Rabia
—¿Qué hace aquí la parejita feliz? —Matías se sorprendió mucho al vernos.
Yo no sabía que contestar, así que me quedé muda. La situación me sobrepasaba, no pensaba que me dolería tanto un final tan precoz.
—Sofi me contó lo de Carolina ¿Cómo está ella? —respondió un Antonio entre preocupado y apenado.
—Delicada, pero eso no responde lo que pregunté.
—¿Podemos hablar un momento? —Le pedí, necesitaba tratar de aclarar las cosas con él. Para bien o para mal.
—¿Para qué? Tal vez Antonio quiera escucharte —Se acercó a la puerta de la habitación para abrirla, ignorándome por completo.
Las lágrimas se amontonaron en mis ojos. Esperaba resistencia de su parte, obviamente. Pero la manera en que lo dijo me destrozó por completo el corazón.
Antonio notó lo que me pasaba y enseguida detuvo por el brazo a su hermano.
—Escúchala por favor, dale la oportunidad de explicarte.
—No tiene nada que explicar —Matías miró fijamente a Antonio—, todo está muy claro para mí.
—Por favor hermano. ¿No crees que se merece que la escuches? —insistió Antonio.
—¿Y qué me merezco yo? —Sus ojos pasaron de Antonio a mí— ¿Qué se merece una persona que te da lo mejor que tiene? ¿¡Mentiras!?
Las lágrimas nublaron mi vista. Traté de contestarle pero no pude. Empecé a sentir un mareo que me hizo buscar dónde sentarme. La respiración se me dificultó. Antonio se acercó a mí con expresión preocupada.
—¿Te sientes bien, Sofi? Estás pálida —preguntó.
—Necesito agua, por favor.
—Matías —dijo dirigiéndose a mi (¿ex?) novio—, quédate con Sofi por favor, voy a buscarle agua.
—Debo volver con Carolina —sentenció secamente.
—¡Por Dios, basta ya! —Antonio levantó tanto la voz que me asustó— Sé que Sofi te contó lo que pasó, y sé que estuvo mal pero tienes que darle la oportunidad de hablar, por lo menos. Creo que lo mínimo que se merece es la cortesía de escucharla.
Matías volteó a mirarme, sus ojos se quedaron fijos en mí durante unos pocos segundos.
—Está bien, ve a traerle agua, yo la cuido —Se dirigió a Antonio.
Los médicos y las enfermeras caminaban al rededor nuestro, sumidos en su rutina normal, sin sospechar siquiera que mi vida y mi felicidad estaban agonizando.
—Listo, aquí estoy. ¿Qué es lo que quieres decirme?
—Quiero saber si hay una mínima posibilidad de que me perdones y arreglemos las cosas.
—¿Has visto un jarrón quebrado? Por más que lo pegues, nunca queda igual a como estaba antes ¿o sí? —Mantenía su mirada fija en la puerta de la habitación a la que se notaba que se moría por entrar.
—¿Lo que tuvimos era un jarrón? —Me atreví a preguntar— Si es así, creo que tienes razón. Pero yo no lo creo, yo creo que lo nuestro es como un edificio en construcción. Puedes equivocarte, pegar mal un par de ladrillos que se pueden despegar para corregir el error; siempre y cuando tengas las bases fijas y fuertes, la mampostería puede cambiarse.
—Eres una cínica. No pudiste haber escogido una peor analogía. ¿Un edificio? ¿En serio? Apuesto que es lo que más te gusta de Antonio, que es arquitecto—¡Mierda! Lo dije sin pensar, en ese momento ni recordé la profesión de Antonio—¿Sabes qué? Antonio y tú pueden hacer lo que les de la gana ¡No me importa! ¿Quieren besarse a escondidas? ¡Háganlo! ¿Quieren tener sexo desenfrenado en un edificio en construcción? ¡Son libres de hacerlo! Yo ya no tengo nada que ver ahí.
—No digas estupideces —Antonio regresó con mi agua e interrumpió el discurso de Matías, quien lo miró con los ojos inyectados de rabia.
No sé bien cómo pasó, pero lo siguiente que vi fue a Antonio contra la pared, unas manos grandes y fuertes le sostenían el cuello de la camisa, y la persona que lo sujetaba le gritaba con desesperación.
—¡Eres un miserable arrogante! Aquí el único que dice y hace estupideces eres tú.¿Estás enamorado de Sofía? ¿De verdad lo estás o simplemente es la envidia que siempre me has tenido? —gritó Matías con furia.
Una enfermera puso la mano en el hombro de Matías para llamar su atención.
—¡Señor, por favor! Este es un lugar de descanso, gritar está prohibido —insistía la enfermera con preocupación—. Si no se comportan tendré que llamar a seguridad.
Matías no quería soltar a Antonio. Sus rostros estaban demasiado cerca, desafiándose con la mirada.
—Mati, suéltalo por favor, ellos no valen la pena.
Escucharla y verla ahí terminó de completar el momento más aterrador de mi vida. La tristeza empacó sus maletas y le dio paso a la ira. Una ira como la que jamás había sentido, ni siquiera cuando la encontré con Carlos.
—¿¡Qué demonios haces aquí!? —Le pregunté a Lily.
—Matías me llamó, y ahora veo por qué. Necesita mejor compañía —contestó con ironía.
Como si fuera un perro entrenado, Matías soltó la camisa de Antonio ante la recomendación de Lily. Para mí estaba tan claro como el agua, después de todo mis sospechas sí eran ciertas. Sin embargo, como soy masoquista, debía reconfirmar lo que pensaba.
—¿Matías y tú tienen algo?
—Sí —contestó con una sonrisita que quise arrancar de su perfecta cara—. Una buena amistad.
—No te creo...
—Vámonos Sofi, después de todo a lo mejor este par sí tienen algo. No me sorprendería para nada —Antonio me rodeó con sus brazos y me jaló hacia él.
Matías se fue con furia sobre Antonio, encajándole un puño en la cara. Lily y yo gritamos al únisono y la enfermera que presenciaba la escena cumplió su amenaza llamando a seguridad.
Todos salimos a la calle escoltados por un guarda que trató de ser amable pero fracasó. Ellos seguían alegando, gritándose verdades y cuestionándose mentiras; pero yo estaba ajena al mundo a mi alrededor. Todo lo veía como a través de un cristal esmerilado. Podía escucharlos pero no podía entenderles nada.
Alguno de ellos me habló, nunca supe quién. Estaba harta. No me consideraba una mala persona. Sí, acepto y enfrento las malas decisiones que tomé y los errores que cometí, pero ¿por qué tenía que ser siempre yo la culpable de todo?
Aquí todos se equivocaron pero yo era la única que pagaba las consecuencias.
—¿Sofía?
Volver a escuchar mi nombre fue como una revelación que me hizo tomar una decisión: a esas alturas y en esa instancia, mi bienestar era lo único importante.
A lo lejos vi un taxi que se acercaba y sin pensarlo más lo detuve. Me subí y le pedí que arrancara rápido. Así lo hizo y no volví a mirar hacia atrás.
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