55. Encantos Dylanarios.
⭐FELIZ CUMPLEAÑOS PechaghtLecha⭐
Percy se encontraba en su salón de clases, y por alguna razón, ninguno de sus demás compañeros o profesores se hallaba junto con él. Lo único que sabía era que tenía que terminar de copiar la tarea de matemática que había en la pizarra, antes de que otro profesor entrara y la borrara. Tal vez por eso estaba totalmente solo. Los demás debían de haberla terminado de copiar y pudieron salir al receso antes que él. Tenía que apresurarse en ese caso, o las hamburguesas de la cafetería se acabarían pronto.
Su mano tomó mayor rapidez para escribir. Los números parecían saltar de las hojas de su cuaderno o se veían borrosos como la lente desenfocada de una cámara. Sin embargo, a él, esto no le pareció raro en lo más mínimo. Si se equivocaba, con la mayor calma del mundo, su mano se estiraba para agarrar el borrador, y después de eliminar el error, volvía a copiar con el mismo ahínco. Lo rodeaba una extraña sensación de placidez, como si una presencia tranquilizadora le estuviera haciendo compañía, a pesar de que se encontraba solo. O eso creía.
Fue entonces, cuando una voz conocida, suave y juguetona, le preguntó cerca del oído:
—¿Qué estás haciendo?
Percy se volteó, y se encontró cara a cara con los ojos de Dylan que, con la luz del sol que entraba por la ventana, se los había aclarado hasta que adoptaron el color del césped recién cortado.
—Estoy terminando de copiar la tarea —respondió Percy, luego de un rato de expectación silenciosa—. ¿Qué hay de ti? ¿Ya la has acabado?
Dylan se incorporó, y soltó una pequeña risita, que le suscitaron adorables arruguitas en la comisura de sus ojos.
—¡Nop! —contestó, enviándole una mirada llena de picardía—. ¿Por qué lo haría? Si tú ya la estás haciendo. Así que, cuando acabes, como eres muy generoso con tu lindo Dylan, me prestarás tu cuaderno para que pueda copiarlo.
No era una pregunta, ni siquiera una sugerencia. Era una orden descarada. Percy colocó los ojos en blanco, y estaba a punto de decirle que no alimentaria su flojedad, sin importar cuán lindo se pusiera; cuando de pronto, con absoluta naturalidad, Dylan se introdujo en el pequeñísimo espacio que había entre la silla y la mesa, para elegantemente, sentarse sobre su rodilla derecha, con las piernas a horcajadas alrededor de su muslo, como si fuera un taburete.
El pulso de Percy se disparó, y todo su cuerpo se llenó de calor de golpe. Especialmente en aquella zona que no debería haber reaccionado. No cuando se trataba de un chico, en lugar de una chica, como los estúpidos paradigmas de lo normal lo exigían. De todos modos, esos paradigmas no estaban frenando ni un ápice a esa parte de su cuerpo que tenía vida propia; porque no podía comprender las restricciones de su mente, ni lo quería, ya que solo respondía a la seducción que su alma anhelaba.
Intentó que no se notara, trató de controlarse. Mientras tanto, Dylan había recostado su espalda contra la mesa y también los codos, miró por encima de su hombro al montón de números que había copiado en su cuaderno, y presumió de un semblante totalmente relajado en su faz, como si fuera absolutamente lógico que su suave trasero estuviera sobre la rodilla de Percy.
¿Por qué Dylan no estaba enloqueciendo por la abismal cercanía entre ambos? ¿Por qué nadie estaba en clases? ¿Por qué sentía la urgente necesidad de tocar la tersa y cremosa piel que tenía enfrente de él, como si después, fuese demasiado tarde?
La voz de Percy fue increíblemente ronca cuando habló:
—No quiero... —se detuvo.
Dylan había girado el rostro, y ahora se encontraba mirándolo directamente a los ojos, formando una pequeña sonrisita traviesa sobre sus labios. Se veía tan hermoso que le secaba la boca, vestido con solo camiseta y sus típicos jeans deshilachados, por el que podía contemplar siempre, una grandiosa porción de la piel desnuda de sus muslos. Lo llamaban a tocarlo como el canto de una sirena, pero se contuvo. Incluso cuando de pronto, él se alejó de la mesa, y se acercó peligrosamente a Percy, dejando un suspiro de distancia entre ambos.
—¿No quieres prestarme tu cuaderno? —preguntó Dylan, con su aliento haciendo cosquillas en su oído, cálido como un viento de primavera—. ¿O no quieres... esto?
Llevó su rodilla contra la entrepierna de Percy, y la frotó. Él aspiró con fuerza
—No —dijo, pero sus manos se habían disparado automáticamente para agarrar las caderas de Dylan, en un gesto demandante que gritaba: "¡No te atrevas a alejarte ahora!"
Él se rio, y el sonido envió escalofríos por todo su cuerpo. Luego sintió los labios de Dylan tocar su cuello, y el calor se trasladó hasta allí, y siguió cada roce, cada beso que aconteció. Percy no comprendía lo que estaba pasando, pero no quería que se detuviera por ningún motivo, o probablemente cometería algún acto ilícito por la frustración. Las manos de Dylan empezaron a ascender desde sus brazos, acarició sus antebrazos, rodeó su nuca, hasta que finalmente, sus manos acabaron hundiéndose en su espeso pelo azabache.
