Capítulo 22: Hurgando viejas heridas

CAPÍTULO 22: HURGANDO VIEJAS HERIDAS

Nada en este mundo debe ser más tremendo que los escombros de un hombre.

 Gabriel García Márquez

El cielo de Madrid estaba en llamas cuando Shen y yo nos dirigíamos hacia el cementerio. Ni siquiera la nube de contaminación que se asentaba sobre la ciudad podía difuminar aquellas tonalidades rojizas tan intensas. Parecía haberse puesto de acuerdo con lo que estaba sucediendo en el resto de Europa y es que varios ataques habían estallado en otras capitales dejándolas bañadas en fuego, humo y lágrimas.

Shen se había empeñado en comprar un mapa mundi tamaño póster para poder señalar los puntos donde se habían producido atentados aquella mañana. Además, todos los pins que utilizó contaban con una pequeña pantalla digital donde se encargó de escribir el número de fallecidos de cada ciudad.

No necesitábamos escuchar las noticias para saber las cifras. Teníamos una especie de sensor interno que nos lo decía con mayor exactitud que cualquier noticiero.

Yo simplemente me limité a mirarla. Parecía estar llevando a cabo un ritual con una solemnidad que me resultó extraña en ella. Sus dedos finos y alargados acariciaban la superficie del mapa con delicadeza como si aquel pedazo de papel fuera lo más valioso del mundo. Se había recogido el pelo en una coleta alta desecha, por lo que pude contemplar perfectamente su rostro mientras iba deteniéndose en las distintas ciudades: Londres, Berlín, Roma, París, Bruselas… De momento en Madrid no habíamos notado nada extraño, pero ambos teníamos el horrible presentimiento de que no tardaría en unirse a la colección. 

Apenas nos habíamos dirigido unas cuantas palabras aquel día, solo lo justo y necesario. Los dos estábamos perdidos en nuestros pensamientos y nuestra mente estaba bien lejos de mi apartamento. Concretamente la mía aún seguía en la cafetería de aquella mañana y en la repentina marcha de mi vecina. Sabía que la muchacha trabajaba en la Unidad de Emergencias de Madrid por la información que me había dado el códice cuando buscaba al alma 459F. Ese aviso en su localizador podía estar perfectamente relacionado con algún incidente registrado en la capital al igual que había sucedido en otras ciudades europeas. Pero entonces, ¿por qué nosotros no éramos capaces de detectar ningún aumento brusco en el número de almas? Sin embargo, lo que más me preocupaba era la maldita "L" de su pulsera. ¿Qué clase de vínculo le unía a Lázaro? ¿de verdad detrás de esa apariencia sincera y despreocupada se podía esconder alguien así? ¿Era mi vecina la tal Julia Márquez de la tumba 459F? Una vez más todo acababa reducido a un repertorio de preguntas sin respuestas del que yo ya estaba colmadamente harto.

Además, mi antes espontánea y atrevida compañera parecía haberse sumido en un estado de oración por aquellas nuevas almas y ni siquiera contaba con sus recurrentes comentarios para hacerme olvidar, al menos durante unos instantes, esas preguntas que deambulaban por mi mente.

Durante nuestro viaje al cementerio en mi moto sentí sus brazos alrededor de mi cintura pero como si fueran los de una estatua. Antes de marcharnos le había dado incluso la opción de quedarse en mi apartamento al verla tan apagada, pero ella la rechazó sin darme mayores explicaciones. Así era Shen pero, por primera vez, su actitud no me molestó. Todo lo contrario, me permitió darme cuenta  de que debajo de aquella apariencia de mujer de carácter y sin reparos se escondía un alma sensible y completamente consciente de todo lo que teníamos entre manos. Su humor irónico y sus alardes de seguridad eran una mera tapadera con la que pretendía hacer ver que nada podía afectarle. Sin embargo, aquella llegada masiva de almas al purgatorio le había tocado de lleno y no había podido evitar mostrarse como de verdad era, aunque me tuviera a mí de testigo.

