01- Momentos, circunstancias y decisiones.

Hay momentos, circunstancias y decisiones que lo cambian todo en apenas segundos. En el caso de Hugo, el momento en el que se enteró de que, debido a las circunstancias, sus padres habían tomado una decisión: se mudaban.

Ocurrió a principios de diciembre, justo cuando el chico, de apenas doce años, llegaba a casa después de pasar toda la tarde jugando al fútbol con sus amigos.

—¡Deberíais habérmelo contado antes! —Aquello fue lo primero que escuchó, era su hermano.

—Estaba esperando que fuera algo seguro —contestó su padre.

Hugo entró en el salón y miró a ambos con el ceño fruncido, Javier nunca le levantaba la voz a su padre, ¿por qué estaba gritándole y parecía tan enfadado?

—¡No nos has tenido en cuenta! —se quejó el mayor después de ver que su hermano había llegado—. ¿Te has enterado, Hugo? ¡Nos mudamos dentro de dos semanas a la otra punta de España!

La rabia se había apoderado de él, por lo que no fue consciente de que aquella no era la mejor forma en la que su hermano recibiera la noticia. Solo quería un aliado, alguien que le ayudara a convencer a sus padres de que no podían marcharse; sus vidas estaban en Ourense.

—¡Javier! —le reprendió Ana, su madre, y, tras esto, se acercó a su hijo pequeño—. Cariño, te lo íbamos a contar.

«Nos mudamos», se repetía una y otra vez en la cabeza de Hugo. No lo entendía, ¿se iban a vivir a otra casa?, ¿por cuánto tiempo?

—¿Por qué? —preguntó en mitad de su aturdimiento.

—Papá ha encontrado un trabajo muy bueno en Málaga y tenemos que irnos con él.

Los ojos de Hugo se aguaron y miró a su hermano, que negó con la cabeza y salió de allí, escuchándose un portazo poco después. Entonces, el pequeño centró su atención en Diego, su padre.

—¿Y si buscas un trabajo mejor aquí? —cuestionó a modo de súplica.

—Las cosas no son tan fáciles, Hugo.

—Pero... —Agachó la cabeza antes de decir nada, se sentía impotente, no quería aceptar que aquella fuera la única opción.

Salió corriendo de allí y fue directo a la habitación de su hermano, entrando sin llamar y encontrándolo tumbado sobre su cama con la mirada perdida en el techo.

—Déjame solo —pidió el mayor.

—¿Si nos vamos, no veré nunca más a mis amigos?, ¿tendré que cambiar de instituto? —cuestionó ignorando lo que acababa de decirle su hermano.

Javier no contestó, la rabia que sintió hace unos minutos se había convertido en angustia y miedo. Sobre todo, miedo de perder a Sofía, la chica con la que llevaba saliendo un año y medio. Estaban acostumbrados a verse casi a diario, a cenar juntos los sábados y a ver una película los domingos, ¿serían capaces de tener una relación a distancia?

—¿Estás bien? —le preguntó Hugo—. ¿Por qué no quieres hablar conmigo?

—No estoy para hablar, enano —habló con cariño e intentó sonreír—. Más tarde, ¿vale?

Hugo asintió con indignación y lo dejó solo, tal y como le pidió en un principio. Decidió volver al salón para que sus padres le resolvieran todas sus dudas, sin embargo, se detuvo detrás la puerta cuando los escuchó hablando.

—Necesitamos el dinero —le dijo Diego a su mujer—. Es un contrato de cuatro años que nos va a cambiar la vida a mejor.

—Lo sé. —Ana suspiró.

—Tranquila, todo irá bien y los niños harán nuevos amigos.

—¿Y qué pasará con Javier y Sofía?

Antes de que Diego pudiera responder, Hugo entró en el salón aguantando las ganas de llorar. Era verdad, se mudaban. Dentro de dos semanas estarían lejos de su casa, de sus familiares y de sus amigos.

El chico de pelo castaño y ojos café sintió que el pecho se le encogía. Él no sabía cómo hacer nuevos amigos, de hecho, rara vez iniciaba una conversación con un desconocido. Los chicos y chicas que habían compartido clase con él durante primaria eran sus amigos, lo habían sido siempre y no tenía que preocuparse por caerles bien porque ya lo hacía. Lejos de Ourense solo podía imaginarse solo.

