𝗼𝗻𝗲. pilot
001. ┊໒ ⸼ | 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗢𝗡𝗘 | 🐝•˖*
❛ 𝗉𝗂𝗅𝗈𝗍 ❜
(voten y comenten o lloro)
Usar la palabra terrible era quedarse corto para describir la mala noche que Malia había pasado. Empezando porque el colchón de la cama donde durmió era más delgado que una rebanada de pan, y terminando por los ruidos extraños que eran emitidos en la habitación de al lado.
Cuando el primer rayo de sol se coló por los agujeros de la vieja cortina que cubría las ventanas, ella rodó los ojos, enojada con el mundo. Había dormido apenas un par de horas; encima, se había despertado antes de que su alarma sonara, lo que hizo que perdiera veinte minutos de valioso sueño.
Es su primer día en Seattle. Malia había conseguido por internet una habitación por tan solo diez dólares la noche, y evidentemente, no era una suite cinco estrellas. Se trataba de un hotel de mala muerte que al parecer no había sido reparado desde su construcción, y que obviamente no había pasado por control de sanidad. Aquí podían criarse un millón de virus y otras tres mil bacterias.
Al menos, dentro de todo, cumplió con sus necesidades básicas. Tuvo una cama y un pequeño baño donde apenas entraba una persona.
Cuando menos lo espero, su alarma sonó, sacándola de sus pensamientos. Ella podría jurar incluso que alguien desde el otro lado golpeó la pared a forma de protesta, quizá era una alucinación. Aunque cuando escucho que le gritaron que apague su alarma, tan solo soltó un suspiro.
"Como si ellos me hubieran dejado dormir anoche", murmuró.
Eso no la detuvo, ni siquiera malogró su día. Tan solo se levantó, se dio un duchazo y pidió un taxi para ir al hospital. Sí, taxi. Tenía tanto dinero como para tomar uno hasta el hospital (no es que lo ahorrara de su almuerzo de ayer, el cual no comió).
Durante todo el camino, se ocupó en ver las fotografías de la galería de su celular, que tan solo eran recuerdos felices de un buen momento en su vida. Y aunque fue lo mejor... prefería olvidarlo. Dejar el pasado en su sitio y seguir con sus sueños. Ser la mejor en lo que hace. Por ella.
Incluso cuando llegó casi rozando el límite de tiempo.
Siguió al resto del grupo, que estaba escuchando el discurso proveniente de un doctor. Rápidamente, y luego de ver su rostro con claridad, lo reconoció como el doctor Webber. El jefe del hospital. Él daba la bienvenida a los nuevos internos.
─ Todos ustedes llegaron hoy con optimismo, queriendo participar. Hace un mes aprendían a ser médicos en la Facultad de Medicina. Hoy... Ustedes son los médicos.
Malia sonrió en su sitio y, sin pensarlo, tomó el dije de su collar. Era un pequeño estetoscopio de plata que le habían regalado en su graduación.
─...Sus siete años como médicos internos quirúrgicos serán los mejores y los peores de su vida. Los presionarán hasta el límite. Miren a su alrededor. Saluden a sus rivales.
Ella giró, y para su fortuna, no se encontró con alguien que le pusiera mala cara. En su lugar, se trataba de un chico que no tenía aquella mirada de asesino en serie dispuesto a hacer lo que sea para triunfar. Él estaba asustado... o nervioso. Tal vez ambas. Así que Malia, en un intento de encajar, le ofreció una leve sonrisa de lado, solo para después prestarle atención al jefe.
─ Ocho optarán por una especialidad más fácil. Cinco no aguantarán la presión. Dos de ustedes serán despedidos ─comenzó a decir, confundiendo un poco a Malia, sin embargo, por lo que escucho todos estos años de sus hermanas, siempre los suelen llevar al límite, incluso tratando de asustarlos desde el primer día ─. Esta es su línea de salida. Este es su campo. Lo bien que jueguen... depende de ustedes.
"Y yo sé jugar muy bien", pensó Malia.