Sabía que utilizaría nuestro camino al cementerio para volver a restaurar esa coraza que había quedado hecha añicos por los acontecimientos de esa misma mañana y no me equivoqué.

Se bajó de la moto sin darme tiempo siquiera a apagar el motor. Era como si en ese momento fuera ella la que se sintiera incómoda con mi presencia aunque tampoco le di mayor importancia a aquello. Mi atención se centró automáticamente en el bullicio que se agolpaba en la entrada del tanatorio localizado a escasos metros de la puerta principal del cementerio.

Sin duda debía haber fallecido alguien relativamente importante para reunir a todas esas personas en tan gélido día. Era esa opción o que se tratase de alguien muy querido en su entorno. 

Shen y yo ignoramos aquello sin darle mayor importancia y nos dirigimos a nuestro puesto de trabajo. De nuevo Ernesto seguía allí y supe que me aguardaba otra noticia. Deseé que no tuviera nada que ver con Lázaro. Ya había tenido bastante durante los últimos días. 

—¿Quién diablos es esta? —se sorprendió el vigilante del anterior turno. Él no era como nosotros. Solo se trataba de un hombre normal y corriente con un trabajo remunerado como cualquier otro. Ni siquiera creía en las almas, un punto muy a su favor para poder cumplir con sus tareas en un cementerio—. ¿No me digas que te has traído a tu novia para hacerle una visita turística?

—Déjate de tonterías, Ernesto —le respondí con seriedad—. Ella es Shen y es la nueva vigilante que me acompañará durante el turno de noche. Así lo han querido los de arriba. —Podía referirme con claridad a mis superiores que él siempre los asociaría a la empresa mundana que dirigía las instalaciones. Era completamente desconocido para él que sus jefes en realidad estuviesen manipulados por alguien de fuera que ni siquiera vivía en el mundo mortal.

—No te fastidia...Yo también necesito una acompañante así, ¿dónde hay que presentar la solicitud? —se quejó Ernesto mirando de arriba a abajo a Shen con una sonrisa boba en la cara.

—Nunca me dijiste que teníamos compañeros tan graciosos, Frontera —intervino ella siguiéndole el juego.

—Frontera es un tipo de pocas palabras muchachita. Si algún día quieres algo más de conversación ya sabes dónde estoy —le contestó el vigilante haciéndose el interesante.

Suspiré con resignación y cambié el tema hacia algo de mayor relevancia:

—Y hablando de compañía...esta noche parece que no estaremos tan solos por aquí —dije mientras volvía la mirada hacia el tanatorio.

—Según me han dicho, ha fallecido un joven agente de la Unidad de Emergencias mientras estaba en servicio por un tiroteo que ha habido esta misma mañana en el distrito 037 —me informó Ernesto.

Cuando escuché "Unidad de Emergencias" solo pude pensar en una persona. ¿Por qué aquella muchacha siempre tenía que estar implicada en cada cosa que me sucedía desde que apareciera por primera vez en el rellano de mi casa? ¿Estaba tan obsesionado con eso que ya veía coincidencias donde no las había?

Solo tenía una forma de averiguarlo y aquella vez estaba solo a unos metros de distancia.

—Shen, ¿te importa ir entrando? Voy a pasarme un momento por el tanatorio, pero no tardaré mucho.

—Por supuesto. Ya me enseñaste ayer las instalaciones y creo que no me perderé —me respondió la Shen segura e independiente de siempre.

—Vamos pero que yo también me puedo quedar un rato con ella y así seguro que esta  preciosidad no se nos extravía —se apresuró a intervenir Ernesto guiñándole un ojo.

Era la primera vez que conocía aquella faceta del vigilante y no me gustaba lo más mínimo. Sin embargo, sabía cómo se las traía mi compañera y estaba seguro de que no se cortaría ni un pelo en pegarle una buena patada en sus partes si osaba sobrepasarse con ella. Así que, sin mayores remordimientos, los dejé solos y me dirigí hacia el tanatorio.

