capítulo veintitrés

—¿Embarazada, dijiste? —Mi corazón late a mil pulsaciones por segundo. Por alguna razón, en mi cabeza esto se sentía más fácil, más razonable. Asiento ligeramente como respuesta y él camina de un lado a otro con las manos en la cabeza—. Pero no puede ser, si la vasectomía solo falla en un caso de cada cien. Es muchísimo más efectivo que cualquier método anticonceptivo para mujeres; ¡hasta me dieron una charla sobre quedarse sin hijos! Yo sabía que debíamos usar preservativo de todas formas, con la dicha que tengo, yo tenía que ser del 1%.

—Facundo —lo llamo al notar por donde van sus pensamientos. Se queda en silencio y me mira fijamente; es imposible descifrar lo que pasa por su cabeza—. No es tuyo.

—¿Qué? —espeta.

—Que no es tuyo. El bebé no es tuyo —digo sin darme cuenta de que es la primera vez que hablo como si de verdad hubiera alguien ahí.

—¿No es mío? —Niego como respuesta—. No es mío. No es mío. Ok. Entiendo. Tiene sentido.

Nos quedamos callados sin mirarnos ni hablar. Hay dolor en el ambiente, lo puedo sentir; por instinto llevo mi mano al vientre y me acaricio. Facundo observa esa acción y respira hondo mientras se masajea las sienes con ímpetu.

—Lo siento —murmuro porque de verdad lo siento. Siento estar embarazada y haberme hecho la ciega con respecto a Daniel, siento haberme abandonado, siento el haber creído que hacer todo lo malo me traería resultados buenos; y sobre todo, siento estar aquí, acorralando a este hombre con problemas que no deberían ser suyos, sino míos y solo míos.

—¿Por qué es tu insistencia en decírmelo, Patricia?

Por sorpresa, no tengo que pensarlo dos veces para responder.

—Eres el único que siempre está para mí y se preocupa. Mis padres no están realmente...

—¿Entonces por qué terminaste conmigo en primer lugar? Si soy de tanta ayuda y apoyo, debiste quedarte. Así no te hubieras metido en este lío que estás ahora. O quizás si, quien sabe.

—No digas eso —espeto con culpa—. Acudo a ti porque eres el único adulto que puede al menos aconsejarme sin perder la compostura. No te imaginas lo mucho que me cuesta hablarte de esto. —El nudo en mi garganta crece cada vez más—. Solo estoy tratando de portarme con madurez y hablar de mis problemas.

—Un hijo no debería ser un problema —masculla casi de manera imperceptible.

—Pero para mí lo es porque no tengo ni idea de qué hacer. Y encima, no tengo a nadie más que mi amiga de la escuela que es medio año más joven que yo y es tan tonta como yo... o un poco menos.

—¿Ella fue la que te metió en la vida loca?

—No. Yo me metí sola. Buscando amor y libertad, solo me volví más idiota de lo que ya era.

Ambos nos quedamos callados. La tensión se reparte en el ambiente junto al silencio. No sé qué va a pasar ahora. Mi corazón siente un respiro por haber soltado todo al fin, pero mi mente continúa maquinando soluciones inexistentes.

—¿Qué hago? —cuestiona el pobre con los ojos tan brillantes que, puedo jurar, en cualquier momento podría derramarse en lagrimas. Me limito a hacer un gesto lastimero indicando que no sé. No tengo ni la más mínima idea—. ¿Sabes qué, Patricia? En este momento me encantaría estar sacándote por esa puerta y diciéndote que no tienes derecho a ensuciarme con tu lodo.

—Puedes hacerlo. —El nudo en mi pecho hace que se me quiebre la voz.

—Pero no quiero, no puedo evitar sentir responsabilidad por ti. Simplemente no lo puedo evitar.

—No es que me ayudes, es que me orientes, o al menos dime donde puedo buscar ayuda. Yo me encargo. Es mi error, es mi cuerpo... —Pienso en las palabras de Daniel y casi las repito: es mi reputación.

—No podrás con eso tu sola, Patrie. —Su voz se suaviza con esa frase—. Y no puedo dejarte sola; no soy capaz.