Los internos se dirigieron a los vestidores. A cada uno de ellos se les destinó un casillero donde podrían guardar sus cosas. Así que Malia fue hacia el suyo y guardó su mochila, apretujándola en el pequeño espacio. No tenía nada de valor ahí dentro, no le importaba si se rompía algo o explotaba. Simplemente quería meterlo.
Ella se cambió en menos de treinta segundos; no quería ser tomada como incompetente por demorarse mucho (o ser apodada tortuga). Sí, había pasado demasiado tiempo con otros doctores; la habían traumado.
Luego de unos minutos, ella ya se encontraba acomodándose el estetoscopio en el cuello.
─ A ver ─llamó un doctor, leyendo los nombres de una lista. Probablemente era un residente de primer año, al cual le habían asignado sus propios patitos ─. Martin, Robinson, Bond, Hawkins. Vengan conmigo.
─ De veinte, solo siete son mujeres.
A Malia le llamó la atención aquella voz, así que levantó la mirada para ver de quién se trataba. Ella decidió ser amable, porque no quería tratar de entablar conversaciones con sus compañeros, incluso cuando estos eran competencia.
─ Sí, y dicen que una es una cerebrito porque se adelantó semestres en la facultad; y otra de ellas es modelo ─comentó otra chica, una asiática y de cabello ondulado ─. Honestamente, ¿crees que sea bueno para lograr respeto?
Malía casi se atraganta cuando procesó lo que dijo aquella chica. Porque ella había sido quien se había adelantado semestres en la universidad. Lo que la hizo terminar casi dos años antes que el resto de su generación. Solo por eso había logrado obtener becas. Solo por eso logró terminar su carrera.
"Espero que no me odien por eso", pensó.
─ ¿Alguna de ustedes es Cristina? ─preguntó Malia en su lugar, porque había leído la lista de los nuevos internos, y al ser pocas mujeres en el grupo, solo era cuestión de intuición darse cuenta de quién era quién.
─ Yo ─respondió la asiática de antes ─. ¿A qué médico residente le asignaron? A mí, a Bailey.
─ Bailey. ─respondió una rubia.
─ ¿Al nazi? ─preguntó Malia, quien había escuchado ya de los rumores ─. Sí, a mí también.
─ ¿Les tocó el nazi? ─el chico de hace rato, el que parecía estar nervioso durante el discurso, habló ─. A mí también. Al menos nos torturarán juntos. Soy George O'Malley. Nos conocimos en la fiesta...
Malia frunció el ceño y giró sobre sus talones, yendo hacia la puerta. No quería ser grosera ni anda parecido, pero sentía que no podía ser parte de esa conversación. Ella no había ido a la fiesta, el tiempo no le había favorecido y no llegó a tiempo.
─ O'Malley, Yang, Grey, Stevens y Shepherd.
Los llamaron, y los cinco fueron en fila a preguntarle a aquel doctor si él era El Nazi.
─ No. Está al final del pasillo.
Cristina y Malia fueron las primeras en caminar; ellas encabezaban la fila. Ambas avanzaron y fruncieron el ceño cuando vieron a aquella doctora. No se parecía en nada a un nazi. Era bajita, de cabello corto; conversaba con una enfermera mientras leía algunos papeles que tenía en su mano. Probablemente era la lista de internos; Malia estaba consciente de que les daban un informe de cada uno de ellos.
─ ¿Ese es el nazi? ─preguntó Cristina.
─ Creí que era hombre. ─murmuró Meredith, quien se unió a las chicas.
─ Yo la imaginé como mujer, pero no como esa mujer. ─balbuceo Malia, quien se había imaginado una mujer con porte del ejército, alta y con aspecto de generala.
─ Yo creí que el nazi sería nazi.
─ Quizá sea envidia profesional, quizá sea brillante y la llamen nazi por envidia ─comenzó a decir una de las chicas del equipo, Izzie ─. Quizás sea agradable.
─ Déjame adivinar, tú eres la modelo. ─señaló Cristina.
Ella no le hizo caso ante la acusación; en su lugar, se adelantó hasta llegar a la doctora Bailey.
─ Hola, soy Isobel Stevens, pero todos me llaman Izzie. ─se presentó ante la nazi.
La doctora la miró de pies a cabeza, y luego se dirigió a todos.
