Capítulo 40: Cuando los recuerdos se interponen en el camino

CAPÍTULO 40: CUANDO LOS RECUERDOS SE INTERPONEN EN EL CAMINO

Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa.

Alfred Adler

"¿Por qué tuviste que aparecer en mi vida, Vera?... Siento que estoy siendo injusto, que no te mereces todo este engaño... Pero soy incapaz de apartarte de mí" se decía Lázaro mientras la miraba dormir plácidamente, a escasos centímetros de él. "Eres lo único que tengo y me aterroriza pensar que contándotelo todo te acabarás marchando para siempre... Ni una sola vez he tenido el valor de confesarte mi gran secreto pero esta mentira me sigue quemando por dentro. Quizás debería sentirme culpable por estar donde ahora me encuentro pero no, no me arrepiento de nada. La vida fue injusta conmigo y yo sólo quise tener esa segunda oportunidad que siempre me fue negada. Cualquiera hubiera hecho lo mismo en mi lugar".

Un ruido que parecía provenir de la planta baja puso en alerta al muchacho. De inmediato se incorporó, con cuidado para no despertar a Vera y cogió el albornoz del baño para tardar lo menos posible en salir de la habitación. Algo le decía que aquel ruido no había sido imaginaciones suyas. Cerró la puerta del dormitorio detrás de él y bajó las escaleras con sigilo. Todo seguía en el más completo silencio, tal y como lo habían dejado una hora atrás. Sin embargo, cuando sus ojos pasaron por el salón, el corazón se le paró en seco.

-Espero no haber interrumpido demasiado -habló de repente el individuo que ocupaba uno de los sillones de la sala, como si hubiera podido sentir la presencia del joven a varios metros de distancia-. Aunque bueno... Uno siempre llega en buen momento a la que es su casa, ¿no?

-No creí que fueras a venir -le confesó él sin mostrar entusiasmo alguno por aquella inesperada visita-. Si lo hubiera sabido te habría recibido algo más decente.

El hombre de cabello cobrizo volvió la cabeza hacia él y soltó una pequeña risa divertida:

-Da igual lo que te pongas, Lázaro, siempre estarás perfecto. Como si hubieras querido presentarte desnudo... No me hubiera escandalizado. Ya sabes que mis miras no están puestas en esa masa de carne que da cobijo a tu alma.

El muchacho le devolvió la sonrisa no por la gracia que le hubiera hecho aquel comentario sino para disimular la incertidumbre que en ese momento le invadía por dentro. Sabía que si estaba allí era para encomendarle otro de sus trabajitos.

-¿Quieres que te traiga algo de beber? -se ofreció para ganar algo de tiempo y poder hablarle con la seguridad que siempre le caracterizaba.

-Estoy bien, lo único que necesito es que te sientes aquí conmigo y charlemos tranquilamente.

Lázaro se limitó a asentir con la cabeza y se dirigió hacia los sillones con paso pausado y firme. Nunca le había dado motivos para desconfiar de él. Siempre le había considerado como su salvador y no había tenido ningún problema en acatar con obediencia todas sus órdenes sin rebatirle lo más mínimo. Pero no era estúpido y sabía que estaba jugando con él a sus espaldas y lo peor era que también había implicado a Vera en sus asuntos. Había tenido la osadía de utilizarla para distraer a su principal adversario en aquella ciudad trasladándola al apartamento frente a su propia vivienda sin dignarse ni siquiera a comentárselo en ningún momento. En ningún momento le había traicionado pero su jefe seguía viéndole como un simple peón en su partida maestra en la que todo estaba permitido si el fin coincidía con sus objetivos. "Ándate con cuidado, Sr. Aquel que crees tener bajo tu yugo puede volverse contra ti si sigues abusando de su confianza" le amenazó Lázaro interiormente mientras tomaba asiento en el sofá contiguo al suyo.

-¿Y bien? -le preguntó al ver que Sr no decía nada-. Soy todo oídos.

-Mi querido Lázaro, siempre he tenido una devoción especial por tu alma y lo sabes -le recordó Sr clavando sus iris azul eléctrico en el joven.

"O al menos eso es lo que siempre me has hecho creer. Ahora lo único que sé es que sólo me has tratado como al resto de tus empleados, usándolos cuando te conviene y estrujándolos hasta que pierden todo su jugo" le replicó él para sus adentros.

-Quizás nunca te hayas parado a pensarlo pero el destino quiso hacerte un luchador nato mandándote a esa cama de por vida.

Aquellas palabras cayeron sobre él como verdaderas cuchillas. No tenía la menor idea de por qué había sacado ese tema pero sin duda sabía darle donde más le dolía.

