capítulo tres
El viernes tardó una eternidad para llegar, sin embargo ha llegado y aquí estoy emocionada y medio. Mami está muy pendiente a mi pelo y mi maquillaje, mientras yo solo me preocupo por terminar la tarea de biología para tener el fin de semana libre para holgazanear.
—No sé por qué te has dejado el pelo rizado ahora. Cuando lo alisas se ve más formal y es mas domable —se queja mami mientras intenta aplacar los últimos risos del pulcro recogido que me hizo a la altura de la nuca.
—Sabes que no quiero negar mis raíces. El pelo rizado es parte de mi identidad. —En realidad, esto fue algo que dijo mi profesora de cultura y civismo, así que lo pude tomar de excusa para dejar de alaciarme el pelo cada semana, lo que era casi una esclavitud. Siendo sinceros, mientras no le moleste a nadie, me lo voy a dejar así.
—Sí, pero tienes que estar acorde a las situaciones. Los risos se ven poco formales.
—¿Eso crees? —pregunto con voz trémula—. Quizá deba alisarlo de nuevo, ¿verdad?
—Si no quieres no, pero haría las cosas mucho más fácil. —Pienso en posibilidades. Mami tiene razón, el pelo rizado es muy difícil de manejar. Tal vez lo mejor sea dejarlo lacio. A pesar de que me gusta más como está ahora—. Bueno, eso es todo. Trata de no dejar ningún mechón caer sobre la cara, así se ve pulcro. Vamos con el maquillaje.
—Espera, déjame terminar la tarea —pido aunque sé que recibiré una respuesta negativa.
—Tú terminas eso mañana o después. Vamos a esto, que es tarde.
Me pongo en disposición y permito que mami haga lo que le parezca con mi rostro.
La cena se realiza en un salón de lujo enorme. Hay arquitectos e ingenieros por todas partes y las conversaciones giran en torno a medidas, edificaciones y contratos millonarios. Facundo es dueño de una importante ferretería y está a punto de firmar un contrato para proveer materiales ferreteros a la corporación constructora que se encarga de realizar las obras públicas del país. Ese es el motivo de la actividad.
A pesar de todo, no me siento tan fuera de lugar porque, con mi atuendo y peinado, luzco como una auténtica dama de compañía.
—Patrie —Facundo llama mi atención desde unos metros de distancia. Lo miro con la cabeza ladeada y una pequeña sonrisa.
—Ay pero que carita tan bonita —dice la mujer que está justo a su lado.
No pretendía sorprender o que mi cara se viera bonita. Solo me veo contenta porque lo estoy. Es normal tener la carita bonita cuando tienes una sonrisa genuina.
—Ven para presentarte. —Me acerco un poco intimidada, pero trato de mantener la postura. La mujer me mira amigable. La observo con detenimiento. Es una señora morena con el pelo negro y ojos oscuros, y lleva un afro, no se ha alisado el pelo. Con su maquillaje brillante y un traje negro de negocios, se ve muy formal. Sin alisarse el pelo—. Patrie, esta es Milagros, aunque todos le decimos Mili. Es mi gerente de relaciones públicas y la encargada de organizar esta actividad.
—Un placer, Mili. —Extiendo mi mano para saludarle, y recibo una sonrisa cálida de su parte.
—El señor me había dicho que eras adorable, ya sé a qué se refería con eso.
—Gracias, usted también es muy bonita. —Facundo se gira a mirarme como para confirmar que no tengo ni idea de que decir en esta situación. Me toma por la cintura y me sonríe.
—¿Y al final vino tu hijo Daniel? —pregunta mi acompañante para romper el silencio.
—Sí, esta por ahí con las muchachas de servicio al cliente. Mira. —Más por instinto que por otra cosa, miro a donde señala, y me encuentro un muchacho joven entre chicas. Lo observo y me doy cuenta de que está haciendo un esfuerzo por encajar en el ambiente, así como yo, pero a él se le nota a leguas.
Su camisa arremangada lo hace ver desaliñado y lleva aretes dorados en ambas orejas. Se nota desinteresado en la charla que está envuelto, pero actúa como si no tuviera otra opción más que escuchar y permanecer quieto.
Cuando Milagros le hace una seña, él se disculpa con las chicas que lo rodean y se acerca a nosotros. Mira a todos lados, quizás en busca de escapatoria, o quizás porque no sabe donde posar la mirada.
—Mira, Daniel, este es el señor Facundo y ella es su novia Patricia. —Sus ojos me señalan de inmediato. Con una ceja arqueada me mira anonadado, como indignado. Lentamente, le da la mano a Facundo y la estrecha con firmeza.
—Muchacho —dice el al saludar a Daniel—, ¿cómo llevas la universidad? Mili no para de hablar de ti, de lo orgullosa que está.