─ Tengo cinco reglas, memorícelas. La primera regla: no se molesten en adularme. Ya los odio y eso no va a cambiar. Protocolo de trauma, localizador; las enfermeras los llamarán. Acudirán corriendo cada vez que los llamen. Corriendo.
Malia fue la primera en tomar un localizador y un protocolo de trauma. Los demás hicieron lo mismo, y antes de enfrentarse al poder de la nazi, corrieron hasta llegar a ella.
─ Esa es la regla número dos.
Comenzó a moverse por los pasillos, mientras su grupo de internos la seguía.
─ Su primer turno empieza ahora y dura cuarenta y ocho horas. El interno es un infante, un don nadie, base de la cadena trófica quirúrgica. Hace análisis, formularios y trabaja cada dos noches hasta desfallecer y no se queja.
Malia anotaba todo mentalmente, mientras acomodaba su localizador en el bolsillo de su uniforme. Ella también procuraba memorizar cada rincón de este hospital, porque el recorrido que les daba Bailey no era muy detallado, así que lo hacía por su cuenta.
─ Habitaciones. Lo acaparan los médicos de guardia ─les presenta la doctora ─. Duerman cuando puedan y donde puedan, y por cierto, la regla número tres: si estoy durmiendo, sólo me despierten si su paciente se muere. Regla número cuatro: más vale que el agonizante paciente esté vivo cuando llegue. Porque si no, aparte de matar a alguien, me habrán despertado en vano. ¿Todo claro?
Meredith levantó su mano. ─ Usted dijo cinco reglas, apenas van cuatro.
La doctora Bailey tomó su propio localizador, el cual estaba sonando, y lo observó antes de responderle a Grey.
─ Regla número cinco: cuando yo me muevo, ustedes se mueven.
Comenzó a correr, y junto a ella, todos sus internos a cargo hasta la azotea, donde esperaron con una camilla lista a los paramédicos, que llegaron minutos después.
─ ¿Qué tenemos? ─preguntó Bailey, mientras Malia e Izzie luchaban para empujar la camilla con todo el viento que corría aquí arriba.
─ Katie Bryce, quince años, ataques recientemente aparecidos, recurrentes esta semana. Perdió la intravenosa de camino. Presentó crisis de gran mal en el descenso. ─terminó de informar el paramédico.
Los internos llevaron a su paciente a una de las habitaciones de abajo, asignadas para emergencia.
─ Bueno, pónganla de lado ─ordenó ─. Izzie, diez miligramos de diazepam intramuscular...¡No, no! ─regaño cuando la vio hacerlo mal ─. La sonda blanca está a la derecha.
Malia vio a Izzie nerviosa por todo el ajetreo, así que ella tomó todo lo necesario para poner la sonda e inyectar, terminando en un segundo, y siendo agradecida por Stevens.
─ ¿Un pez fuera del agua?
─ Así es, doctor Burke.
─ Cubramos todo el espectro, doctora. ─ordenó el nuevo médico, quien era un hombre moreno, alto, probablemente un carácter igual a la nazi.
Bailey dio unos pasos al frente, siendo escuchada por sus internos ─ Todas las pruebas: recuento sanguíneo, tomografía, chem-7 y toxicológicos. Cristina, Malia, al laboratorio.
Apenas dijo eso, las dos chicas salieron corriendo de ahí.
Malia había salido decepcionada de su primer trabajo. Tenía en mente descubrir algo grande durante las pruebas de laboratorio de su primer paciente, pero no fue así. Cristina y ella incluso habían repetido las pruebas dos veces, pero no había nada. Al menos nada del paciente, porque había descubierto cosas. Yang es una joven competitiva, sarcástica y muy simpática cuando se lo propone. De enemiga, quizá era alguien muy mala, pero si llegaban a ser amigas, podrían ser las mejores.
─ Este turno es una maratón, no una carrera corta ─señaló George, el último en sentarse en la mesa junto a su bandeja de comida ─. Y come, Izzie.
─ George, ella hizo exámenes rectales en su primer día; nadie puede comer luego de eso. ─murmuró Malia, dándole un gran mordisco a su muffin de arándanos.
