Capítulo 5
Hola!
Tiempo sin leernos TT
Ay, no saben qué me ha pasado estas semanas. Se los puedo resumir en: cambios fuertes en el trabajo, mamá se enfermó y yo ando en tratamiento médico que me está afectando horrible.
Este capítulo tardé en escribirlo no tanto por su contenido sino porque he terminado tan cansada que solo podía (puedo) escribir a lo mucho 500 o 700 palabras (en mis mejores días escribo 1000). Me siento fatal por tenerlos esperando, pero mi cuerpo no coopera TT
Espero mejorar con el tiempo, la verdad.
En fin, como compensación por mi ausencia, les traigo un capítulo repleto de smut.
Sin más, a leer!
~°*†*°~+~°*†*°~
Una boda valyria se llevó a escondidas del mundo, en un acto íntimo que Rhaenyra atesoraría por el simple hecho de que la reina, su madre, estuvo presente. Sabía que en menos de un día la perdería, por lo que hizo lo posible por estar con ella durante la cena familiar. El amor en los ojos de Aemma apretujó el corazón frágil de la princesa.
—Estoy tan feliz, mi niña —dijo la mujer embarazada, sonriendo al punto de iluminar la habitación.
—Gracias, madre —replicó Rhaenyra—. Tal vez no tuve una gran boda...
Aemma rio divertida, atrayendo la mirada de los hermanos que habían estado hablando hasta ese momento.
—¿Mi reina?
—Oh, Viserys, no es nada. Estoy bien. Es solo que Nyra cree que esta será su única boda.
El rey enarcó una ceja.
—¿No lo será?
—Viserys —reprendió la reina sin dejar de sonreír—, Nyra y Daemon tendrán una segunda boda. Se casarán en el Gran Septo de Baelor y todo el reino asistirá. Sé que lucirás radiante, mi niña, tu padre te vestirá con las mejores telas. Tanto tú como Daemon volarán a lomos de Syrax y Uroxos como su primer baile, habrá un torneo y el banquete se extenderá a la plebe. La festividad durará una semana completa, hija. ¡Oh! Y nada de ceremonia de encamamiento, Viserys. Lo más seguro es que para entonces nuestra Nyra ya estará embarazada, por lo que no habrá necesidad. Marquen mis palabras. ¡Será una boda de ensueño!
La faz de Aemma era la viva imagen de la alegría. Ella misma describía lo que en un futuro sería la boda de su hija, de la pequeña que en ese momento lloraba en silencio mientras sonreía a todo lo mencionado. En su mente memorizó cada palabra dicha, jurándose que así sería su boda en el tiempo que la reina ya no estaría ahí para ella.
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—¿Querido?
La reina miró a su esposo con los hombros caídos, sentado en uno de los sillones cercanos a la chimenea. No tenían mucho tiempo de haber terminado la cena con los recién casados. Debido a que la boda no había sido publica, Viserys le pidió a su hermano que fuera discreto hasta que se anunciase el compromiso entre él y Rhaenyra. «No quiero ser abuelo tan pronto» había dicho el rey mortificado, quejándose por lo bajo al escuchar la risa traviesa de Daemon.
—Viserys.
Los ojos violetas del rey se posaron en el vientre de Aemma. De pronto, la ilusión por ese niño varón se volvió lo más cercano al desprecio. Sabía que el bebé no tenía del todo la culpa, pero no estaba seguro si sería capaz de aceptar que era su culpa, que había sido él quien había sellado el destino del amor de su vida.
—Aemma, mi Aemma —dijo cual plegaria el rey, tomando una de las manos de su esposa para besar falanges delicadas—. ¿Qué será de mi sin ti?
La mujer enredó los dedos de su mano libre en cabellera platinada.
—Seguirás siendo Viserys, rey de los Siete Reinos, el último jinete de Balerion, padre de una princesa hermosa y hermano de un caballero fiero.
Viserys inspiró con dificultad para después menear la cabeza con lentitud.
—Pero estaré solo...
—Querido, mírame. Levanta tu rostro, amor mío. Tal vez no estaré a tu lado a partir de mañana, pero, mientras me recuerdes, mientras sigas gobernando tal y como lo has venido haciendo hasta ahora, no me habré ido por completo.
