio de todo su autocontrol para no gritarle algo sarcástico. "Literalmente he caído delante de tus narices". Rodó los ojos y supuso que Mark había aprovechado cuando estaba distraída—. Dylan, ¿todo en orden?

—La verdad... —comenzó Percy con un gruñido, y Mark dejó de reírse, rápidamente sus ojos le enviaron una fuerte advertencia, y Dylan en serio odiaba a Mark y quería apoyar a Percy, pero eran las siete de la mañana y no tenía ganas de pelearse, no con solo cuatro horas de sueño.

—Me he tropezado con mis propios pies. Todo está bien —dijo, colocando una sonrisa tierna y bonita, que por supuesto tuvo un efecto distractor sobre la profesora. Seguidamente, se volteó hacia Percy y empezó a empujarlo hacia los asientos—. Vamos, muévete. Ya he pagado la cuota de ser el centro de atención y no necesito más, apenas y me quité todas las legañas de la cara. ¡Dije que te muevas!

Percy no tuvo de otra que obedecer, aunque renuente y con evidente disgusto, inmediatamente retrocedió hasta que se dejó caer sobre su silla, con los puños apretados sobre la mesa y una mirada feroz que hizo temblar un poquito a Dylan, cuando ésta se hubo posado sobre él.

—¿Por qué hizo eso? —escupió, demasiado cerca de su rostro, tanto que Dylan casi pudo sentir las vibraciones de aquellas poderosas palabras. Percy miró sobre su hombro, probablemente enviándole amenazas telepáticas a Mark—. Quiero golpear a ese imbécil. ¿Por qué me detuviste?

—Solo olvídalo, ¿okay? —le dijo en voz baja—, Mark es un idiota y esa es la única razón por la que hace y dice idioteces...

Se quedó mirándolo con intención. Percy carraspeó suavemente.

—Un idiota como yo, ¿verdad? —Cuando Dylan no le respondió, Percy añadió apresuradamente, con un atisbo de vergüenza—: Escucha, sobre lo que dije...

Pero Dylan entró en pánico. Deseó convertirse en una nube en ese instante y elevarse lejos, muy lejos, para crear lluvia hacia los gatitos sin agua del mundo.

—¡Para! ¡No digas nada! —soltó nervioso, y luego hizo el esfuerzo de ignorarlo—. No quiero oírlo, ahora no.

Sintió que Percy lo estudiaba intensamente. Aunque le había dicho que no dijera nada, sabía que no podía detenerlo si lo hiciera. Tendría que oírlo y hacerlo sentir como si alguien estuviera bailando tap sobre su pecho. Sin embargo, después de un rato, Percy finalmente soltó un corto suspiro e imitó su gesto, prestando atención hacia la profesora de Artes.

Dylan también suspiró, por dentro, y dejó la mochila sobre su regazo, para abrazarla contra su pecho, como si se tratara de algún tipo de escudo anti idiotas como Mark y Percy que lo enfadaban por razones completamente distintas. Se mordió el labio hasta que dejó de sentirse menos ansioso. Luego enfocó su mirada, hacia la profesora Lily que se hallaba explicando sobre la tarea que los encomendaba:

—Existieron muchos artistas que explotaron el "Retrato", como también hubo quienes la rechazaron y la desprestigiaron. Sin embargo, ésta técnica es la mejor para captar la personalidad o incluso el estado del ánimo de la persona que estamos blah blah blah...

¿Cómo mierda Dylan iba a concentrarse con Percy tan cerca? ¡Si cada célula de su maldito cuerpo estaba vociferando como una puta condenada! ¡Ah, demonios! Honestamente, Dylan había estado furioso al principio. Después de escuchar aquellas sórdidas palabras, que lo habían dejado más descolocado que si le hubieran dicho que Nico estaba saliendo con Abby, golpearlo en su estúpido rostro con sonrisa ladina había sido algo instintivo, algo automático, como un pez globo inflándose frente a su depredador. Incluso se había quedado temblando por varias horas.