Ella no tenía problema alguno con comer mientras le contaban sobre esas cosas. Estaba acostumbrada a oír esas cosas. Quizá eran las ventajas de los almuerzos familiares con una familia llena de doctores.
─ La nazi me odia.
─ Al menos la nazi es residente ─O'malley intentó calmarla ─. A mí me odian los médicos titulares.
─ Quisiera conocer médicos residentes, pero solo conocí un microscopio y los pensamientos más diabólicos de Cristina. ─señaló Malia, divertida.
Yang rodó los ojos, y en lugar de contestarle, miró a todos y preguntó: ─ ¿Sabían que Meredith es innata?
─ Por aquí no es común tener padres médicos.
─ Es hija de Ellis Grey.
─ ¿De esa Ellis Grey? ─preguntó Izzie, quien, por lo visto, la noticia la hizo olvidar los exámenes rectales que hizo.
─ ¿Quién es Ellis Grey? ─inquirió George mientras comía.
─ ¿No oíste de ella? ¿El método Grey? ─interroga Cristina, muy indignada por la pregunta ─ ¿Estudiaste en México?
─ Vaya presión de los padres. ─murmuró Izzie.
─ Me encantaría ser hija de Ellis Grey, me encantaría ser Ellis Grey.
─ Solo no tengas sueños húmedos con Ellis Grey. ─se burló Malia, justo a tiempo, porque un segundo después no hubiera podido hacer esa broma, ya que Meredith llegó con su propia comida.
─ Katie Bryce es un dolor de trasero. Y de no ser por el juramento hipocrático, podría asistir a su suicidio con mis propias manos.
Todos se quedaron callados, viendo "a la hija de Ellis Grey".
─ Buenas tardes, internos. ─saluda el doctor Bruke, acercándose a la mesa ─. Ya puse el anuncio, pero quise darles la noticia en persona. Como saben, el honor de realizar la primera cirugía se reserva para el residente que demuestre ser más prometedor. Como jefe de quirófano hoy, yo soy quien lo decide.
Todos lo miraron expectantes, y la mayoría quedó boquiabierta esperando la noticia.
─ George O'Malley.
─ ¿Yo?
─ Se lavará para una apendicectomía esta tarde. Felicitaciones, disfrútelo.
Todos se enfocaron en su comida, probablemente decepcionados por lo que dijo Burke. La mayoría tomaba a George como el bambi del grupo. Un pequeño ciervo asustado que llegó a ser doctor de casualidad. La única que parecía genuinamente feliz era Malia, que en vez de poner cara de pocos amigos como los demás, se levantó de su sitio y fue hasta George, colocando sus manos en los hombros del chico y ofreciéndole una sonrisa.
─ Anda, ¡sonríe, hombre! ─lo agito un poco.
─ ¿Segura que dijo mi nombre?
Malia estaba caminando por los pasillos del hospital. La verdad es que ella había tenido mucha suerte de encontrarse con la doctora Bailey justo cuando se dirigía a ver la cirugía de George. Prácticamente, la residente le cerró la puerta del quirófano en la cara y le envió a entregar aquellos papeles.
Así que ella solo estuvo en un mal momento, en un mal lugar.
La nazi tan solo le dio una fila repleta de papeles con estudios que le habían hecho a Katie Bryce. Le había ordenado que se lo lleve al médico del caso. Por un segundo, creyó que iba a ir en búsqueda del doctor Burke, pero en el informe leyó la palabra neurocirujano.
Así que fue hacia esa área.
Cruzo la puerta y lo primero que vio fue un grupo de tres doctores, probablemente conversando de algo de doctores. Ella avanzó sin temor alguno; solo debía entregar los papeles y ya. Quizá, con suerte, podría ver el final del show de George.
─ Buenas tardes, la doctora Bailey envía estos papeles...
Paro de hablar. Era como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones, como si alguien hubiera tomado un bisturí y le hubiera cortado las cuerdas vocales. Sus ojos se abrieron de par en par y quedó congelada en su sitio, porque el doctor que había girado era Derek Shepherd. Su hermano.
La chica estiró su brazo y entregó los papeles, solo para después salir huyendo de ahí.
