capítulo veinticuatro

Cuando llegamos a casa es casi medianoche y aunque insisto en que no es necesario, Facundo insiste en dejarme justo en la puerta de mi casa. Durante todo el camino, guardó un voto de silencio tan rotundo que hasta la música fue vetada del vehículo. Aun así, mis propios pensamientos hacían tanto ruido que no me molestó su silencio ni por un instante. Veo venir tiempos difíciles para mí y no sé si tengo la mentalidad necesaria para afrontarlos. ¿Criar un niño? ¿Sola? ¿En qué creo que me estoy metiendo?

Las decisiones que he tomado casi por impulso en las últimas horas me van a pesar por el resto de mi vida; es más, todas las decisiones que he tomado en los últimos meses definirán el rumbo de mi vida completa.

¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Ya está arruinada? El no saberlo me inquieta demasiado. Sin embargo, en este momento me gustaría ser capaz de prometerme que la persona que vive en mi vientre no tendrá que pasar por lo mismo que yo. Que seré la madre que yo necesito.

—Tienes muchas cosas que pensar, Patricia: te toca enfrentarte a algo muy complejo —dice Facundo mientras subimos las escaleras que llevan a mi departamento. Una brisa fría se desliza entre los agujeros calados en el concreto del edificio, me acaricio los brazos para evitar los escalofríos—. Y no sigas pasando frío que te dará gripe.

—Gracias otra vez por preocuparte por mí. —Voy buscando la llave en mi bolso.

—Te ayudaré hasta donde pueda y sea correcto. Mi única condición es tu sinceridad. —Es fácil reconocer la intención oculta en sus palabras tan rebuscadas. Solo necesita que le diga quién es el padre del niño y él cree que con eso resolverá todo, pero no es así; si él lo supiera no0 haría más que empeorar toda la situación.

—Lo sé.

—No pierdes nada, Patricia. Ya perdiste bastante y te sigues viendo radiante. —Su comentario me saca una sonrisa—. Lo que quiero decir es que no importa como hayan sucedido las cosas, ahora nos toca hacerlo bien. A mí para reivindicar todo lo que te quité y a ti para enderezar los asuntos antes de que se cumplan nueve meses. —No digo nada. Mis ojos se quedan clavados en el piso mientras en mis mejillas se sienten los restos de la sonrisa que hace unos segundos fue—. Solo quiero que sepas que no te voy a condenar.

—¿Patricia? —se oye a mi madre desde dentro llamar.

—Soy yo, má —respondo.

—¿Con quién hablas?

Miro a Facundo con cara de circunstancias y él, con una pequeña seña, me indica que no importa.

—Es Facundo, vino a traerme. —En menos de un minuto, la puerta se abrió desde dentro mostrando a mi madre con su bata larga y el pelo recogido en la coronilla de su cabeza.

—Buenas noches, Facundo.

—Buenas, Susana. Te la traje sana y salva —dice dándome una palmada en la espalda.

—Gracias —murmura con un asentimiento y deja el silencio esperando a que nos despidamos.

Un instante de incomodidad se extiende entre los dos. Facundo me extiende la mano, pero yo lo abrazo dejando su brazo aplastado en el medio de los dos. Ambos reímos y él me acomoda un riso.

—Sigue dejándote el pelo así —dice y cuando voy a entrar agrega—: Susana, Patrie te tiene que decir algo. —Quedo petrificada cuando la puerta cierra y me quedo sola con mi madre, quien me mira como esperando que abra la boca en cualquier momento.

¿Por qué hizo eso?

—¿Qué me quieres decir, Patricia?

Me refugio en un vaso de agua para no responder, pero no me durará mucho la barrera. Mi madre mantiene los ojos clavados en mí, escudriñándome. ¿Será verdad eso que dicen de que las madres lo saben todo? ¿Ella tendrá sospechas de lo que escondo? Es cierto que estoy un poco más gorda que de costumbre, pero aun no se nota nada evidente.

El vaso se queda sin agua y, en el momento que lo pongo en el fregadero, se me enciende un bombillo.

—Facundo me regaló una beca para estudiar dibujo. La voy a tomar —digo respirando hondo, pues sé la cantaleta que viene después.

—No deberías estar sacándole favores luego de terminar con él, Patricia; la gente no hace cosas de gratis. —Me quedo petrificada ante lo que sugiere—. Al menos hiciste algo por él, ¿cierto? Como agradecimiento.

—¿De qué tú me estás hablando? —cuestiono incrédula.

—Sabes muy bien a lo que me refiero —zanja tajante—. Ya tienes casi la mayoría de edad y yo misma gestioné el proceso de desvirgarte. Te he educado para que sepas cuales son las cosas que valen en una mujer y como es nuestro trabajo satisfacer los hombres.

Me quedo perpleja, boquiabierta. Lo que dice es cierto, así me ha educado, pero escucharla decir que esa siempre ha sido su intención... me parte el alma en dos.

—Solo pretendes venderme al mejor postor.

—No, no es eso: solo pretendo que entiendas que en la vida las cosas funcionan así. El mundo es un constante intercambio, y tú no tienes nada más que ofrecer.

—Pues te informo que tengo mucho más valor que eso. —Las palabras salen como dagas de mi boca—. No soy un premio, no soy un objeto para entregar como trueque y si Facundo me ha regalado algo alguna vez, es porque él es una persona bondadosa; no como tú, que solo eres una...

—¿Una qué?

—¡Una oportunista! —Su mano se estrella sobre mi rostro con fuerza. Siento un calor peligroso subir desde mi estomago y un sabor amargo en la boca. La miro. Parece perdida, como que no sabe lo que ha hecho. No es la primera vez que me golpea, pero sí es la primera vez que no me importa. O al menos eso quiero creer.

