02- Fiesta de despedida.
Dos días antes de abandonar Ourense, Ana organizó una fiesta en casa para que sus hijos pudieran despedirse de todos sus amigos. Ninguno de los dos estaba especialmente emocionado por ello, hubieran preferido no tener que decir adiós.
Hugo sentía que estaba dentro de una pesadilla, y lo que más deseaba era despertar. No obstante, las cajas por todas partes y aquella maldita fiesta le gritaban que todo era real y que, por más que se pellizcara, su nueva vida estaba a punto de comenzar.
Los hermanos Vieira se encargaron de poner los aperitivos para los invitados en la mesa que tenían en el salón y, cuando estaban a punto de terminar, el pequeño de ellos le preguntó al mayor:
—¿Ya no hay vuelta atrás?
Javier negó con la cabeza.
—Papá ya ha firmado el contrato.
—¿Y no se puede romper? —cuestionó con desesperación.
—Papá no va a rechazar ese trabajo, y tampoco va a irse a Málaga sin nosotros. —Revolvió la melena del pequeño con cariño—. Tenemos que despedirnos de nuestros amigos, pero volveremos a verlos —le aseguró.
Hugo intentó sonreír, tenía que aceptarlo.
Sofía llegó la primera y saludó a su cuñado con cariño, también lo extrañaría a él. Luego saludó a su suegra, con quien mantenía una relación muy especial, y, por último, abrazó a Javier mientras aguantaba las ganas de llorar.
Ana los miraba con los ojos llorosos, sintiendo que estaba condenando al fracaso a una pareja preciosa. Deseaba estar equivocada, adoraba a Sofía y quería que su hijo y ella continuaran juntos durante mucho tiempo, pero consideraba que la distancia es un problema. Ese último pensamiento fue el motivo por el que decidió junto a su marido que todos se mudaran a Málaga: evitar que la distancia arruinara su matrimonio.
—Se ven tan lindos juntos —les dijo cuando se separaron—. Tenéis que ser muy fuertes y luchar por vuestra relación.
—Estamos preparados —contestó la chica por ambos y recibió un beso en la frente por parte de Javier—. E intentaremos vernos siempre que sea posible.
—Claro, a Málaga puedes venir cuando quieras.
—Muchas gracias, Ana.
Los amigos de Hugo llegaron poco después y se sentaron junto a él formando un círculo en la alfombra del salón. Entonces, empezaron a rememorar miles de anécdotas que habían vivido juntos.
—¿Os acordáis cuando Hugo marcó un gol en el último minuto del partido contra 6ºA? ¡Ganamos gracias a él! —señaló uno de sus amigos.
Aquella victoria fue muy satisfactoria para la clase de 6ºB —de la que Hugo formaba parte el año anterior—, porque, aunque ninguno tenía muy claro el motivo, existía cierta rivalidad entre los alumnos de esta clase y 6ºA.
—¡Fue increíble! —opinó Marcos.
—Sin Hugo vais a perder todos los partidos —habló Sara, la mejor amiga de este—. Ninguno de vosotros juega mejor que él.
El comentario no le sentó mal a ninguno de los presentes, al contrario, todos asintieron y miraron a Hugo con tristeza. Sin él nada sería igual.
Los amigos de Javier llegaron un poco más tarde con un regalo, era un lienzo de gran tamaño con una foto en la que salían todos. Javier no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, aunque las limpió con rapidez. Nunca lloraba en público.
—Para que siempre te acuerdes de nosotros.
—Lo colgaré en mi nueva habitación —aseguró el moreno.
Después de cuatro horas, los únicos que quedaban en la fiesta eran Marcos, Sara y Sofía. Los dos primeros junto a Hugo en el salón, y la última con Javier en el jardín.
Marcos se levantó y miró a Sara.
—Mi madre está en la puerta, ¿quieres que te llevemos a tu casa? —le preguntó.
—No, voy a irme un poco más tarde —contestó y miró a Hugo con una sonrisa, por fin iba a quedarse a solas con él.
—Vale —dijo Marcos, desilusionado.
Hugo se acercó a su mejor amigo y lo abrazó con fuerza.
—Te voy a echar mucho de menos —le aseguró aguantando las ganas de llorar.
—Yo a ti también.
—No me olvides —pidió Hugo y esta vez no pudo retener las lágrimas.
—Nunca.
Se abrazaron con más fuerza, les dolía porque sabían que probablemente aquel fuera el último abrazo que se dieran, al menos el último hasta que pudieran volver a hacerlo dentro de mucho tiempo.
Finalmente, Marcos se fue y Hugo y Sara se quedaron solos. La chica tragó saliva y se armó de valor, era ahora o nunca.
—Hugo, tengo que confesarte algo antes de que te vayas.
—¿Qué pasa?
—Me gustas —dijo y agachó la cabeza, avergonzada—. Debería habértelo dicho antes, lo sé, pero no sabía cómo.
Hugo no podía creerlo, ¡le gustaba a Sara! A la chica con la sonrisa más bonita del mundo, la chica por la que llevaba coladito toda la vida. Nunca se atrevió a decírselo, pensaba que eran muy pequeños para tener una historia de romance, y tampoco quería que su amistad se viera afectada.
—¿Por qué me lo cuentas ahora? —le preguntó.
—Quería que lo supieras. —Mordió el interior de su mejilla, estaba nerviosa—. ¿Tú nunca has sentido nada por mí?
—Eso ya da igual, me voy a la otra punta de España.
Sara aguantó las ganas de llorar.
—Pero quiero saberlo.
—También me gustas —confesó—. Eres la chica más guapa e inteligente que conozco, con la que siempre imaginé mi primer beso.
Las últimas palabras del chico fueron suficientes para que Sara se acercara y lo besara con dulzura. Un beso que siempre recordarían.
—Ahora siempre seré la chica que te robó el primer beso —dijo cuando se separaron y no pudo aguantar el llanto.
Hugo la rodeó con sus brazos, intentando calmarla.
—No quiero que estés triste —le susurró.
Estuvieron juntos hasta que el padre de Sara vino a recogerla. La fiesta de despedida había terminado, lo siguiente era viajar hasta Málaga y empezar una nueva vida.
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