—Percy, mi Percy... —ronroneó Dylan frotando su rostro contra su mandíbula, como un pequeño gatito en búsqueda de cariño—. Estamos solos, completamente solos. Podemos hacer lo que deseamos, ser lo que nuestros corazones quieren que seamos. Somos libres aquí.
Percy no contestó, no podía. No cuando Dylan se había pegado más a él, y aumentaba la fricción entre su rodilla y su entrepierna, en un lento vaivén entusiasta, que le sacaba pequeños jadeos involuntarios de sus labios. Y al cabo de un rato, también sus caderas empezaron a balancearse suavemente, simulando el erótico acto de montar.
Sintió que fácilmente podría llegar al orgasmo de esa manera, solo unos cuantos segundos más, y estaría tocando el clímax más poderoso que conocía. Sabía que no debía forzar su suerte, pero sin poder detenerse, se halló así mismo levantando la cabeza un poco, para saborear el cuello de Dylan con su boca hambrienta, y pasar la lengua por debajo de su quijada.
"Sí", soltó él en un susurro, y suspiró de satisfacción. Ladeó más la cabeza, y Percy le hundió los dientes donde su pulso se agitaba, al mismo tiempo que, sus manos conducían las caderas de Dylan para que acelerara el ritmo del frotagge.
Y luego, en un arranque de impulsividad, Percy alzó su pierna para atraerlo y hacer que sus miembros se tocaran completamente.
Su atrevimiento se ganó un gemido de Dylan. Y fue el gemido más hermoso que él había oído en su vida. Quería más de ese sonido, quería más de la piel cremosa que cubría su bello y proporcionado cuerpo, que era como la lujuria personificada. Así que metió las manos dentro de los agujeros de sus jeans, y por fin tocó aquellos muslos que siempre le habían atraído la atención, los sintió tan suaves como lo había imaginado; y anchos y robustos, perfectamente masculinos como debían de ser.
Dylan soltó otro exquisito gemido, mientras Percy ahora besaba el punto sensible detrás de su oreja, y sus dedos se estiraban para alcanzar algo de la línea de sus nalgas. Y de súbito él se apartó, pero solo para que ambos pudieran contemplarse. Su mirada automáticamente cayó sobre la boca de Dylan, que era abultada, rosácea, y el labio superior tenía la bonita forma de un corazón.
Distraído, escuchó que formulaba palabras.
—Noto como me miras siempre. Tienes que hacer algo ya, percecito. Te necesito, no sabes cuánto te necesito —susurró casi desesperado, y entonces ordenó—: Bésame.
Percy tragó saliva. Quitó una mano reticente de uno de sus muslos, y la dirigió hasta colocarla detrás de su nuca. Lo jaló hacia él, y cuando sus labios estuvieron a punto de obtener la gloria de conocer los suyos... La alarma de su celular sonó abruptamente. Eran las cinco y media de la mañana, y tenía que prepararse para ir al Instituto.
Estiró la mano. Agarró el celular que estaba sobre su mesita de noche, y apagó la alarma. Observó fugazmente que tenía varios mensajes de Dylan y Luke, pero los ignoró. Volvió a dejar el aparato sobre la mesa, y se sentó en su cama, mirando la puerta de su habitación fijamente, como si contuviera todas las respuestas del mundo. No estaba en clases, no estaba copiando ninguna tarea de matemáticas y no tenía ningún extraño y dulce Dylan en el regazo, pidiéndole que lo besara.
Pero tenía una enorme erección en los pantalones, como el rey de las erecciones.
Suspiró con pesadez, y resignándose en que jamás podría hacer continuar el sueño: se levantó. E hizo lo que siempre hacía por las mañanas, cuando despertaba con un problemita parecido: echarse al suelo, y empezar a hacer lagartijas.
Para Dylan, ser espectacularmente atractivo era tanto un don como una maldición.
Es decir, lo ayudaba bastante cuando necesitaba salirse con la suya. Una sonrisa le servía de una respuesta en un examen, un guiño le permitía conseguir la última hamburguesa de la cafetería, y un par de palabras cadenciosas y bonitas, podía hacer que el propio diablo se pusiera de su lado, y ponerlo a darle de comer uvas desde su trono.
Pero también podía causar grandes problemas. Por ejemplo, hubo una vez en la que Dylan había ido a cortarse el pelo, y cuando salió de la peluquería: ¡Todos los autos simplemente se habían frenado en medio de la carretera! Los conductores y los transeúntes se quedaron mirándolo embobados, como si la mismísima Afrodita versión masculina hubiera descendido entre los rascacielos de New York. Ser capaz de causar un embotellamiento, un casi accidente entre una treintañera ejecutiva despistada y un hombre más ocupado intentando sacarle una foto, en lugar de prestar atención al auto que se estaba cruzando enfrente de él; no hizo más que engrandecer su ya elevado ego que estaba por las nubes.
