Matías
Iba tarde. Otra vez. Tendría que conseguir una agenda electrónica o pagarle a alguien cuya única función en la vida fuera recordarme cómo respirar. Cuando tenía tanto estrés encima me ponía más despistada que de costumbre.
Llevaba varios días sin saber nada de Lily. El comentario de Antonio me molestó mucho, pero lo peor fue saber lo que mi amiga pensaba de mí. Seguramente fue un comentario que le hizo Carlos para explicarle por qué me había cambiado por ella. Pero ¿por qué Lily tenía que comentarlo con gente que acaba de conocer?
Porque no importa cuantas veces hubieran amanecido juntos, todavía no se conocían.
Llegué a toda velocidad a Color group, la empresa donde realizaríamos el focus group para la campaña de Paraíso Limón. La recepción me llamó mucho la atención por todos los colores que usaban para la decoración; parecía que un unicornio hubiera vomitado en el lugar. Al final del pasillo largo y amplio por el que caminábamos con Cristina, mi redactora, había una recepción tan moderna e intrincada que la recepcionista casi ni se veía.
—El señor Lopera las recibirá. Bienvenidas —La mujer nos señaló el colorido ascensor que nos conduciría al piso quince.
Matías Lopera era alto, elegante y atractivo. Su cabello, iluminado por algunas canas prematuras, contrastaba con su rostro de facciones jóvenes y amables y tenía una sonrisa muy blanca que se asomaba sobre su barba sutil. Cristina no pudo disimular su mirada lasciva y me miró haciendo una mueca que casi me hace soltar una carcajada. El señor Lopera primero la vio a ella, sin detenerse a detallarla mucho, y luego posó sus ojos miel en mí. Después de presentarnos, nos condujo a la sala donde se desarrollaría el Focus group y empezamos a trabajar.
Al final de la tarde, cuando terminamos de ver y analizar los vídeos y la información recolectados, me despedí de todo el equipo, satisfecha por los resultados que habíamos obtenido; la campaña sería brillante. Cristina y yo caminamos hasta el ascensor sonriendo y hablando animadamente. Después de contarme todo lo que haría en la noche con su novio, decidí cambiar de tema.
—¿Qué te pareció el equipo con el que vamos a trabajar? —Decidí ir a lo seguro y más interesante: trabajo—. Es un equipo joven pero se les nota la experiencia.
—Sí claro, pero el director no es tan joven.
—¿El señor Lopera? No creo que tenga más de treinta y cinco años, a pesar de las canas.
—Osea que está viejo —Me ofendió tal afirmación.
—No, está muy joven —afirmé imponiendo la idea de que pasar de los treinta años era todavía ser joven.
—Eso lo dices solo porque tú también tienes más de treinta —Lo dijo con una sonrisa tan irónica que me dieron ganas de abrir a la fuerza las puertas del ascensor que esperábamos y arrojarla por el agujero—. Sin embargo no puedo negar que está más bueno que la Nutella; y no te quitaba los ojos de encima.
—¿A mí? Era obvio, estábamos trabajando juntos.
—Sí claro, solo trabajo. Todo muy profesional.
Más ironía.
Sin embargo, aunque no le creí a Cristina que Matías Lopera se hubiera fijado en mi aspecto físico, mientras el ascensor bajaba hasta el sótano, donde estaba mi carro, no pude evitar rebuscar entre mis recuerdos, analizando los gestos de Matías. Era un hombre serio, en ningún momento perdió la concentración, gracias a él la reunión duró justo el tiempo que tenía que durar. Recordé que en algún momento analicé un patrón que reconocí como una manía: humedecía sus labios con frecuencia. ¿Nervios o tic?
Las puertas del ascensor se abrieron y olvidé dónde había dejado mi carro. Accionando la alarma, lo ubiqué al lado derecho de un enorme carro negro que brillaba como si fuera nuevo. No reconocí la marca del vehículo, pero me pareció de lo más lujoso y elegante.