Entré allí sin levantar sospecha alguna como era más que evidente entre tanta multitud. No me fue difícil dar con la sala en la que se encontraba el cuerpo del agente pues algunos de los de los asistentes aún llevaban el uniforme de la Unidad de Emergencias. Aunque era de color azul marino la mayor parte del atuendo, este se encontraba surcado por algunas líneas naranja fosforescente que lo hacían claramente identificable. De ese mismo tono eran el escudo de la Unidad que tenían sobre el hombro derecho así como las letras de la parte trasera de la chaqueta en la que se especificaba el nombre de alguna de las cuatro Brigadas.

Me bastó solo escuchar un poco de sus conversaciones para saber que a la mayoría de los allí presentes les invadía la consternación y en cierta forma también la incredulidad. Se notaba que todos admiraban la dedicación que había mostrado el joven durante sus años en la Unidad, es más, estaban convencidos de que hubiera llegado a jefe de sección en un par de años a pesar de su corta edad. A ninguno se le ocurrió pensar que el destino de aquel agente fuera a acabar con él tan pronto.

No pude evitar acordarme de mi propio funeral, al que ni siquiera pude asistir. Ya me habían "reclutado" para formarme como guardián pero me permitieron verlo a distancia como si de una simple película se tratase. 

Mis superiores iban de buenos y redentores pero detalles tan sencillos como dejarme estar entre mis familiares y amigos por última vez parecía una petición imposible de cumplir. Solo se limitaron a llevarme ante una enorme pantalla en la que se iba proyectando una retransmisión del evento. Tuvieron por lo menos el detalle de dejarme solo para poder contemplar aquello con cierta intimidad. 

El recuerdo de esa sala blanca e insípida con un pequeño sofá del mismo color y una pantalla casi tan grande como su propia pared era una de las pocas cosas que conservaba en mi memoria después de haber fallecido. Quizás el motivo de que me acordara tan nítidamente de la escena pudo deberse al impacto que me supuso ver a la gente que quería llorar desconsoladamente por mi pérdida. Mi madre apenas podía mantenerse en pie, mi padre a su lado, tratándole de dar algo de consuelo con el rostro completamente bañado por las lágrimas. Fue mi hermana pequeña la única que supo mantener la entereza ante aquella difícil situación saludando a las personas que habían acudido a darme el último adiós. Lau, siempre tan servicial y agradable con todos. De vez en cuando se ausentaba disimuladamente al baño para soltar toda la pena que había guardado dentro. Aquello me rompió el corazón en mil pedazos y en ese momento, en mitad de un velatorio de un completo desconocido, supe que pese a haber pasado casi cincuenta años tratándolo de arreglar aún quedaban grietas que amenazaban con volverlo a resquebrajar por completo.

En aquella ocasión pude ver su dolor a través de una pantalla inerte pero en ese instante, en el funeral de un tal Óscar Garrido, era cuando de verdad estaba experimentando lo que se sentía al estar rodeado de gente apenada por la muerte de un ser querido. Sus lágrimas se convirtieron en la de mis familiares y amigos, sus rostros adquirieron rasgos conocidos para mí y sus palabras dieron voz a las que no pude escuchar por mí mismo el día de mi velatorio.

Poco a poco me fui olvidando del objetivo que me había llevado hasta aquel lugar y perdí la noción del tiempo y del espacio.

—¿Gabriel? —una voz suave y familiar consiguió devolverme al mundo real.

Levanté la vista y no pude ver con nitidez. En ese momento me di cuenta de que mi imaginación había llegado demasiado lejos y que los recuerdos habían conseguido nublarme completamente la razón. Por primera vez en mucho tiempo, volví a sentir lo que era tener los ojos repletos de lágrimas. Pero lo peor de todo es que ni siquiera podía fiarme de la información que ellos me estaban transmitiendo sobre la figura que había delante de mí. 

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