-No te equivoques, hay millones de formas de luchar por lo que se desea pero precisamente estar en coma no se encuentra entre ellas. Puedes tener toda la fuerza del mundo pero sabes que tu cuerpo no te responderá por mucho que luches -le corrigió Lázaro intentando que su voz sonara impasible, como si hubiera pasado ya página, cuando en realidad el recuerdo de su anterior existencia seguía invadiendo cada una de sus pesadillas.

Sr sonrió bajando la mirada hacia el suelo.

-¿Incluso después de estos dos años viviendo en un sitio extraño sigues pensando así? El cuerpo no lo es todo, Lázaro, y por eso estás ahora aquí. Si tu alma se hubiera atado a ese muchacho postrado en una cama y conectado permanentemente a máquinas para mantener sus funciones vitales a flote, no te hubiera podido dar un futuro mejor. Sin embargo, dejaste que tu identidad siguiera creciendo más allá de lo que le pasara tu auténtico cuerpo y eso te hizo único.

Lázaro guardó silencio durante unos segundos. Recordando el día en el que vio por primera vez a aquel hombre de cabello cobrizo y casaca metalizada en su habitación del hospital, hablándole como nunca antes nadie lo había hecho: como si él pudiera escucharle y responder a sus preguntas.

Un escalofrío le recorrió por dentro devolviéndole al sillón en el que se encontraba.

-¿A qué viene todo esto ahora, Sr? -le preguntó con cierta brusquedad dejando en evidencia su incomodidad con aquel tema.

-Sólo me preocupo por tu alma, Lázaro y estoy viendo que se está encariñando demasiado con este Leo que has creado -No había ningún rastro de indignación en su voz ni en su mirada pero sólo con escuchar esas palabras Lázaro supo que aquello no le hacía la menor gracia.

De inmediato la imagen de Vera apareció en su mente y temió por su seguridad. Sr le conocía demasiado bien como para no saber cuál era su punto débil.

-Todo lo que he estado organizando y planeando durante estos años va a terminar en apenas unas horas y no quisiera que después de lo duro que has trabajado para mí te quedaras sin su justa recompensa -continuó hablándole esbozando una media sonrisa.

-Cuando me dijiste que "sólo éramos unos mandados" no me llegué a imaginar que pudieras ser tan despreciable -intervino de repente una voz a sus espaldas.

Los dos hombres se giraron hacia aquel extraño que acababa de irrumpir en su conversación.

-Menuda sorpresa, Gabriel. Te hacía hábil pero esto sí es verdad que no me lo esperaba -le confesó Sr levantándose del asiento con entusiasmo como si su presencia no le preocupase en absoluto.

***

A mí tampoco me sorprendió que aquel hombre al que había estado siguiendo hasta llegar a esa casa en mitad de ninguna parte supiese con quién estaba hablando. Mi instinto no me había confundido. Había hecho bien al pensar que ese tipo tenía pinta de ser más que un simple empleado. No era otro que el verdadero artífice de todo aquel caos y el superior de mi "amigo" Lázaro.

-Pero Gabri, no hacía falta que atravesases el lago a nado, me hubieras tocado al timbre y yo no hubiera tenido ningún problema en abrirte. El agua no debe estar muy calentita que digamos en esta época del año -me soltó Lázaro mirándome con una sonrisa divertida-. Además, me apuesto lo que sea a que me acabas de forzar alguna ventana, puerta o a saber... y seguro que aquí mi jefe me lo descontará del sueldo.

-Digamos que he tenido un buen maestro para aprender a entrar en propiedades ajenas en las que no se es bienvenido -me limité a responder con acidez obviando mi enojo hacia las confianzas con las que mi oponente se dirigía hacia mí.

No había que ser muy listo para intuir cómo había conseguido entrar en la casa viéndome empapado de pies a cabeza y considerando que había un lago rodeando la totalidad de la vivienda. Porque sí, aquella había sido mi única opción para entrar allí. El coche del que parecía ser el jefe de Lázaro me había conducido hasta la misma orilla pero, como podría parecer obvio, cuando llegué a la pasarela que comunicaba una parte del lago con la vivienda que presidía su centro, sólo pude contemplar lo bien hermética que estaba la entrada. En ese momento me lancé al agua sin pensar siquiera si una vez en la fachada de la casa podría haber otra forma de acceso pero tampoco me importó especialmente. Era eso o renunciar a perder el rastro de los dos individuos que habían captado mi atención. Finalmente resultó que, por primera vez, saqué provecho de mis horas de entrenamiento en el gimnasio escalando la pared hasta alcanzar el alféizar de una de las ventanas de la planta baja de la vivienda y, como bien había intuido Lázaro, me bastó un poco de fuerza para que el mecanismo acabara cediendo permitiéndome la entrada.