Llegó a casa y ni siquiera se comió su almuerzo favorito: arroz con carne de cerdo y puré. ¡Así de enojado estaba! Se encerró en su habitación y pasó toda la tarde y la noche, dibujando rostros y dragones mutantes. (No le pregunten por qué hacía dragones mutantes, él tampoco lo sabía). El viernes y el sábado Percy le envió un montón de mensajes que no miró, el domingo a la tarde, no hubo ninguno solo, al parecer se había cansado de ser ignorado. Para entonces, Dylan ya estaba más calmado, y cuando pasaron tres horas sin más disculpas del chico acuático. Quizás haya empezado a preocuparse un poquito.

Y a sobrepensar. Oh, a su cabeza le encantaba hacer eso, a pesar de que él lo odiaba.

Lentamente, empezó a sentirse más y más culpable, y avergonzado, e intranquilo. ¿Y si había exagerado? ¿Y si él se equivocó?

Es decir, los mejores amigos se trataban así todo el tiempo, ¿verdad? Recordó que Cecil y Will hacían bromas parecidas todo el tiempo, incluso se manoseaban de vez en cuando. Y eran amigos. Estaba completamente seguro de que eran amigos, porque Will se desvivía por Nico y Cecil lloraba hasta por chicas ficticias. ¿Había sido él, el raro? ¡Los hombres se trataban así todo el tiempo! Quizás Percy no había sido el raro, quizás Dylan lo había sido por enojarse y ahora Percy pensaba que él era raro por enojarse convirtiendo toda la situación en algo raro cuando no lo era, nunca lo fue, pero ahora gracias a él, sí.

Dylan había querido hablarle entonces, pero no sabía qué excusa inventar o cómo sacarse la sensación rara. Y cuanto más pasaba el tiempo, más vergüenza sentía para hablarle. Además, ¿sólo le había rogado por dos días? ¡Él merecía más que eso! Ah, tacha eso, Dylan pensaba idioteces cuando estaba nervioso. Sin poder contenerse más, le envío una mirada de soslayo a Percy. Traía una camiseta oscura que se ceñía sobre sus bíceps, y su cabello azabache estaba peinado hacia un lado, con las puntas ligeramente onduladas. Se veía guapo, incluso enojado, especialmente enojado, lucía muy atractivo.

—Quiero que hagan un retrato de su compañero de al lado —concluyó la profesora, dirigiéndose hacia su escritorio para sentarse—, traten de que se vea lo más realista posible. ¡Hagan su mejor esfuerzo! ¡Ánimo!

—Que basura de tarea —murmuró uno de sus compañeros que estaba sentado detrás de él, Dylan no conocía su nombre así que debía ser un don nadie—. Pero sigue siendo mejor que tener matemáticas a primera hora de un lunes.

—Lo sé, hombre —le contestó otro—, Por cierto, ¿has visto la publicidad de esa fiesta?

Dylan agarró un lápiz cualquiera que encontró al fondo de su mochila, y luego un cuaderno de hojas blancas que siempre usaba para hacer garabatos. Miró casualmente hacia Percy, y lo encontró poniendo un mohín triste.

Algo se entibió dentro del pecho de Dylan, en contra de su buen juicio. Suspiró.

—¿Necesitas una hoja?

Él asintió, profundamente abatido, como si no le hubieran puesto carne a su hamburguesa. Dylan estaba a punto de sonreír, pero se mordió el labio en el último segundo, y carraspeó tratando de lucir severo. A continuación, arrancó una hoja de su cuaderno anillado y se la entregó. Percy la aceptó con ambas manos, con la solemnidad de un caballero que recibía una espada de su Rey. Dylan se preguntó si no se había arrodillado solo porque llamaría mucho la atención.

—No sé dibujar ni siquiera una casita —murmuró Percy, al tiempo que cambiaba de posición para quedarse delante de Dylan, al igual que los demás con su respectivo compañero vecino—. No esperes demasiado de mí. Mi perra, la señorita O'Leary, incluso podría hacer algo mejor con sus patas traseras.

