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Meilyn Ferrer

Yo soy Maylin Ferrer, madre de dos hermosos niños y ama de casa. Esposa de un hombre algo peculiar.

Llevo veinte años casada con Felipe, un hombre que era un diez en todo; atento, cariñoso, buen padre, buen esposo,
preocupado. Pero hace un año aproximadamente cambió. Se
metió en el mundo del juego y el alcohol y se ha convertido en un hombre miserable. Se gasta todo el dinero y no se ocupa de
nada; me golpea cuando llega borracho sin importar si estamos delante de los niños. Yo tengo la esperanza de que ese hombre que fue regrese, pero me la está poniendo difícil. Le doy consejos y no me escucha, piensa que lo hago por su mal y siempre terminamos discutiendo.

Son las seis de la tarde y yo no tengo ni un grano de arroz que darle de comer a mis hijos. Porque el dinero que tenía me lo robó y apenas hoy me di cuenta. Esto no puede seguir así; cuando llegue tendrá que escucharme.

—Mami, tengo hambre. —comenta el mayor de mis hijos.

—Quédate aquí y cuida a tu hermano. Vuelvo enseguida — le digo mientras agarro un plato vacío.

Salgo a la calle para ver si algún vecino puede darme algo.

Me avergüenza andar pidiendo en casas ajenas, pero como buena madre que soy no pienso dejar a mis hijos sin comer. En
unos minutos regresé a la casa con el plato lleno gracias a los vecinos.

—Aquí tienes amor, comparte con tu hermano; es lo único que hay —le digo a Kelin, el más pequeño.

—Pero mamita, ¿tú no vas a comer? —pregunta mientras me mira.

—No, bebé, come tranquilo, mamá no tiene hambre —cosa que no era cierta, ya que me estaba muriendo de hambre.

Veo como esos dos pequeños angelitos se comen eso con tanto gusto. Después de eso logré dormirlos y me senté en la sala acompañada del sonido de mis tripas, esperando a que mi querido esposo llegara.

(…)

Al parecer me había quedado dormida, pero me desperté con el ruido de la puerta.

Miro la hora y son las dos de la mañana. Pasa frente a mí y ni siquiera se percata de mi presencia. Lo sigo hasta la cocina y ahí lo veo revisando todo.

—No encontrarás comida ahí —le digo llamando su atención.

—No sabía que estabas despierta —admite agarrándose de una silla.

—Mira cómo estás, ni siquiera puedes mantenerte de pie — comento— ¿Qué le hiciste al dinero que estaba en la mesita de noche?

—Lo perdí, pero estoy seguro de que mañana lo recuperaré.

Apenas lo entiendo porque está hablando enredado.

—¿Ni siquiera vas a preguntar qué comieron tus hijos? — digo irónicamente—. Ya te respondo yo: comieron gracias a mí.

—No hay un día que no me pelee —dice alzando un poco la voz.

—Habla bajito que los niños están dormidos. —le reclamo.

—¡No me mandes a callar! —sube aún más la voz.

—No discutiré más contigo, esto no da para más. Mañana mismo te largas de esta casa —le dejo claras mis intenciones.

—¡No me iré de aquí! —gritó avanzando hacia mí, pero calló al suelo por lo ebrio que está.

—Ya veremos —dije esto y me fui al cuarto y me tranqué con seguro.

Se abalanzó sobre la puerta.

—¡Ábreme, maldita! —gritaba mientras golpeaba la puerta.

Los niños se despertaron por el escándalo, pero los abracé y les dije que todo pronto acabaría y de eso estaba totalmente
segura. No iba a permitir que estuviera un día más en esta casa.

Mañana temprano iré a la policía.

—Mami, tengo miedo —me dice Kelin.

—No tengas miedo, amor, mamá está aquí —traté de tranquilizarlo.

Me partía el alma verlos así, que tuvieran que lidiar con nuestros problemas. Esta no es la vida que quiero para ellos y tampoco para mí. Sé mi valor como mujer y no merezco nada de esto.

Hablé con Felipe miles de veces; prometía que cambiaría, pero siempre recaía en sus vicios. Me hacía creer que podía cambiar; pero ya estoy cansada de esperar ese cambio que no llegará. Las personas como él deben estar solas y así se quedará. Al rato escuché la puerta que da a la calle abrirse y luego cerrarse de golpe. Se ha ido.

Respiré profundo y salí para confirmar.
Puse el seguro de la puerta principal al ver que ya no estaba y así fue como pude dormir algo.

(…)

Hoy es el día que le daré fin a toda esta pesadilla antes de que pase a mayores.
Me alisté y fui a la comisaría acompañada de mis hijos. Hice la declaración y también les hicieron preguntas a ellos.

Confirmaron mis palabras y entonces me redactaron una orden de alejamiento para Felipe. Ellos le entregarían la orden y si
por casualidad se atreviese a romper la orden iría a la cárcel.

Pero de todos modos no quería tener que pasar por ese engorroso momento, ya que apenas se emborrache iba a molestar. Así que puse la casa en venta. La casa, al estar situada en una excelente zona y al tener buenas condiciones, la vendí rápido. Mi amiga Esmeralda tenía una tía interesada en comprar y en apenas un día pude arreglarlo todo.

Cogí el dinero y me mudé lejos de ahí y de su alcance. Corté el mal de raíz; ya no podría encontrarme. Era la mejor decisión
que pude tomar. Empezar de cero es para valientes y yo prefiero todo este cambio a estar en mi antigua vida.

Maylin Ferrer fue una mujer muy inteligente y sabia. Es difícil lidiar con estas situaciones y más cuando hay niños de por medio.

Siempre siempre el denunciar será la mejor opción, por supuesto debes estar segura y a salvo, buscar un lugar seguro donde comenzar de nuevo sin esa persona que te hacía la vida imposible.

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