O bueno, así era en los días que se quería así mismo.
Es por eso que se encontraba desvistiéndose dentro de uno de los cubículos de las regaderas, cuando podía haberlo hecho en los vestidores con el resto de sus compañeros. Sí él hacía eso, probablemente causaría una muerte súbita masiva con su magnífica desnudez, o se colgarían de los ventiladores del techo con sus propias medias al descubrirse incapaces de alcanzar una perfección como la de él. ¡Sería un gran caos! ¡Tenía que esconderse! Ser tremendamente sexy conllevaba una gran responsabilidad.
Y, había otra razón más, una que jamás podría mencionársela a nadie porque sonaba ridículo incluso para sus propios oídos; pero la verdad era que a Dylan le disgustaba desnudarse enfrente de sus compañeros de clase por la forma en que éstos siempre se quedaban mirándolo. Algunos disimuladamente, otros de forma totalmente descarada como si él fuera un Ferrari en exhibición. O tal vez sólo era su imaginación, los miedos fundados por su padre, haciéndole una mala jugada.
Sea como fuese, ellos siempre lograban hacerlo sentir muy incómodo, y culpable, especialmente culpable, como si estuviera haciendo algo malo delante de ellos. Como si estuviera agitando un fajo de billetes delante de todos, mientras se jactaba: "¡Lero, lero, yo si tengo mucho dinero, ustedes no, bésenme el trasero!" Pero Dylan ya había hecho eso en el pasado, y las miradas que había recibido fueron de pura rabia y envidia, y no como las de... Es decir, como los chicos miraban a las chicas.
Suspiró. Quizás solo era muy paranoico, seguro solo era eso. Daba igual.
Era viernes, el último día del mes de agosto, y en unos minutos, también tendría su última clase: Educación física. Dylan terminó de ponerse la camiseta Blanca, y luego los shorts de algodón color negro que le quedaban a mitad del muslo, como al resto, y salió del interior del cubículo para dirigirse hacia los lavados, donde un enorme espejo rectangular abarcaba casi toda la pared de la habitación. Dejó la mochila en el suelo, donde tenía su ropa normal guardada, y abrió el grifo para juntar agua en la palma de sus manos y mojarse la cara, la nuca, y los brazos.
Odiaba el calor, odiaba el sudor. Dylan prefería los frescos y helados días de otoño e invierno, en los que podía convertirse en una enorme pelota de ropa calentita en casa, atrapado bajo mantas y mantas sobre la cama, en lugar de sufrir de insolación. No entendía el amor de ciertas personas por el verano, al igual que no entendía por qué a algunas les gustaba Drake. En su más humilde opinión, aquellos debían ser unos malditos alienígenas disfrazados de humanos.
Se miró en el espejo, y descubrió que se había quemado un poco la piel de las mejillas y la nariz. Puso los ojos en blanco. Otra razón más para odiar el verano. Tenía la piel exageradamente sensible, y para el colmo, le avergonzaba usar protector solar porque sus hermanos solían burlarse de él diciéndole que parecía una chica que necesitaba demasiado cuidado. Los muy desgraciados habían nacido con el pellejo parecido al de un caimán, era obvio que no entenderían de su sufrimiento. Suspiró, y volvió a juntar agua para mojarse el pelo. Se sintió un poco mejor después de eso, ya no se sentía más como un delicioso pollo asándose, sino sólo como una banderilla a fuego lento.
Fue en ese momento que Percy apareció bajo el umbral de la puerta, y todo el malestar de Dylan desapareció en el nanosegundo en que sus miradas se encontraron a través del espejo.
Se olvidó del calor, se olvidó del sudor. Se olvidó de las quemaduras de sus mejillas y su odio hacia el sol que era una puta ardiente. De pronto su corazón hizo toda esa cosa rara que solía hacer cuando veía a Percy, y empezó a sonreír antes de darse cuenta, como siempre le sucedía; sin importar qué tan enojado o triste estuviera, nunca podía detener la emoción que nacía desde algún de su ser al verlo, más las ganas de hacerle travesuras para hacerlo sonreír también.
Porque le encanta hacerlo sonreír. Se sentía como una victoria cada vez que lo conseguía.
—Hey —saludó Percy.
—Hey, tú, percecito —devolvió Dylan con voz juguetona, mientras adoptaba una posición relajada sobre el lavabo.
—El entrenador está llamando, nos quiere en el campo en un minuto —continuó, dando golpecitos en el marco de la puerta con sus nudillos—. Venía a avisarte.
—¿En el campo? —repitió en tono huraño— ¿Bajo el asqueroso sol a más de cuarenta grados y sin ninguna nube en el puto cielo? ¿Está demente?
Percy se encogió de hombros. Le envió una débil sonrisa ladeada, y luego apartó la mirada como si los azulejos de las regaderas tuvieran algo interesante que contarle. Dylan contuvo un chispazo de irritación ante eso. Había sido así durante todo el día. Por alguna razón, Percy no podía mantener un contacto visual con él por más de siete segundos, y al principio no le había dado importancia, pero ahora ya empezaba a preocuparlo. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué no podía mirarlo por mucho rato? ¿Le había salido un grano demasiado asqueroso para que pudiera aguantarlo?
