Capítulo único.
No puedo imaginar un mundo sin ti, esas palabras seguían resonando en la cabeza de la rubia. ¿Acaso le había confesado algo? O, ¿solo es producto de su imaginación?
Era extraño que Hipo se expresara así de ella, nunca lo hacía. Era muy cerrado en cuanto a ese tema, y de ser sinceros, ella también.
Astrid siempre negaba cada que le hicieran insinuaciones de ella e Hipo, y él simplemente evadía el tema; pero ahora, era diferente.
Astrid corría peligro de muerte, y era algo que Hipo no podía soportar. Jamás hubiera entregado un dragón a cambio de nada, pero se trataba de la vida de su mejor amiga, y aunque se lo niegue a sí mismo, siente algo por ella, desde que era un niño.
—Es que... yo tampoco puedo imaginar un mundo sin ti —le sonrió. Aún no sabe cómo se armo de valor para decirle eso.
Habían pasado los días como normalmente. Hipo recordaba aquella vez que casi se moría de la preocupación. Aquella vez que Astrid se fue a pasear en la mañana sin que nadie se diera cuenta, y que por poco se ahoga en el mar.
¿Por qué tardaste tanto? Haberla escuchado hablar hizo que su corazón volviera a palpitar, estaba muy preocupado por ella, y pensar que casi la pierde, no lo soportaría.
A quien engañan estos dos. Aunque ambos se quieran hacer los fuertes y fingir que ya no sienten nada el uno por el otro... es inútil. Desde lejos se puede ver la gran química que tienen ambos. Las personas creen que son algo, sin ser nada.
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La rubia estaba sentada en la orilla del mar, admirando la belleza de luna que tenía en frente. La briza golpeaba su cara con suavidad.
—Es una bella noche, ¿no crees? —alguien habló por detrás de su espalda. Se sobresalto, pero después pudo reconocer aquella voz.
—Casi me matas del susto, Hipo.
—Lo siento, no quería asustarte —se sentó al lado de ella —Es una bella noche digna de aprovecharse.
—Lo sé, y pensar que por poco me la pierdo.
—Astrid, no digas esas cosas por favor —le dijo enojado.
—Por favor, Hipo, es solo un chiste, aparte, quiero que recuerdes que no todos somos eternos.
—Pero para que pensar en eso, falta mucho para nuestra partida —aún seguía molesto.
—Bueno, solo era un chiste, no veo el por qué molestarse —le dijo enojada.
— ¡Astrid, ¿no lo entiendes?! ¡No puedo ni pensarlo! ¡Lo único que quiero es olvidar ese tema! ¡De tan solo pensarlo siento que... —comenzó a bajar el tono de voz —. Siento que me muero —Astrid lo miró extrañada —. Lo siento, tengo que irme.
— ¡Hipo, espera! —pero era demasiado tarde. El castaño ya había desaparecido —. Por el amor de Thor —dijo tapando su cara con sus manos.
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— ¿Qué me está pasando, Chimuelo? —el dragón lo miraba confundido —. Es decir, es todo tan complicado. Otra vez mis dudas hacia lo que siento por Astrid, cuando después de años ya lo había olvidado.
Es verdad, cuando era pequeño estaba perdidamente enamorado de Astrid, pero conforme fue creciendo se fue olvidando de ese tema, pensando que ya había superado esa etapa, lo mismo pasaba con ella.
—Vamos a volar un rato, amigo —le dijo a Chimuelo.
Comenzaron a volar entre las nubes. Disfrutaba de un aire fresco. La noche era bella llena de estrellas y una enorme luna.
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—Tormenta, no sé qué hacer —caminaba desesperadamente de un lado a otro —. ¿Por qué todas estas dudas tienen que volver?
Seguía en la playa. No podía ir a su dormitorio, tenía muchas cosas que pensar y necesitaba de aire fresco para que su cabeza no explotara.
Sentía una presencia extraña, sentía que no estaba sola, pero estaba tan pensativa que no le tomo importancia. Tormenta había ido por unas cobijas, la noche ya estaba helando más y a su jinete no se le ocurriría irse de ahí por un largo rato, ya la conocía.
