Capítulo 57: Cada cual con sus motivaciones
CAPÍTULO 57: CADA CUAL CON SUS MOTIVACIONES
La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él.
Ernest Hemingway
—Por eso estabas ese día en el velatorio de Óscar... —La voz de Vera fue la que pudo poner fin al silencio que siguió al colgarle la llamada a Shen.
Levanté la vista del suelo y la miré directamente a los ojos olvidando cualquier tipo de pudor que antes podría haber sentido. Mi vecina no parecía la misma y no porque pudiera seguir viendo algún rastro de Noa en ella, nada más lejos de la realidad. Los ojos de la persona que tenía delante de mí se habían aclarado y habían vuelto a adquirir el brillo de una fondue de chocolate, aunque no fuera precisamente dulzura lo que transmitían en ese instante.
—No te entiendo —le confesé sin concederle la satisfacción de dejar que su repentina actitud fría y distante hacia mí me incomodase lo más mínimo.
—Ayer cuando nos cruzamos en el tanatorio me dijiste que conocías a Óscar y que estabas allí por él, pero esa no es la verdad, ¿me equivoco?
No pude evitar quedarme callado unos segundos, tiempo más que suficiente para ponerme al descubierto.
—Pues sí, Vera, llevas razón. Óscar y yo no nos habíamos visto antes. Digamos que entré allí por simple curiosidad —le respondí finalmente.
—¿Por curiosidad? Venga Gabriel... Ya no hace falta que sigas mintiéndome. Sé que eres otro guardián como Noa y que, como tal, tus intenciones siempre van más allá de las que podamos tener la gente normal y corriente —Siguió sosteniendo con fuerza mi mirada, como si pretendiera atravesarla para leerme por dentro. Nunca había sido excesivamente bueno interpretando la mente femenina pero no había que ser un gran experto para notar el desprecio que había en sus palabras al hablar de guardianes—. Así que no me hables de curiosidad porque ese término no entra dentro de vuestro código de conducta.
—Creo que tienes una apreciación equivocada de nuestro trabajo como guardianes. Sólo debemos custodiar las almas que permanecen a la espera de ver La Luz. Nada más que eso. El problema está en las piedras que se cruzan en nuestro camino y que tratan de impedirnos que sigamos manteniendo ese orden —Tampoco yo me esforcé para que mi voz sonara especialmente amable—. Piedras, todo sea dicho, como tu querido Lázaro, Leo o como le llames.
—Pues siento decirte que tú también tienes una apreciación equivocada de quién es tu verdadero oponente. Él no es el responsable de tus problemas, Gabriel. Sólo estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Ni él ni yo hemos pedido estar involucrados en vuestros asuntos de trascendental importancia. ¿Tan difícil es de entender? —La emoción quiso jugarle una mala pasada a su voz cuando pronunció aquella última frase pero rápidamente mi vecina bajó la cabeza soltando un profundo suspiro y, apenas segundos después, volví a tener su mirada fija en mí—. Ya puestos, ¿por qué no me consideras a mí también como tu piedra en el camino? Al fin y al cabo te he impedido que acabaras con la vida de tu archienemigo hace unos pocos minutos...
—Y llevas toda la razón. Desde que te conocí en el rellano de mi casa no he dejado de plantearme esa pregunta hora tras hora—reconocí—. No sé cómo lo hacías pero siempre todas las pistas que encontraba siempre te acaban señalando a ti. Primero aquel día con el murciélago con el que conseguiste que llegase tarde a trabajar...
—Yo te dije que te marcharas pero tú insiste en... —se apresuró a puntualizar.
—Lo importante es que aquel día, tu querido Lázaro aprovechó mi retraso para sembrar el caos en mi lugar de trabajo. ¿Casualidad? No, no lo creo. Así que desde entonces puedo decir que se inauguró mi época de sospechas hacia ti. Unas sospechas que fueron más que confirmadas con tu aparente relación con una de las almas que había desaparecido tras la llegada de Lázaro a mi jurisdicción.
—¿De qué relación me hablas? El único alma que conozco es la de Noa. Tú mismo lo acabas de ver —Vera continuaba hablándome con reproche, pero pude notar que mis palabras estaban empezando a generarle sus propias dudas.
—Bueno, esa parte de mi teoría aún no está muy bien aclarada, pero el caso es que allí te tenía de nuevo. ¿Casualidad? A estas alturas... Lo dudo mucho, la verdad. Pero la cosa no se acabó ahí, no. Cuando quedamos aquella mañana en la cafetería...
—Supongo que para sacarme algo de información que pudiera ayudarte a confirmar tus sospechas —intervino de nuevo mi vecina sin darme tiempo a que terminara de hablar.
