Cita
3:40 pm. Solo veinte minutos para ser libre. Llevaba más de dos horas escuchando al señor Martinez hablar de lo duro que había sido alcanzar la cima después de treinta años de lucha incansable que, según él, había tenido que hacer solo. ¡Dios! ¿Cómo podía ser una persona tan petulante? ¿En serio no iba a atribuir ni uno de sus éxitos a su esposa, la mujer que le había ayudado a construir su imperio de comidas rápidas?
La mujer lo miraba encogida desde su silla; qué ganas me dieron de sacudirla y decirle: Señora, está casada con un imbécil. Pero me contuve. Traté de desviar la aburrida conversación hacia un tema más importante para mí, como quiénes eran sus principales competidores, cómo definía a su público objetivo, cuáles eran sus objetivos de mercado para lo que faltaba del semestre, entre otras cosas que aportarían más a la campaña publicitaria que mi equipo de trabajo y yo tendríamos que plantear para el lanzamiento de la nueva hamburguesa que su marca lanzaría, y que lo único que tenía de especial era un nombre extranjero.
La alarma de mi celular sonó, indicándome que debíamos dar por terminada la reunión y que ya había recolectado información suficiente. El señor Martinez pareció molesto, pero finalmente se despidió cortésmente y le tocó el hombro a su esposa para indicarle que ella también se podía retirar.
Que alguien me disparara en la cabeza si algún día yo me casaba con alguien así.
Ya estaba saliendo de la agencia, después de la reunión con mi equipo creativo, cuando se me acercó Camila Flores, la nueva practicante que llevaba tres días recorriendo la oficina para conocer a todo el equipo. Era inevitable verla y tener la sensación de que la contrataron porque era muy hermosa. A mí lo único que me importaba era que fuera eficiente; en mi equipo de trabajo solo me gustaba tener a los mejores.
—Sofia, ¿sabes si nos enviaron los planos del nuevo edificio del proyecto Paraíso Limón? Debo llevarlos a diseño para las propuestas del 3D —habló con tanto nerviosismo que tuve que hacer un gran esfuerzo por no voltearle los ojos y contestarle de mala manera.
—Camila, para eso tenemos una ejecutiva de cuenta, ella es la que sabe todo lo relacionado con envíos y entregas —Odiaba las preguntas tontas. Lo primero que recibía un pasante cuando entraba era una inducción sobre los procesos, los responsables, los departamentos y todo lo relacionado con cada proyecto en el que trabajaría. Tuve que respirar muy hondo para tenerle paciencia—. Si deseas puedo decirle a recursos humanos que vuelva a darte la inducción.
—¡No, por favor! —Su voz temblaba. Perfecto, ahora haría que me sintiera mal— Lamento molestarte, hablaré con la ejecutiva.
Me sentía de lo peor. Sabía que a pesar de tener un día de perros no debía desquitarme con los demás, pero es que algunos se empeñaban en dar chance con su ineptitud.
♠️♦️♣️♥️
Al subir a mi carro para irme por fin a descansar, mi teléfono empezó a sonar como loco. Por más que rebuscaba en mi bolso no lo encontraba, y había empezado a preocuparme ante la insistencia. Cuando por fin el aparato apareció al fondo de lo que parecía el bolso de Felix el Gato, me emocioné más de lo que esperaba al ver el nombre que aparecía en la pantalla:
MATÍAS.
—Aló, ¿Cómo estás Matías?
—Hola, ¿estás muy ocupada?
—No para nada —Mi voz no podía disimular la emoción—, acabo de terminar una reunión y estoy libre ¿y tú?
—Quiero salir contigo.
Mi corazón brincó hasta mi garganta.
—¿Qué planes tienes?
—Es una sorpresa, podemos encontrarnos en tu empresa, llego en veinte minutos —Su voz se escuchaba alegre y jovial.
—Ok, aquí te espero.
A los diecinueve minutos exactos, vi el carro de Matías aparecer por la entrada del garaje del edificio donde pasaba la mayor parte de mi día de trabajo. Al verme, detuvo el carro a mi lado para que pudiera subir. Volverlo a ver me hizo sentir que empezaba a sudar. Dios, ¿por qué me ponía tan nerviosa?, parecía una adolescente.
Me subí al carro y él se inclinó para saludarme con un beso en la mejilla, que me hizo estremecer al sentir el rastro de su barba áspera.
—Estás hermosa, Sofi —Empezamos bien.
—Hola Matías, tu llamada me sorprendió.
—¿Fue muy atrevido de mi parte?
—Para nada —Me había rendido en cuanto al plan de hacerme la calmada.
—En ese caso, espero que te guste la sorpresa que te tengo —Volteó, con una gran sonrisa en su rostro y creo que notó que estaba más perdida que el que fue a buscar condones a la iglesia —Mira, el otro día te invité a lo que fácilmente puede ser la cita más aburrida del mundo, te agobié con mis problemas y hoy quiero reivindicarme.
—Yo no me aburrí.
—No tienes que mentirme, recuerda que ahora somos algo así como amigos —Su sonrisa era tan bella.
Pero era cierto, yo no le mentía, la verdad aunque la última vez que salimos fui su paño de lágrimas, me gustó conocer a un hombre tan noble como él. Las cosas que me contó, lo que pensaba sobre su ex esposa; hablaba muy bien de ella aunque no se lo merecía. Se notaba que en el corazón de Matías había mucho espacio para el amor, eliminando cualquier hueco que quedara para rencores o remordimientos.
A la media hora llegamos a una bella casa a las afueras de la ciudad; aunque el tráfico estaba un poco denso llegamos más pronto de lo que yo creía. Lo miré sorprendida y él me sonrió. ¿Me había traído a su casa?
Matías estacionó el carro detrás de la propiedad, donde vi que había más vehículos. Muchos para que fuera la casa de una persona.
—Llegamos —Dijo mientras buscaba en la guantera su billetera y el celular para salir.
El lugar era hermoso y grande, muy acogedor. El techo era de un material extraño parecido a la paja, pero para nada se veía como una choza. Era elegante y un poco bohemio. Un hombre vestido de traje negro se acercó a mí con una gran sonrisa.
—Bienvenida al Château Rose, mademoiselle —El simpático acento francés del hombre me encantó.
Entramos al lugar y el francés nos dirigió a una mesa al fondo del restaurante. El ambiente olía a algo que nunca había probado pero que de seguro despertaba el apetito. La música era relajante y moderna, un masaje para los oídos.
Matías me tomó de la mano mientras recorrimos el lugar. Al llegar a la mesa, recibieron nuestros abrigos y nos ofrecieron champagne, pero yo fui la única que aceptó, Matías tenía que conducir.
—Bueno bella dama. Deme el placer de saber cómo va su vida —Estaba demasiado juguetón y coqueto, a diferencia de las anteriores veces que nos habíamos visto.
Solté una carcajada, un poco intimidada por él pero no la pude evitar.
—Pues mi vida va muy igual a como la última vez que hablamos.
—¿Estás molesta? —Dios, ¿por qué tenía que ser tan rara? Y cuando me ponía nerviosa era peor.
—No Matías, lo siento, para serte sincera, estoy un poco estresada y aún tengo trabajo en la cabeza. Pero a partir de este momento —Sacudí mi cabeza fuertemente como queriendo sacar de ella una idea—, estoy totalmente de buen humor y agradeciendo que me hayas sacado de la rutina de mis días.
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