¿De veras una mujer tan tierna y educada como esta puede estar orgullosa de su hijo con esas fachas? ¿En qué estaría pensando? Si él lo que parece es... un pandillero. En un momento la incomodidad es extrema y no me queda de otra que mirar a los lados y pensar en una excusa para salir de la ecuación. Los tres a mi alrededor están charlando entre ellos, sin embargo, yo me mantengo en silencio tal cual tumba sellada.
—Bueno, me voy, tengo compromisos en casa. —Daniel se despide de Facundo y su madre—. Patricia —pronuncia mi nombre y me siento acusada. Lo miro de vuelta y capto la manera en que me lee. A través de mi mirada el llega a darse cuenta de lo nerviosa que estoy y lo fuera de lugar que me siento—. Fue un placer mirarla —dice sin emitir toque alguno. Ni siquiera estrecharme la mano ni mucho menos.
Y así, sin más, se va del sitio.
—Creí que se quedaría hasta más tarde, pero él tiene otra actividad —explica Mili tan pronto como Daniel sale de la vista—. ¿Sabes? No me gusta envolverlo demasiado en asuntos de trabajo, o por lo menos no obligarlo a envolverse en estos ambientes si tiene otros compromisos.
—¿Qué está estudiando tu hijo en la universidad, Mili? —pregunto.
—Psicología clínica —dice sonriente y con tono orgulloso—. En realidad le hubiese gustado estudiar psiquiatría, pero el presupuesto no es suficiente como para cubrir una carrera tan cara.
—Te dije que de la empresa podíamos ayudar, Milagros, así que no vengas con esa excusa —interviene Facundo.
—No era necesario. A él le está yendo muy bien. ¿Tú que estudias en la universidad, Patricia?
—En realidad aun estoy en último año de bachiller.
—Oh —murmura con duda—, ¿qué edad tienes, cariño?
—Patricia, ¿no tenias que irte ya? —interrumpe Facundo súbitamente. Mi edad es un secreto de estado siempre. Las menores de edad son peligrosas y el mundo en que Facundo se mueve también.
Milagros parece captar el percance y se disculpa repetidamente por su comentario inapropiado. Sin embargo, ya Facundo está empeñado en llevarme a la fiesta. Salimos del salón agarrados de manos, como vamos todo el tiempo que caminamos juntos. Llegamos al parqueo y nos miramos parados frente al vehículo.
Observo a Facundo y pienso que es muy aparente y elegante. Pero no quiero eso, en realidad no me interesa para nada la apariencia y la elegancia. Me parece más importante la conexión que exista entre las personas. Entre Facundo y yo no existe más conexión que respeto mutuo y el lazo que nos empeñamos en cultivar, aunque sea prácticamente imposible.
—Perdona el importunio, no medí mis palabras al decir que aun estoy en la escuela —digo sin dejar de mirarlo. Eso es algo que mi madre hubiese dicho.
—No tienes que disculparte: solo te dejaste llevar por la conversación. Está bien. —No soy capaz de responder a eso. Me quiero ir de aquí—. ¿De verdad quieres ir a tu celebración? —cuestiona y yo asiento con la cabeza—. No me quiero quedar solo, pero te lo prometí. Y contigo, lo prometido es deuda. —Continúo en silencio y me subo al vehículo del lado que me corresponde.
En una tranquilidad solo interferida por la música de fondo, llegamos a la casa donde se organiza la fiesta, en cuestión de minutos.
—Ay la madre —exclamo en un susurro al mirar el patio exterior lleno de chicos y chicas de mi edad. Con una música estruendosa, gritos, bailes y risas estrepitosas, se respira todo un aire de desenfreno.
Facundo se ríe ante mi expresión.
—Yo creo que no vas a encajar ahí —dice con dulzura entre una sonrisa—. Ven acá —me llama. Mete sus manos entre mi pelo y va sacando las horquillas con las que mi madre recogió mi pelo más temprano. Poco a poco, los mechones van cayendo y mis risos quedan libres. Los alborota un poco y susurra: —Hermosa.
—¿No me veo desaliñada?
—Esa es la idea, princesa. —Me escanea de arriba hasta debajo de una manera muy divertida, no puedo evitar soltar un par de risitas—. Quítate esa chaqueta, solo quédate con lo de abajo. Suelta esa cartera y... ¿tienes algo debajo de la falda? —Me ruborizo ante la pregunta—. O sea, además de la ropa interior.
—En realidad no —digo tímida.
—Es que esa falda no va con la ocasión. Pero bueno. ¿Segura que no te vas a sentir incómoda?
—Puedo manejarlo, tranquilo.
Nos despedimos con un beso y salgo a la fiesta con un aire de seguridad que me sorprende a mí misma. Hoy me toca explorar y tomar mis propias decisiones.
A ver cómo sale.
Perdonen la tardanza, es que tuve problemas con mi internet, además de que wattpad está en sus días. Espero les haya gustado el capitulo. Estén pendientes en la semana, que tal vez les dé una sorpresita. uwu
Besos. (No olviden dejar sus comentarios si ven cualquier cosa fuera de lugar, que nuestra plataforma está en mantenimiento y ya saben cómo se pone todo)
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