Malia no había visto a su hermano desde hacía mucho tiempo. No entendía qué hacía él aquí. Él debe estar en New York con Addison, su esposa. Deben seguir viviendo su vida de ensueño ahí, no en Seattle.
─ ¡Malia!
Gritó Derek desde atrás. Los había dejado con la palabra en la boca a sus colegas. Salió corriendo apenas Malia lo hizo. No quería dejar pasar esto.
Por su parte, la pequeña Shepherd intentó huir lo más rápido posible, pero era una tarea muy difícil cuando apenas conocía el hospital. No sabía los lugares buenos para esconderse, ni los pasillos secretos para poder huir en caso de emergencia. O calabozos donde confinar a los dramas familiares.
─ ¿Por qué no me dijiste?
─ ¿Por qué no me dijiste tú que te habías mudado a Seattle? ─contraatacó Malia.
─ No me contestas los mensajes.
─ Y tú no fuiste a mi graduación.
Derek se quedó callado. No tenía nada que decir ante eso. Solo buscaba una excusa para tratar de justificar que no había ido a la ceremonia de graduación de Malia, de hecho, seguía sonando irreal que terminara la carrera tan joven, pero eso no le sorprendía. Su hermana era muy inteligente y capaz. Había sobrevivido fuera de su casa siendo tan pequeña; la medicina tan solo era un parque de diversiones.
─ Incluso Mark Sloan fue a mi graduación, y él es un idiota la mayor parte del tiempo.
─ No me hables de Mark ahora.
─ ¿Qué? ¿Los mejores amigos de la vida pelearon? ─se trató de burlar ella, pero de inmediato supo que había tocado una fibra, porque Derek no parecía muy contento con la broma ─. Bien, no me importa qué pasó, tampoco quiero saber, y dile a Addison que no me llame.
─ Tampoco me hables de Addison.
─ Entonces, adiós, doctor Shepherd. Se acabaron nuestros temas en común.
Giro sobre sus talones e intento irse; sin embargo, fue detenido una vez más. Ella no quería ver a su hermano. Sabía que si lo hacía por mucho tiempo se le olvidaría qué pasó (que no solo es la graduación), y volverían a ser los hermanos de siempre.
Malia y Derek siempre tuvieron ese vínculo. Tal vez porque Malia es la menor de la familia, y Derek el único hermano hombre, quién sabe.
─ ¿Qué quieres, Derek?
Él sabía que un recién graduado no ganaba mucho. Malia ya no podía estar en los dormitorios de su universidad y Seattle era una ciudad nueva para ella. Incluso con la falta de comunicación y las riñas constantes entre ellos, no podía dejar de preocuparse por ella. Seguía siendo su pequeña hermana.
─ ¿Dónde estás durmiendo?
─ Debajo de un puente. Ahora, si me disculpas, tengo que irme...
Comenzó a caminar hacia la salida.
─ Malia, tengo un lugar donde puedes quedarte. Te enviaré la dirección a tu teléfono.
─ No tienes que preocuparte por mí. Y es mejor que no nos vean juntos; no quiero ser conocida como la hermana del doctor Derek Shepherd.
El doctor Derek Shepherd, al complicarse el caso de Katie Bryce, tomó una decisión que pocos médicos harían: pidió ayuda a los internos. No porque no confiara en su propia experiencia, sino porque sabía que el cerebro de su paciente era un enigma que requería perspectivas frescas, algo que solo un grupo de mentes jóvenes y hambrientas de conocimiento podía ofrecer. Como incentivo, ofreció lo impensable: el interno que resolviera el caso lo asistiría en la operación.
Eso puso en marcha una frenética carrera por descifrar el misterio. Meredith, Cristina y Malia formaron un equipo, pero no sin sus propias condiciones.
─ Si ganamos, no tomaré la cirugía ─dijo Meredith con firmeza ─. Decidiremos entre ustedes dos quién la asiste.
─ Yo solo quiero resolver el caso ─murmuró Malia, más interesada en el desafío que en el premio ─. Cristina puede quedarse con la operación.
Las tres estaban decididas. Esa noche, la biblioteca fue su campo de batalla.
─ No hay anoxia, insuficiencia renal ni acidosis. ─enumeró Cristina, con su usual eficiencia.