—Hazlo como quieras —respondió Dylan, con el mismo tono suave—, es imposible que un retrato mío se vea feo, ¿ok?

Percy bufó un pequeño sonido divertido, antes de empezar a mover el lápiz sobre el papel, cuidando de que todo estuviera escondido. Dylan hizo lo mismo, se puso cómodo posando los pies sobre las patas de su silla, e intentó concentrarse en su labor. A su alrededor, el suave murmullo de las conversaciones llenaba el silencio entre los dos. Dylan divisó en un momento a Cecil riéndose, con la boca abierta sin sonido, mientras Will se tapaba los ojos y sus hombros temblaban. La camaradería de ambos era maravillosa. Contemplarla le daba un poco de celos a Dylan, así que apartó la mirada, y la fijó en su lugar, sobre el chico que debía retratar.

La cosa era que, de nuevo estaba sintiendo esa cosa rara cada vez que, inevitablemente, sus ojos se cruzaban con los de Percy, y se quedaba mirándolo más tiempo de lo debido. Dylan se decía que era porque lo estaba estudiando detenidamente para tomar muchos apuntes, pero su mano no se estaba moviendo, no lo dibujaba hasta mucho tiempo después, cuando parpadeaba y parecía salir de una ensoñación. Su mirada marina era suave, siempre suave, como si jamás pudiera ver a Dylan de otro modo.

Se sintió raro, pero no incómodo. No era una sensación desagradable, pero la confusión ponía de los nervios a Dylan.

Empezó a esquivar sus ojos, concentrándose en las otras partes del cuerpo de Percy. Dibujó su cabello azabache tan negro como la tinta, su nariz recta y sus pómulos altos. Dibujó la pequeña cicatriz cerca de su cuello, y el grosor de sus brazos que cada día parecían ser más musculosos. Brazos que lo habían sostenido con fuerza cuando estaba en la piscina. Dándole seguridad a pesar de haberlo traicionado él mismo. La forma de su mandíbula dura e imponente, la forma de sus cejas altivas y finalmente, el contorno y la curva de sus labios rellenos, una boca que cuando sonreía o decía ciertas cosas...

Dylan tragó saliva, duro. El calor volvía a envolverlo, y lo hizo retorcerse sobre su silla como si le faltara algo para volver a calmarse.

—¿Me bloqueaste?

—¿Qué? —Dylan levantó los ojos de golpe, por suerte, Percy no lo estaba mirando esta vez. Pudo comprender rápidamente el significado de sus palabras—. No lo hice. ¿Pensaste que te bloqueé y por eso dejaste de hablarme?

—Bueno, sí... —confirmó Percy, curvando sus labios—, y porque también tengo un límite para lucir lamentable... Además, sentí que estaba siendo molesto así que no quería que te enojarás más conmigo...

—Me enojé cuando dejaste de implorarme perdón —farfulló Dylan, reflexionando si debería ponerle una boca de pescado a Percy, porque la que le había dibujado, por alguna razón, lo desconcentraba.

—¿Dos días no fueron suficientes? —Percy alzó las cejas, mitad sorprendido, mitad divertido.

—Normalmente si alguien me hace enojar, lo mando al diablo y se acabó. Sin escuchar sus excusas.

—¿Me mandarás al diablo? —Dylan no contestó. Percy suspiró ruidosamente, y entonces, sacó algo del bolsillo de sus jeans y lo dejó sobre su mesa—. Está bien. Antes de que haga mi descenso al inframundo, ¿aceptarías estos deliciosos caramelos de mandarina que compré? ¡Ah!, pero qué casualidad, son tus favoritos, ¿verdad? Ya veo, es mi último golpe de suerte antes de morir.

Dylan alzó su mentón con soberbia, mientras les echaba un vistazo a los caramelos, fingiendo desinterés, cuando por dentro, estaba bullendo de júbilo.

—¿Y dónde están mis oreos? —preguntó con voz desafiante.