—No es necesario que me acompañes, solo dime qué hacer. —Cada vez estoy menos convencida de que esta sea la respuesta, pero me da miedo el compromiso que suponga dejar que él sea quien me ayude.

—No te estoy pidiendo que vuelvas conmigo, tampoco te estoy diciendo que me dejes decidir sobre tu cuerpo. Solamente estoy ofreciéndome porque me quiero creer más bueno de la cuenta. —No tengo respuesta para ello. No hay respuesta para nada en mi cabeza, en realidad; estoy tan perdida que no hay dónde mirar—. ¿Qué has pensado hacer? ¿Quieres tenerlo o prefieres abortar?

Mi corazón da un vuelco al escucharlo.

—No había pensado en esa posibilidad.

—¿Por qué no? —espeta como sorprendido.

—No puedo sacármelo, no puedo.

—¿Crees que tienes la manera de criar un niño?

—No, no la tengo, pero... —Ni siquiera sé de lo que estoy hablando, hasta hace un rato no había contemplado mi embarazo como un alguien, más bien como un algo. Pero no se siente correcto—. No se siente correcto —digo así sin más.

—Entonces quieres tenerlo. —Respondo asintiendo con toda la firmeza que me proporcionan mis inseguridades—. Pues vas a tenerlo y las personas que te rodeamos te ayudaremos a tomar las mejores decisiones.

Lágrimas se asoman con rapidez por mis ojos y ruedan por mis mejillas. Siento como la cara se arruga cuando hago el esfuerzo por no llorar, mas es inevitable. Me siento querida. A él le importo de verdad.

En este momento me doy cuenta de que los errores del pasado nunca definen una persona y que las primeras impresiones no son las que cuentan siempre. Facundo era la persona más despreciable para mí, no porque él se diera a despreciar, sino porque las circunstancias así lo provocaron. No obstante, el tiempo y las acciones han demostrado todo lo contrario: Facundo se interesa de verdad en mí y no merece que lo odie.

—No llores, nunca sé qué hacer cuando estás llorando.

—Perdóname, no merezco que me quieras de esa manera —sollozo.

—Oh, no digas eso. —Él me agarra por los hombros y me seca las lágrimas—. Mereces que te quieran así y más, eres una chica maravillosa; solo que metiste la pata, eso no te quita el derecho a ser amada inmensamente. No digas que no mereces cariño, ¿sí? —Asiento un poco dudosa y me dejo abrazar. La calidez me llega al pecho cuando me doy cuenta de que en realidad no estoy sola, o al menos no tan sola.

—Lo siento, que estoy toda mocosa y te ensucio la camisa —digo despegándome de él.

—Ya está sucia de todas formas. Vamos adentro, que no puedes pasar frío.

Ambos nos dirigimos a la cocina sin mediar palabra, como si hubiese un trato implícito entre los dos. El recoge los platos sucios y los pone en el lavavajillas mientras yo lo observo desde lejos. Por alguna razón me siento en calma, sin presión; su presencia no me disgusta como en otras ocasiones y estoy siendo solo yo misma. Es la primera vez en mi vida que no estoy pensando si lo que hago me hace encajar o no. Entonces me doy cuenta de que Facundo es una de las mejores compañías que puedo tener.

—¿Qué has hecho hasta ahora? —cuestiona de pronto.

—¿Qué? —espeto ensimismada.

—Qué has hecho con tu bebé.

—¿Además de lamentarme y no saber qué hacer? Nada.

—Supongo que tiene que verte un médico. —De la despensa saca un mango y comienza a pelarlo con los dedos. Se me hace la boca agua solo de verlo—. Las mujeres embarazadas tienen que ir a chequeo de manera periódica, no sé exactamente cada cuanto tiempo, pero es poco tiempo. ¡Ah!, y también tienes que tomar vitaminas y demás. No sé si te pongan alguna dieta en específico; en realidad no tengo mucha idea sobre esas cosas. —El mango es de un color naranja tan brillante que puedo saborear lo dulce que está solo con los ojos—. ¡Patricia!

—¿Qué? —suelto dando un brinco. No estaba escuchando ni media palabra de las que dijo.

—Que si ya hablaste con el padre del niño. —Asiento de manera automática y en ese momento Facundo nota que mi mirada reposa solo en la jugosa fruta que sostiene en sus manos—. ¿Quieres uno?