Dylan se estudió en el espejo. No había ningún grano o moco colgando de su nariz. Tenía el pelo castaño ligeramente mojado, y en ese momento, sus ojos habían adquirido un tinte musgoso. Si alguien le preguntaba de qué color eran sus ojos, él no podría decirlo con seguridad. Eran tan cambiantes como su humor, y dependían mucho del sol, podían llegar a ser tan claros y verdosos como los de un gato, a ser completamente marrones cuando pasaba un cerrazón. A veces sucedía que tapaba un ojo con una mano, salía bajo el sol, y cuando volvía a ponerse bajo las sombras, tenía dos ojos de diferente color, como si tuviera heterocromia.
Le ocurría a muchas personas, lo había visto en varios vídeos de Instagram. Era tan sorprendente como inquietante. Porque lo hacía sentirse como un camaleón, sin una apariencia sólida, como si todo en él fuera solo un espejismo. Dylan alejó esos pensamientos de su cabeza, y volvió a concentrarse en Percy.
—¿No te gustaría esconderte, aquí conmigo, durante toda la hora? —probó, solo para llamar su atención—. Podemos bloquear la puerta, y fingir que quedamos atrapados. Solo los dos juntitos. Podemos hacer lo que deseamos.
Los ojos de Percy se agrandaron ligeramente, pero no lo miró. De hecho, pareció aún más firme en su decisión de quedarse mirando los azulejos.
—No creo que eso sea... lo recomendable —terminó Percy, con dificultad.
—¿Por qué Luke podría tumbar la puerta o echar la pared de ser necesario?
Percy resopló una risotada, y negó con la cabeza. Al final, se limitó a decirle:
—Ya, vamos, se nos hace tarde —luego añadió—: Tal vez puedas convencer al entrenador de no hacer ejercicio, con tus poderes Dylanescos.
—Son Dylanarios, pero sí, lo intentaré.
Dylan sonreía ampliamente. Había hecho reír a Percy, lo que quería decir que, lo que sea que lo estaba trastornando, no era tan grave o quizás no tenía relación con él. Después de todo, e increíblemente, no todo giraba alrededor suyo. Tal vez Percy solo había tenido un mal sueño, alguna pesadilla de la que no podía dejar de pensar y lo mantenía taciturno.
Sintiéndose un poco más esperanzado, Dylan se agachó, y recogió la mochila para colgársela al hombro. Iba a guardarla en su casillero de camino al vestidor porque conociendo a los "graciosos" de sus compañeros (y especialmente a Mark) podrían tirarlo en un basurero, o bien, rematar sus ropas entre las chicas, y peor, sin darle ningún porcentaje de las ganancias. Se giró, y cuando estaba apunto de dar el primer paso, se detuvo; finalmente Percy estaba mirándolo, pero por alguna razón inexplicable, sus ojos estaban fijos en sus shorts. O en sus piernas. No estaba seguro.
Absolutamente confundido, Dylan se miró así mismo. Pensó que se había puesto los shorts al revés, pero ese no era el caso. Todo parecía en orden. Volvió a alzar su rostro.
—¿Qué es? —preguntó, alzando las cejas—. ¿Tengo algo malo?
Percy apartó la mirada al instante, sus ojos eran como oscuras olas turbulentas.
—Nada —respondió, pero una mueca de dolor apareció en su rostro, como si algo le estuviera provocando un sufrimiento.
Dylan se sintió aún más desconcertado, y nervioso. Así que hizo lo que siempre hacía cuando estaba nervioso: Hacer el payaso.
—¿Qué? ¿Nunca has visto unas piernas tan varoniles? —Se rio algo forzado—. ¿Qué tal luzco?
Él le echó una última mirada a hurtadilla, y contestó:
—Bien. —Y luego se marchó, muy rápido como si se hubiera dicho demasiado.
Dylan se quedó de pie por unos segundos más, allí, antes de empezar a moverse hacia la puerta; arrastrando consigo una sensación de aturdimiento y molestia. "Bien". De nuevo esa maldita y puta palabrita, como si solo estuviera dentro de lo "rescatable" entre los hombres. Al parecer, no era lo suficientemente atractivo para los altos estándares de Percy Jackson.
"Pero si hubiera nacido rubio, como Will o tu adorado Luke, apuesto a que me hubieras dado algo mucho mejor que un bien, ¿eh, tonto percecito?"
Dylan refunfuñó para sus adentros, muy indignado, y secretamente, dolido. ¡¿Pero qué más daba?! Era absurdamente guapísimo para todo individuo que llegaba a conocerlo. Todas las mujeres lo amaban. Los hombres lo admiraban. La reina Inglaterra incluso dormía con una almohada que tenía su foto en ella. (Bueno, no). ¿Y qué más daba que a Percy le pareciera sólo un "¿bien?" ¡Qué más daba, qué más daba! A. Él. NO. LE. IM. POR. TA. BA.
No se dio cuenta que se había estado dando cachetadas con las dos manos, hasta que Luke se paró repentinamente enfrente de él, mirándolo como si se hubiera vuelto loco.
