54.- Con mi nombre en sus labios

Definitivamente este no era el plan pero de igual manera yo nunca confíe en Marisela y tenía razón porque ahora está apuntándome con una pistola directo en la frente; llevamos un rato mirándonos a los ojos y esos no nos mienten, puedo ver el odio que me tiene y estoy segura que ella también ve el que yo le tengo, eso es lo único que parecemos tener en común.

Siempre creí que mi odio por ella era más fuerte que otra cosa pero una vez que escuché la puerta abrirse me olvidó que de esta frente a mí y amenazando mi vida, la olvidó a ella para ponerle atención a las personas que realmente me importan. Antonio entra al salón con la camisa llena de sangre, no viene solo, detrás de el vienen dos hombres y ellos son los que tienen a mi hija en brazos. Lo único que me consuela de esta situación es que ella está viva pero desde el lugar en donde me encuentro no puedo saber si está sana, no soy médico y no podría resolverlo, ninguno de los presentes.

Marisela también aparta la vista y va con sus secuaces para tomar a mi hija en brazos, me da tanta rabia que ella está cargándola, quiero quitársela pero en este momento pero no soy ni capaz de hablar, hace rato apenas y logré que Octavio dejará de apuntarle con a mi hermana.

No sé cómo vamos a salir ahora de esta, se suponía que mi hermana y Fernando nos iban a sacar de aquí. Nuestra única esperanza ahora es Ramiro y Kate, si no es que también les hicieron algo.

Por ahora lo que verdaderamente me preocupa es Marisela, está sosteniendo a mi hija y no suelta la maldita pistola, es una maldita inconsciente, estoy segura de que si se le escapa un tiro le puede hacer daño, y por la cara que tiene empiezo a pensar que esa es su intención, sólo nos trajo hasta aquí con mentiras para tenernos a su merced, va a divertirse con nosotras y pondrá especial interés en mi.

—Deja de mirarme así que a la niña no voy a hacerle nada —no le creo y espero que mi marido se de cuenta de la clase de mujer que decidió tener como amiga—. Vanessa, Vanessa no deberías creerme capaz de hacerle daña a la niña pero no correrás con la misma suerte.

En este momento le agradezco a la vida tener la boca amordazada, si no fuera así ya estuviera muerta, tiene que desquitarse por lo que le hice en el despacho. No tengo la menor idea de que tipo de fuerza sobrenatural me poseyó que lo primero hice al verla fue golpearla. Fue algo que solo se dio, yo fui ahí con la firme idea de que tenía a mi hija y pues tan perdida no andaba, además mentiría al decir que no era algo que quería hacer desde hace mucho tiempo.

Al principio creí que no me devolvería los golpes pero no fue así, se defendió pero antes de poder hacernos un verdadero daño nos separaron, después de eso no me quedo más que intentar convencerla de traerme a mi hija y lo logre porque aquí estoy, atada de manos y viendo cómo nos amenazan a todos pero cerca de ella.

De nosotros el único que ha tenido la oportunidad de decir algo es Fernando y por ponerse al brinco terminó peor que un saco de boxeo, desde mi perspectiva ya no le quedan muchas fuerzas para hablar, la última vez que lo intento Octavio lo aparto de Marisela y lo aventó a una esquina, sigue ahí pero no para de quejarse; esos animales debieron romperle unos cuantos huesos. 

—Lo que quieras jugar hazlo rápido —le dice su padre—. Aún tengo mucho que hacer en otros lados. 

—Esta bien —lo mira momentáneamente y después regresa su vista a mi, desde aquí no puedo ver el rostro de mi hija pero si puedo percibir el ligero movimiento de la cobija en la que está envuelta—. Vanessa, mi padre me dio la oportunidad de escoger quién muere aquí y al principio te escogí porque es la opción más obvia pero ahora que los veo a todos tan dispuestos a morir por esta niña quiero ver quién da la mejor súplica, primero tu Alberto. 

Va delante de él y uno de dos hombres le quita la mordaza, lo primero que hace es dirigir su mirada a Fernando que ha comenzado a toser sangre, necesita un médico con urgencia pero para eso primero tenemos que escapar.