—¿Me puedo quedar con la abuela? —se le ocurrió preguntar, tenía que intentarlo.

Ana y Diego se miraron con preocupación.

—Hugo, te aseguro que no será para tanto —habló Diego—. Vamos a vivir en una casa muy bonita, ¡y la playa queda muy cerca!

—Pero mis amigos viven aquí...

—Puedes quedar con ellos cuando vengamos a ver a la abuela —le dijo su madre.

—¿Cada cuánto tiempo?

Ana miró a su marido, no sabía qué responder para no hacerle daño a su hijo. Ella tampoco quería irse, no obstante, comprendía que aquello era necesario.

—En vacaciones —respondió Diego por ella.

La primera lágrima salió del ojo derecho del pequeño y la limpió con rapidez.

Hugo llegó al instituto al día siguiente y recorrió los pasillos con desgana. Estaba muy triste y apenas había dormido durante la noche, todavía no podía creer que pronto dejaría de asistir a aquel edificio. En realidad, todavía se estaba acostumbrando a este, pues llevaba poco más de dos meses siendo alumno de secundaria. No estaba siendo muy difícil para él porque siete de sus antiguos compañeros cayeron en su nueva clase, incluyendo a Marcos, su mejor amigo; pero, aun así, los cambios nunca habían sido de su agrado, era un chico al que no le gustaba salir de su zona de confort.

Sacó los materiales necesarios para la clase de matemáticas, aunque de nada le sirvió, no era capaz de prestar atención, ¡y eso que era su asignatura favorita!

—¿Te pasa algo? —le preguntó Marcos en voz baja.

Llevaban casi diez años siendo amigos y se conocían a la perfección, así que no fue difícil para Marcos percatarse de que algo no iba bien.

—Me voy a vivir a Málaga —susurró en respuesta y sin mirarlo, pues sabía que, si lo hacía, acabaría llorando—. Me enteré ayer.

—¿Me estás vacilando?

—Ojalá... —Suspiró—. Mi padre ha conseguido trabajo allí.

—Joder... —maldijo—. ¿Cuándo te vas?

—Dentro de dos semanas.

La profesora de matemáticas los mandó a callar y ambos asintieron, avergonzados. No obstante, Marcos volvió a hablar en cuanto vio que la profesora dejó de prestarles atención.

—No puedes irte.

—Parece que no tengo otra opción.

***

Javier le mandó un mensaje a Sofía la noche anterior diciéndole que tenía que contarle algo. La seriedad con la que lo hizo provocó que la chica se pusiera muy nerviosa, temía que se tratara de algo malo.

Habían quedado a la hora del recreo para hablar, ya que, aunque ambos cursaban segundo de bachillerato, no estaban en la misma clase. Sofía se sentó en un banco a esperarlo y, cuando este llegó, la saludó con un beso en la mejilla en lugar de en la boca.

Eso provocó que se preocupara mucho más.

—¿Vas a dejarme?

—No, no podría hacerlo. —Humedeció sus labios, estaba tan nervioso que apenas producía saliva—. Preferiría que lo hicieras tú.

—¿Qué? —cuestionó ella con incredulidad, ¡le estaba pidiendo que lo dejara!—. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Qué has hecho? ¿Te has liado con otra? ¿Es eso?

—Sofía, relájate. No, no me he liado con nadie.

—Entonces, ¿de qué va todo esto?

—Mi padre ha conseguido trabajo en Málaga y nos mudamos en dos semanas.

—Estás mintiendo —aseguró ella con el corazón latiendo a toda prisa. Javier negó con la cabeza—. Y quieres que lo dejemos para poder liarte con otra allí, ¿no?

—No digas tonterías, por favor.

Sofía rompió a llorar y Javier se acercó para rodearla con sus fuertes brazos. No soportaba verla llorar, y menos por su culpa. Cuando se calmó, la separó con cuidado para mirarla a los ojos y le dijo:

—No quiero perderte, quiero estar contigo, Sofía. —Acarició la mejilla de la chica con su pulgar—. Para mí la distancia no será un problema, te amo con o sin ella.

—¿De verdad? —le preguntó y su novio asintió—. No podrá con nosotros.

Se besaron y prometieron que la distancia no rompería lo que había entre ellos. Ambos sabían que no sería fácil y que sufrirían muchísimo, pero estaban dispuestos a intentarlo. 




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