—¿Qué carajos te sucede?
—Bueno...
—Tus problemas mentales no son de mi incumbencia —contestó inmediatamente Luke. Chasqueó la lengua, y añadió—: Percy estaba contigo —formó una mueca, como si solo mencionarlo le dieran arcadas—. Y salió de aquí echando pestes. ¿Qué le dijiste?
—¡Oh! —Dylan no pudo resistirlo. Puso su mejor cara de chica inocente diciéndole a su novio que era "puramente virgen" y respondió—: ¡Fue tan atrevido! Percy me suplicó que fingiéramos quedarnos aquí atrapados, para realizar ciertos actos que mi pudor y mi extremo recato no me permiten repetir. ¡Ojalá hubieras oído la manera desvergonzada en que me las dijo! Luego intentó... él intentó... ¡Oh, Luke, él intentó propasarse conmigo! ¡Contra esta mismísima pared! ¡Sus manos eran como tentáculos intentando tocar mi casto trasero! Pero me resistí. Por ti. ¡Porque sabía que no podía interponerme en vuestro amor!
Luke se lo quedó mirando con una expresión en blanco. Transcurrieron seis segundos exactos, y luego se marchó, sin decir absolutamente nada.
Muy satisfecho de sí mismo, Dylan se quitó las lágrimas falsas de sus ojos y luego de guardar la mochila en el casillero de los vestidores, salió hacia el asqueroso sol del mediodía, para llevar a cabo los latosos ejercicios físicos, del tipo que no disfrutaba. O bueno, cuando antes, todavía podía sentir algo... Cambió la línea de sus pensamientos. Los agarró, y los puso en el cajón de: "Cosas que me preocupan muchísimo, demasiado, abismalmente, y tanto que las voy a esconder aquí, hasta que mágicamente desaparezcan o las olvide como a las tablas de multiplicar".
Adoraba ese cajón mental.
La clase de educación física transcurrió con normalidad. Es decir, con muchos gritos de parte del entrenador Hedge, y las chicas soltando sus excusas para salvarse de hacer los ejercicios. Y Dylan no era un experto en menstruación, pero estaba casi seguro de que eso ocurría cada un mes, de acuerdo a las enseñanzas del profesor de biología, y no todos los viernes, como le sucedía a Abby, y casualmente, a la misma hora de siempre. Pero bueno, ni él ni el profesor tenían útero, así que tampoco podían saberlo con certeza.
Dylan, manteniéndose cerca de Percy, y consecuentemente también de Luke, porque era un pegajoso chicle del que sólo se libraba cuando tenían clases o en algunos recesos por salidas tardías. Esos momentos en los que tenía a Percy solo para él, eran los mejores momentos. Pero lamentablemente, las clases de educación física las compartían las dos secciones el mismo día y el mismo horario, por lo que tenía que aguantar tanto a Luke Castellan, como a Nico di Angelo, enviándole extrañas e intensas miradas como si estuviera haciendo algo malo. (Se tomaba recesos para admirar a Will en pantaloncitos cada veinte segundos, pero luego volvía a vigilarlo).
Y era muy injusto, porque en los últimos meses, se había estado portando bien. Lo único que hacía era estar con Percy. Y no le estaba vendiendo drogas, no le estaba vendiendo armas ilegales, o presentándole mujeres de dudosa moralidad. (De hecho, Percy no necesitaba conocer mujeres en absoluto, de ningún tipo). El punto era que, aunque Dylan no era exactamente una buena persona, por primera vez en su vida, quería conservar algo que lo estaba... entreteniendo, por lo que no iba a arruinarlo, o al menos, lo intentaría en verdad.
Por ahora, Dylan podía permitirse relajarse. Los trillizos se habían graduado, y ahora podía actuar más como él mismo, y él mismo era, competir con Cecil sobre quién podía estar más tiempo de cabeza. Él iba ganando seis veces. Cecil se cayó de espaldas con un estrépito. Ahora siete.
—¿Cómo demonios lo haces? —inquirió Cecil, sentándose con las piernas cruzadas.
—Mis hermanos solían atarme con sábanas y luego me dejaban colgando de cabeza desde los barandales del segundo piso —contestó Dylan casualmente, ignorando la cara de estupefacto de Cecil—. Estoy acostumbrado.
Se sentó, e inmediatamente alzó la mirada para buscar a Percy. Lo encontró sentado en el tercer escalón de las graderías. Y sus ojos verde mar estaban fijos en él. A su izquierda tenía a Luke, que hablaba con Travis Stolls sobre boxeo. A su derecha estaba Nico que hablaba con Will, y de vez en cuando le lanzaba comentarios. Pero sus ojos sólo estaban mirándolo a él. Como si nada más en el mundo valiera la pena mirar.
Dylan sintió un cosquilleo recorrerle. El regocijo que lo inundó fue tan intenso que por un momento casi lo abrumó. No quiso indagar mucho en la razón del porqué haber descubierto a Percy, contemplándolo durante todo el rato que había estado de cabeza lo había emocionado tanto. Solo quería que esos ojos siguieran observándolo, así que pensó rápidamente en algo, y pronto se le ocurrió.
