Capítulo 1
La princesa tenía un don del que solo su madre, la reina Aemma Arryn, sabía: ella era una soñadora. Lo que tanto admiraba Viserys en la familia, Rhaenyra lo poseía. En las historias contadas por generaciones, se hablaba de Daenys la Soñadora como si esos sueños proféticos fuesen a lo que todo Targaryen tenía que aspirar. Lo que nadie mencionaba era lo mucho que podía afectar al soñador. Incontables pesadillas y la sensación de estar en una ilusión constante, causó muchos problemas en la princesa.
Era difícil sobrellevar las emociones dejadas por las visiones. De pronto odiaba a Otto Hightower o a Alicent, al punto de querer lastimarlos, de hacer que Syrax los devorase o quemase y al latido siguiente se sentía aterrorizada de sus pensamientos. Todo comenzó desde que era una niña y la reina Aemma fue la primera en percatarse de que algo andaba mal en su hija. Fue ella quien notó las lágrimas anegadas en ojos violáceos.
—¿Nyra? —había cuestionado la reina, tomando en brazos a la princesa de cinco años que estaba oculta detrás de una columna en sus aposentos—. Mi amor, ¿qué sucede?
—Tengo miedo, mami —hipó la niña de cabellera plateada—. No quiero hacerlo, no quiero, mami.
—Oh, querida, sé que las lecciones pueden ser aburridas, pero eres una princesa y...
—¡No! No, no, no...
—No qué, Nyra. Me estás asustando.
—No quiero morir...
Creyó haber escuchado mal, deseó haberlo hecho, pero los ojos de su hija estaban nublados, perdidos en un lugar que Aemma no podía ver.
La reina tuvo que mirar en todas direcciones para saber si alguien había escuchado. En el lugar solo estaban las doncellas que velaban por la princesa a las cuales les ordenó retirarse. El horror en un rostro inocente oprimió el corazón de Aemma. ¿Por qué su hija estaba así? ¿Qué le había pasado?
Una vez a solas, la reina se dirigió a uno de los sillones largos donde, a lado de ella, sentó a una desconsolada Rhaenyra. Las manos cálidas de Aemma enjugaron lágrimas que partían su alma.
—Mi niña —musitó con voz amorosa. Tragó saliva al sentir manitos aferrarse a su vestido.
—No quiero, mami... —hipó, enterrando el rostro en el pecho de la reina.
—¿Alguien te lo dijo? —La cabecita plateada negó—. ¿Lo escuchaste de alguien? —Nuevamente una negación—. ¿Entonces?
Rhaenyra continuó llorando, buscando el calor en las caricias de mamá. Tenía miedo de cerrar los ojos y volver a sentir el fuego del dragón de escamas doradas en su cuerpo. Tenía noches soñando lo mismo, una y otra vez, por lo que estar con mamá era un gran consuelo.
—¿Nyra?
—Un dragón amarillo me quema, mami. Duele mucho.
—¿Dragón amarillo? ¿Syrax?
La pequeña negó.
—No, un dragón grande y enfermo. Cuando cierro los ojos, lo veo y me lastima. No quiero que me queme, mami.
El temblor en un cuerpecito delicado rompió el corazón de Aemma. En un inicio pensó que eran pesadillas infantiles, por lo que se limitó a brindar confort. Las veces que le mencionó lo ocurrido con la pequeña a Viserys, el hombre desestimaba su preocupación.
—Son solo malos sueños, querida —había dicho Viserys una vez saciaron la lujuria en ellos y recibieron un llamado de parte de una doncella de Rhaenyra quien nuevamente se había despertado gritando—. Ya se le pasarán. Quizás si pasa más tiempo con Syrax se le quiten.
Aemma lo miró con enojo mientras se colocaba una túnica para así ir a la habitación de su hija.
—¿Cómo puedes decir eso, Viserys, si hace poco que la acompañé a Pozo Dragón se alteró con solo ver a su dragona?
—Oh.
—Algo está pasando con nuestra hija, Viserys.
El rey salió debajo de las sábanas para ir hacia su esposa, tomarla de las manos y besar sus nudillos.
—Ella estará bien, querida. Confía en mí.
Aemma había intentado corresponder a la sonrisa de su esposo, mas una sensación de vacío en el estómago le impidió creer en las palabras del hombre. Mucho menos cuando la septa a cargo de Rhaenyra le hizo saber el bajo desempeño de la princesa en sus estudios ya que siempre se quedaba dormida a mitad de las lecciones o parecía tan perturbada que no prestaba atención.
—Quizás podamos administrarle a la princesa vino del sueño para ayudarla a descansar —sugirió el maestre Mellos en cuanto Aemma acudió a él—. Pero no es recomendable dárselo tan seguido, pues puede acarrear más problemas que beneficios a futuro, alteza.
—Por hoy dele vino del sueño —ordenó la reina con angustia en la voz.
—Como usted ordene, alteza.
Con alegría, Aemma, vio a su pequeña dormir plácidamente luego de beber del vino endulzado con miel. Esa noche la pasó a lado de Rhaenyra, al pendiente de ella. El efecto del brebaje duró hasta pasada el alba, lo cual la alivió. Sin embargo, dado por lo adictivo que podía ser el somnífero, no podían dárselo con frecuencia a la princesa.
