Bailando

El hostal era tal como me lo habían descrito. Un complejo de cinco casitas rodeaba la casa central donde había un pequeño spa, el restaurante y la recepción. Lo que más me gustó fue que tenía un área de playa privada donde casi todas las noches se hacían fogatas entre todos los huéspedes para conocernos mejor. Era una buena opción cuando la gente no quería salir a bailar, aunque ese era uno de los mejores planes en la isla.

Cada hotel lujoso de San Andrés se había propuesto tener la mejor discoteca posible, con las mejores luces, infraestructura, sonido y el dj mejor pagado. El resto de discotecas y bares no se encontraban en hoteles lujosos, pero también ofrecían excelentes ambientes para divertirse.

Cuando llegamos a nuestro chalet, lo primero que hizo Lily fue llamar a Antonio. Yo prefería desempacar, ducharme —porque el calor era impresionante— y ponerme cómoda, para luego hablar con Matías y contarle cómo nos estaba yendo. Le había prometido que si hablaba con Lily se lo contaría por teléfono, pero aún no había decidido en qué momento hacerlo.

Después de salir de la ducha y ponerme mi mejor vestido de flores y unas sandalias, fui a la recepción para que nos dieran recomendaciones sobre cómo pasar el tiempo los próximos días. El recepcionista era un hombre alto y delgado de unos veinte años, que estaba demasiado blanco para vivir en San Andrés.

—Bienvenida al Hostal Arena Blanca, ¿de dónde viene?

—Bogotá.

—Vaya, de la capital. Espero que lo le esté dando muy duro el calor.

Su acento era neutro, se notaba que se había esforzado por no sonar demasiado "isleño".

—El aire acondicionado de mi habitación no lo ha permitido, pero no sé como nos vaya a tratar el clima fuera de aquí.

—El fenómeno del Niño nos está pegando fuerte —exclamó exagerando su gesto—, espero que haya traído un bloqueador potente.

—¡Si, claro! Nunca voy a una playa sin él. Mi amiga y yo vamos a estar cuatro días aquí, ¿hay algún tour o plan especial que no debamos perdernos?

—Si es su primera vez en la isla, debe conocer los sitios emblemáticos como Johnny Cay, el hoyo soplador, la Cueva de Morgan...

—Ya los conocemos —Lo interrumpí, tratando de no sonar descortés.

—Ah, Okey, si es una turista regular hay una nueva disco, que no es muy conocida pero nos han dicho que ahí se rumbea bueno —Soltó una carcajada—, se llama Luna Verde. La hemos incluido en nuestro folleto turístico, especial para nuestros clientes.

Me pasó un brochure de impresión casera que mostraba las mejores discotecas y planes turísticos, tenía un mapa y hablaba de las fogatas que realizaban todas las noches.

—¿Cómo es lo de las fogatas nocturnas? —No solía salir de rumba la primera noche cuando estaba de paseo, pero más tarde Lily me ayudaría a decidir.

—Ahhh sí, las fogatas. Bueno, esas solo las hacemos cuando tenemos más del cincuenta por ciento de ocupación, pero en este momento solo están ustedes y una mujer en el chalet cuatro, así que esta noche podrán ir a conocer los lugares de moda de la isla. Mañana esperamos a unos europeos; tal vez si ellos se animan, haremos fogata.

Bueno, la verdad así era más fácil decidir. Volví al chalet para hacer planes con Lily y la encontré totalmente arreglada y preparada para una noche de juerga; creo que ella ya había decidido lo que íbamos a hacer. 

Salimos del hostal y tomamos un taxi. Por recomendación del taxista fuimos a parar a una discoteca llamada Coco Loco, que a esa hora no se encontraba muy llena pero cuyo ambiente era bastante prometedor.

Siempre que estaba en un sitio desconocido, me gustaba mirar a mi alrededor e identificar a las personas que compartían mi mismo espacio. Lily estaba contándome que había hablado con Antonio y que le había dicho que le gustaría estar ahí con ella; se veía más animada que la última vez que hablamos de él.

Dejé de prestarle atención cuando volví a ver a la mujer que había visto en el aeropuerto; nos miraba fijamente. Ahora sí estaba segura de que la había visto en algún lado, pero no podía recordar dónde. 

Yo también la miré fijamente hasta que caí en cuenta de que Lily se había quedado callada y me miraba fijamente.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Eso te pregunto yo. Llevo más de cinco minutos callada sin quitarte la mirada de encima, pero tiene más vida una estatua.

—Lily, disimuladamente, voltea a ver a la señora de rojo que está a tus cinco en punto y me dices si la has visto en algún lado.

—¿Cómo sé cuáles son las cinco en punto? Nunca he entendido eso.

—Ay Dios —Cuando me ponía nerviosa, empezaba a desesperarme—, busca a la única mujer de rojo que hay aquí.

Lily volteó la cabeza sin ningún disimulo y yo quise matarla.

—¡Te dije que disimularas!

—Ay ya, lo siento. Pero creo que estás paranoica, Sofi. Y eso que no has empezado a tomar.

—Te juro que la había visto en el aeropuerto y en el vuelo en el que vinimos.

—¿Y eso qué? —Me miró como si le estuviera resaltando que el mar es azul— ¿Sabes cuantas personas llegan a San Andrés todos los días? Estamos en una isla pequeña y esta es una discoteca de moda, creo que podríamos encontrar fácilmente a todos los que volaron con nosotros aquí.

Lily tenía un buen punto, pero mi cabeza no dejaba de decirme que tuviera cuidado.

En ese momento el mesero llegó con dos bebidas que nos explicó que eran lo mejor que tenían, pero que eran muy fuertes.

«Justo lo que necesito, emborracharme» 

Lo que pasó después de ese momento es una sucesión de escenas borrosas en mi cabeza, que me empezaron a llegar mientras abrazaba el inodoro del chalet.

«Lily bailando con un rubio musculoso y bronceado que se parecía demasiado a Thor»   

Expulsé el contenido de mi estómago.

«La mujer de rojo mirándome fijamente» 

Nuevamente más jugos gástricos atravesando mi garganta.

«Un hombre bajo invitándome a bailar» 

Un retortijón del estómago.

«Lily cayéndose en plena pista de la discoteca» 

Una fuerte arcada.

«Yo bailando sobre una mesa» 

Finalmente más contenido estomacal en el inodoro. ¿De dónde salía tanto?

Volví lentamente a mi cama, arrastrándome, tratando de que el mundo dejara de girar. ¿Que diablos nos había dado el mesero? Mi hígado treintañero ya no estaba para esos trotes, pero lo poco que recordaba había sido divertido.

Busqué a Lily por toda la habitación y la encontré roncando como un cacharro viejo, acostada boca arriba sobre su cama. Como pude la volteé de medio lado, temiendo que se ahogara en su propio vómito si no alcanzaba a despertarse antes. Ya demasiados borrachos habían muerto así. 

Mientras esperaba a que el planeta recuperara la misma velocidad de siempre, me quedé mirando a Lily. Era tan bonita, incluso estando inconsciente de la borrachera. Era muy fácil enamorarse de ella, incluso si yo fuera lesbiana; tal vez estaría loca de amor y deseo. Pero aunque no podía verla con esos ojos, era muy fácil darse cuenta del por qué todos los que me conocían preferían salir con ella.

Todos menos Matías.

Sonreí al pensar en él, y de repente, el mundo se detuvo y pude dormir.

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