—Oh, Aemma, si no te hubieras... si yo no hubiera...
—Mi rey, hay cosas que no se pueden evitar en este mundo. Hoy una flor lucirá bella y encantadora, pero mañana se habrá marchitado.
—No mi flor... no quiero que mi flor se marchite.
La reina enjugó las mejillas de su esposo; con las comisuras de sus labios alzadas y una mirada suave.
—Tu flor te dio un retoño, amor mío. Espero puedas cuidar de este hasta que florezca.
Esa noche, a puerta cerrada, un hijo de Valyria se aferró a la luz de su vida a sabiendas que esta desaparecería en cualquier momento.
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Rhaenyra estaba sola en sus aposentos, esperando en la cama a su esposo. Daemon había tenido que fingir que la estaba escoltando para evitar las habladurías de la gente. La promesa de ir a ella entrada la noche fue susurrada en alto valyrio sobre sus nudillos. La princesa se recargó en la puerta una vez la cerró, procesando lo ocurrido ese día y lo que sucedería en la noche.
Una ola de nerviosismo la obligó en querer lucir lo más hermosa posible para su tío, su dragón. Con la luna en lo alto del firmamento, una princesa de piel de porcelana se dio un baño caliente, se aplicó aceites en cabellos rubios-platinados que dejó caer por su espalda y se colocó el camisón con el escote más pronunciado que pudo encontrar.
La hora del lobo llegó y ella seguía sentada en el lecho con las manos a cada tanto acomodando el camisón o cabellos rebeldes. Unos pensamientos intrusivos quisieron hacerla dudar de la palabra de Daemon. Eran susurros macabros los que escuchaba dentro del cráneo, los mismos que acallaba con el recuerdo del beso que la unió a un caballero único.
«Él no te quiere.»
—Mentira, Daemon me ama.
«Se aburrirá de ti, de una niña inexperta.»
—No, eso no pasará.
«Al poco tiempo lo verás partir a la Calle de Seda.»
—Él me ama.
«Una moza lo seducirá y tú quedarás atrás.»
—No, Daemon no...
«La moza ya le ha traicionado, mi reina.»
—Nyra.
La princesa sacudió un poco la cabeza, giró el cuerpo en dirección a una puerta oculta de la habitación. Ahí, sin el jubón y una visión más suave, estaba su esposo. A la luz de las velas, Daemon lucía etéreo, una escultura cincelada por manos expertas. El corazón de Rhaenyra latió con fuerza y en silencio lo vio acercarse a ella. La sonrisa que ruborizaba sus mejillas estaba dibujada en labios finos y ligeramente rosados del príncipe.
—Daemon —suspiró ella al tenerlo enfrente.
Él la miró desde arriba. Los ojos lilas destilaban amor, brillaban como las piedras incrustadas en los finos collares de oro. Sin embargo, había algo más, una tonalidad oscura que le hizo juntar las piernas y pasar saliva.
¿Qué era eso?
Oh.
Lujuria. Deseo.
Incontables veces recibió miradas de distintos hombres y caballeros, pero esta no le causó repulsión, no la hizo fruncir el entrecejo o que el odio se asentase en sus entrañas.
Y este mismo deseo, Rhaenyra lo sintió crecer en lo más profundo de su mente y un calor placentero le embargó al mero toque de dedos endurecidos en su rostro. El tacto la llevó a un estado de fuego eterno, de calidez embriagante y anheló más. Quería entregarse a Daemon, darle todo de ella, que él tomara tanto como quisiera...
«La moza ya le ha traicionado, mi reina.»
.
El viajero en el tiempo estaba embelesado por la belleza de su sobrina, de la doncella que perdería su virginidad con él. En la otra vida, tuvo sueños lascivos con ella, incluso durante su matrimonio con Laena. Rhaenyra era en todo lo que pensaba, todo lo que deseaba, y cuando la tuvo entre sus brazos, fue el hombre más feliz del mundo. Verla embarazada le hizo sentir celos de Harwin y Laenor quienes la vieron cargar con los niños Velaryon. Por ello, aprovechó de encamarla antes de que el primer embarazo avanzase y tuviese que contener la fuerza de sus embestidas.