-Siempre has tenido buenos maestros, Gabriel -intervino el otro hombre sin borrar la sonrisa que parecía haberse adueñado de su semblante afable y relajado-. Pero... Sobre todo, sin tus cualidades como guardián no estarías donde te encuentras en este momento y eso tampoco se debe pasar por alto.

-No tengo la menor idea de quién eres pero de nada te valdrán tus buenas palabras -le dejé bien claro desde el principio-. Mi paciencia ha llegado a un límite y no voy a permitir que sigáis haciendo lo que os viene en gana y menos aún que comerciéis con las almas de la gente.

-Pues lo cierto es que me alegro que hayas aparecido precisamente ahora -Era increíble cómo con tan solo su mirada pudiera transmitirme tantas emociones contrarias. Había algo en aquel hombre de la casaca metalizada que me desconcertaba por completo.

-No creo que te de tanta alegría cuando ponga fin a todos tus planes de futuro con el simple disparo de esta pistola de aquí -le amenacé sin el menor miramiento. Si había llegado hasta allí no iba a ser para hacerles una mera visita de cortesía. Desde que había entrado en aquel salón tenía empuñada mi arma, libre del pestillo y con el dedo índice descansando sobre el gatillo.

Mi interlocutor soltó una sonora carcajada volviéndose a sentar sobre el reposabrazos del sillón que antes había ocupado:

-Qué curioso es el destino... No tienes la menor idea de quién soy pero, sin embargo, yo te conozco como si fueras parte de mi familia.

Intenté no quedarme en silencio durante más de unos pocos segundos pues sabía que ese era el efecto que aquellas palabras querían producir en mí.

-Creo que me puedo hacer una idea de quién eres solo con la última frase que le has dicho antes a Lázaro -le respondí sin darle mayor importancia a lo que me acaba de decir. Al fin y al cabo para vencer al adversario primero se le tiene que conocer como la palma de la mano.

-Tienes razón, quizás sea lógico pensar por cómo le he hablado que soy su superior, pero lo que has olvidado es que también soy el tuyo, Frontera.

Había entrado en aquella casa dispuesto a todo, sabiendo que aquella gente no tenía escrúpulos y que podría escuchar cualquier cosa, por disparatada que fuese, pero esas palabras cayeron sobre mí como un auténtico bloque de granito.

Lo único que conservaba mi mente de mi periodo de formación como guardián eran rostros difuminados, escenas aisladas y palabras sueltas que me indicaban en todo momento cómo debía actuar y cuál iba a ser mi cometido cuando regresara de nuevo. Pero me resistía a creer que lo que decía aquel completo extraño era cierto. Debía tratarse de alguno de sus juegos, como los que tan bien le había enseñado a Lázaro. Era absolutamente imposible que el hombre que tenía frente pudiera ser uno de mis superiores cuando en realidad me habían advertido sobre Lázaro, que no era otro que uno de sus secuaces. Aquella era la contradicción más grande de la historia y por muy confundido que estuviese no iba a permitir que ninguno de los dos continuase jugando conmigo a su antojo.

-No te culpo, Frontera. A todos los guardianes les dejan los recuerdos justos para cumplir su objetivo en la tierra, pero nada más que eso. Es normal que no te acuerdes de mí y menos aún si yo también me encuentro dentro de este cuerpo que nada tenía que ver con mi anterior apariencia.

El frío y la humedad que se habían adueñado de cada centímetro de mi ropa se acentuaron más si cabe al escucharle hablar de aquello que más odiaba de mi profesión: el vacío de recuerdos con el que mandaban a los guardianes de nuevo al mundo real.

"A saber con cuántos guardianes ha hablado antes de ti. Son ellos los que le han contado todo esto y ahora él está utilizando esa información para ganarte a ti también" me decía para convencerme de que aquello no podía ser cierto de ninguna manera.

-Venga, Gabriel... No hace falta que sigas apuntándome con la Reina -me dijo con una mueca que parecía ejercer la función de sonrisa-. Estás en mi casa, nos hemos reencontrado después de casi cincuenta años sin vernos, así que guarda ese alma y siéntate aquí con nosotros para que te pueda poner al día. Te alegrará saber que nuestra misión aquí ya ha acabado. Ahora nos toca disfrutar del dulce sabor de un trabajo bien hecho.



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