—Oh por Dios, sí, claro que quiero uno. —Me abalancho a la despensa y tomo el más maduro para comérmelo con toda la dedicación posible.

Facundo ríe a carcajadas al verme comer así, como si no hubiese un mañana.

—Lo siento, es que no estoy acostumbrado a tratar con embarazadas y sus antojos. ¿Espero a que termines y seguimos hablando?

—No, no; tú habla que yo escucho.

—Sí claro, justo como estabas haciendo hace un instante.

—Te estaba escuchando —digo chupándome los dedos tal como una niña pequeña.

—Te pregunté si habías hablado con el padre y me dijiste que si —pronuncia con voz sarcástica.

—Lo hice. —Por un segundo no mido mis palabras y me dejo llevar por la zona de confort en la que estoy metida.

—¿Cómo? ¿Y por qué me estas pidiendo ayuda a mí, entonces? —Quedo entre la espada y la pared. Mi rostro refleja el remolino de pensamientos que atraviesa mi cabeza en este instante—. ¿Es un muchacho inexperto? ¿Alguien de la escuela?

Casi por instinto comienzo a negar con la cabeza de manera nerviosa. Él no puede saber, ni por error se puede enterar.

—No. Dijo que no quería nada que ver con esto —argumento creyendo que así podré convencer a Facundo de llevar la conversación por otro lado.

—Es que las cosas no funcionan de esa manera. Yo quiero hablar con ese muchacho, si voy a estar metido en este lio será por completo, así que me vas a decir quién es aunque me estoy metiendo en lo que no me importa.

—No, no te lo voy a decir.

—No voy a patrocinar un irresponsable, así que dime quién es, porque tengo palabras para él.

—No puedo decirte. No puedes saber.

—¿Segura? —Asiento con vergüenza. Él no tiene ni idea de lo que le oculto—. Bien, no puedo hacer nada. Voy a conseguirte una cita con un buen ginecólogo, yo me encargo de eso. Por lo demás, ese muchacho tendrá que actuar y yo no tengo manera de hacer que actúe si ni siquiera sé de quién se trata.

—Pero dijiste que me ibas a ayudar. —El mango deja de parecer interesante.

—Para ayudarte tienes que ser completamente sincera conmigo, de otra forma no puedo hacer nada más que eso.

—Hay cosas que no puedes saber.

—Te comprendo. También hay cosas que no puedo hacer —dice—. Termina tu fruta, yo me pondré cómodo para ir a llevarte a casa. Mañana te escribo para que vayas al doctor. —Se da la vuelta con una expresión indescifrable en el rostro, no sé si está molesto, decepcionado o le da igual—. Es bueno que hables con tu madre. Tarde o temprano se dará cuenta.

Me quedo callada porque sé que es verdad. Debo ser responsable esta vez, ya no hay libertad ni desenfreno. Por un momento cuestiono si logré lo que quería con esta conversación y me doy cuenta de que no, sin embargo, conseguí otra cosa más importante que obtener ayuda: ya no estoy tan perdida, ya sé cuál camino deseo seguir. Parece una locura y me van a criticar hasta la muerte, pero voy a ser mamá. Voy a ser mamá con diecisiete años.

¡Hola a todos! He estado bastante ausente los últimos meses, solo publicando capítulos ocasionales y sin dejar notas de autor. Sé que cuando empecé esta historia era muy constante en mis publicaciones, pero mi situación ha cambiado, así que les pido que me tengan paciencia. Aun así no he abandonado la historia ni lo haré, ¡la amo demasiado! Tampoco estará pausada como todas mis demás historia. Continuaré aquí hasta que llegue el final.

He visto que nuevos lectores se han unido a la familia, muchas gracias a ellos y a los que han estado desde el primer capítulo también.

Desde ahora en adelante publicaré los capítulos en cuanto estén terminados. No puedo decir qué tanto tiempo porque algunos capítulos los puedo terminar en un solo día y para otros me tardo semanas (como este y el anterior que fueron muy difíciles de escribir). Repito: espero que me tengan paciencia.

Gracias por estar aquí. Dejen comentarios de amor, que me encantan. Y nos vemos en la próxima.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top