Ahora, Daemon tenía la oportunidad de llenarla de su simiente, de ver su cuerpo madurar y pasar por una metamorfosis alucinante. Si había una etapa en la que Rhaenyra parecía una diosa, era cuando tenía el vientre abultado y los senos llenos de leche.
El deseo enardeció en él. Respirar se volvió difícil, se imaginó a sí mismo como un dragón a punto de lanzar llamas.
Acunó un rostro jovial, pecando de inocente. El miembro de Daemon estaba alzándose ante la visión de hombros delicados, de piel sin mancillar, de una dragona e hija de Valyria que le miraba con la misma lujuria que arañaba su interior.
Entonces la sintió tensarse bajo sus manos y apagarse la luz encantadora en sus ojos.
Fue como una puñalada por la espalda. El recuerdo de la carta, de las acusaciones venenosas, de su muerte en Ojo de Dioses, trajeron a él el enojo, la frustración y el dolor. Una pequeña voz en su mente gritaba, rugía iracunda y pedía venganza, pedía sangre e infringir la misma agonía que él vivió.
Con un gruñido que retumbó en su pecho y oídos, estampó los labios suaves de Rhaenyra con los suyos. El beso fue tosco, demandante y sin misericordia. La escuchó jadear y gimotear. Las manos delgadas se aferraron a sus hombros. Ella intentó alejarlo en cuanto le fue difícil respirar, pero el siguió con el gesto.
De pronto, ambos cayeron sobre el lecho. Su cuerpo cubrió el menudo y ligeramente curvilíneo de ella. Los senos de Rhaenyra se presionaban contra sus pectorales. Sin poderlo evitar llevó una mano a apretujar uno, a rememorar cómo se sentían, cómo eran los gemidos emitidos por ella. Daemon rompió el beso y su esposa inspiró una bocanada de aire bien merecida. El rubor se extendió por su rostro, hasta el cuello y parte del pecho.
El apetito en él tan solo aumentó, por lo que atacó el cuello expuesto. A la par, con ayuda de sus rodillas, se abrió paso entre los muslos de Rhaenyra y comenzó a frotar su entrepierna marcada en el pantalón contra la de ella.
Ambos gimieron por el acto y de los labios de Daemon era pronunciado el nombre de la joven cual plegaria.
De pronto, el camisón le resultó molesto. Él quería ver los pezones rosados, esos que parecían botones de flor y que se erguían tiernamente cuando ella se excitaba. Con premura bajó una parte del camisón hasta que los senos saltaron frente a él. Estos estaban un poco más pequeños; después de los embarazos adquirirían el tamaño suficiente para poder enterrar el rostro o masturbarse entre ellos.
Cual hombre hambriento, se prensó de un pezón y succionó con fuerza, deleitándose al verla arquearse para él. Jugó con ellos, repartió mordidas y apretujó para dejar su marca, para que Rhaenyra supiera que, aparte de sus hijos, él tenía derecho sobre ellos.
—Daemon, Daemon —gimió ella, completamente perdida en la nube de placer.
Él no detuvo la fricción de las entrepiernas por sobre las ropas.
Estaba en un estado frenético, donde las ganas de verter en ella esos sentimientos negativos tras su primera muerte luchaban contra los que querían darle la mejor noche.
Sus manos desgarraron el camisón para tener a la vista el cuerpo virginal de su esposa, su sobrina de ojos nublados de placer.
Daemon recorrió con la mirada el torso hasta llegar a la entrepierna cubierta de vellos finos y rubios que cubrían un coño apetecible. Quería probarlo, recordar el sabor de Rhaenyra. Cual depredador se acomodó para quedar frente a frente con el coño húmedo y caliente de su princesa. Sus palmas abrieron más los muslos lechosos y dejar a la vista la entrada palpitante de tonalidades rosadas. Uno de sus dedos acarició la zona, obteniendo un ronroneo necesitado y que solo él conocería en esta vida.
Él marcaría a Rhaenyra tanto como sería posible. Después de todo, él, como ella, era un dragón.
—¡Daemon! —exclamó ella en cuanto decidió devorarla, beber sus jugos blanquecinos y espesos.