—Ha sido un buen día, ¿eh? —Escuché una voz conocida, y al girar me encontré con Matías Lopera.
–Ahhh sí, el grupo que han conseguido nos ha dado datos muy valiosos sobre el comportamiento del target.
—Sin embargo, el trabajo no ha sido lo mejor de este día —Me sonrió—. Si no tienes que irte tan pronto me gustaría invitarte a un capuchino —Lo pensé por un instante pero finalmente acepté. De repente llegar a conocerlo me pareció un experimento interesante.
Cuando la mesera nos trajo lo que ordenamos, Matías hizo caso omiso a su gran sonrisa y profundo escote, a pesar de que ella hizo de todo para llamar su atención. Yo no podía quitarle la mirada de encima —a la mesera—, me divertía sobremanera la forma de coquetear de algunas mujeres que sufren de exceso de confianza, o en otras palabras, egocentrismo.
—¿Eres soltera Sofía? —Oh Dios, no se iba con rodeos.
—Por ahora sí.
—¿Y eso a qué se debe? —«A que mi mejor amiga es hermosa y coqueta y me quita todos mis novios y pretendientes». Pensé, un poco incómoda.
—Trabajo demasiado —Es lo que siempre se dice cuando uno no quiere responder más preguntas ¿no?
—Ufff te entiendo, esa misma fue la razón del fin de mi matrimonio.
—¿Cuanto tiempo estuviste casado?
—Tres años. Fue una eternidad.
—¿Tan patética era tu vida matrimonial?
¡Qué vergüenza! No podía creer que le hubiera dicho eso a un hombre que acababa de conocer, y que tendría que seguir viendo muchas veces, y con el que trabajaba, y que no me había dado confianza y....oh, Dios mío, yo y mi bocota.
—Sí, por triste que suene, estar casado era de lo más patético —De repente su semblante se volvió triste. Era mejor cambiar el tema.
—¿Y cuánto tiempo llevas trabajando en Color Group? —Tomé un sorbo de mi capuchino, tratando de no atragantarme de la vergüenza.
—Seis años, pero no tienes que cambiar el tema, no me molesta hablar de mi ex vida amorosa.
¿Tanto se me notaba la curiosidad? Probablemente sí. Para mí era muy difícil disimular mis sentimientos, era transparente como el agua.
—Eres bueno leyendo los pensamientos —Aunque conmigo no hubiera mucho mérito.
—Menos mal lo soy, vivo de eso. Y por si quieres saber la historia resumida, mi ex era también mi ex compañera de trabajo, de hecho yo era su jefe.
—Entiendo, ¿la fantasía jefe - empleada?
—No, nada de eso, nos enamoramos de verdad —Ahí estaba, de nuevo la mirada triste. Pero una publicista no sería nada en la vida si no fuera curiosa.
—¿Entonces qué pasó? —pregunté, realmente tenía ganas de saber la historia, y a esas alturas ya no me importaba preguntar cosas indebidas, él me había dado la confianza.
—Nos embarazamos. Pero el bebé nació muerto y fue un golpe muy duro para ambos. Carolina no quería volver a nuestro apartamento así que se quedó unos días con sus padres. Yo decidí que era buena idea darle su espacio y fui a vivir mi propio duelo en el trabajo. Trabajaba a todas horas y cuando Carolina quiso volver a retomar su vida, no fue tan fácil. Habíamos decidido que ella no trabajaría para cuidar al bebé, pero cuando solicitó volver a Color Group no la aceptaron porque ya habían cubierto su vacante, entonces se quedaba todo el día sola y aburrida en la casa mientras yo trabajaba cada vez más. Yo quería ayudarla y que fuera feliz, así que le contraté un coach profesional que le ayudara a retomar su carrera, pero pasaban los meses y no parecía que el coach estuviera dando resultados. El día de su cumpleaños regresé temprano a casa para sorprenderla y el sorprendido fui yo al encontrarla en la cama con el coach.
Me quedé fría, muda y muy, muy triste.
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