Capítulo 44: Aplastados por la adversidad (Maratón 2/4)

CAPÍTULO 44: APLASTADOS POR LA ADVERSIDAD

Cuando se está en medio de las adversidades, ya es tarde para ser cauto.

Lucio Anneo Séneca


Cuando Shen abrió los ojos lo primero que su cerebro pudo procesar era que todo estaba del revés. Después se dio cuenta de que era por el vehículo en el que se encontraba. Había debido volcar y su cabeza había acabado contra el propio techo del coche.

En ese instante recordó los escasos segundos que se habían grabado en su memoria tras escuchar un ensordecedor estruendo, como si el mismo cielo se hubiera rajado en dos. No le había dado tiempo a reaccionar, ni siquiera a pronunciar ni una sola palabra. La onda expansiva de la bomba llegó incluso al aparcamiento en el que se encontraban y levantó el coche como si de una hoja seca se tratara. Pero después del impacto del vehículo no recordaba nada más, ni tampoco tenía la menor idea del tiempo que había transcurrido.

Giró la cabeza de inmediato hacia el asiento del copiloto para comprobar el estado de su acompañante y tuvo que ahogar un grito de dolor por el movimiento tan brusco que su impulsividad le había hecho dar. El golpe la había machacado aunque por suerte no notaba ninguna rotura o algo más serio que los cortes provocados con los hierros del propio chasis del coche y la herida sobre la ceja que le bañaba en sangre prácticamente la totalidad del lado derecho de la cara. Santillán también parecía haber corrido la misma suerte. Por lo que podía ver no parecía que hubiera ninguna complicación problemática más allá de varias heridas no demasiado profundas que manchaban de sangre su ropa.

—Santillán, ¿estás bien? ¿Me oyes?—le llamó mientras le tocaba el hombro para despertarle.

Al parecer sus cuerdas vocales no agradecieron aquel repentino trabajo y un ataque de tos fue lo que obtuvo ella como respuesta, pero ninguna reacción consiguió por parte de su acompañante. El humo y el polvo parecían haber saturado sus vías respiratorias y esos, unidos a la tos incontrolada que se había adueñado de ella, lograron dejarle la no muy agradable sensación de tener la garganta en carne viva.

La muchacha intentó deshacerse del cinturón de seguridad que le oprimía el abdomen y el pecho y cuando consiguió librarse de él, su tos fue cesando poco a poco permitiéndole respirar con más facilidad.

Apartó con cuidado los cristales que tenía encima de ella y trató de sacar las piernas de debajo del volante donde habían quedado atrapadas.

—¿Óscar? ¿Estás ahí? —En ese instante se acordó de aquel alma que había decidido acompañarle en tan fatídica misión. Él era el único de los allí presentes que ninguna masa de hierro podía coartar sus movimientos pero no parecía haberse quedado junto a ella para ayudarla, si es que algo podía hacer.

"Estúpido pelirrojo" maldijo para sí, "una vez sola que te iba a necesitar y vas y te largas... Estupendo. ¿Qué más podría pedir?"

En ese momento escuchó un quejido de dolor y varios cristales cayeron hacia el techo del vehículo. Santillán parecía haber salido de su estado inconsciente y había comenzado a moverse o, al menos, a intentarlo.

—¿Qué narices ha pasado? —masculló pasándose la mano por la brecha que le rompía parte del labio.

—Y yo que pensaba que serías tú el que podría responderme a eso... —le contestó Shen con una voz cargada de ironía—. Al fin y al cabo fuiste tú el que empezaste a gritar como un loco segundos antes de que todo esto saltara por los aires.

—Mierda... —volvió a murmurar como si acabara de recordar la escena que sus ojos habían presenciado antes de producirse la explosión.

—Sí, eso también fue lo que dijiste —apuntó la muchacha—. ¿Pero qué fue exactamente lo que viste?

— A uno de los empleados que trabajaban para él.

—¿A él? ¿A quién te refieres? ¿A Lázaro? —se interesó Shen.

—No, Lázaro solo es uno de ellos. Aunque lo parezca no es él quien lleva el mando —le respondió Santillán—. Hay un tipo bastante peculiar que es el que les tiene a todos bajo su control. Jamás había visto algo igual... Les absorbe la identidad de una manera que hiela la sangre.

—¿Pero qué os hacen? ¿Cómo consigue que vuestras almas puedan entrar de nuevo en el interior de un cuerpo? —Ni siquiera verse dentro de un coche aplastado con infinidad de cristales y hierros sobre ella pudo acabar con sus ganas por saber algo más sobre ese "enemigo" del que nunca habían recibido la menor información. Siempre había pensado que Lázaro era la mano de mando de todo aquello pero ella misma se había encargado de seguir sus pasos y había podido ver que él solo había sido la cabeza de turco de alguien que actuaba ocultándose detrás de él.

