Capítulo 31: El precio de los recuerdos
CAPÍTULO 31: EL PRECIO DE LOS RECUERDOS
El colmo de la infelicidad es temer algo, cuando ya nada se espera.
Ludwig van Beethoven
Las palabras de Shen ejercieron el efecto esperado y consiguieron paralizar a Irene antes incluso de que el sensor de la puerta del baño detectara su presencia y activara la apertura de la corredera.
—Para por favor... —le rogó la chica sintiendo cómo las lágrimas le iban a jugar de nuevo una mala pasada—. No le contaré a nadie que me he encontrado contigo, pero tan solo... lárgate de una maldita vez...
—Shen, déjalo ya. Esto no va a funcionar —le advirtió también Óscar, impotente por no saber cómo actuar para evitarle a Irene que pasara por aquella situación—. Encontraremos otra forma de dar con el localizador.
—Créeme que si no fuera imprescindible no estaría ahora aquí, Irene, pero necesito que me des tu dispositivo de agente de Emergencias —Shen supo que lo peor que podía hacer era andarse con rodeos.
—Genial —bufó el pelirrojo, claramente en desacuerdo con cómo estaba actuando la muchacha—. Si lo que quieres es conseguir su favor, lo estás haciendo de pena...
La risa de Irene no se hizo de esperar.
—¿Que quieres qué?
—Tu dispositivo de localización —le repitió Shen sin alterarse.
—De verdad que deberías pedir ayuda... —la muchacha soltó aquellas palabras con cierto matiz de burla, aunque tampoco era una idea totalmente disparatada.
—Irene, esto es muy serio. Los tipos que perseguían a Óscar están detrás de un atentado que se planea hacer en Madrid y supongo que no hace falta que te diga que si no los localizamos... las consecuencias serán nefastas.
—No te voy a preguntar cómo sabes tú todo eso porque no pienso que vaya a creerme la respuesta que me des pero... ¿qué tiene que ver mi dispositivo en todo esto? —la chica no se había alejado ni un solo centímetro de la entrada del aseo pero tampoco había dado el único paso que necesitaba para que se activara la apertura de la puerta.
—Probablemente no sepas esto pero... Lo cierto es que los que están implicados en la muerte de Óscar le robaron su dispositivo antes de huir. De momento no tenemos la menor idea de para qué, pero es nuestra mejor opción para dar con ellos —le contestó Shen con parsimonia, sabiendo que en ese preciso momento ya contaba con la atención de su interlocutora.
Irene se quedó callada. Su mente debatía si creer lo que le estaba contando o seguir considerándola una mujer mal de la cabeza.
—¿Para quién narices trabajas? —acabó preguntándole al final.
—¿Prefieres escuchar la respuesta oficial o la verdadera? —Shen no dudó en aprovechar aquella pregunta para hacerse la interesante.
—Me importa bien poco cual sea tu tapadera —le soltó Irene mirándola con cara de pocos amigos—. Di la verdad y ya está.
—La verdad no es nada fácil de explicar pero es la realidad, lo creas o no —comezó a explicarle con una leve sonrisa dibujada en su cara, sabiendo de antemano que su contestación no iba a ser demasiado creíble. Muchos nombres les han puesto a mis superiores a lo largo de la historia y es que los seres humanos siempre hemos tenido esa manía de etiquetar todo lo que nos encontrábamos en el camino. Pero en el fondo da igual cómo les llamemos, su sola existencia basta para confirmar aquello que desde el neolítico los primeros homo sapiens ya intuían: la vida más allá de la muerte.
Irene fue incapaz de controlar su sorpresa e indignación ante semejante respuesta. Su límite de paciencia había sido más que superado:
—Se acabó, ya he escuchado bastante. No pienso seguir hablando con alguien que, o no está muy lúcida, o se está riendo de mí en toda mi cara.
La muchacha dio el paso que le faltaba para llegar a la puerta y esta se abrió dejándole vía libre para abandonar aquel lugar.
—Dile que le encantaba que la llamase Ire, pero que solo permitía que fuera yo el que le acortase el nombre —habló de repente Óscar viendo que el plan peligraba.
Shen lo miró frunciendo el ceño, pero comprendió que no le quedaba otra opción que la de recurrir a la ayuda del pelirrojo:
—Me pide Óscar que te diga que a él era el único al que le dejabas que te llamara Ire —le dijo asegurándose antes de que no había nadie en la sala en la que se encontraban los aseos.
