capítulo once

—¡¿Cómo que terminaron! ¡¿Estás loca Patricia?! ¡¿Cómo me haces eso?! —Mi madre se pone histérica desde el preciso momento en el que llego sola a casa y le digo que Facundo y yo hemos cortado relaciones.

—Creo que esa es una decisión que yo puedo tomar por mí misma, ¿no? Después de todo era mi relación.

—Pero recuerda que tu padre se fue de la casa. ¿Ahora de dónde vas a conseguir las cosas que necesitas? —pregunta con descaro disfrazado de preocupación.

—Supongo que me tocará empezar a trabajar, o quizás irme a vivir con papi —explico—. Ahora que lo pienso, esa es una muy buena idea.

—¡Irte a vivir con Manuel! ¡Eso no lo puedes hacer! No tienes ni idea de donde está o cómo está viviendo. Patricia, no seas tan malagradecida, que te he dado todo lo que necesitas en esta vida. No me puedes abandonar ahora.

—Tú puedes trabajar también, si quieres seguirme dando todo.

—¡No puedo creer que estés diciendo eso! ¿En qué momento te volviste tan malcriada? —pregunta con descaro. Puedo percibir un aura negativa a su alrededor, es como si ya me he predispuesto a encontrar el lado malo en todas sus palabras. Porque en realidad, estoy siendo muy malcriada, pero solo porque siento que se lo merece—. Espero que vuelvas con él mañana mismo. Debes dejar de ser egoísta y de pensar solo en ti.

—Si le dices que necesitas ayuda, él te la va a dar. Facundo es un pan de azúcar.

—Si yo tengo que pedirle, ¿de qué me sirves tú entonces?

—¿Entonces solo quieres utilizarme? —siseo—. Entonces solo soy un camino para llegar a un fin. Tu banco, donde has depositado demasiado y ya tienes que sacar. —Se queda callada ante la acusación—. No vas a decir nada porque sabes que es verdad, pero eso se acabo. Nunca más vas a manipularme ni a utilizarme. No lo permitiré.

—Patricia, respétame.

—Aquí la única que ha faltado al respeto eres tú, quien pretende usar las personas que te rodean como excusa. ¿Quieres dinero? Trabaja por él. —No bien termino de pronunciar la última frase cuando una bofetada me alcanza.

Siento algo caliente correr por mi cuerpo, mi mano va automáticamente a mi mejilla y mis ojos a su cara de arrepentimiento. Espero con todo mi corazón que ella esté consciente de lo que hizo, porque este es el colmo. Tardo unas fracciones de segundos para asimilar que me golpeó y alejarme de ella.

Mami, por su parte, pone cara de terror total y retrocede por su lado.

—Patricia —susurra—, no era mi intención, perdón, perdón. —No tengo manera de pronunciar palabra. Es increíble. Para mi es increíble—. Me sacaste de mis casillas, fue un reflejo, lo siento.

—¡Siempre es mi culpa! ¡Todo es mi culpa! ¡¿Estás loca?! ¡¿Eres mi madre o mi enemiga?! —Las palabras se forman en mi cabeza y salen sin filtro. Ella empieza a llorar y trata de tocarme, mas no se lo permito.

No se lo permito porque mi cuerpo me pide alejarme de ella. No se lo permito porque estoy nerviosa y asustada. Y no le voy a permitir que haga eso otra vez. ¡Ya soy lo bastante grande como para resolver las cosas hablando! Pero ella no se ha adaptado a como son las cosas. ¿Yo la saque de sus casillas? Ella no debió reclamarme por dejar de ser su asociación de ahorros y préstamos. Aquí la equivocada no soy yo.

Entro a mi habitación y cierro la puerta con seguro. Espero que no sea tan tonta como para buscar la llave de emergencia y entrar de todas formas.

Mi cuerpo se desliza por la pared y me tiro en el suelo. Quiero llorar, pero algo me lo impide. Es como si no hubiera lágrimas, como si mi mente y mi cuerpo se hubiesen combinado para convencerse de que no vale la pena llorar, de que es tiempo y esfuerzo perdido por una causa perdida. Sin embargo, mi corazón se siente débil, es como si no tuviera sentido nada de lo que está pasando. Ni siquiera soy capaz de describir lo que siento.

