Capítulo 6: Destapando recuerdos
CAPÍTULO 6: DESTAPANDO RECUERDOS
Sólo se progresa cuando se piensa que siempre se puede hacer algo más.
Guillermo Marconi
Vera se despertó aquella mañana apenas salieron los primeros rayos de ese nuevo día. No es que hubiera dormido a las mil maravillas pero no estaba cansada. Quizás era la novedad de hallarse en aquel apartamento en el que tantas cosas había que hacer.
Salió de la cama con agilidad y se dirigió hacia los ventanales que surcaban de lado a lado el loft. Una ciudad naciente en un día gris y frío se extendía ante sus ojos. Miró con cierto repelús la famosa cortina de la noche anterior y sin más preámbulos se subió a una silla y se dispuso a quitarla de su vista. Al igual que esa, todas las que había en el apartamento.
Cuando finalizó, sus manos estaban cubiertas de polvo, en el suelo estaban todos los visillos revueltos y se apreciaba toda la suciedad que impregnaba los cristales, pero Vera estaba más contenta. Todo tenía arreglo.
Aunque lo primero era preparase el desayuno.
Contaba con un bote de chocolate a la taza y un paquete de bizcochos cortesía de su amiga Irene. Cuando algo se le metía en la cabeza era imposible llevarle la contraria. Aunque cierto era que le había ahorrado el tomar la primera comida del día fuera de casa y más con la mañana tan fea que hacía.
Unos minutos después el apartamento estaba invadido por el delicioso olor a chocolate recién hecho. Y es que cada vez los productos del supermercado eran más parecidos a los originales en los que se inspiraban. Así era difícil resistirse ante ese fácil y rápido sistema de alimentación.
Su estómago agradeció aquel desayuno calentito, lo primero que recibía desde el almuerzo del día anterior.
La cocina estaba bien equipada de vajilla y electrodomésticos. Pero no pudo decir lo mismo del aseo. El espejo era opaco y le mostraba una imagen más que difuminada de su medio cuerpo. Para qué hablar de los desagües del lavabo y de la antiquísima bañera. La capa de cal era tal que tuvo que pasar la mañana entera tratando de adecentarlo. La cortina de la ducha también requería de una renovación urgente. El plástico estaba agrietado y no es que diese un aspecto muy higiénico. De todas maneras estaba sola y no había perspectivas de adquirir un compañero de piso así que si se duchaba sin cortina tampoco pasaría nada, al menos hasta que se hiciera con una nueva.
No le hizo mucha gracia saber que si quería verse en el espejo tendría que adquirir uno nuevo porque aquel no daba más de sí por más que lo hubo limpiado.
Ya iban dos cosas a la lista de la compra: espejo y cortina de ducha. Eso sin contar con el resto de productos necesarios para su día a día.
Aquello le iba a costar un riñón. Pero bueno, aunque al principio fueran todo gastos, después tendría la satisfacción de contar con su propia vivienda.
En aquel momento se acordó de Leo. Por nada del mundo debía enterarse de que vivía allí. Más ahora que estaba todo patas arriba. Estaba convencidísima de que no le gustaría y lo último que quería era su apoyo económico.
Aún recordaba la última discusión que mantuvieron antes de su traslado:
—Vera, amor, estoy más que seguro de que puedes apañártelas sin mí. No se trata de eso —su voz melosa parecía susurrarle al oído—. Ya sabes que desde hace algunos meses estoy planeando abrir una nueva oficina en Madrid. Ahora que tú también te vas, razón de más para que agilice los trámites. Será cuestión de tiempo que yo también me traslade allí y no sería una idea desorbitada lo de vivir juntos, ¿no crees?.
Las palabras se le amontonaron sin poder formar ninguna frase con sentido…No supo asegurar si aquel colapso fue provocado por el comentario que acababa de escuchar o por la mirada que sentía sobre ella, esperando respuesta.
Aquella conversación se le había ido de las manos. Había comenzado para dejarle claro a Leo cuánto le odiaba cuando la subestimaba y la cosa había acabado con una petición para vivir en pareja…
Sin duda, aquel hombre era impredecible. Pero allí lo tenía, con una sonrisa picarona que le iluminaba el rostro. Se le veía que estaba disfrutando del momento, pero mantenía la compostura para forzarla a que le diera una contestación.
—¿Quieres que te sea sincera? —una pregunta con respuesta obvia, pero fue lo primero que Vera atinó a vocalizar para ganar un poco más de tiempo.
—No. Estaba pensando en voz alta...Pues claro que sí, Vera.
—Está bien. Está bien…La verdad es que me encanta la idea de que podamos seguir viviendo en la misma ciudad. Así no tendremos que estar lejos uno del otro…pero…
—Pero no bajo el mismo techo —completó el muchacho sin apartar ni un segundo la mirada de ella.
—Leo…no quiero que te lo tomes como algo personal… —le advirtió Vera lo más seriamente que supo—. Es solo por mí…Quiero independizarme y sé que viviendo contigo todo será un camino de rosas.
