Harley (1)

Me aparté un mechón rebelde de la cara y dejé el lápiz en el suelo. Observé el dibujo y decidí que hacía falta más sombras en el rostro de la mujer así que me dispuse a tomar un carboncillo y difuminar las líneas con la yema de mi dedo. 

Quería plasmar su expresión fría y distante sobre el papel pues su belleza gélida y su porte elegante siempre me habían fascinado de una manera aterradora. Había mucho más arte en ella que maldad.

A medida que perfilaba las esculpidas facciones que perfectamente recordaba e iluminaba las zonas a las que la ténue luz de la lámpara llegaba, el dibujo se volvía cada vez más y más realista, tanto que llegó a sentir un escolofrío.

A veces soñaba que algunos de los monstruos sacados de mis peores pesadillas,  que había dibujado hace años y guardaba en el cajón, salían del papel y venían a por mí.

A pesar de que aquella mujer era increíblemente hermosa encerraba algo oscuro en su interior y aquello me hizo sospechar de que tal vez, ella, fuera uno de aquellos monstruos olvidados hace mucho tiempo.

Me detuve durante unos breves instantes sobre sus ojos y, por un momento, los ví relampaguear.

Me aparté temiendo que pudiera salir del papel, pero no lo hizo. Simplemente permaneció ahí.

Antes pensaba que aquello no sería posible, que un dibujo no puede tomar una forma propia fuera de sus propios límites de grafito pero la primera lección que me había enseñado Megan era que todo lo imaginable es posible.

Pero yo ya estaba harta de imaginar. Yo quería convertir mi arte en realidad.

Megan me ordenaba que explotara al máximo mi imaginación pero no me dejaba explorar los límites del universo como lo hacían los demás viajeros.

Decía que era poderosa, que debía aprender a controlar mi poder ¿Pero como iba a hacerlo si me mantenía recluída en Radix?

Siempre viendo los mismos rostros, asistiendo a las mismas clases, viendo días exactamente iguales...

La monotonía de mi vida me hacía querer vivir aventuras fuera de aquella ciudad en medio de la nada dónde las verdaderas historias se desarrollaban en otros lugares muy lejos de allí.

La punta del lápiz se quebró y yo bufé exasperada. Dejé que la energía viajará hasta la punta de mis dedos e hice que volviera a su lugar.

—¿No deberías estar en otro sitio, jovencita?

Tal fue mi sobresaltó que volví a romper la punta del lápiz. Miré en la dirección de dónde provenía la voz y aliviada di gracias a la Madre de que no me hubiesen pillado haciendo pellas otra vez.

—Por Dios, Antoine, que susto me has dado.—dije.

—¿Por dios?—se extrañó.

—Sí, a veces se me olvida. Supongo que son los libros.—respondí.

El sonrió y se sentó a mi lado, plantó un beso en mi frente y miró el dibujo a medias.

—¿Quién es? Me resulta familiar.—preguntó.

—Una mujer, no tiene importancia su identidad.—contesté.

—La conoces.

—Eso no es cierto.—dije— Ya sabes que me gusta dibujar toda clase de cosas. Cuando era pequeña me gustaba dibujar calcetines a rayas de distintos colores. ¿Qué sentido tiene eso?

—A ti siempre te ha gustado llevar calcetines feos.—rió.—El hecho de que te gustarán era motivo suficiente como para dibujarlos, como una especie de firma.

Doblé el bajo de mis pantalones blancos y sosos hacía arriba y le mostré unos calcetines morados a rayas amarillas que desentonaban con la sobriedad de mi vestimenta.

—A veces odio que me conozcas tan bien—bromeé

Antoine esbozó una sonrisa que yo le devolví, se inclinó hacía mí y plantó en mis labios un tierno beso.

—¿Y ahora vas a decirme quién es la mujer de tu dibujo?—preguntó con su voz aterciopelada y acento francés que tanto me gustaba.

—¿Sabías que la curiosidad mató al gato?

—¿Lo has aprendido en tus libros?