—Y así fue. Me dejaste bien claro que la conexión entre Lázaro y tú era cierta, tal y como intuía —le respondí.
—Pero si apenas tuvimos tiempo para hablar... Ni siquiera te conté que tenía pareja —No podía negarlo. Disfrutaba viendo que en ese momento era yo quien controlaba la información.
—Me lo pusiste en bandeja, Vera. Sin darte cuenta te remangaste la camiseta y me dejaste ver tu pulsera con la inicial de Lázaro, la misma que grababa sobre el sello de lacre con el que marcaba las tumbas de las almas que había conseguido unir a su causa.
Instintivamente mi vecina bajó la vista hacia su muñeca derecha.
—No tengo la más mínima idea de lo que hablas. Soy yo la única que tiene esta pulsera con su inicial —me respondió sin titubear.
—Yo solo te estoy contando lo que poco que he podido averiguar. Quizás sea mejor que le preguntes directamente a tu querido Lázaro y que él te responda a eso. Si tan bueno dices que es, esperemos que le hagas entrar en razón y nos ayude a detener toda esta locura.
—¿Pero por qué querrían llevarle al Hospital General? Tú que no te fías de nadie ¿cómo es que confías tanto en las palabras de esa mujer que te ha llamado? —Me preguntó Vera mientras caminaba hacia la puerta de salida de la casa en la que nos encontrábamos. No podíamos perder más tiempo. Si Julia Márquez estaba en lo cierto debíamos dar con Lázaro lo antes posible para desmantelar aquella organización e impedir que lo terminaran de poner todo patas arriba—. ¿Acaso no te planteas que te esté engañando para mantenerte distraído?
—Podría ser pero afortunadamente tengo un pequeño chivato que me ha confirmado su información.
—Y supongo que te fías a muerte de ese "chivato" tuyo...
Sonreí. Llevaba toda la razón, había tenido una gran idea dejando la diminuta tarjeta SD de mi móvil en el coche de Lázaro. Además, el destino había querido ser benevolente conmigo por una vez y me había permitido sacar alguna ventaja de que el tipo aquel se metiera en el cuerpo de Lázaro: el sistema de reconocimiento de los vehículos le había limitado sus opciones de transporte a una sola, el coche de su subordinado. De esta forma mi improvisado sistema de localización seguía siéndome de utilidad. Con una sencilla aplicación antirrobo podía rastrear en mi móvil la posición de la tarjeta SD que había asociado a él. Nunca me había sentido más orgulloso de otro de mis planes como lo estaba en aquel momento. Vera estaba en lo cierto, no tenía ninguna seguridad de que Julia Márquez me estuviese diciendo la verdad, pero gracias a dejar la tarjeta SD en el coche de Lázaro había podido creerme sus palabras.
—Totalmente —me limité a contestarle.
—Bueno, afortunado entonces ese "chivato" por contar con la confianza de un guardián. Otras no podemos decir lo mismo —soltó sin preocuparse siquiera de matizar su nuevo tono de desprecio hacia mí.
—Que no haya confiado antes en ti no significa que ahora no lo haga —le corregí mientras la observaba ponerse el abrigo que aún seguía colgado en el perchero de la entrada de aquella casa de multimillonario.
Ella agachó la cabeza intentando ocultar una pequeña sonrisa que yo ya había visto. Pensé que con aquella respuesta me había vuelto a ganar el favor de mi vecina, pero me equivocaba y así me lo hizo saber. Se terminó de abrochar los botones de su abrigo y volvió a clavarme sus ojos marrones.
—Hazme un favor, Gabriel. Deja a un lado tu palabrería de guardián y no digas estupideces. Si ahora vamos a ir juntos al Hospital General no es por la confianza que nos tengamos. Yo no me terminaré de creer ninguna de tus buenas intenciones como guardián y tú nunca me dejarás de ver como una marioneta que otros pueden utilizar a su antojo. Esa es la realidad, así que te puedes ahorrar maquillarla con tus falsas dosis de confianza.
***
—¡Emma! —Gritó Irene cerrando con fuerza los ojos. El coche había superado los doscientos cincuenta kilómetros hora y el tráfico se hacía más pesado. Toda una mezcla explosiva que no iba a tardar en estallar, con ellas dentro.
La agente de la Unidad de Antiterrorismo procuraba no perder los nervios pero, aunque se encontrara debajo del volante, era perfectamente consciente del peligro que corrían. El sudor había impregnado cada centímetro de su uniforme y las manos le temblaban como nunca antes las había visto, ni siquiera en antiguas misiones en las que el riesgo también había sido más que destacable. Había conseguido abrir la carcasa que cubría las entrañas del cuadro de mandos del vehículo pero, pese a los circuitos que había desconectado, no había logrado disminuir ni en una milésima la velocidad del coche. Aquel plan había resultado ser un completo desastre, pero era incapaz de reunir el valor para comunicarle la noticia a Irene.