—¡Percy! —No era necesario llamarlo, pero de igual modo le gustaba pronunciar su nombre—. ¡Contempla, mis grandes habilidades Dylanarios!
Acto seguido, se puso en pie, y alzando las manos en posición de cruz; se dejó caer de lado y se propulsó así mismo para empezar a dar vueltas de estrella. La mayoría de los estudiantes se lo quedaron viendo sorprendidos, por estar girando estúpidamente como una rueda descarriada, y cuando se detuvo, su estómago estaba bastante revuelto y su cabeza mareada; pero Percy se estaba riendo de él, y solo eso era suficiente para que hubiera valido la pena.
A su lado, Luke había dejado de hablar con Travis en el microsegundo que lo había oído reír. Buscó la fuente, y cuando lo halló, sus ojos se entrecerraron con animosidad en su dirección. Dylan le contestó con otra mirada ofuscada. ¿Por qué Luke se empeñaba tanto en odiarlo e intentar espantarlo? ¿Cómo no se daba cuenta de que no era ninguna amenaza?
A Dylan le caía bien Luke, creía que era genial cuando utilizaba sus puños en personas como Mark, en lugar de él. Pero no importa lo que hiciera; no importaba que tan amable, respetuoso, amigable, o divertido que fuera buscando el modo de agradarle, simplemente, había aceptado que habría personas a las que nunca podría gustarle.
—¿Hay algo que no sepas hacer? —Le preguntó Percy, divertido, atrayendo su atención de nuevo.
—Para nada, soy perfecto—contestó, pasando una mano por su pelo con mucha galantería—. Mi único defecto es no tenerlos. Sé hacer, absolutamente, de todo.
Y justo en ese momento, el entrenador Hedge anunció:
—¡TODOS LOS HOMBRES, EN LA CANCHA DE VÓLEIBOL YA MISMO, SECCIÓN A VS SECCIÓN B! QUIERO UNA COMPETENCIA A MUERTE ¡DIJE, YA!
Dylan se quedó de piedra. Sus ojos se tiñeron de algo de miedo, pero lo supo rápidamente ocultar, habiendo ya tenido años de práctica para eso. Observó a sus compañeros empezar a moverse hacia la cancha: Nico se despedía de Will, diciéndole que no se dejaría perder aunque él estuviese en el otro equipo. Y Cecil le contestó que, Will y él, eran el mejor dúo dinámico del mundo. Luke también se despidió de Percy y le deseó suerte a regañadientes, por supuesto, él hubiera preferido estar en el equipo de su crush.
Pero para Dylan, era momento de sacar su encanto.
—¿Entrenador? —Lo llamó, cuando hubo acortado la distancia entre ellos. El aludido, que era casi tan bajo de altura como su padre, lo miró con el mentón ligeramente levantado, con las cejas arrugadas y una expresión de enfado en el rostro. Parecía una cabra muy enojada con su barba de chivo agitándose con el viento, así que aumentó más el encanto en su sonrisa, y habló—: ¿Cómo ha estado su día? ¿Y su esposa? El otro día por casualidad, había oído que dio a luz a un maravilloso...
—¡La respuesta es no! —azotó el entrenador con tanta fuerza, que la expresión dulce de Dylan cayó al instante, y se quedó viéndolo anonadado. Él continuó—: No vas a librarte de este partido, Thompson. Puedo ver a través de tus palabras de niño bonito ahora. ¡Ya no puedes engatusarme!
—Pero profesor... —comenzó él con el pánico filtrándose en sus palabras, pero ya no pudo decir más, porque de pronto, el entrenador Hedge sujetó su silbato entre sus dientes y sopló.
Dylan hizo una mueca por el sonido, y luego sus ojos se agrandaron con verdadero terror, cuando la cabra enojada le colocó bruscamente una pelota de voleibol contra el pecho, obligándolo a sujetarla entre sus manos que habían empezado a sudar.
—Tú, sacas —ordenó el profesor, y luego volvió a soplar el silbato, hasta que Dylan, sobrecogido, no tuvo de otra que dirigirse a la zona libre para "tirar".
Ya allí, Dylan se quedó parado, por unos incómodos segundos detrás de la línea sin saber qué hacer. Es decir, sí sabía, como también sabía lo que sucedería si lo hacía. Delante de él, sus demás compañeros ya estaban en sus respectivos lugares en la cancha. Will iba a hacer de rematador, mientras Cecil la de colocador. Mark también estaba al frente, a la izquierda, y apenas había oído que Dylan la iba a sacar, se había llevado las manos detrás de la cabeza para poder protegerla. Acto que, hizo alzar a Percy una ceja desconcertada, y a él, una llama de resentimiento.
Dylan apretó los labios. Se sentía un poco tembloroso mientras estiraba la mano hacia atrás, y la que sujetaba la pelota hacia adelante. Miró hacia el frente, golpeó la pelota con el dorso de sus manos y... se estrelló contra la cabeza de Cecil.
—¡Ayy! —exclamó éste, mientras los demás soltaban pequeñas risitas a su costa. Lo miró enojado—. ¡¿Dylan, lo hiciste a propósito?!