Leo arqueó una ceja con incredulidad. La chica se acercó aún más a él y le cogió ambas manos con sutileza:
—Venga, dime que me entiendes…
Durante unos segundos permaneció en silencio, sin perder contacto visual alguno. Como si quisiera leerlo de su propia mente.
—Eres adorable —le terminó confesando con aquella espontaneidad propia de él—. Cómo me gusta sacarte los colores —Una sonrisa blanca y perfecta iluminó su tez bronceada.
Pues lo había conseguido. La chica no pudo reprimir darle un empujón como muestra de su disgusto.
—Te podrías dedicar a la actuación, en serio —le reprochó Vera molesta y se alejó de él, apoyándose sobre la barandilla de aquel precioso mirador en el que se encontraban.
La ciudad de Cartagena se extendía a sus pies, iluminada por un sol rojizo que se ocultaba ya tras las mansas aguas del Mediterráneo.
Leo se le acercó por la espalda aún con un gesto divertido. La rodeó con sus brazos y le besó con dulzura la cabeza.
—No estaba actuando, Vera —le susurró, intentado no estropear el momento—. Lo de vivir en Madrid es cierto. Sabes de sobra que necesito estar allí para gestionar personalmente los nuevos proyectos que surjan. Pensé que sería una estupidez que gastaras tu sueldo en una vivienda cuando yo iba a disponer de piso propio allí.
Vera sabía que no era una mala idea, pero prefirió callarse con tal de no dar su brazo a torcer.
—Ahora bien —prosiguió el joven recuperando la sonrisa—, cierto es que ya sabía de antemano tu respuesta. Eres tan predecible como cabezota, qué le vamos hacer…Pero decidí probar a ver cómo reaccionabas... Al menos he pasado un buen rato contemplando cómo salías del aprieto. Tú siempre intentando que no hubiera heridos colaterales…Adorable…Tal y como te dije antes.
La chica se giró con ganas de propinarle otro empujón, pero no contaba con encontrárselo a escasos centímetros de ella. Varios mechones de pelo oscuro caían revoltosos sobre la frente del muchacho sin llegar a ocultar aquellos preciosos ojos caoba que parecían refulgir con la luz del atardecer. Vera se mantuvo en silencio durante algunos segundos, recorriendo su rostro con detalle, pero finalmente acortó la distancia que los separaba y le besó.
Leo tomó su cara entre sus manos para alargar aquel dulce momento.
—Me alegro de que me entiendas, Leo —le dijo Vera cuando distanció sus labios de los de él—. Además, tenemos toda la vida por delante. No hay ninguna duda de que algún día que vuelvas a mencionar lo de vivir juntos te diré que sí. Bajo ciertas condiciones, claro…
—Como por ejemplo, si el día que voy a verte a tu nueva casa me encuentro con que estás viviendo en un agujero destartalado. Que te conozco…
—No, no, no, ¡eso es trampa! —se apresuró a contestarle.
—Tú pones tus condiciones y yo las mías, que son tan sencillas como lo que te acabo de decir. Si considero que el lugar que has elegido no es el apropiado, te vendrás a vivir conmigo. Fin de la discusión.
—No es justo. Me estás coartando, Leo. Ya sabes que no puedo buscarme un apartamento caro en la capital, me fundiría todo mi sueldo solo en el alquiler.
—Bueno, tú no te anticipes. El tiempo dirá —concluyó el joven.
“Definitivamente, este sitio no contará con tu aprobación, Leo” pensó la muchacha mientras contemplaba la imagen que tenía ante ella.
—Pero no creas que te saldrás con la tuya —aseguró en voz alta muy decidida.
Iba a colocar su ropa en el armario cuando sonó la musiquilla de su móvil. Activó el manos libres y escuchó la voz de su amiga salir del dispositivo:
—Vera, me tienes preocupada, ¿por qué no me llamaste ayer después de instalarte?
La muchacha suspiró, recordando la escena vivida la tarde del día anterior.
—Irene, estoy bien, solo que ayer no te llamé porque tuve problemas con el casero. Le surgió un imprevisto y no pudo llegar a la hora que acordamos.
—Vaya…Pero al final apareció, ¿no?
—Sí, sí.
—Bueno, pues ahora me cuentas con más detalle, ¿te vienes a comer a mi casa?
—Pero, ¿ya? —se extrañó Vera.
—Tú me dirás. Son las dos y cuarto. A no ser que quieras llegar tarde al curro…
—¡¿Qué dices?! —exclamó la muchacha tratando de quitar las capas de ropa que ocultaban su reloj de muñeca. Pero era inútil, Irene estaba en lo cierto.
—No me digas que… —empezó a decir la chica al otro lado de la línea.
—Irene, no cuentes conmigo. Ya comeré algo rápido por el camino. Nos vemos allí —y diciendo esto cortó la conversación y se fue corriendo a la ducha.
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