"Lo siento, Óscar" pensó para sí. "No tenía que haber permitido que ella se viera involucrada en todo esto. Espero que puedas perdonármelo algún día ahora que parece que también vamos a compartir la eternidad contigo".
—¡Dime que estás consiguiendo algo, por Dios! —La voz acongojada de la joven volvió a sacarla de sus pensamientos.
Emma se removió en su posición para tratar de salir hacia su asiento de nuevo, dispuesta a confesarle su fracaso pero, al darle sin querer al pedal del freno saltó un pequeño chispazo en el circuito eléctrico que no le pasó desapercibido. Había sido tan sólo un insignificante destello pero le acababa de iluminar la mirada de esperanza. La agente volvió a bajar la cabeza hacia el cuadro eléctrico sin pronunciar ni una palabra, en su mente aquel amasijo de cables había comenzado a adquirir un cierto orden. Ya sabía qué circuito controlaba los frenos, también el del acelerador por sus propios conocimientos en mecánica, pero debía desconectar la dirección del vehículo del ordenador de abordo para lograr que el coche volviese a recuperar su autonomía lejos del sistema computacional.
—¡Emma nos estamos acercando a un túnel y los coches están comenzando a frenar! —le comunicó Irene sin dejar de seguir tocando el claxon.
—Cuando te avise quiero que sujetes el volante con todas tus fuerzas para que no se mueva, ¿entendido? —le respondió Emma.
—Sí —"Como si me quedara otra opción distinta a la de aceptar lo que me pides" pensó la muchacha mientras se agarraba al volante como si le fuera la vida en ello, nunca mejor dicho. El corazón le latía a la misma velocidad que a la que circulaban por aquella vía que quería conducirlas a la mismísima muerte, al igual que los recuerdos que se le amontonaban en la retina junto con las lágrimas de impotencia que se le habían comenzado a formar.
—Quiero que me prometas que si algún día me pasara algo pedirás el traslado a otra ciudad, Ire —La imagen de Óscar apareció clara y nítida ante sus ojos.
—¿Y por qué si puede saberse? —Le había contestado ella con cierto enfado.
—Porque ya puestos a empezar de nuevo que sea en otro lugar, ¿no te parece? —Poco le había durado aquel tono serio con el que había cambiado el tema de conversación. De nuevo tenía dibujada en su rostro pecoso esa sonrisa divertida que la derretía por dentro—. Al menos eso sería lo que yo haría. Un cambio de aires seguro que no viene nada mal en ese caso.
—Muy bonito... Así que te gustaría abandonar todos los recuerdos que hemos construido en este lugar por la cobardía de no seguir viéndolos día a día. Yo te creía más sufrido.
—No se trata de ser sufrido, Ire. De hecho creo que te has encargado de grabar bien a fuego tu esencia en mi piel como para poder olvidarme de ella marchándome a otra ciudad. Por eso mismo, porque somos humanos con nuestro corazoncito y nuestras emociones creo que al principio es mejor cambiar de entorno para que seamos nosotros los capaces de controlar esos recuerdos y no sean los rincones de esta ciudad los que tomen las riendas. Aunque ahora que lo mencionas, creo que puestos a ser sufridos tú me ganas con los ojos cerrados. Siempre has sido la más fuerte de los dos, pero ese es un secreto que jamás escucharás salir de mi boca.
Irene se sorprendió a sí misma sonriendo ante aquel recuerdo. "Tú lo dijiste, Óscar. Yo soy la más sufrida y precisamente ahora no voy a dejarme abandonar. No solo no pienso huir de esta ciudad sino que pretendo dar con esos malnacidos, aunque estés donde estés desapruebes mi decisión".
—¡Ahora! —Gritó de repente Emma.
Se escuchó un chirriante frenazo y, como si un tornado acabara de engullir el coche, Irene dejó todas sus fuerzas sobre el volante para impedir que el vehículo comenzara a derrapar sin control y se acabara saliendo de la vía.
El tiempo pareció detenerse al igual que lo hizo su respiración, pero finalmente lo que consiguió parar fue el propio coche, a apenas unos pocos centímetros del quitamiedos de la carretera.
—Dios mío... —atinó a pronunciar Irene cuando al abrir los ojos descubrió que seguían vivas y que el vehículo se había vuelto inofensivo.
Emma salió con dificultad de debajo del volante y se sentó en el asiento del conductor dejando caer la cabeza sobre el respaldo:
—Escúchame bien, Irene, no sé si tú habrás cambiado de idea, pero yo ahora te digo que voy a acabar con estos capullos como que me llamo Emma. Me acaban de tocar las narices pero bien.
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