No tan imposible

Las imágenes de aquella Navidad en la Isla del Tesoro Encontrado recorrieron rápidamente el mundo entero causando en cada ser mágico y no mágico la misma sensación conjunta de asombro, curiosidad y alegría.

El inspector Baech, que había planificado su pausa del café para que coincidiera con ese momento en el que se emitirían a escala global, sonrió triunfal mientras veía la televisión del techo y oía los murmullos y conversaciones que comenzaron a sonar por toda la comisaría como el agua que discurre suavemente pero con intensidad a través de una fuente.

—¿Son delfines atados como si fueran renos? —preguntó uno de los oficiales más vagos, apoyándose sobre el mostrador para ver mejor.

—Sí, sí —respondió el centauro al que malamente atendía—. ¡Y no los dirige Papa Noel ! ¡Es una sirena!

—¡Que alguien le suba voz a la tele! ¡Los humanos están cantando algo!

Baech le dio un sorbo al expreso y su sonrisa de colmillos afilados se ensanchó aún más al escuchar que los isleños entonaban canciones tradicionales de Navidad mientras esperaban a que les entregaran sus regalos. La imagen de aquella playa enorme y soleada era francamente entrañable. Dos especies diferentes disfrutando de unas festividades tan familiares y felices, repartiendo alegría en forma de regalos y estrechando un vínculo natural de agua y tierra.

Nadie podría creerse que aquellos isleños habían ocupado el Reino del Sur hacía unos días con exigencias y amenazas. Y tampoco podrían sospechar que no siempre habían existido relaciones tan amigables entre ambas razas. Podría incluso decirse que aquel momento era producto de un milagro. Aunque Baech difería...

Los compañeros de oficina que sabían que se había ocupado del caso le dirigieron miradas cómplices y pensamientos de enhorabuena, aunque solo una se acercó a hablarle. Como siempre. Su oficial preferida, agitando las alas plateadas y exhibiendo un gesto de agradable derrota.

—Lo has conseguido —le dijo, cuando llegó a su lado.

—Te dije que no era tan imposible, Miranda —le contestó él, orgulloso.

—Para ti nada lo es... El viejo debe estar furioso.

A Baech le brillaron los ojos con una luz especialmente demoníaca mientras visualizaba esa escena de Papa Noel enfurecido al ver el telediario y comprobar que su trabajo no era tan complicado de hacer.

—Se lo merecía —sentenció, con gravedad en la voz—. Este año ha ido demasiado lejos.

—Tienes razón... —resolvió la oficial, cansada—. Todavía no me creo que quisiera resolver al asunto enviando a los elfos con aquella basura. ¿De verdad pensaba que así podía hacer que desalojaran el Reino del Sur?

El inspector se acordaba perfectamente del interrogatorio con Antonoff, uno de los cabecillas de aquel grupo de elfos que fueron enviados a negociar con los isleños. El terror que sintió el elfo mientras le confesaba que habían intentado intercambiar los regalos por bastones de caramelo y gorritos de la marca personal de Papá Noel claramente le indicó que en ningún momento habían pensado que su jefe quisiera ayudar a la policía mágica y no mágica a desalojarlos del Reino del Sur.

—Los elfos solo han sido una estrategia de publicidad, está claro. El viejo no quería hacer el viaje a la isla pero tampoco estaba dispuesto a ofrecerles algo decente a cambio —contestó finalmente, cabreado—. Ojalá saliera todo a la luz y el mundo supiera quién es este barrigón al que le pagan impuestos todos los años.

Si no fuera por su trabajo y profesionalidad (que algunas veces aplastaba contra el suelo, pero por motivos aparentemente justificados), Baech informaría a sus contactos en la prensa y la televisión sobre lo ocurrido realmente. Se imaginaba con gran placer el destronamiento de aquel funcionario inútil que se aprovechaba de su fama e imagen para chantajear al gobierno y la Administración de Fiestas todos los años.

Pero no debía hacerlo. Su jefe ya le odiaba bastante.

—Bueno —dijo la oficial, después de suspirar—. Por lo menos, ahora se ha visto que hay otros capaces de hacer su trabajo igual de bien.

—O incluso mejor —agregó Baech, interrumpiendo sus pensamientos oscuros—. Mira qué felices parecen.

Ambos miraron en silencio las últimas imágenes de los isleños, cuyos rostros bronceados y parcialmente tatuados no demostraban ningún indicio de la furia que habían sentido días antes ante la ausencia de los tan deseados regalos en el hogar.

—Solo querían sus regalos y que un ser mágico se los trajera... ¿quién mejor que las sirenas y tritones que viven en sus aguas? —concluyó Baech con obviedad.

La oficial se rio, pensando para sí misma que aquella idea seguía rozando lo imposible aunque se alegrara de que el inspector lo hubiera logrado.

—Puede que al comisario se le olvide todo después de este caso —comentó.

El inspector se frotó las sienes entre los afilados cuernos y cogió aire, exasperado.

—Quizás —contestó, sin mucha esperanza—. Estoy pensando en llevarlo de vacaciones. Los isleños me prometieron unos días con alojamiento y comida gratis para mi y un acompañante.

—Si él no quiere, llévame a mi —dijo el hada enseguida—. Me vendría bien un poco de sol y playa.

Baech alzó las cejas, sorprendido y con la expresión divertida del que está pensando en algo irónico.

—¿Tú no eres un hada de la nieve o algo por el estilo? —preguntó.

—¿Y eso qué tiene que ver? ¿No eres tú un demonio que trabaja para la policía y ayuda a la gente? —contestó ella, falsamente ofendida.

Touché... Somos dos casos que demuestran que lo imposible se puede hacer realidad.

Oficial e inspector se sonrieron mutuamente y en sus gestos se apreció por unos instantes el vínculo profundo que ambos compartían.

Cuando ella se fue finalmente hacia la oficina interior, Baech terminó su expreso y pensó que ni iba a intentar ofrecerle al comisario aquel viaje. Miranda se merecía un descanso tanto como él. Y sabía que había una posibilidad de que ambos acabaran montados en uno de esos delfines amaestrados.

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