─ No es tumor, y sus exámenes son limpios. ─agregó Malia mientras hojeaba libros médicos como si fueran novelas ligeras.
Cristina, siempre directa, cambió el rumbo de la conversación.
─ ¿Y no nos vas a contar por qué no quieres trabajar con Shepherd? ─preguntó, sin levantar la vista de sus apuntes.
Meredith desvió la mirada, incómoda.
─ No ─contestó en seco ─. Pero, ¿y si fuera una infección?
─ Ya descartamos eso ─respondió Malia, sin perder ritmo ─. Los exámenes no muestran recuentos anormales de glóbulos blancos, y las tomografías están limpias.
─ La punción lumbar tampoco dice nada. Solo dilo ya. ─presionó Cristina.
Meredith soltó un largo suspiro, como si estuviera a punto de confesar un crimen.
─ Está bien ─murmuró, inclinándose hacia ellas ─. No pueden reaccionar. Ni un gesto, ni un comentario.
Ambas se acercaron, expectantes.
─ Me acosté con él.
Cristina apenas levantó una ceja, pero Malia frunció el ceño y rápidamente ocultó su rostro tras un libro.
─ ¿Aneurisma? ─preguntó Cristina, desviando el tema como si nada hubiera pasado.
─ La tomografía no muestra sangre, ni tiene cefalea. ─respondió Meredith, agradecida por el cambio de rumbo.
Pero Malia no pudo contenerse más.
─ Dormiste con mi hermano ─Su voz era más una acusación que una afirmación, aunque rápidamente recuperó la compostura ─. Pero, a ver... no consume drogas, no está embarazada, ni ha sufrido un trauma reciente.
Meredith abrió los ojos, horrorizada.
─ Dime que no acabas de decirle mi hermano.
─ A menos que sea adoptada... ─murmuró Malia, encogiéndose de hombros.
Cristina, observadora como siempre, sonrió.
─ Así que tú eres la prodigio adelantada en la facultad.
─ ¿Por ser hermana de Shepherd? ─replicó Malia con escepticismo.
─ No. Pero ya investigué a las demás internas. Ninguna encaja.
─ Eres un monstruo ─gruñó Malia, aunque su expresión se suavizó rápidamente ─. No me odian, ¿verdad?
─ Te envidio, bruja ─contestó Cristina con una risa irónica ─. Pero volvamos al caso.
Fue Meredith quien tuvo la primera epifanía.
─ Gimnasia rítmica.
─ ¿Qué? ─preguntaron Malia y Cristina al unísono.
─ Katie mencionó que practicaba gimnasia rítmica. Si tuvo una caída, podría ser importante.
Lo que comenzó como una teoría se transformó en una urgencia, y las tres corrieron a buscar a Derek.
─ Doctor Shepherd ─comenzó Meredith mientras él entraba al ascensor ─. Katie compite en concursos de belleza.
─ Lo sé, pero eso no cambia...
─ Se torció el tobillo practicando ─interrumpió Malia ─. No fue grave, pero podría haber caído de forma extraña.
─ Un aneurisma por caída es improbable. ─dijo Derek con un dejo de cansancio.
─ Pero no imposible. ─replicó Cristina.
Derek las observó en silencio por un momento antes de tomar una decisión.
─ Vamos a averiguarlo.
El angiograma confirmó lo que sospechaban: una mínima hemorragia subaracnoidea.
─ Es una en un millón. ─murmuró Malia, aún sorprendida por el descubrimiento.
─ Pero ahí está ─afirmó Derek, mientras programaba la cirugía ─. Excelente trabajo, chicas.
El momento de gloria fue breve.
─ Meredith, te quiero en el quirófano ─anunció Derek, dejando a Cristina visiblemente molesta.
Cristina miró a Meredith por unos segundos. Estaba claramente molesta, o frustrada, o lo que sea. Ya se había hecho la idea de que la operación iba a ser de ella, pero no fue así.
Malia simplemente se encogió de hombros, comenzando a irse, al igual que Cristina.
La Shepherd pretendía quedarse con Yang, sin embargo, su localizador comenzó a sonar. Varios médicos titulares usaban a los internos para poder hacer tareas cotidianas que ellos no querían realizar.