La chica se detuvo durante escasos segundos pero no tardó en seguir andando, ignorándola por completo.
—Su color favorito es el granate, su número de la suerte el seis, le gusta la comida precocinada pero por pereza, si alguien le prepara un plato casero lo devorará sin rechistar —el pelirrojo siguió hablando y Shen fue repitiendo todo lo que salía por su boca—. El día que nos quedamos encerrados en el ascensor de la Unidad me soltó que le parecía un engreído prepotente que iba de agente ejemplar pero que si no cambiaba de actitud de nada me valdrían mis méritos porque al final acabaría siendo un viejo amargado y gruñón. Yo le respondí que no sería una simple residente de cuarta línea la que me dijera o no lo que tenía que hacer y empezamos a soltarnos borderías sin ningún sentido hasta que al final terminamos riéndonos por lo surrealista de la escena.
Irene se paró y se giró lentamente hacia Shen. Su rostro se había convertido en un espejo de todas las emociones que le atormentaban por dentro y sus ojos habían vuelto a nublarse por la espesa capa de lágrimas que se había ido acumulando.
Las dos sostuvieron la mirada, como si con ese simple gesto pudieran meterse en la mente de la otra. Irene fue la primera en romper aquel contacto al bajar la vista al suelo. La tensión debía estar jugándole una mala pasada, aquello no podía ser cierto. Se acercó hacia uno de los sofás blancos de la estancia y se dejó caer en él, incapaz de articular palabra alguna. ¿Cómo podía una persona que no fuera el propio Óscar saber esa información? Incluso las propias palabras que había utilizado tenían su seña de identidad. No había forma humana de que aquello fuera un montaje. ¿Significaba entonces que Óscar estaba allí?
Shen se acercó hacia ella y se sentó a su lado cruzando las manos encima de las rodillas.
—Irene, el hombre no ha vivido miles de años equivocado sobre las ideas de la vida más allá de la muerte. De manera instintiva hemos sabido que más allá de lo que nos podía proporcionar nuestro cuerpo había algo que nos caracterizaba y que no se perdía cuando nuestra existencia física llegaba a su fin. ¿No es curioso que todas las religiones del mundo, desde tiempos inmemoriales, hayan apoyado la creencia en eso que conocemos como alma?
La chica escuchaba las palabras que le decía aquella completa desconocida, pero seguía teniendo un nudo en la garganta que le impedía poder hablar.
—Mis superiores son los encargados de salvaguardar el correcto retorno de las almas a su estado original —continuó Shen aprovechando que las palabras de Óscar habían conseguido abrirle los ojos—. Yo solo soy una guardiana que trata que nada se tuerza desde el momento en el que llega un alma a nuestra jurisdicción.
Irene levantó los ojos del suelo y la volvió a mirar, aún incapaz de asimilar todo lo que estaba sucediendo. Su interlocutora parecía contar todo aquello con tanto convencimiento que era difícil distinguir qué era verdad y qué no. Nunca había sido supersticiosa y ni mucho menos había creído en ningún suceso paranormal que no tuviera demostración científica. Sin embargo, las palabras de aquella mujer relatando el primer encuentro que Óscar y ella habían tenido tambaleaban todas sus creencias.
—Nunca involucramos a un alma a nuestro cargo en ningún asunto terrenal pero... Esta vez hay demasiadas vidas en juego y Óscar tiene cierta información que nos puede ser de utilidad para evitar que atenten en Madrid —continuó hablando la muchacha—. Solo mirando las noticias de hoy verás que los ataques que se han producido en otras ciudades de Europa no son simples sucesos aislados... Madrid también se unirá a esa lista en cuestión de horas si no lo evitamos.
—Sigo sin entender qué tengo que ver yo en todo esto... —Irene consiguió vencer por un momento aquel estado de shock que le impedía pronunciar palabra alguna.
—Necesitamos contar con el dispositivo de un agente de la Unidad para poder hacer un seguimiento del localizador que le robaron a Óscar y desmontar la organización que hay detrás de esos ataques —los ojos de Shen reflejaban una seguridad y determinación que verdaderamente sobrecogía.
—Podíais haber escogido a alguien que estuviera menos implicada en todo esto... —apuntó la chica dejando caer la cabeza sobre las manos.