Sus propios superiores únicamente le habían hablado de Lázaro y de la preocupante labor que estaba llevando a cabo, pero ni siquiera Ellos sabían que había otra persona, alma o lo que fuese escondida tras él y que era ella la verdadera responsable de que el joven estuviera causando aquel revuelo.

—Si te soy sincero no tengo ni la más remota idea de cómo consigue devolver las almas a la vida —le confesó Santillán—. Pero sus manos no parecen ser humanas. Debe tener algún tipo de don sobrenatural. Es capaz de cogerte, aunque solo tengas la consistencia del aire y llevarte hacia el cuerpo que tiene preparado para ti.

Shen pudo apreciar en su mirada una mezcla entre pánico y admiración, la misma que había podido ver en los ojos melosos de su amada Nerea. Un escalofrío le recorrió de arriba a bajo la espalda y acabó dejándole la piel de gallina. Pese a los años que habían transcurrido desde su pérdida, no había logrado quitarse un instante la imagen de esa muchacha dulce y reservada que el destino había querido poner en su camino de la misma forma que se había encargado de arrebartársela sin la más mínima contemplación. Aunque en ese caso, más que el destino el que debía cargar con su odio, sabía que había unos culpables detrás de aquello y no eran otros que Lázaro y su misterioso jefe.

—¿Y después qué hace? ¿Adoctrinaros sobre lo que debéis o no hacer? ¿Os amenaza?—Le volvió a preguntar la muchacha intentando centrarse de nuevo en la conversación.

—Pues no y eso mismo fue lo primero que me llamó la atención —le explicó Santillán—. Te trata como si fueras su invitado de honor y en ningún momento te menciona nada que vaya a requerir de tu parte. Solo te habla de la nueva oportunidad que se te está presentando como si fuera simplemente eso, un regalo que te ha caído del cielo y que está en ti aprovechar.

—Pero por lo que terminamos de presenciar, no todo es lo que parece... —intuyó Shen removiéndose incómoda por la posición en la que había acabado, aún tenía una de las piernas completamente atrapada bajo el volante.

—Lo peor es que él no nos obliga a hacer nada. Solo nos reta y está en nosotros aceptarlo o no —le contestó él con la mirada perdida, como si en su interior aquella misma respuesta hubiera desatado un auténtico conflicto.

—¿Me estás diciendo que un aeropuerto acaba de hacerse añicos porque a la gente simplemente le gusta cumplir retos? —La muchacha no cabía en su asombro.

—Tú misma lo has dicho antes, "no todo es lo que parece" —le recordó Santillán volviendo la vista hacia ella—. Algo extraño sucede cuando entramos en un cuerpo que no es el nuestro... Durante las primeras horas no parece que haya ocurrido nada raro o de lo que preocuparse pero... Pero después... —la voz del hombre acabó rompiéndose impidiéndole completar la frase.

—¿Pero después qué? —Le incitó Shen a continuar ignorando que quizás hablar sobre esa experiencia en ese preciso momento no era lo mejor.

—El cuerpo en el que estás te acaba consumiendo por completo... —consiguió pronunciar con apenas un hilo de voz—. Dejas de oírte a ti mismo, empiezas a perder los recuerdos que habías grabado a fuego en tu memoria y solo sientes un vacío inmenso que te hace olvidar hasta quién eres en realidad.

—¿Quieres decir que perdéis la consciencia de quiénes sois y qué estáis haciendo?

—Sí. No sé muy bien qué es lo que nos hacen esos cuerpos pero es como si durante cada minuto que pasa estuvieran sepultando nuestra verdadera identidad.

—En definitiva... El tipo ese consigue que una vez os encontréis dentro de los cuerpos que ofrece no tenga que preocuparse lo más mínimo por vosotros. Ya os tiene comiendo de su mano como buenos corderitos —apuntó Shen—. Puede mandaros hacer lo que le venga en gana que vosotros no le opondréis la menor resistencia, ¿no es así?

La muchacha solo obtuvo como respuesta un leve asentimiento de cabeza por parte de su acompañante.

—¿Pero entonces tú? —Continuó hablando viendo que no todo le terminaba de encajar.

—¿Yo qué? —Santillán parecía seguir sumido en sus pensamientos y no había entendido a qué se refería la chica.

—Pues que tú estás aquí, hablando ahora conmigo, contándome cómo perdéis vuestra propia identidad. Sin embargo tú mismo les acabas de traicionar, por segunda vez incluso porque supongo que fuiste tú esa voz anónima que alertó a la Unidad de Emergencias del posible intento de atentado. ¿Por qué entonces tú no has seguido ese proceso que me has explicado?

