El Viaje

Tenía la sensación de que algo se me quedaba. A pesar de haber repasado mental y físicamente todo lo que había empacado por enésima vez, estaba segura que se me quedaría algo. Casi nunca me pasaba, siempre llevaba más de lo necesario a cualquier parte porque una mujer precavida vale por dos, pero nunca estaba de más volver a revisar. 

Lily siempre se había burlado de esta costumbre mía que rayaba en la paranoia. Ella era un espíritu más libre; vivía su vida sin hacer planes, sólo disfrutando cada momento. A veces yo deseaba vivir así también, pero nunca me había funcionado. Mientras a ella siempre le salían las cosas lo mejor posible, yo tenía que apegarme a mis planes si quería tener todo controlado.

Por eso mi nuevo plan era alejarme todo lo posible de Antonio. Ya había tentado demasiado mi buena suerte siguiéndole su juego. Nunca me gustaron los riesgos, solo los tomaba después de analizar diez veces todas las consecuencias. Mi mamá siempre decía que no tenía sentido de la aventura; yo decía que ella no podía seguir las normas, siempre hacía las cosas a su manera.

Estaba segura de que Lily no llevaría los mismos trajes de baño y accesorios que compró para sus vacaciones con Antonio, por lo que en algún momento me pediría que fuéramos de compras. No me equivoqué, una semana antes de nuestro viaje a las hermosas playas de San Andrés, Lily fue muy insistente para que hiciéramos tarde de compras otra vez.

—¡¿No piensas usar bikini en San Andrés?! —Lily me miraba como si le hubiera dicho que no volvería a respirar.

—Tengo unos bananitos que quiero disimular —confesé.

—Nada de eso, amiga. No puedes volver a Bogotá con un bronceado de abuelita.

—Los triquinis no son vestidos de baño de abuelita —Me sentí ofendida por el uso de esa palabra; ya no me sentía tan joven.

—Sé que no, pero tienes un cuerpo digno de un bikini. Si quisieras usar tanga brasilera perfectamente podrías hacerlo, no sabes la envidia que me dan tus nalgas —Lily no pudo evitar soltar una carcajada.

—¡Por Dios, Lily! No tienes nada que envidiarme a mí.

—Tal vez no físicamente.

Lily suspiró y siguió viendo distintos modelos de traje de baño con una mirada que nunca le había notado. La curiosidad me ganó.

—¿A qué te refieres?

—Olvídalo, no dije nada.

Pero yo sabía que no me quedaría fácil olvidarme de ese comentario. Por lo general, Lily era una persona alegre que nunca envidiaba a nadie y siempre enfrentaba las cosas buenas y malas con una enorme sonrisa. Ni una vez desde que la conozco le había escuchado una queja, un "me gustaría que...". Ella siempre enfrentaba la vida con un positivismo que incluso podía llegar a ser irritante. Ni siquiera cuando murió su abuela permitió que las lágrimas se apoderaran de su buen ánimo. Claro que le dolió, creo que es lo que más le ha dolido, pero siempre que alguien se acercaba a darle el pésame, ella sonreía, se limpiaba una lágrima y decía que estaba feliz por su abuela porque conocería el cielo primero que ella. Solo tenía diez años y ya tomaba lo mejor de las patadas que la vida le daba.

—Amiga, si hay algo que te esté molestando, sabes que siempre te escucharé —Le recordé.

—Lo sé —me sonrió —, pero no te preocupes, en este momento estoy muy feliz.

Traté de hacerle caso y aceptar su buen ánimo, pero algo me decía que en el fondo pasaba más. Como no quería amargarnos la tarde de compras, volví a concentrarme en las cosas que compraría para pasar el fin de semana en San Andrés.

Esa noche, nuevamente en mi casa, llena de bolsas que no sabía ni cómo empezar a desempacar, recibí una llamada de Matías. Quería verme antes de que viajáramos y yo acepté encantada, porque sabía que lo extrañaría.

Después de la noche que hablamos las cosas fueron perfectas. Por fin empecé a sentir después de mucho tiempo que el romance volvería a mi vida, y que sería mejor que las veces anteriores. No nos habíamos visto porque yo tenía que dejar muchas cosas organizadas antes de irme, sobretodo con la campaña de Paraíso Limón; y él tenía mucho trabajo gracias a la nueva investigación de mercado que dirigía para una importante multinacional que estaba entrando al país. Ninguno de los dos había vuelto a tocar el tema de Antonio, y eso había relajado mucho el ambiente.

Un día antes del viaje, Matías me recogió y fuimos a bailar. Yo llevaba mucho tiempo sin hacerlo, pero Matías dijo que como nunca habíamos bailado y yo me iba un fin de semana largo a una isla donde probablemente me pasaría todas las noches bailando con extranjeros musculosos, tenía que demostrarme lo buen bailarín que era. Y tenía razón.

—¿Ya tienes todo preparado para el viaje de mañana? —preguntó mientras nos traían unos cócteles que acabábamos de pedir.

—Claro que sí, lo tengo listo desde hace una semana —le dije con suficiencia; en el pasado ya se había burlado de mis dotes organizacionales.

—Obviamente. ¿Nunca te cansas de tenerlo todo planeado?

—No.

—Estoy seguro que ya has planeado hasta el colegio de tus hijos.

«Ya hasta planee con quién se van a casar» 

—No seas exagerado —Me defendí con una fuerte risa, como hacía cuando estaba nerviosa.

—Tengo que resaltar que es muy extraño.

—¿Qué?

—Que una persona creativa sea tan organizada.

—Nunca me gusta ajustarme a los estereotipos.