El Príncipe Canalla, esposo de la Delicia del Reino, paseó su lengua por los pliegues ligeramente gruesos de la entrada; jugueteó con el botón que la hacía aferrarse a las sábanas o la cabellera de él; y la incrustó en el interior ardiente de la joven. Él gimió ronco, más a una bestia que a un hombre. Sus manos se aferraron a los muslos temblorosos que querían aprisionar su cabeza.
Escuchó las súplicas de Rhaenyra para que se detuviera luego del primer orgasmo, pero esa espina venenosa, vengativa, le hizo ignorarla e ingresar un dígito para palpar mejor las paredes inexploradas. Con diligencia frotó el interior, buscando ese lugar que la haría expulsar un líquido cristalino cual cascada.
Si mal no recordaba, estaba in poco más a la izquierda...
—¡Ah! —gimió Rhaenyra, arqueando la espalda y expeler el líquido en el rostro del príncipe.
Daemon rio por lo bajo cuando fluido dejó de salir. Se retiró la blusa y la usó para limpiarse el rostro.
—¿Qu-qué fue...?
Ah, Rhaenyra lucía cual diosa en esos momentos: cabellos desperdigados por las sábanas, mejillas sonrojadas, respiración errática, ojos nublados y cuerpo dócil. La excitación de ser quien montaba a tan indómita dragona le recorrió de pies a cabeza.
Necesitaba consumir por completo a su princesa, solo así el fuego en él se apaciguaría.
—Mi amada esposa, aún no termino contigo.
.
La voz aterciopelada de Daemon hizo eco en Rhaenyra.
Los pensamientos intrusivos en su cabeza habían sido aplastados, calcinados y eso le dio un gran alivio. Las manos de Daemon le recorrían con devoción, con una pasión abrasadora que la hacía arquear y desear no sentir ese vacío en el vientre. Un gemido necesitado fue ahogado por los labios de su esposo y las falanges encallecidas ingresaron de nuevo en ella.
No, no, Rhaenyra quería algo más.
No sabía qué, pero suplicó entre sollozos. Los dedos dejaron de ser suficientes para calmar el fuego en ella.
—Por favor, amado mío. Por favor.
—Shh, pequeño dragón, no desesperes.
Entre lágrimas pudo ver la sonrisa divertida de su esposo. Iba a protestar, a decirle que no se burlara de ella, cuando algo duro y ligeramente curvo comenzó a abrirse paso entre sus paredes.
—Respira, Nyra. Relájate, mi princesa. Así, eso es. Buena chica.
La joven buscó aferrarse a algo menos suave como las sábanas, por lo que enterró sus uñas en los hombros fornidos y espalda ancha de su tío. Creyó que el falo era interminable hasta que la pelvis del príncipe colisionó con su entrepierna. Donde estaban unidos había escozor por lo mucho que debió estirarse su entrada, pero al fin se habían vuelto una sola carne. Un sentimiento de anhelo, de esperanza y amor incondicional surcó sus sienes como gotas saladas.
Lo amaba tanto.
«La moza ya le ha...»
—¡Ah!
.
Daemon quiso ser gentil, quiso darle una primera vez digna, sin embargo, esa parte de su mente hambrienta de sexo, de devorar a su esposa, aplastaron sus buenas intenciones. Sus caderas marcaron unas embestidas fuertes, cargadas de enfado, de decepción. Con brutalidad tomaba a Rhaenyra, superponiendo la imagen de la princesa con la que se casó en la primera vida: la joven gruesa de cintura, madura y con los vestigios de los embarazos en senos y caderas anchas. La calidez era la misma, la forma en la que ella se aferraba a él y que parecía querer engullirlo entero, estaba ahí.
Gimió sin pudor el nombre de su esposa, de la única mujer que lograba volverlo loco de amor y deseo.
Sus dedos quedaron marcados en muslos temblorosos, en cintura todavía estrecha. El sexo era una manera de liberar las emociones contenidas, de conectar íntimamente con su reina y asegurarse que su corazón aún le pertenecía.
Tal vez no era la mejor forma de hacerlo, pero él no conocía algo diferente.
De pronto, su visión se nubló y se sintió tan vulnerable. Eso le frustraba. No quería ser débil, pero en el fondo lo era. Sus embestidas disminuyeron de ritmo para ser lentas y fuertes como lo que bullía en su pecho.