—Tal vez...—respondí.

Antoine cruzó los brazos y esperó la respuesta a su pregunta inicial. Comprendí que no podría escaquearme.

—Solo si me lo pides porfavor—cedí.

Una risa musical salió de sus labios.

—Porfavor.

Yo puse un dedo en mis labios.
Antoine chasqueó la lengua antes de depositar un cálido beso sobre mis labios.

—Es mi tía o... abuelastra, mi familia es un completo lío.—dije sin estar muy segura.

—¿La madre de la bruja?—preguntó.

—¡No la llames así!—Le regañé dándole un suave enpujoncito en el hombro.

—Perdona, a veces se me olvida que sois familia.

Antoine tomó el dibujo y lo miró con atención.

—Ya la recuerdo, estaba contigo el día en el que nos conocimos.

—Sí, para aquel entonces tú eras un niño pijo y guapito de la alta sociedad.

—Y tú una niña demasiado habladora con una obsesión por los calcetines de colores.

—Estoy segura de que mis calcetines fueron lo que te enamoraron.—dije yo.

—Fueron eso y tus trenzas mal hechas. Cuando te ví pensé que eras la reencarnación de "Pipi Calzaslargas"

—¿Tenías una especie de fetiche con Pipi Calzaslargas?—inquirí.

—No, pero he de reconocer que las pelirojas charlatanas y un poco pesadas siempre me han llamado la atención. Desde pequeñito.

Yo reí y volví a poner mi atención en el dibujo.

—¿Cuanto hace que no vas a clase?—preguntó.

—En teoria si que estoy yendo—le corregí sin dejar de trazar líneas sobre la página del cuaderno.

—Crear una ilusión no cuenta. Tarde o temprano se van a dar cuenta de que no eres tú y cuando llegue el día del examen y no tengas ni idea de como abrir un portal o de recitar al menos cinco mundos espejo te arrepentirás de no haber asistido.

—¿Bueno, para eso estás tú, no?—dije tocando con un dedo la punta de su nariz.

Volví la vista al dibujo y me centré en los detalles de la pupila.

Antoine me arrebató el dibujo de las manos y lo hizo desaparecer junto a todos mis utensilios.

—Escúchame, Harley—dijo muy serio—Pronto vas a alcanzar la mayoría de edad, podrás márcharte a dónde quieras y ella ya no podrá obligarte a quedarte aquí. Entonces podrás dibujar cuando quieras.

—Estoy bien aquí.—mentí.

—Pero yo no.—respondió.—Necesito que vengas conmigo, vivir aventuras y formar una familia.

—¿Formar una familia? Los viajeros no tienen familia.

—Por eso mismo quiero marcharme de aquí. Quiero vivir los placeres del ser humano y las virtudes de un viajero, sentirme poderoso como un dios y simple como un mortal. ¡Oh vamos! Siempre has dicho que odias este lugar.

—Mis deseos son algo secundario, no puedo dejar a Megan sola...

—Ella es todavía muy joven, se las arreglará bien con todo. Además, Aiden, se hará cargo de Radix cuando ella muera. Si es que algún día llega a manifestar sus poderes... No tienes por qué ser tú quién la suceda, podría hacerlo él.

Era cierto. Me había olvidado completamente del niño. Los demás niños y gentes de Radix lo llamaban "El falso viajero" por su incapacidad de reflejar el don a sus nueve años pues sospechaban que Megan encubría al pequeño, que decía ser su hijo, para que se quedara a su lado.
Si Aiden resultaba no ser un viajero ella se metería en graves problemas.
Normalmente los poderes se manifestaban entre los cinco y seis años en niños criados con otros viajeros. Los niños viajeros experimentaban por primera vez el contacto con la naturaleza salvaje de la Madre de una forma destructiva debido a alguna rabieta por no haber conseguido lo que querían o alguna presión a la que habían sido sometidos a propósito, pero Aiden tenía nueve años y se comportaba como un niño humano corriente sin nada de especial. 