—Solo déjalos ir, Marisela sabemos que el problema es conmigo —exactamente, el único que se metió con fuego fue él y mi hija no debería pagar las consecuencias—. Yo fui quien te hizo daño, yo fui quien decidió no amarte, mátame a mí.

—¿Es que acaso era muy difícil Alberto? Yo nunca te di ningún problema y si no fuiste capaz de valorar el amor que te di es tu problema pero ese amor me persigue y por eso no voy a permitir que te maten —es una maldita loca, no se cómo pero alguien tiene que hacerla entrar en razón antes de que se le escapé un tiro y le de a mi hija—. Además eres el padre de mis hijos, nunca podría explicarles que te deje morir por ella. 

—Es que no tienes que decírselos, sólo hazlo, mátame y déjalos ir, te juro que nadie hará nada en contra de tu padre ni en contra tuya —eso va a estar difícil, si salgo viva no se quedará así, Octavio Escalante me las va a pagar y si para eso lo tengo que perseguir por lo que me reste de vida lo haré—. Los dejaran ir a donde quieran y conservarán su fortuna. 

—He tenido suficiente de ti, ahora vamos con la causante de todos mis problemas —regresa conmigo y como puede me quita la mordaza de la boca, no iba perderse esa mínima oportunidad para causarme un poco más de dolor—. Desde que te conozco no has sido más que una maldita piedra en mi zapato, creí que me había deshecho de ti pero regresamos al principio.

—Por favor te lo pido, si te apetece de rodillas pero deja que mi marido, mi hija y mi hermana se vayan —son inocentes y no deberían pagar por nuestros errores—. Sólo déjalos ir y yo haré lo que tú quieras de ahora en adelante, si lo que quieres es matarme hazlo ahora que nadie te lo va a poder impedir.

—Vanessa creo que matarte no será suficiente castigo, porque todo lo que está pasando es tu culpa tuya y de nadie más —asiento porque en parte tiene razón, yo siempre estuve conciente de los peligros y no tuve la fuerza necesaria para alejarme—. Te lo advertí desde que te apareciste por primera vez en nuestras vidas te dije que te alejarás Alberto y no quisiste así que todo lo que pase será culpa tuya.

Es culpa mía y estoy dispuesta a asumir mis errores. El primero fue hacerme de oídos sordos a las advertencias que precisamente me hizo Marisela, tenía razón cuando decía que Alberto y yo no podíamos estar juntos, en ese momento quizá era una mentira porque estábamos intentando construir un futuro, si nos hubieran dejado seríamos inmensamente felices pero por más que lo deseamos eso no pudo ser.

No porque ahora pensamos diferente y nuestras prioridades no son las mismas. Cada uno encontró una persona que se ajusta al modo de vida que nos obligaron a llevar y aunque no me obligaron a amar a Antonio sé que la vida, Dios o cualquier cosa lo puso en mi camino y a mí en el suyo para cosas buenas pero al volver aquí solo nos desviamos, lo arrastre a este precipicio del cuál no creo salir pero él puede y lo hará con mi hija.

—Y por eso debo pagar solo soy yo —de alguna manera tengo que conmover su corazón—. Marisela por favor, déjalos ir.

—Veamos que dice él, quiero saber si también me súplica por tu vida —claro que lo hará pero esperó sea lo suficientemente sensato para pedir por la de su hija.

Va y le quita la mordaza pero también da la orden para que le desaten las manos, lo hacen pero no dejan de apuntarle a la cabeza.

—Dámela, por favor deja que mi hija y la enfermera salgan de aquí —también debería pedir que lo dejen ir a él—. Si alguna vez te importe, si por lo menos me consideraste un amigo déjala ir, pagaremos nosotros pero la niña no tiene la culpa. 

—Ya fue suficiente Marisela a mí no me gustan ese tipo de dramitas en los que todos están dispuestos a morir por el bien, me empalaga toda esta cursilería —ella sólo se queda mirando Antonio mientras que su padre viene hacia nosotros—. Todos ustedes se vieron tan patéticos, creyendo que podrían contra mí, pero si alguien podía eras tú Alberto, lo supe desde que eras un niño. Tu perseverancia siempre fue lo más destacable de tu persona pero la desperdiciaste en tu empresa, no es por completo un caso perdido porque ahora es muy redituable pero nunca vas a sacarle todo su potencial, no como yo la habría hecho.   