—Precisamente por lo que te toca el asunto eres la persona ideal, Irene —le confesó su interlocutora—. Supongo que querrás que la muerte de Óscar no haya sido en valde...
—No me puedo creer que todo esto esté pasando... —se derrumbó de nuevo Irene. Aquello la estaba superando.
—Venga, Irene... ¡Reacciona! —Shen sabía que el tiempo estaba pasando en su contra y no podía permitirse que la muchacha la retardara más de la cuenta—. ¡El mundo no se acaba en ti y en tus seres queridos! ¡Hay otras vidas en la cuerda floja!... ¿Es que no te das cuenta?
—¡Claro que lo sé! —gritó ella mirándola con resentimiento—. Pero creo que es completamente comprensible que me cueste asimilar que estés hablándome de Óscar como si él no estuviera ahora mismo en un maldito féretro.
Durante unos segundos Shen se quedó callada. Debía andar con cautela si quería evitar que Irene se cerrase en banda y no quisiese colaborar.
—Desgraciadamente no serás la primera ni tampoco la última en perder a alguien querido —le dijo en apenas un surruro perdiendo la mirada en algún punto del suelo—. Yo misma he perdido la cuenta de las veces que he visto morir a gente cercana a mí... Pero créeme que lo peor no es eso... Lo que verdaderamente te hiela por dentro es ver cómo a una de esas personas tan importantes en tu vida le arrebatan lo único que la hacía irremplazable...Su alma...
De nuevo se creó un incómodo silencio entre ellas que acabó rompiendo la propia Irene:
—¿Se puede perder el alma? —preguntó ella sin terminar de comprender todo ese mundo paralelo que aquella extraña le estaba describiendo.
—Sí —le contestó Shen sin desviar la vista del pavimento.
—¿Y se puede saber qué clase de error debes cometer para que acabe pasando eso?
La muchacha asiática no pudo evitar sonreír ante aquel tono de decepción que se había dejado entrever en la voz de Irene.
—Ese error que mencionas solo se puede llamar de una manera: de-ses-pe-ra-ción —le respondió enfatizando esa última palabra.
Se volvió hacia ella y vio que la miraba con el ceño fruncido.
—Lo mismo que es difícil para la gente decir adiós a alguien que deja este mundo físico para siempre, también lo es, y mucho, para los que se marchan y ven que no podrán volver con esas personas con las que han compartido su vida —continuó explicándole Shen—. No es algo en lo que uno se pone a pensar todos los días pero esa es la rutina de las almas acaban de abandonar su vida anterior.
—Pero por mucho que se pase mal en esa situación poco les puede ocurrir...
—Ese es el error que todo el mundo comete... —le respondió la muchacha volviendo a sonreír—. Pero la realidad no es esa. Si pierdes el alma te esfumas como si nunca hubieras existido... Dicen incluso que se borran los recuerdos que tienen los vivos de esa persona. ¿Hay algo peor que eso?
—¿Y quién es el que puede provocar tal cosa? —De forma instintiva Irene pensó inmediatamente en Óscar y se preocupó por las locuras que aún muerto pudiera seguir cometiendo.
—Pues bastante sencillo... O ellos mismos cuando toman una decisión errónea que les lleve a acercarse más de la cuenta al mundo físico o yo misma al dispararles con esta preciosidad...
Shen extrajo su Reina de la parte trasera de su pantalón y la dejó reposar sobre su palma de la mano para que Irene la pudiera ver.
—Por cómo lo dices supongo que no es una pistola cualquiera... —le respondió la muchacha sin apartar la mirada del arma.
Shen soltó una pequeña risa, disfrutando del punto de conversación al que habían llegado:
—Supones bien —le confirmó ella mientras cogía la pistola y apuntaba directamente hacia el pelirrojo—. Si lo quisiera, podría dispararle a Óscar en este mismo instante y su alma desaparecería en cuestión de segundos y puede que hasta todos esos recuerdos que habéis compartido juntos.
Irene la miró esperando que aquello solo fuese un simple ejemplo y nada más.
—De hecho... Ahora que lo dices... —la sonrisa de Shen se amplió aún más, le quitó el seguro a la pistola y apuntó con decisión hacia el agente—. ¿Cuánto vale para ti el alma de tu querido Óscar?
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