—Perdón, perdón, mal cálculo —se rio nerviosamente, mientras el entrenador Hedge, con semblante irritado, le lanzaba otra pelota—. Ahora va en serio.
Se posicionó, volvió a golpear la pelota, y afortunadamente, esta vez no se estrelló en ninguna cabeza; había salido disparada hasta la otra cancha, donde las mujeres jugaban y ahora se desencajaban de risas por su grandes habilidades. Dylan contuvo una rabieta. Otra razón más para que ellas empezaran a caerle mal.
—¿Dyl, intenta apuntar, quieres? —Se mofó Mark, lanzándole una mirada petulante—. Ya sabes, como cuando metes el pene. ¿O es que acaso ni siquiera la sabes meter?
Ethan bufó una risa, pero rápidamente la ocultó con una tos falsa. Los demás permanecieron lealmente en silencio, lo que él apreció, y agradeció.
El entrenador Hedge, visiblemente harto de estar perdiendo sus pelotas, le lanzó otra. Dylan la agarró con un gesto de disculpa, y luego casi se le cayó de las manos cuando iba a levantarla. Escuchó más risas, y entre ellas identificó la de Luke, al otro lado de la red. Sintió que se sonrojaba del bochorno, y miró hacia el frente, y se topó con la mirada de Percy.
Su corazón dio un brinco absurdo en su pecho.
Percy le sonrió, y le dio un pulgar hacia arriba, para enviarle ánimos. Luego volvió a girarse, y se quedó mirando al frente. Luke ya no se reía ahora, testigo de lo que había hecho su mejor amigo. Dylan tragó saliva, y contuvo la ridícula felicidad burbujeante que amenazaba con estirar sus labios en una sonrisa de idiota. Estaba completamente imbécil. ¿De qué se alegraba? No era como si Percy le hubiera transmitido poderes con la fuerza de sus ojos verde mar.
Dylan golpeó la pelota, y ésta voló peligrosamente cerca de la cabeza de Cecil, pero contra toda lógica, logró cruzar la red. Chocando contra ella en el borde, pero pasando al fin y al cabo. Soltó una carcajada de incredulidad al verlo, y luego corrió hacia su posición en la cancha, detrás de Will, cuando el profesor Hedge lo instó a mover su trasero. A partir de ese momento de pequeña gloria, todo fue peor para Dylan.
No sabía cuándo moverse, o cuándo debía dejárselo a su compañero de al lado, que se trataban de Percy a la izquierda y Ethan a la derecha. Dylan solo veía la pelota acercarse jodidamente rápido, y cuando se movía para hacer algo, Ethan o Percy también lo hacían, o Will delante de él, entonces ambos quedaban mirándose, un valioso segundo de confusión y duda ocurría, sobre quien la golpearía, y entonces, la pelota golpeaba el suelo, y ellos perdían un punto.
Hubo una ocasión en la que Will y Dylan, chocaron tratando de detener una pelota que caía en medio de ambos, el impacto fue tan fuerte que él trastabilló, pero Will cayó completamente a cuatro patas al suelo, con el trasero gloriosamente levantado hacia el equipo enemigo. Por supuesto, Nico no perdió la oportunidad. Llevó las manos hacia su boca, y haciendo como de un megáfono, gritó:
—¡Muy buena vista, Solace! ¡Muchas gracias!
Una multitud se destornilló de risa pensando que Nico se burlaba de él, cuando en realidad, eran palabras que transmitían la honesta y pervertida alegría de su corazón. Will se incorporó rápidamente, y le regaló a Nico una sonrisa coqueta, que el otro devolvió con el éxtasis dibujado en cada línea de su rostro.
Mientras tanto, Dylan se sentía cada vez peor. Un inservible. Como la lechuga en medio de las hamburguesas intentando ser menos dañina. Estaban perdiendo muchos puntos, y la mayoría eran por culpa de él. Mark, que jamás desaprovecharía la oportunidad de humillarlo, se lo dejó en claro en reiteradas ocasiones.
—¡¿Qué carajos, Thompson?! ¿No tienes manos? ¡Un manco podría jugar mejor que tú, de hecho, hasta el tuerto de Ethan aquí presente está jugando mejor que tú!
—No me hagas enojar, o también te dejo tuerto —amenazó Ethan, apuntándole con un dedo amenazante.
—¡Como sea! —Mark rezumbaba de desprecio—. ¡Thompson, atrapa algo y deja de correr como un marica!
Dylan sintió ese insulto como un puñetazo. Pero no podía defenderse. Realmente era muy malo jugando. Así que apretó los labios, y se limitó a ignorarlo. A lo lejos, Luke estaba sacando la pelota, se elevó en el aire, y sorpresa, venía en su dirección para ganarse otro punto. Dylan frunció el ceño, sintió ganas de llorar por la impotencia, y cuando alzó los brazos, para fallar completamente y enviarla lejos de la cancha... De improviso, Percy se colocó enfrente de él, a la velocidad de un tifón, y con la apariencia de un jugador profesional, saltó.