...

En la escuela todo pasa de manera sistemática. Pronto empezaran los exámenes finales, así que todos los profesores están repasando los temas que ya se supone que nos sabemos y nos están dando la charla de que es el momento de nuestras vidas y que en unos meses seremos libres de decidir qué rumbo tomaremos. No puedo negar que estoy muy emocionada por terminar el bachiller; es algo que no se repite dos veces en la vida. Sin embargo, aun siento la mejilla arder al recordar el golpe que mi mamá me proporcionó anoche.

Mis emociones han ido de sube y baja en la última semana y me he ocupado de adjudicárselo al embarazo. Sin embargo, el evidente contraste entre emoción, alegría, ira y decepción me revolotea el estomago constantemente.

Todos hablan de universidades, carreras, familias, viajes al extranjero, buscar empleo, irse de casa, dejar el nido... y yo me quedo callada en el medio del aula porque lo único que tengo seguro es que tendré que ocuparme de un hijo. No sé si eso vendrá acompañado de universidades o viajes al extranjero.

—Patricia, ¿tú que tienes en mente? —me aborda la orientadora directamente.

En el aula, casi todas las miradas se dirigen a mí con la pregunta. No suelo hablar más que de lo que hay dentro de la escuela, nadie más que Raquel conoce mis aspiraciones y mis problemas. Ella también me observa apremiante, como en espera de lo que voy a decir.

—Conseguí una beca para hacer un técnico en dibujo con el Ministerio de Cultura —hablo con tanta seguridad como puedo.

—¿De veras? Me parecías mas del tipo analítico que del tipo artístico. No sabía que te gustaba el dibujo. —Asiento con una pequeña sonrisita en el rostro—. ¿Tienes algún dibujo contigo? —Saco mi libreta y le muestro uno de los bocetos que he realizado para los muebles de mi casa. La profesora se queda mirándolo por un segundo con rostro de sorpresa—. Eso está súper bien, Patricia. No voy a mentirte ocultándote que los artistas se mueren de hambre, pero tu creatividad puede servirte para otras áreas como diseño de interiores o diseño industrial. No dejes que te desanimen, estas joven y tienes toda una vida por delante.

—Gracias, profe —digo antes de darme cuenta de que les está dando consejos de esa categoría a todos los alumnos del grupo. Al parecer es parte de su trabajo.

—Patrie, ¿qué decidiste? —Raquel llega sentándose en la silla que queda justo frente a mí para hablarme mientras todos se concentran en el consejo que la orientadora le da a un chico que quiere ser jugador de beisbol profesional.

—Lo voy a tener.

—¿En serio? Eso es muy valiente. ¿Acabas de oír todas las cosas que te dijo la profe? Eso no será posible si tienes un niño que criar. Tienes que buscar trabajo en lo que sea y no tendrás suficiente para estudiar.

—No creo que sea mi caso. O quizá sí, no sé. —Lo que me dice tiene sentido. Estoy sola en esto y no son muchas las posibilidades que me ofrece mi situación.

—Si yo fuera tú, no tendría ese hijo ni de relajo. Pero es tu decisión, hay que apoyarte.

Me dan ganas de darle las gracias, pero lo omito.

—Anoche hablé con Facundo.

—¿El novio millonario? —Sus ojos brillan ante la simple mención.

—Cálmate, niña. Si, justo el. Le conté todo y se ofreció a ayudarme con el médico. Las embarazadas tienen que ir al ginecólogo muchas veces.

—Sí, eso sí. Cuando mi prima estaba embarazada iba todos los meses, creo.

—Será de gran ayuda. El problema es que él quiere que le diga quién es el padre del niño porque le quiere decir un par de cosas.

—No le puedes decir, seria clavarte el cuchillo tu solita.

—Sé que no puedo y no lo hice y no lo haré —zanjo tajante.

—¿Por qué no le dices a tu papá lo del embarazo? Con el si puedes hablar de Daniel, supongo, después de todo ya le contaste que estabas con él y lo que había pasado entre ustedes. Tu papa parece un hombre muy chulo de tratar.

—Lo era antes de que se esfumara de mi vida. Ya ni me llama, lo último que supe de él fue que le dio like a una canción que compartí en facebook.

—Si lo llamas te va a responder, de eso estamos seguros.

—Tienes razón. Es una buena idea. —Porque aunque mi padre no ha demostrado ningún interés en mi persona desde que se fue de la casa, siempre fue un buen padre y estuvo dispuesto a aconsejar.

Continuamos nuestra conversación, inmersas en críticas por las vocaciones de nuestros compañeros y cuando llega el turno de Raquel escucho su debate entre ser fotógrafa o modelo. Habla con tanta seguridad de su futuro que parece ya real. Por un segundito le tengo envidia, porque ella sí tiene idea de cómo será su vida de mañana en adelante.

Yo no tengo ni idea.

Después de mucho, por fin termine el capítulo. Esta nota la dejo para contar tres cosas sobre mí: 1) odio muchísimo la madre de Patricia, 2) Facundo es mi personaje favorito y 3) la relación de Patrie con su padre está medianamente inspirada en mi relacion con mi propio padre. Es curioso que no me habia dado cuenta de ello hasta que en este capítulo Patricia describe a su padre Manuel justo como yo describiría el mío; entonces me he dado cuenta de que siempre dejamos algo de nosotros mismos en las historias y eso es estupendo.

Gracias por leer, gracias por esperar. Nos veremos en la próxima. Les mando amor.

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