—Yo no hago negocios sucios, ninguno de los presentes va a aceptar jamás nada que venga de ti —yo si, le doy lo que se le pegue la gana para que los dejé libres.

—Está bien, ya que ninguno está dispuesto a negociar esto será un pelotón de fusilamiento —sus hombres levantan las armas y sólo siento en la parte trasera de mi cuello el frío metal.

Octavio va a por Fernando, no sé qué le pasa es animal pero ni siquiera con su sobrino tiene compasión, escuchamos todo lo que dijo, mato a Luisana por no cooperar con él, y lo peor no fue eso.

Hace años nunca habríamos buscado la conexión entre el accidente de su madre y el de su esposa, para mi es tan atemorizante que su propio tío le haya causado los dolores más grandes de su vida. Está vez quiere quitarle lo último que le queda y con eso también matará a mi hermana, todos vamos a morir aquí y no hay nadie que pueda impedirlo pero lo peor para todos nosotros es que vamos a morir pero nuestros hijos se van a quedar aquí y estarán en sus manos, hasta después de muertos nos seguirá causando dolor.  

—No, papá ya fue suficiente, no vas a matar a Fernando y tampoco a Antonio —aquí es cuando me alegra que se haya hecho su amiga, sé que en algún momento mi esposo va a escapar y pondrá a salvo a mi hija—, ellos y la niña can a venir con nosotros. 

Ella nunca va a ser la mejor opción para criar a mí hija, de eso estoy completamente segura pero está la posibilidad de que la saqué de aquí para que tenga una oportunidad, no me quedará de otra más que aceptarlo esperando que algún día conozca la verdad y se lo haga pagar pero ojalá tampoco lo descubra; no quiero que mi hija viva en una eterna venganza, no quiero que ese tipo de rencores le carcoman el alma. 

—A mi tu primo no me sirve de nada y mucho menos esa bastarda —le da una patada a Fernando para después acercarse a su hija.

—Pero yo los quiero —el asiente y sonríe, nunca le niega nada a su hija y está no será la excepción.

—Nunca iría contigo —le dice Antonio mirándome, sólo para que le quedé perfectamente claro a quien ama y a quien amará lo que le reste de vida.

Veo sus ojos y me duele mucho que lo nuestro vaya a terminar de esta manera, de haberlo sabido nunca hubiese permitido que se acercará a mi, jamás me hubiera enamorado de él pero de lo vivido uno ya no puede arrepentirse, aunque probablemente él si se arrepienta de amarme, de seguirme hasta aquí y complacerme en todo lo que quería.

—¿Dejaras morir a la niña entonces? —lo duda y no debería hacerlo, yo no importo. Marisela se le acerca lo suficiente para darle un beso en los labios y entregarle a la niña, él solo la mira confundido pero no hace ningún movimiento, tampoco agacha la mirada, sólo está a la espera de que levanté el arma y la dirija directo a su corazón, se resigna y espera el tiro de gracia pero ese no es su destino, pero si él de Octavio, su hija levanta el arma y le apunta al pecho—. Diles que bajen las armas.

—¿Piensas matarme? Recuerda que soy tu padre —el maldito loco sigue sonriendo mientras retrocede.

—No, tu no eres mi padre —Antonio se queda estático con la niña en brazos y me mira esperando una señal de que debe moverse pero niego con un movimiento de cabeza, aún no puede irse, no mientras haya más personas que puedan dispararle mientras lo intenta—. ¡Que bajen las armas!

—Bájenlas —les ordena Octavio, lo hacen, dejan las armas en el suelo y levantan las manos, era evidente que no se iban a arriesgar a que Marisela le dispare a su jefe.

—Fernando, ¿puedes ponerte en pie? —asiente y hace un esfuerzo sobre humano por hacerlo—. Desátalos y toma las armas, ¿en dónde demonios está la policía?

—Ya no tardan —es muy sensato al desatar primero a Alberto, él nos ayuda a mí y a mí hermana e inmediatamente voy con mi hija, a simple vista se encuentra bien y sé que no hay nada seguro, aún estamos encerrados aquí y por lo que vi hay más hombres afuera, en cuanto se den cuenta van a venir rescatar a su jefe pero por si eso pasa no me van a agarrar desprevenida, tomo una de las pistolas del suelo, Alberto sigue mi ejemplo mientras que Paola va con Fernando para ayudarlo a mantenerse en pie pero él se niega y va a un lado de su prima—. Marisela dame el arma, ya has hecho suficiente.