Se elevó alto y poderoso como una ola, o como si tuviera resortes en los pies, y con un movimiento fluido de manos, envió la pelota hacia arriba, para que Cecil pudiera colocarla para Will. Funcionó. Will también brincó, y apuntó para que la pelota aterrizara justo sobre la línea libre, para ganar un punto. Su equipo vitoreó de alegría, y pasaron de estar catastróficamente perdiendo por quince puntos, a vergonzosamente perdiendo por quince puntos y un punto a favor.
Los únicos que no celebraban eran Percy y él. Ambos se estaban observando, y luego de unos segundos que parecieron alargarse hasta el infinito, Percy sonrió, y le dijo:
—Descuida, las recibiré todas por ti.
Dylan abrió la boca, y de pronto su vocabulario era el de un niño de tres años:
—Ah... yo, sí, hazlo, hmmm...
Percy sonrió aún más ampliamente, y Dylan quiso esconderse dentro de una cueva. Si su padre lo hubiera oído hablar así, no cabría duda de que le hubiera dado una paliza hasta que sus cuerdas vocales volvieran a funcionar.
A partir de entonces, Dylan pudo relajarse un poco más. Ya que todas las pelotas que iban dirigidas hacia él, un acto adrede del equipo enemigo para ganar puntos a su costa, terminaban siendo recibidas e interceptadas por Percy. Éste parecía un huracán en la cancha, moviéndose de aquí para allá, y evitando en reiteradas ocasiones, que la pelota tocara el suelo por culpa de su indecisión.
Era impresionante, y Dylan no pudo evitar admirarlo en silencio a cada rato. La forma en que su pelo azabache se pegaba a su frente, el movimiento de sus piernas, el pequeño gruñido involuntario que soltaba al hacer una maniobra difícil. La manera en que se acercaba tanto a él, tan rápidamente, que no le daba tiempo a su mente a despertar sus miedos, y solo podía pensar, en lo extraño y cálido que se sentía, cuando le regalaba una sonrisa tímida.
Percy se paró de nuevo a su lado, acababa de pasarle la pelota a Cecil , y en el pequeño espacio de calma que le aconteció, Dylan se encontró hablándole antes de darse cuenta.
—Eres como una bestia del voleibol, ¿dónde has aprendido?
—Mi madre, Luke y yo, siempre jugábamos al voleibol de playa cuando íbamos de vacaciones. A veces en grandes grupos —contestó Percy, concentrándose en él. Tenía la piel bronceada perlada en sudor, y sus ojos, bajo el brillante sol, habían adoptado el mismo color turquesa de una turmalina verde pulida. Se sintió hipnotizado—. Podría enseñarte después —continuó, despertándolo de su ensoñación—. Si tú quieres.
—No lo sé —inició Dylan, dándole una lenta sonrisa provocativa—. Exactamente, ¿a qué clase de juegos te refieres, percecito?
Percy pareció contener el aliento. Y Dylan sintió ganas de echarse a reír como un tonto por alguna razón que no entendía. Estaba a punto de decir algo más, algo aún más atrevido motivado por una extraña emoción en su pecho, pero cuando abrió los labios, su voz quedó enmudecida por la estruendosa voz de Cecil, gritándole una advertencia:
—¡CUIDADO!
Lo último que Dylan vio, fue a Nico di Angelo elevándose en el aire, de una forma tan grácil y elegante, que le pareció contemplar a un ángel vengador de alas negras, majestuoso e imponente, viniendo a impartir justicia. Luego, una de sus manos, letales, y desencadenadora de los jinetes del apocalipsis se levantó implacable, y a la misma velocidad, la descendió de vuelta, implicando su castigo divino.
"Oh", pensó Dylan, distraído, mientras contemplaba y aceptaba su destino. "Cómo odio el verano, y el maldito y horrible voleibol".
Dylan recibió un pelotazo en la cara, en su cara de millones de dólares, y cayó al suelo de manera para nada espectacular.
Al menos no le había dado en la entrepierna.
Los derechos correspondientes, y merecidos, y agradecimientos por el dibujo a Shay_kid_of_Apollo.
¡Hola, chicos! No saben lo nerviosa que estuve por publicar este capítulo. Siendo el primer pov Dylan oficial que he hecho. He estado esperando hacer este cap desde junio del año pasado, y tenía tantas espectativas que... casi exploté del estrés jajajaja. ¿Salió bien?
Cabe mencionar que el cap iba a hacer más largo, con un pov Nico incluido, pero ya eran 6000 palabras, y mi sis me recomendó recortarlo y bueno. Eso hice.
Y ahora... ¿en serio te ibas a ir sin dejarme un lindo comentario? ;-; ser perverso, eres un monstruo que solo come mi capitulito y ni dice gracias, ToT tirando nada más los platos sucios con despecho. ;-;
¡Comentame que te pareció este capítulo! Tu opinión sobre Dylan, sobre sus pensamientos, o sobre lo que te dejó reflexionando.
Nos vemos en otra historia ♡
¡Y FELIZ CUMPLEAÑOS A MI HERMOSA PechaghtLecha! Eres un ser muy puro, y mereces tdos los libros pervertidos que desees tesoro. ¡Pásala bien!
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