El semblante de Percy decayó, y con hombros caídos que denotaban derrota, confesó:

—Me los comí el viernes en un momento de debilidad causada por la desesperación y la culpa —lo miró con ojitos tristes—, ¿no tengo salvación? Traje tu cámara, sana y salva. Y me tomé fotos para que vieras lo triste que estaba desde que me odias.

—No te odio —respondió Dylan en un susurro, y contempló, en primera fila, la forma en que unos ojos podían recobrar su brillo y volverlos más hermosos de lo que ya eran.

¿Lo mejor? Había sido el causante de ello.

—¿Cómo van esos retratos, chicos? —canturreó la profesora desde su escritorio, para luego ponerse de pie y empezar a recorrer las mesas. Algunos alumnos mostraban sus obras orgullosos, otros preferían taparlos o arrugarlos en una bola para empezar desde cero. La profesora Lily sonrió, y añadió, con voz ensoñadora—: ¿Saben? A veces el retrato que hacemos dice más sobre cómo vemos a esa persona que como son realmente. Es un reflejo de nuestros pensamientos.

Dylan le echó un vistazo a Percy, éste se veía nervioso y algo lamentable. La curiosidad lo carcomió como un Nico masticando chicle.

—¿Has terminado tu dibujo? —preguntó, impaciente—. Muéstrame cómo quedó.

—Primero el tuyo —devolvió Percy, y casi podía ver el sudor correrle por la cara.

—Hagámoslo al mismo tiempo —ofreció Dylan—. Sobre la mesa a la cuenta de tres, ¿está bien? —Percy asintió lentamente. Claramente no estaba bien, pero Dylan fingió no darse cuenta—. Uno... dos...

Cuando el tres salió de sus labios, Dylan colocó el retrato que había hecho sobre la mesa. Unos curiosos ojos aguamarinas descendieron y se agrandaron hasta que todo el iris estaba rodeado de blanco. Percy se había quedado alucinado. El dibujo era casi una fotografía del rostro y parte de su cuerpo. Dylan sabía lo que estaba pensando sin que se lo dijera. "Si no hubiera visto que empezaste con una hoja en blanco, creería que tenías una fotografía mía impresa en tu cuaderno". Incluso las hebras de su pelo negro se notaban en cada trazo, y sus ojos se veían tan profundos y cautivadores, incluso con solo haber utilizado las sombras de un lápiz.

—Me veo como una estrella de rock —silbó Percy, y le envió una sonrisa entusiasta.

Dylan suspiró de alivio. Pero, de todos modos, él sintió que pudo haberlo hecho mejor. El dibujo no le hacía justicia. Igual que las fotografías no solían captar del todo la belleza de un paisaje. Si Dylan dibujara en serio un retrato de Percy, utilizaría escalas de azul y verde, y un poco de negro. Captar el mar de sus ojos sería lo difícil, y probablemente le costaría horas hasta conseguirlo.

En cuanto al retrato que Percy le había hecho...

—Oh. —Fue todo lo que dijo Dylan, en blanco.

Ocho segundos después, estalló en carcajadas. No le importó que el resto se volteara a verlo, ni las pequeñas lágrimas que se escapaban por la comisura de sus ojos. Hace mucho que no se reía con toda honestidad. Se sintió tan bien. Mientras tanto, Percy, rojo de vergüenza, se apresuró velozmente a enrollar el papel para ocultarlo de la faz de la tierra. Formó una mueca mosqueada sobre su faz, pero después de ver a Dylan tan feliz, una pequeña sonrisa tímida se asomó sobre sus labios.

—Te he hecho reír —señaló—, ¿puedo tomarme por perdonado?

Dylan respiró hondo, con las mejillas adoloridas. Luego lo miró, sintiéndose finalmente, como si acabara de tomar su primera bocanada de aliento desde el viernes.

—Solo olvídalo, Percecito.