Agarro el celular e, ignorando todos los mensajes y notificaciones que tengo, le envío un mensaje a Facundo con dos simples palabras:

"Me golpeó"

Los días pasan en casa con cara de desconsiderados. En realidad, la situación económica del hogar empeora bastante, pues, a pesar de que nosotras dos solas no gastamos mucho, no hay ninguna fuente significativa de ingresos al hogar. Me pregunto como nunca analicé que mami me usaba para conseguir lujos fáciles. Nunca hemos pasado precariedades, a pesar de que papi se fue de casa y mami no trabaja desde hace años más que en sus ayudas eventuales en la junta de vecinos.

Pero cómo nos iba a faltar nada si Facundo me entregaba cinco mil cada vez que me veía, es decir, más de una vez a la semana.

Por un lado comprendo que esté enojada e histérica. Después de todo es frustrante estar esperando algo y no recibirlo, aún cuando eso que se espera es injusto.

—¿Qué piensas? —Raquel se acerca a mí con la sonrisa que la caracteriza. Se sienta a mi lado en el comedor y comienza a comer de su desayuno.

—En la vida —digo.

—Somos demasiado jóvenes como para mortificarnos pensando en la vida, ¿no crees?

—A veces es inevitable pensar. —Siento la necesidad de vaciarme y contarle todo, pero algo me detiene. ¿Es justo que la cargue con problemas que solo me atañen a mí? No debo andar poniéndole preocupaciones a otros—. Pero son solo estupideces mías.

—Tienes muchas cosas que contarme, Patri. ¿Qué tal Daniel y tu novio millonario? —canturrea en un tono de chisme. Una sonrisa se pinta en mi rostro de manera automática. Es un poder que Raquel tiene, te saca una sonrisa con cualquier tontería suya.

—Bueno, ya no tengo novio millonario —lo digo de una manera tan casual que la cara de Raquel parece exagerada. La veo aguantando las ganas de gritarme.

—¿Pero qué pasó? Hace unas semanas estaban perfectamente yendo a cenas de lujo y teniendo sexo alocado.

—Lo del sexo alocado lo agregaste tú —señalo—. Decidimos que no combinamos juntos. Además el es demasiado mayor y yo muy joven. Suena tonto, pero la edad sí influye. Ya él tiene ganas de estar tranquilo, yo tengo ganas de estar inquieta.

—Ya me imagino, viciosilla. —Ríe a carcajadas—. Bueno, si es lo que piensas, pues estoy de acuerdo. A pesar de todo, la familia de Daniel también es muy poseedora, ¿me captas?

—Sí, eso lo tengo claro. —Mantengo presente en mi mente que hay detalles que no voy a revelar. Raquel no tiene que enterarse de cómo conocí a Daniel ni cuál es la relación que existe entre él y mi antiguo novio—. Pero con Daniel es diferente, lo que me llamó la atención de él no fue el posible dinero que pueda tener.

—¿Tan bien besa? —cuestiona cantarina.

—¡Tampoco es eso! —exclamo entre risas. Ella me acompaña y gastamos unos minutos riendo y haciendo bromas acerca de nuestras discrepancias constantes.

Me siento mejor estando con ella, me siento tan joven. Siendo como soy: suelta, desenfrenada, sin tapujos ni etiquetas. Libre. Siendo libre. Porque si mi madre me ve riéndome de esta manera, me diría que las señoritas no se ríen así. Si mi madre me viera chismeando con una amiga sobre mis relaciones, me diría que la gente educada no cuenta sus intimidades. Porque si mami viera a Raquel, me prohibiría siquiera dirigirle la palabra.

Pero ahora no estoy sopesando lo que mi madre diría. Simplemente estoy siendo yo, la persona que siempre quise ser.

—¿Cuándo vas a visitarme? Podemos pasar un buen rato juntas —me pregunta Raquel.

—Cuando me invites, estoy dispuesta —digo con convicción.

—Lo dices como si no tuvieras que pedir permiso para salir —argumenta de brazos cruzados.