Megan siempre decía que a partir del caos se pueden crear cosas hermosas pero Aiden era pura estabilidad y orden, un niño muy tranquilo que jamás perdía los estribos. Le gustaba jugar al ajedrez y poner a prueba su mente con rompecabezas y acertijos. Era inteligente para su edad y demasiado metódico, algo que la mayoría de viajeros no eran.

Se parecía a su padre.

¿Qué sería de su vida? ¿Me recordaría aún? ¿Seguiría teniendo aquel brillo en la mirada que tanto me gustaba?

A veces soñaba con él por las noches y lo dibujaba por las mañanas. En una ocasión Megan descubrió el dibujo y lo quemó en el acto. Nunca entendí por qué le preocupaba tanto que lo dibujara, todos los miembros de la Alianza sabía quién era su padre aunque solo unos cuantos sabían la verdadera identidad de la madre y quiénes lo sabían fingían como si no.

En mi deseos más profundos, una parte de mí deseaba reencontrarse con él y darle las gracias por todo lo que había hecho por mí pero hacía muchos años que no había pisado el mundo humano y con el paso del tiempo cada vez descartaba más esa idea.

Si Megan me lo había prohibido era por algo pues ella siempre hacía lo que mejor le parecía para mí aunque no siempre me gustara.

—¿Y si se equivocó? ¿Y si no és realmente un viajero?—pregunté.

—¿Realmente lo crees?

No contesté.

—Tu misma sabes que no todos los viajeros empiezan a manifestar sus poderes a una edad específica. Tú también tardaste muchos años si no recuerdo mal.

—Pero yo no me crié rodeada de viajeros, ni siquiera pensé que gente como nosotros existiera.

—Pero estuviste sometida a grandes presiones durante tu infancia y tu cuerpo intentó defenderse de la mejor forma que supo cuando la situación con tu tía se volvió más tensa que nunca—replicó—Aiden siempre lo ha tenido todo y Megan nunca le ha dejado practicar sus habilidades como es debido por qué está demasiado encima de él. De hecho es el único niño que no va a clase.

—¿Estás diciendo que mi hermana es la causa de que su habilidad no madure?

—No, simplemente digo que debería haber sido criado como cualquier otro niño de su edad.

—Tal vez tengas razón—cedí por fin.

—Sabes que así es y también sabes que lo mejor es que tú y yo hagamos nuestra propia vida lejos de aquí y, para ello deberás dejar de hacer trampas.—volvió a decir—Venga, Harley ¿qué me dices?—preguntó.

—Sí, olvidaré el arte por una vez en mi vida y me centraré en las lecciones—cedí—A finales de año aprobaré.

—¿De verdad?—cuestionó incrédulo.

—Sí, creo que tienes razón. Ya soy bastante mayorcita para andar comportándome como una niñata irresponsable. Aunque me aburra, iré. Por ti.—respondí.

El sonrió satisfecho y yo no pude evitar hacer lo mismo.

—¿Vendrás conmigo?—preguntó él.

Asentí sin estar segura de ello.
Él me abrazó y me obligué a mantenerme firme.

Antoine y yo estábamos hechos el uno para el otro, desde el día que lo ví supe que teníamos que estar juntos. Megan siempre decía que la Madre empareja a las personas mucho antes de nacer y si una de estas dos almas muere una pequeña parte de la otra persona también lo hace pero, los viajeros estaban siempre por encima de eso y su corazón tenía el poder de elegir a quién amar. Estábamos por encima del destino y solo nosotros podíamos permitirnos creer en las casualidades. Eramos los hijos de la Madre, lo más parecido que existía a un dios, nadie podía hacernos daño, nadie podía doblegarnos. 

Pero sin embargo sentía que si Antoine se alejaba de mí, si él moría, una parte de mí también lo haría.

Megan decía que nosotros éramos la raza superior encargada de proteger toda vida existente en la Tierra y procurar el equilibrio entre todas sus variantes. Los que en la sombra se encargaban de mantener el orden.