—Rhaenyra, Rhaenyra —susurró con la voz quebrada, juntando la frente de ambos mientras sus lágrimas se mezclaban con las de ella.
—Daemon, mi amor, mi corazón...
El cariño era palpable para él; una caricia para su corazón dolido.
Cual infante ocultó el rostro en el cuello de su esposa, sintiendo los brazos delgados de ella acunarlo. Las piernas de la princesa rodearon sus caderas y le instó en continuar, en usarla y a la vez amarla. Su cabeza se volvió un caos, por lo que se limitó en reanudar el ritmo vigoroso.
Estaba cerca, solo un poco más...
Ambos gimieron al unísono.
La simiente de Daemon impregnó el seno fértil de su sobrina y los dos cayeron en los brazos del otro.
Tal como en el pasado.
.
Alicent se encontraba en sus aposentos, los ojos fijos en la luna resplandeciente.
Era extraño. No se imaginó que ella misma se asesinaría a sangre fría. No sintió remordimiento al ver el cuerpo inerte de su versión joven, de ese lado inocente que tanto se reprochó por años. Al parecer, realmente los Siete no existían y los Dioses Antiguos sí.
Debía admitir que eran despiadados y eso le fascinó. Habían puesto a ambas Alicent frente a frente con una daga brillante en el centro. La «joven Alicent» quiso saber quién era ella, qué era lo que estaba sucediendo, pero la Reina Viuda se limitó a observarla, a determinar qué tan patética era.
«Una vivirá. Un alma vivirá.»
Eso habían escuchado ambas Alicent. Mientras una seguía confundida, la otra no perdió tiempo y fue por la daga. La empuñó con fuerza. El odio que alguna vez vertió en su ataque contra Rhaenyra, lo dirigió a esta niña insulsa e inútil. No, Alicent no viviría aquel destino nauseabundo. No permitiría que los hombres volviesen a usarla como un peón. Ella conoció la ambición, en esta ocasión no era por una corona, sino por la libertad que le fue negada.
En esta oportunidad, desposará a Ser Criston y le dará hijos no tan retorcidos como los que tuvo con Viserys.
Se negaba a engendrar vástagos dragones.
Su coño era suyo y se lo daría a quien ella quisiese. Si para lograrlo tendría que aliarse con su enemiga de antaño, lo haría.
Por ello arremetió contra la «joven Alicent» sin piedad. La apuñaló incontables veces, manchándose las manos con la sangre de sí misma y jamás se sintió tan feliz, tan plena.
—Eres insignificante —había susurrado a la muchacha que le miraba con terror. Un charco rojizo se formó debajo del alma inocente e insípida de ella—. Eres una perra descerebrada e inútil. No sabes negarte a tu padre, permitiendo que te maneje a su antojo. Me das asco, niña estúpida, creyente de una fe falsa. Ojalá te pudras en el infierno o donde sea que termines, no me interesa. Tomaré lo que es mío, lo que me fue arrebatado y ni tú ni nadie van a detenerme.
Risas fantasmagóricas resonaron alrededor de ellas, una luz cegadora las envolvió y...
«No decepción, reina. No decepción.»
Fue así como, la Reina Viuda, terminó habitando su cuerpo adolescente.
El siguiente día sería importante: la muerte de la reina Aemma y el engendro de Viserys.
La noche era larga, había pasado varias en vela ideando planes o cayendo en la locura, ¿qué sería una más para alistar su propio tablero?
~°*†*°~+~°*†*°~
¿Y bien? ¿Qué les pareció?
Espero me disculpen por los errores que puedan encontrar. Traté de editarlo un poco, pero la cabeza no me ayuda ;u;
La Alicent me salió algo... algo sádica :'D Ahora sí, necesitaré de mi valeroso amigo para que me eche la mano ;u;
Rueguen que mejore TT Me advirtieron que me sentiría mal por unos días, pero ya llevo una semana :'D
Bueno, como sea, muchas gracias por leer, por su paciencia, por sus comentarios :3 No saben cuánto me emocionan y me hacen olvidar de mis malestares por un ratico *lanza corazoncitos de colores*
Cuídense mucho, mis amores.
Nos leemos!
AliPon fuera~*~*
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