—Probablemente, no tengo que pedir permiso. —Alzo las cejas y sonrío con satisfacción, todo para creerme mi rebeldía.

—¡Pero hace un par de días tu mamá era un problema! —exclama con voz confusa.

—Bien dijiste: hace un par de días.

—¿Pero cómo? —demanda.

—Al parecer sí tenemos muchas cosas de que hablar —menciono—, ¿Cuándo puedo ir a tu casa?

—¡Mañana mismo si tú quieres!

Raquel y yo nos paramos del comedor y dejamos la basura en los contenedores. Caminamos juntas hacia el curso mientras ella saluda a personas de todos los grados, incluyendo a los profesores y hasta los conserjes. Me siento un poco invisible a su lado, pero no me molesta para nada. Después de todo, en la escuela nadie me conoce porque siempre estoy escondida entre las sombras.

Como mami nunca me ha permitido asociarme demasiado con compañeros de la misma edad que yo, prefiero evitarlos para no llegar a encariñarme con ninguno. Soy muy propensa a aferrarme rápido a la gente y también a sufrir de mas al perder un amigo a quien de verdad aprecio. Supongo que el hecho de no haber tenido muchos en toda mi vida, me afecta en ese sentido.

Así son las cosas: lo que menos tienes es lo que más valoras.

—Patricia, al fin y al cabo, ¿por qué es que tú nunca hablas con nadie en la clase? Eres muy chévere, no entiendo cual es el problema. —Raquel me aborda casual cuando ya casi estamos frente a la puerta de nuestra aula. Suelto un suspiro antes de responder.

—En realidad lo que pasa es que a mami no le gusta que yo tenga amigos de mi edad —explico y Raquel frunce el ceño.

—¿Que no? Eso es raro —dice.

—Es que ella dice que los jóvenes de ahora son muy corruptos y que pueden ser una mala influencia para mí, porque ella está tratando de darme educación y eso.

—Ella lo que no sabe es que prohibiéndote vivir tu vida lo que hace es ponerte peor que nosotros los jóvenes que ella misma ve como mala influencia.

—Tienes razón. Pero ahora ella no va a seguir controlándome mi vida, no. No se lo voy a permitir —enuncio determinada—. Ni te imaginas, Raquel, lo difícil que es vivir rodeada solamente de las amigas de tu mamá, tener diecisiete años y que ni siquiera tu novio sea de tu edad. Oye, es duro. Y es verdad que se aprenden muchas cosas y que se ve todo desde el punto de vista de la experiencia, pero a veces eso no es lo que uno necesita.

—Creo que puedo imaginarme como se siente, y es lo que te digo. Tu madre te quiere cuidar tanto que tienes que volverte rebelde.

—Exacto. —Quiero refutarle, decirle que a mi madre no le interesa para nada cuidarme; que ella está más pendiente del dinero que le deposito en la cuenta de banco que a mis cosas personales o estudios. Que mi madre no es para nada una madre preocupada y que me ha demostrado con pruebas tangentes y visibles que no me ama.

Pero no lo digo.

No lo digo porque temo parecer malagradecida o malcriada. No lo digo por respeto a mi madre y a mi propia reputación. No lo digo porque al final de todo, en el fondo, yo desearía que fuese diferente; o que todo siguiera igual que en el momento que yo estaba ciega. Por un lado, así era mejor.

—Espero que sigas siendo así de amable y que no vuelvas a llevarte de esas tonterías que te dice tu madre. Los amigos no dañan a uno, uno se daña si uno quiere.

Ambas entramos al aula de clases y tomamos nuestros respectivos sitios. Ella justo en medio, donde tiene acceso a hablar con todo el mundo y yo en la esquina trasera de la clase, donde se sientan los raros y los que van a dormir a la escuela.

Es increíble la manera en que dos personas tan diferentes como somos Raquel y yo podemos llegar a llevarnos tan bien, sin importar las discrepancias o las diferencias de personalidad. Cada una es la mejor versión de sí misma y cada una da lo que tiene para dar.

Una buena amistad en eso consiste, ¿no? Entonces tengo una amiga. Y se siente muy bien tenerla.


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