El tiempo pasó, Rhaenyra parecía mejorar y la tensión en la reina había menguado debido a ello, hasta que un día su hija fue hasta ella con lágrimas en los ojos. Alarmada y temerosa del regreso de la misma pesadilla que perseguía a la chiquilla, Aemma preguntó qué había pasado.
—No podré conocer a mi hermanito.
Aemma se tensó ante tal afirmación. ¿Qué había dicho su hija? En un inicio pensó que la princesa se refería al aborto que tuvo un año atrás, pero luego de lunas se percataría que Rhaenyra había predicho el futuro de un nuevo embarazo. Y no solo de eso, sino de varias cosas ocurridas en la corte. Todo musitado bajo el resguardo de las habitaciones reales. Entonces, Aemma lo supo: su hija era una soñadora.
Una carga demasiado pesada para una niña dulce e inocente. La reina lloró en silencio cuando la noche reclamaba el cielo. En algún momento intentó hacérselo saber a su esposo, pero ante la sola mención de sueños, el rey se emocionaba y parloteaba del que él consideraba su premonición: tener un hijo varón. Es por ello por lo que decidió callar y ser un pilar para su hija, quien tenía problemas para tratar a las personas.
—Él es una serpiente, madre —susurró Rhaenyra durante una visita a su madre embarazada (otro bebé que no lograría llegar al mundo) sobre la Mano—. A las serpientes hay que cortarles la cabeza.
Aemma se horrorizaba con la sed de sangre que su hija mostraba. Un rostro infantil se tornaba en la de un demonio, mejor dicho, un dragón enloquecido. Temía perder a su pequeña, y más cuando Daemon no estaba ahí para distraer a Rhaenyra. El príncipe, su cuñado, era rebelde y caótico por naturaleza, pero delicado y protector cuando de la primogénita de Viserys se trataba. Aemma notaba lo relajada y feliz que su hija se volvía cuando estaba cerca de su tío consentidor. Todos esos pensamientos oscuros y violentos eran olvidados durante los días que el jinete de Uroxos visitaba la Fortaleza Roja.
Fue por el bien de Rhaenyra que alentó a Viserys de anular el matrimonio de Daemon con Rhea. Necesitaba al príncipe libre para que él pudiese desposar a la princesa.
Los años pasaron y Rhaenyra tuvo que aprender a no sucumbir a aquellas intenciones oscuras. Madre fue un gran apoyo, mas los sueños no dejaban de atormentarla, de despertarla en mitad de la noche y arrebatarle el descanso que le perseguía durante el día. La jinete más joven de la familia solo encontraba consuelo a lomos de Syrax o con su tío, Daemon. Él normalmente estaba en la Fortaleza Roja, antagonizando a la víbora de Otto Hightower o haciéndole compañía a la reina. Una sonrisa cálida se dibujaba en el rostro siempre estoico de la princesa cuando veía juntas a sus personas favoritas.
No obstante, había días en los que Rhaenyra sentía sus tripas revolverse y respirar se volvía una tarea complicada. Y este era uno de esos días.
En cuanto el comandante de la Guardia Real abrió la puerta de la Sala del Trono y vio a Daemon sentado en el Trono de Hierro, el sueño de la noche anterior vino a ella. Las manos las sintió sudorosas, mas intentó ocultarlo.
—¿Qué crees que estás haciendo, tío? —habló ella en alto valyrio.
Los ojos del Príncipe Canalla la miraron de una manera que le robó el aliento y que en cualquier momento perdería la voz. En su sueño, él respondía con arrogancia, mas ahora estaba callado. Inusualmente callado.
—¿Sabes que puedes ser ejecutado por traición?
La risilla dolida detuvo los pasos de la muchacha, pues un escalofrío recorrió su espalda. Algo había sucedido con Daemon, pues se estaba comportando de manera extraña. De pronto él guardó silencio, frunció el entrecejo.
—¿Tío? —Cuando le vio inclinarse, sus pies subieron los escalones con premura—. ¡Tío! —exclamó preocupada al escuchar el quejido de su príncipe.
Con delicadeza acunó el rostro de facciones cinceladas y lo obligó a mirarla. Rhaenyra vio cómo ojos lilas parecían mirarla y a la vez no. Estaban perdidos en un punto desconocido y eso le oprimió el pecho. Sintió sus ojos picar ante una tristeza desconcertante. Un dolor en el pecho la dejó sin aire y solo pudo volver a respirar cuando las manos encallecidas de Daemon tomaron las suyas.
—Tío, tío, Daemon —imploró ella.
Él alejó las manos temblorosas de la princesa, las sostuvo con fuerza —enterrando un collar metálico en las palmas de la doncella— y apoyó la frente en el pecho de ella. Para Rhaenyra el acto resultó tan íntimo y frágil que no se dignó en mencionar la humedad en la parte frontal del vestido.
—Rhaenyra.
Tal vez fue el tono suplicante o el movimiento casi imperceptible de hombros fuertes, no lo supo, pero la princesa derramó sus propias lágrimas. El alivio y desolación que la embargaron le hicieron rodear con los brazos la espalda ancha de su tío y apegarlo a ella. Jamás se había sentido tan vulnerable, tan pequeña...
La moza ya le ha traicionado, mi reina.»
¿Cómo?
~°*†*°~+~°*†*°~
¿Y bien? ¿Qué creen que pasó con Rhaenyra? *ojitos suspicaces*
Muajaja vengo de rápido, aprovechando que mi internet volvió :'D
Gracias por leer!
Cuídense~
Nos leemos~
AliPon fuera~*~*
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