—Fue lo primero que noté en ti, has roto todos los moldes.

—¿Ah sí? ¿Y qué ideas preconcebidas tenías sobre mí? ¿Cuál fue el molde que rompí? —Tenía mucha curiosidad.

Tomó un sorbo de la bebida que tenía sobre la mesa y trató de alargar el momento lo más que pudo. Mi miró y rió, claramente disfrutando mi expresión de impaciencia y expectativa.

—No te enojes pero... cuando te conocí, pensé que eras una superficial ejecutiva fría y adicta al trabajo, que probablemente no tendrías ni amigos pues para ti lo primero era sobresalir. Ahora me doy cuenta de que eres la mezcla perfecta entre ambición y profesionalismo, pero eres una mujer muy dulce, una increíble amiga y una apasionada amante. ¡Por lo menos mis moldes los rompiste todos!

Me sonrojé ante el comentario, pero mi felicidad fue evidente al darme cuenta de que estábamos en nuestro mejor momento. Ahí estaba otra vez: esa sensación de hormonas alborotadas por la adolescencia. Nunca había creído en la perfección, pero no le encontraba ningún defecto a Matías y a lo nuestro.

Como una niñita de dieciséis años, no pude evitar lanzármele encima y darle un beso apasionado. Recordé todas las veces que traté de ridículas a las personas que se demostraban pasión en público, pero no me importó. 

«Si mis amigas me vieran ahora» 

«Si Carlos me viera ahora» 

Traté de no pensar en nada, mucho menos en mi desagradable ex, y disfruté cada segundo de ese beso. ¿Cómo era posible que durante el poco tiempo que llevábamos juntos pudiera sentir tantas cosas por él? En lo único que podía pensar en ese momento era en si él estaba sintiendo lo mismo. Había dicho que confiaría en él, pero en el pasado me habían hecho tanto daño por confiar, que era muy difícil ser fiel a mi palabra. Sin embargo, Matías no me había dado ni una sola razón para desconfiar, bueno, al menos alguna razón real que no fuera mi hiperactiva imaginación, por lo que traté con todas mis fuerzas de disfrutar el momento sin las dudas que siempre aparecían en mi cabeza.

—¿Vamos a mi apartamento? —Matías separó sus labios de los míos para proponerme esa excelente idea con sus ojos brillando.

—Lo mismo te iba a proponer.

  ♠️♦️♣️♥️   

Volví a revisar todo por última vez. Ya tenía toda mi ropa empacada, mis cremas, mi maquillaje, mi bronceador —al que no le tenía mucha fe porque estaba más que segura que no lograría el bronceado dorado de Sofía Vergara sino más bien el tono rojo de Sebastián el cangrejo—, mis documentos en el bolso de mano, la impresión del check-in del vuelo, el voucher de la reserva del hotel y mis llaves.

Como ya podía relajarme un poco, me senté frente al televisor a esperar a Lily, quien pasaría por mí para ir al aeropuerto. Por suerte mi apartamento quedaba muy cerca de El Dorado, por lo que disponíamos del tiempo suficiente para hacer todo con calma.

Lily llegó puntual, de milagro. Al abrirle la puerta, saltó sobre mí y me abrazó como si lleváramos años sin vernos.

—¿Estás un poquito emocionada, no? —dije con el escaso aire que me había dejado en los pulmones.

—Solo un poquitín —Lily hizo una seña con sus dedos y me picó el ojo.

—Bueno, espero que hayas empacado todo lo necesario, en este momento ya no tendríamos tiempo de comprar nada más.

—Ay amiga, se ve lo bien que me conoces. Pero no te preocupes, por primera vez en mi vida seguí tu ejemplo y revisé dos veces lo que había empacado. Mira, hasta imprimí un checklist.

Y era en serio, había impreso un checklist donde había resaltado cada una de las cosas que había empacado. Me sentía orgullosa de ella.

—Creo que voy a llorar —dije exagerando un poco mis gestos, aunque la actuación no se me daba muy bien.

—Lo sé, me has hecho una mejor persona.

No sé por qué estaba tan sentimental pero la abracé. Ella me apretó fuerte y noté que evitó un sollozo. Como esto ya se estaba poniendo demasiado rosa, la solté y traté de ponerle un poco de humor a la situación.

—Ya lo sé, yo vivo para hacer mejores a los demás.

—Pff —bufó—, sí amiga, sí. ¿Esas son todas las maletas que vas a llevar? Te recuerdo que vamos a estar en San Andrés cuatro días; y no voy a prestarte mis cosas.

—No necesito que me prestes nada, muchas gracias. Y te recuerdo que a diferencia de otras personas, yo no compré toda la tienda.

—Ja, ja —rió con ironía y me pegó suavemente en el brazo, como hacía cada vez que bromeábamos de esa manera.

Cuando le devolví el golpe e hizo una fingida mueca de dolor, escuchamos un carro afuera. Era el Uber que habíamos pedido así que tomamos las maletas y salimos. Cuando ya estaba cerrando con llave la puerta de mi apartamento, recordé que había dejado el celular encima del mueble de la cocina. Lily me miró sorprendida cuando le dije que fuera bajando, que ya la alcanzaba, como diciéndome "Vaya, vaya, doña reviso-todo-diez-mil-veces-antes-de-salir ha dejado el celular". Ignoré su cara y puse mis maletas al lado de la puerta para entrar por el aparatejo que últimamente solo me daba malas noticias, pero al que no podía dejar abandonado cuatro días.

Justo cuando tomé mi celular y me dispuse a salir, entró una llamada. Casi me da un ataque al ver el nombre que apareció en la pantalla.

ANTONIO.



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