Los rayos de sol entraban a raudales por la ventana, pero con el viento del inicio de otoño, se sentían tibios como una manta. Al menos esa fue la excusa que se dijo Dylan, cuando sintió algo cálido extenderse por todos sus miembros. Cuando de pronto, Percy extendió su brazo, y utilizando la punta de su lápiz, levantó un mechón de pelo castaño de su frente, para estudiar la pequeña zona amarillenta que pronto se convertiría en un moretón.

—¿Te dolió mucho cuando te caíste? —preguntó, con un tinte de preocupación en su voz, baja y algo áspera.

—Hablas de cuando me caí de bruces contra una mesa o estás tratando de soltarme el rollo de: "Cuando te caíste del cielo, bebé, porque luces como un ángel" —se rio un ratito—. Si se trata de lo segundo, déjame decirte que no sabía que eras del tipo que usa frases de coqueteo tan clichés.

—No lo soy —sonrió Percy, y apartó su brazo—. Creo que no soy del tipo que coquetea. Pero actúa y es directo.

Por alguna razón, Dylan se sintió asustado. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.

—¿Y te gusta alguien ahora mismo? —preguntó. Pero Percy solo se quedó mirándolo un rato, y luego bajó la mirada hacia el rollo de papel que había hecho de su dibujo.

Al final, la clase terminó antes de que su pregunta obtuviera respuesta. Y Dylan no insistió, porque francamente, no quería saberlo. Estaba caminando por los pasillos en dirección a la cafetería, con su pequeño grupo de amigos que constaban de: Cecil, Will y Percy. Los tres iban charlando sobre una fiesta que se realizaría en la discoteca del padre de Will, donde él solía trabajar de vez en cuando. Dylan iba un paso detrás de ellos, concentrado mirando las fotografías que Percy le había dejado a su cámara.

La mayoría eran selfies de Percy luciendo una cara triste como la de una foca bebé. Dylan se mordió el labio varias veces, feliz.

—Sí, pero, ¿hoy? —decía Percy, en dirección a Will—. ¿No es un mal día para hacer una fiesta? Normalmente lo hacen viernes o sábado. Incluso miércoles suena mejor.

—Papá dice que los lunes son los días donde los esclavos de la burocracia, más necesitan una fiesta para relajarse de sus jefes burócratas.

—Hmm, tiene razón —asintió Cecil sabiamente, y Will imitó su gesto. Un rato después, ambos se enfrascaron en una acalorada discusión sobre si el freeze de limón era mejor que el de frambuesa.

Dylan les lanzó una ojeada, y devolvió su atención a la foto que observaba. Era Percy acostado sobre su cama, lucía una expresión arrepentida, con la sombra de una barba incipiente sobre su mandíbula marcada. No tenía camiseta, ya que se veían sus clavículas, y el contorno de sus hombros endurecidos. La luz del sol que entraba por una ventana, aclaraba uno de sus ojos azul marino hasta que parecían cristales.

—Por cierto... —inició Percy, y Dylan sufrió un respingo. No lo había oído acercarse—. Encontré varias fotos mías allí. Supongo que las tomaste cuando estaba desprevenido. Muchas son de cuando hacía algo... cotidiano.

—Ah, uhhm, la presidente del club de fotografía al que me uní, ya sabes —empezó a apretar botones al azar—, nos pidió que tomáramos fotos de nuestro día a día... cosas que nos gustan... —se sonrojó violentamente—, o sea, cosas que se ven bien... —su cara estaba por estallar— uhm... como paisajes y amigos...

—Uhumm —Percy canturreó mirándolo de reojo, a la par que caminaba a su lado, con cierto vaivén en sus pasos—. Pero tu cámara solo tiene fotos mías y de gatitos de la calle. No hay ninguna de Rachel Elizabeth Dare.

Dylan se detuvo de súbito, en medio del pasillo, mientras los demás estudiantes pasaban de largo con solo una mirada extrañada en su dirección.

—¿Rachel? —Su voz sonó una octava más aguda. Estaba patidifuso—. ¿Por qué diantres tendría fotos de Rachel?