La verdad es que aquí yo parezco ser la única que aún duda de ella y no dejaré de hacerlo en un buen rato —o quizá nunca—, por más acciones buenas que haga jamás podrá tener mi confianza pero con lo que hizo ya se ganó a estos hombres, les ví la cara y están maravillados pero está bien, que crean lo que se les pegue la gana que a mí lo único que me interesa es salir de aquí con mi hija.  

—No te la voy a dar, tu lo matarías por Luisana y tu madre —en eso también tiene razón.

Mi hermana se le queda mirando esperando que haga lo que muchas veces prometió, matar a las persona que haya provocado la muerte de su esposa, pero él no es así, es mejor que su tío y como abogado debe seguir la ley y por lo menos en este país la justicia por mano propia está prohibida; además como hace rato me lo dijeron sería demasiado fácil morir así, primero necesita sufrir un poco, si yo fuera Fernando lo humillaría arrojándolo a la más inmunda de las porquerías, aplastaría su espíritu hasta que las ganas de vivir se le esfumaran y entonces lo peor para él será seguir viviendo hasta que pague por todos crímenes.

—Déjalo que se desquite —dice Octavio sin perder la sonrisa—. Eso es lo que quiere, necesita justicia.

—Y la vamos a tener —asegura Alberto para apuntarle también—, pero de la manera correcta porque no somos unos asesinos igual que tú.

Exactamente no somos iguales y por esa causa no pudimos prever que en tropel entrarán más de diez hombres acorralarnos, no quedándonos de otra tuvimos que ponernos tras Octavio con la esperanza de que viendo que tenemos tres armas apuntadas a su cabeza se detengan.

—Más les vale bajar las armas, ustedes ni siquiera saben usarlas —es cierto pero no debe ser muy difícil que se me escape un tiro—. Vamos a buscar una solución que nos convenga a todos.

Solo que este juego va poniéndose mejor para nosotros, hay muchos hombres de Octavio pero nosotros dejamos a una persona encargada de traer a la policía y lo cumplió, fuera de la propiedad se escuchan las sirenas de la policía y sin esperarlo algunos agentes de seguridad también entran a la habitación, al ver esto la enorme sonrisa que ese loco tenía en el rostro que pronto se ve borrada por el primer disparo, yo bajo el arma y me volteó para ver a mi hija, mi marido también se quedó en una esquina de la habitación, no puede quedarse aquí, tengo que sacarlos.

—Antonio llévate a la niña ahora mismo, por favor no pierdas tiempo —el llanto de mi hija apenas se escucha pero si sigue aquí no va a mejorar. 

—No me voy a salir de aquí sin ti —es cierto que mi hija era lo principal pero aquí también está mi hermana, ella también tiene que salir viva de aquí.

—Sal por la puerta de atrás, aprovecha que están todos distraídos y que la policía está cubriendo ese lado de la casa —la parte de la cocina está libre y si no sale por lo menos puede esconderse—, sólo déjame sacar a Paola y voy —aunque ella no va a querer salir de aquí sin Fernando.

—Esta bien —me da un rápido beso y corre hasta donde le indico, con el desmadre que hay por todos lados apenas lo ven y el único que intento darle fallo. 

—¡Fernando! —es el grito desesperado de mi hermana, tal y como teníamos Fernando consiguió un arma y está apuntándole a su tío—. Por favor la policía está aquí, deja que se lo lleven.

—Pero es que no se puede ir impune Paola, mató a Luisana y también a mi madre —Marisela con todo y la lluvia de balas se acerca a él y trata de quitarle el arma—. ¡Retrocedan!

—No por favor, vamos a dejar que se lo lleven, mi tío sabrá que hacer, ¿si? —le intenta convencer Marisela, le obliga a mirarla pero tras esa distracción Octavio saca la pistola que tenía escondida y lo siguiente que escucho son tres disparos, me agacho por inercia escondiéndome tras un sillón, al asomarme veo a Fernando en el suelo y a su lado Marisela.