—No te equivoques. Bastante ya me subestimado yo mismo pensando que podría pasar por esto yo solo y que nunca podría perder algo tan mío como lo eran mis recuerdos, pero no ha sido así —le respondió en apenas un murmullo bajando la vista, como si aquella confesión le provocase una gran vergüenza—. Pero no ha sido así. Luché con todas mis fuerzas por mantener firme mi voz dentro de esta masa de carne y huesos pero he estado en tantos momentos a punto de perder que solo creo que ha sido la suerte la que me ha permitido estar ahora aquí, con la conciencia relativamente tranquila. Si no hubieras llegado tú, quizás nada de esto hubiera cambiado, la bomba hubiera explotado de igual forma, pero el peso de todo hubiera recaído directamente en mí y entonces sí que hubiera dejado de luchar y habría permitido que este cuerpo me consumiera por completo.

—¿Quieres saber lo que yo pienso? —Le preguntó Shen clavando sus ojos grises en él, aunque ni siquiera esperó a recibir su respuesta para continuar hablando—. Creo que tu alma es mucho más fuerte de lo que piensas. Puede que durante estas últimas horas, en las que has estado a punto de perder lo único que te quedaba, hayas tenido la sensación de que te habías subestimado pero pienso que no ha sido así. Nadie, absolutamente nadie ha sido capaz de hacer que su alma pueda mover ni un solo milímetro de ningún objeto del mundo físico. Sin embargo tú, lograste superar esa barrera y dejar dibujado sobre el polvo de tu tumba el mensaje que querías que Frontera leyese. Esa simple frase que nos hizo ver que habías aceptado el pacto de Lázaro solo para ayudarnos a desenmascarar la organización que había tras él, no es algo que se pueda pasar por alto, Santillán. Fue la primera vez, en todos mis años como guardiana, que vi algo así.

—Son muchos años los que he estado atrapado en el purgatorio. Supongo que de algo me valió, aunque solo fuese para dejar escrito un mensaje sobre polvo —le contestó Santillán sin darle mayor importancia.

—¿Qué es lo que te retiene tanto allí, Santillán? ¿Por qué no eres capaz de dejar tus vínculos con el mundo real para descansar por fin de todo?

En ese instante alguien abrió con un fuerte tirón la puerta que pegaba al asiento de Santillán sobresaltándolos a ambos. Shen no pudo distinguir el rostro de la persona que se agachó junto a ellos y cogió de repente a su acompañante de los brazos.

—¡Hey! ¡¿Pero quién eres tú?! ¡Déjale en paz! —Vociferó Shen agarrándose la pierna que tenía bajo el volante, intentando liberarla del hierro que parecía haberse enganchado a su pantalón y a parte de su propia carne.

Santillán también empezó a forcejear tratando de zafarse de las manos de aquel hombre pero le fue inútil. Sin el menor miramiento hacia sus heridas o posibles contracturas, aquel extraño no dudó en tirar de Santillán como si fuese un muñeco de trapo hasta que consiguió sacarlo del coche.

—¡No! ¡Espera! —Gritó la muchacha con todas sus fuerzas viendo a través de la puerta cómo le llevaban a rastras.

Le dio un fuerte tirón a la pierna soltando un alarido de dolor y tanteó la puerta hasta dar con el botón de apertura que, por fortuna, había sido de las pocas cosas en quedar intactas. Salió del vehículo todo lo rápido que pudo pero solo pudo ver cómo metían a Santillán en otro coche que había estacionado a varios metros de distancia. Sabía que sus probabilidades de alcanzarlos eran prácticamente nulas pero aún así no dudó en iniciar una carrera hacia ellos mientras buscaba en su chaqueta alguna ayuda extra. Sacó la Reina de uno de sus bolsillos y empezó a disparar hacia el coche con la esperanza de que alguna de aquellas balas consiguieran impactar en los cristales del vehículo y acabar dando a alguno de sus ocupantes. Ni siquiera le importaba darle al propio Santillán. Sabía que si le habían raptado de nuevo no era para darle precisamente un gran reconocimiento por su labor y que acabarían con su alma de igual forma.

Sin embargo, de nada valió aquella carrera contrarreloj durante varios minutos en los que tuvo la sensación de que en el momento más inesperado acabaría perdiendo la pierna derecha del dolor tan agudo que le perforaba el pie.

—¡Joder! —Maldijo la muchacha inclinándose sobre las rodillas para recuperar algo de normalidad en su respiración completamente entrecortada.

No podía creer que se lo hubieran llevado de nuevo y más aún que lo hubieran hecho delante de ella. Se le acaba de escapar la mejor pista que habían tenido en mucho tiempo y lo peor era que, con toda seguridad, ya no le volverían a ver de nuevo. Sin él le estaban diciendo adiós a toda la información que podía haberles proporcionado del funcionamiento de aquella organización más que poderosa.

—¿Se lo han llevado? —Preguntó de repente una voz detrás de ella.

—¿Y tú precisamente dónde te habías metido? —Le soltó con dureza mientras caminaba de vuelta al coche.

—No hace falta que lo pagues ahora conmigo —se quejó Óscar—. Lo creas o no he descubierto algo increíble.



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