Percy dejó de caminar también, y se giró para mirarlo, con una expresión indescifrable, pero que causaba cierto temor.

—Bueno, ella es bonita, y creí, ya que coqueteaste con ella hoy...

—Me cago en... ¡eso no fue un coqueteo! —lo interrumpió Dylan, con fastidio. Luego, dándose cuenta, aún más enojado, agregó—: ¿Tú crees que es bonita?

—Ahh... supongo que lo es —divagó, mientras ladeaba la cabeza en pos reflexivo. Dylan quiso pegarle con su cámara—. Hoy tenía un buen escote... Sus pechos se veían bien.

—No necesitas pechos.

—Me gustan los pechos, son bonitos.

—¡Pues ponte implantes y tócate a ti mismo si tanto te gustan! —estalló Dylan, tan enfadado que jadeaba un poquito.

Pero entonces, Percy soltó una fuerte carcajada. Y Dylan lo contempló confundido.

—¿Por qué te enojas? —le preguntó Percy, con una mirada peligrosa, casi hambrienta, como si estuviera a punto de atacar—. ¿Acaso no te gustan también los pechos?

Dylan se sintió momentáneamente descolocado, como si hubiera dado un paso al frente, y solo encontró un abismo.

—Claro que me gustan —respondió cuidadosamente, pero se sintió extraño. Como si no fuera él mismo contestando—. ¿A qué clase de chico no le gustan los pechos?

Parpadeando, Dylan reanudó su caminata. Trató de ignorar el vacío en su estómago. Evitó pensar desde cuándo no había anhelado un cuerpo femenino en sus brazos. Miró al frente. Hace mucho que el pasillo se había quedado vacío, y ni Will y Cecil se veían por ninguna parte.

De repente, la cámara que tenía en sus manos fue usurpada por Percy Jackson, quien inmediatamente se adelantó unos pasos, y la alzó, colocando el ojo sobre la lente. Solo la mitad de su sonrisa pirata se veía detrás de la cámara. Exclamó:

—Te tomaré una foto. Di: "Batata", ¿okay?

Dylan rodó los ojos, pero extendió una sonrisa sobre su faz, y alzó los dos dedos de su mano para una pose improvisada. Percy empezó a contar:

—A la una, a las dos...

—¡BATATAAAA!

Pero no fue Dylan el que lo había dicho. De improviso, había aparecido una chica a su lado, quien con toda la familiaridad, le rodeó los hombros con un brazo e imitó su gesto de los dedos en alto. Uno de sus pies se alzó. Su sonrisa podía competir con la de Dylan. Y era hermosa, hermosa como los cristales más raros del mundo que los hombres darían una fortuna por poseerlos. Tan deslumbrante como el flash que se disparó en ese instante.

Dylan la contempló con ojos agrandados por la sorpresa, incluso se olvidó de mostrar su galantería habitual.

—¡Lo siento, de verdad lo siento! —No dejaba de disculparse entre risas, moviendo las manos delante de ella una y otra vez—. Vi que te tomaban una foto y no pude contenerme. ¡Ay!, espero no haber dado una mala primera impresión.

—¿Primera impresión? —repitió Percy, quien rápidamente se había movido para ponerse al lado de Dylan. Él tampoco parecía reconocerla.

La chica le guiñó un ojo de forma coqueta, mientras jugaba con una de sus trenzas entre sus dedos.

—Recién transferida —dijo, y la sonrisa hizo brillar sus ojos con todos los colores del arco iris—. Hola. Mi nombre es Piper McLean.


¡Gracias por leer! He vuelto para continuar con mis actualizaciones semanales.El dibujo es de Shay_kid_of_Apollo y los bannersitos de mi sis RLkinn

No te olvides de comentar aquí ♡ sobre qué te pareció. Y sobre lo que opinas de la llegada de Piper ♡

¡Nos acercamos hacia la final! Y luego viene "No seamos otro cliché, amor" ♡ Los quiero. Bye bye.

¡No olvides votar! 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top