Megan los llamaba dimensiones espejo, en cambio yo prefería llamarlo multiuniverso. Como él  creía.

Mi hermana siempre decía que me convertiría en una gran viajera pero yo no entendía dónde veía mi potencial.

Desde niña me había gustado saltarme las normas y jugar con mis poderes de una forma que muchas veces no estaba permitida. Casi siempre sabía lo que estaba haciendo pero, otras simplemente no me daba cuenta y dejaba que la energía que crecía en mi interior saliera al exterior.

Mis profesores se enfadaban cuando hacía eso, no les gustaba que causara tormentas eléctricas o pequeños terremotos por haber tenido un mal día.

Pero un viajero siempre sabe de dónde proviene una energía tan fuerte como esa y uno maduro, aunque se cansaba más temprano, tenía dos veces más poder que una niña de doce años y no era difícil contrarestar aquella destructiva fuerza con una apaciguadora.

Así era como funcionábamos, como una sociedad común y humana, según el grado de experiencia y talento teníamos un cargo u otro.

Sólo que no somos ni comunes ni humanos.

Los guardianes se encargaban de proteger las barreras entre la muerte y la vida, algunos observaban lo que pasaba en el mundo onírico procurando que ningun humano  traspasara las barreras del mundo vecino.

Los oyentes escuchaban el entorno y trataban de interpretar las señales de la Madre para hacer su voluntad.

Existían viajeros que se encargaban de retener, buscar y evitar que humanos o viajeros alteraran el curso de la vida, estos eran los llamados exploradores.

Unos pocos eran nombrados protectores de la vida, como Megan, que eran aquellos que se encargaban de proteger y dirigir Radix y a todos sus viajeros. Pero, lo que realmente me gustaba a mí y deseaba con todas mis fuerzas era convertirme en exploradora, para poder ver mundo.

Pero ella deseaba con todas sus fuerzas que fuera nombrada oyente o protectora de la vida para que me quedara a su lado y no fuera necesario para mí abandonar Radix.

Incluso preferiría que me nombraran guardiana.

Pero yo quería ser exploradora, como Antoine.

Estaba cansada de que me contara sus aventuras. Quería vivir las mías.

Me levanté del suelo y arrugué la nariz.

—Ojalá existiera una forma de aprender sin estudiar—bufé.

Cerré los ojos y dejé que la energía recorriera mi cuerpo hasta aparecer en clase.

Estiré las manos y sonreí satisfecha.

Giré la cabeza hacia la derecha y ví a mi clon sentado en el asiento de al lado esbozando una tonta sonrisa de medio lado mientras meneaba el lápiz embelesado.

Abrí los ojos como platos y cuando me recuperé de mi asombro lo hice desaparecer rezando que el profesor no se diera cuenta de mi engaño.

Amanda rió y yo suspiré aliviada. Alguien chistó molesto y nos ordenó callar, el señor Dollan se giró de brazos cruzados y miró a mi amiga cansado.

—¿Tienes algo que decir Amanda?—preguntó.

—No papá... digo señor Dollan...—respondió la chica avegonzada.

Su padre y profesor se dió la vuelta y yo bajé la vista a mi cuaderno. Estaba lleno de garabatos y corazones. ¿En que estaría pensando mi clon durante toda la clase? O, mejor dicho ¿En que estaría pensando yo cuando me decidí por crear algo tan tonto y falto de talento? Menos mal que nadie había visto aquellos dibujos por que, entonces aquel si que hubiese resultado mi fin.

—Hemos terminado por hoy—anunció—Recordad que la semana que viene es el examen.

Cerré mi cuaderno y me apresuré a salir de la estancia.

—Harley—dijo haciendo que el corazón se me detuviera—Si vuelves a faltar a mi clase te suspenderé la asignatura.

—No volverá a pasar.

—Asegúrate de aprobar el próximo examen o tendrás problemas con esta asignatura.

Salí de la habitación sin decir palabra y recé por qué Megan no se enterara nunca de aquello.

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