Ya solo faltaban un par de horas para que el turno de los internos acabara. Por fin podrán descansar de los ajetreados días en los que todo el mundo los trajo de un lado para el otro. Pero esta era la vida que eligieron, y por lo que seguirán peleando.
─ ¿Qué te sucede? ─le preguntó Malia a George.
El chico estaba trepado en una de las ventanas de afuera, con la cara larga y mirando a la nada. Era un lugar tranquilo desde el que podían ver el cielo y las estrellas. Un lugar donde podía venir a pensar o simplemente convivir entre ellos para tener un poco de paz.
─ ¿Qué haces aquí?
─ Necesitaba huir de un lugar donde me ven como la hermana de Derek Shepherd y no como la doctora Shepherd. ─señaló ella, luego de escuchar cómo los demás internos ya se habían enterado de eso.
Así que subió a aquella ventana, hasta quedar sentada junto a George.
─ Escuche lo que le pasó a tu paciente, lo siento.
─ Sabes ─la miró ─. Mi nombre es George, y tú eres Malia. No eres la hermana del doctor Shepherd. No prestes atención a lo que dicen los demás.
─ Ni tú tampoco.
Malia se refería al nuevo apodo de George: 007. Licencia para matar.
En su operación no le había ido muy bien, así que todo el mundo ya lo había bautizado con aquel apodo, lo que, aunque no quisiera, lo traía con el ánimo hasta el piso. Sumado a que perdió a su paciente del bypass.
─ Mis padres dicen que su hijo es cirujano, como si fuera un gran logro. Cómo ser un superhéroe o algo así... Quisiera que me viera ahora.
─ Bueno, lo somos ─señaló Malia, poniéndose muy erguida mientras colocaba sus manos en la cintura y simulando ser un superhéroe ─. Poco a poco vendrá la confianza a nosotros. Así que nunca lo dudes. Pronto nos entregarán las capas y todo lo demás.
George le sonrió, y luego volvió a ver al frente.
─ Vamos a sobrevivir a esto, ¿verdad?
─ Lo haremos...
El turno por fin había terminado. Habían podido sobrevivir a las cuarenta y ocho horas en el hospital. Así que ahora podían ir a descansar. Sin embargo, Malia no tenía una casa, debía volver a aquel hotel de mala muerte donde apenas pudo dormir. Un ambiente fétido y... quizá debía conseguir algo mejor.
Tomó su teléfono y se planteó una y mil veces si ir a la dirección que Derek le había enviado hace unas horas. Es decir, ya era de noche y muy tarde. Las opciones se iban cerrando.
Hizo parar un taxi y le mostró la dirección. La cara que puso el hombre era completamente de sorpresa, incluso le preguntó a Malia si en verdad quería ir a ese lugar a estas horas de la noche, a lo que ella simplemente asintió, confundida. Se metió en el vehículo, viendo cómo poco a poco la autopista iba desapareciendo y terminaba convirtiéndose en un camino de tierra.
─ Señorita, llego hasta aquí. Solo debe caminar unos metros más y llegar a su dirección.
─ ¿Seguro que esta es la dirección?
─ Lo es.
Malia se replanteó seguir con esto. Incluso por un segundo pensó en si decirle que la regresara a la ciudad; sin embargo, ya estaba aquí. Así que solo le pagó al hombre y se bajó. Ahí se fue otro día de comida.
Ella sacudió la cabeza y continuó el camino que le habían señalado. Pasó por un pequeño tramo oscuro y luego salió a un prado, uno donde solo había... un ¿remolque?
─ Eso me pasa por confiar en un hombre. ─murmuró, avanzando hacia esa cosa.
Luego de unos minutos, llegó a la puerta y tocó exactamente tres veces. No mucho después, Derek le abrió la puerta. Aún estaba con su ropa de civil, y se sorprendió al ver a su hermana frente a él.
─ ¿Puedo quedarme? ─preguntó Malia.
─ Puedes quedarte.
─ ¿En serio aquí hay espacio?
─ Oh, no te burles o te mandaré a dormir a la terraza.
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