Cómo puede Alberto llega hasta ellos y carga en brazos a Marisela que está histérica mientras que mi hermana se queda para cubrir con sus manos las heridas que Fernando tiene en el pecho, me muevo a gatas intentando llegar hasta ella sin morir en el intento, tengo que moverme más rápido porque esa bestia está a punto de llegar con mi hermana. 

—Levántate —la jala por el brazo y ella no cede, no hay poder humano que la separé del lado de su único amor—, hazlo de una vez, tu eres mi pase de salida.

—Prefiero morir aquí a su lado que ir contigo.

—Como quieras —le apunta pero mientras yo esté aquí eso no va a pasar. 

—Déjala, yo soy quien le jodio la vida —me le acerco por la espalda y le pongo el arma en la espalda, es la primera vez que tengo un arma en las manos y ojalá puedo averiguar cómo se usa—. Si quiere desquitarse hágalo conmigo.

En estos momentos de la vida es cuando las personas se prueban, ver a una persona tan cercana como lo puede ser una hermana en peligro hace que lo que crees más imposible de hacer te salga natural y por más que he querido creer que todo esto es un sueño y que esto no esta pasando, siempre hay algo que me devuelve a la realidad, lo que me hace despertar no es la adrenalina si no la maldita sensación en el pecho, esa que me dice que alguien va a morir y esa no va a ser mi hermana, yo decido quien cae aquí y no va a ser ella.

—¡No te metas Vanessa! —me grita sin despegar la vista de Fernando— Yo…

—Octavio Escalante baje el arma —al fin—, está completamente rodeado no tiene escapatoria —le grita un agente de la policía— ¡Que baje el arma!

Hace levanta las manos en señal de rendición y yo también bajo el arma dando unos pasos lejos de él, no quiero que también me lleven a la cárcel, pero hubiera preferido eso mil veces a lo que pasó.

Octavio levanta las manos y cuando creí que se iba a dar por vencido se la vuelta y… Todo alrededor se hace más lento y por eso nunca voy a olvidar este momento, me dispara pero aunque yo ya me resigné la muerte hay alguien que jamás se van a asignar a la mía, Alberto llega conmigo y me abraza como si no me hubiera visto en un largo tiempo, cierro los ojos y me aferró a él esperando que de los demás impactos, que aunque sea uno de ellos me de pero no, él los recibe todos y después solo el silencio, el cuerpo sin fuerzas de Alberto empieza a desplomarse mientras que miro mis manos llenas de sangre, intento pero no puedo, al caer la cabeza de Alberto se golpea duramente contra el suelo, ahogó un grito cuando abre los ojos. 

—Vanessa… —con el cuerpo tembloroso me dejó caer a su lado y lo llevo a mi regazo, tal y como él lo hizo hace algunos meses conmigo, el día de mi boda.

—No, no, no. Alberto —sostiene mi mano con las pocas fuerzas que le quedan—, no por favor, no cierres los ojos, por mi.

—Te amo —murmura débilmente mientras me sonríe—. Vanessa… —exhala el poco aire que le queda en los pulmones y cierra los ojos, pero me niego a creer que él va a morir con mi nombre en sus labios, el despierta porque lo hace. Lo muevo, una y otra vez, quiero que despierte, necesito que lo haga. 

—Alberto, Alberto por favor —le suplico una y otra vez—, Alberto despierta, yo también te quiero.

—Suéltelo  —me ordena alguien—. La ambulancia va a llegar pronto por él u este no es su lugar señora Vanessa —levanto la mirada, es la enfermera que venía con mi hija—. Si hija está incontrolable, la necesita —es cierto pero no puedo irme y dejarlo aquí tirado, tengo que salvarlo—. Le prometo que haré todo por ayudarlo. 

Me aparta las manos del cuerpo de Alberto y le indica a unos de los agentes de la policía que me saque, no se cree pero no debería hacerme esto.

—Júreme que va a salvarlo —le pido antes de que me saquen.

—Se lo prometo —me dice y regreso al suelo para darle un beso en la frente, es lo único que puedo hacer antes de que me obliguen a tomar mi lugar.

Mi verdadero lugar en el mundo, al lado de mi esposo y de mi hija.

Gracias por seguir leyendo.

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