La rubia escucho como una rama se movió, y extrañada miró hacia atrás.
— ¿Tormenta? —pero alguien, con una especie de hoja con una sustancia extraña la durmió, y se la llevó.
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— ¿En serio no llego a dormir? —le preguntó a Patapez muerto de la preocupación.
—No, Hipo, pero es Astrid, muchas veces deambula a donde quiera.
—Sí pero es ext... —fue interrumpido por los gemelos.
—Hipo, tal vez lo que tenemos no te haga muy feliz —le dijo Brutacio con la mirada caída. Hipo miro a los gemelos atentamente, mientras que estos le entregaban la banda que Astrid siempre llevaba en la cabeza. Al parecer se le había caído.
—Y cerca de donde la encontramos estaba esto —le dijo Brutilda entregándole una flecha.
—Viggo —su enojo era tan grande que se desquito con esa flecha, ahora partida a la mitad —. Tenemos que salir lo más pronto posible... ¿Tormenta esta aquí?
—Sí, ella vino a avisarnos que no encontraba a Astrid —le respondió Patapez.
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Comenzaba a despertar. No sabía en donde estaba, ni recuerda nada de anoche. Lo único que recuerda era aquella extraña charla que tuvo con Hipo.
—Que dolor de cabeza —observó todo el lugar. Se encontraba en una celda llena de cajas —. ¡Hola! —gritó.
—Vaya vaya, que tenemos aquí —dijo muy sonriente.
—Viggo —musitó.
—Querida, eres bienvenida.
—Quiero que sepas que no te tengo miedo.
—Pobre rubia —carcajeo —. Y, ¿Qué vas a hacer? No tienes tu hacha ni a tu novio para defenderte —Astrid suspiro. Viggo junto con Ryker salieron de ahí.
Astrid pateo las rejas desesperada. Comenzaba a sentir claustrofobia ya que el lugar era demasiado reducido.
—Tranquila, Astrid, tranquila —se dijo a si misma mientras trataba de recuperar el aire.
Estaba perdiendo la esperanza. Habían pasado horas y ni un solo rastro de sus amigos.
—Te dije rubia, tus amigos ni se tomaron la molestia de venir por ti — dijo Viggo entrando. Sonrió malicioso y Astrid bajó la mirada.
— ¡Jefe, no atacan!
— ¿Quién?
—Hipo y su manada —le dijo Ryker. Astrid sonrió.
—No cantes victoria, niña, tu eres uno de los tantos sufrimientos de Hipo, no llegara fácil a ti, me eres muy útil —le amarro de las manos y la jalo hasta donde pudo.
Mientras tanto Hipo y los jinetes luchaban con todo lo que podían. Mientras los jinetes distraían a los esclavos de Viggo, Hipo buscaba en todos los lugares que podía a Astrid.
No estaba por ningún lugar, y regreso con los jinetes.
— ¿Qué creías, Hipo? ¿Creíste que fácilmente podrías salvar a tu noviecita? —Hipo frunció el ceño —. Un pajarito me dijo que ella no sabía nadar —acercó a la rubia a la orilla del barco, dispuesto a tirarla. Astrid comenzaba a cerrar sus ojos.
—Por favor, detente.
—A menos de que tengas una buena oferta la niña no muere ahogada o devorada por tiburones.
— ¡¿Cómo qué?! —preguntó alarmado.
—Tu furia nocturna —Hipo miró a Chimuelo.
— ¡No, Hipo! ¡No le des a Chimuelo, no por mí! —la historia se repetía. Tragó saliva.
—Está bien —Viggo sonrió victorioso. Hipo se acercaba cada vez más a donde estaba Viggo con Astrid, quien estaba apuntó de caer al mar. En eso, Viggo soltó a Astrid, y de no ser porque Hipo la alcanzo a sostenerla ella ya hubiera caído al mar —. Eres un traidor —dijo con dificultad. Tenía que hacer mucha fuerza si no quería que Astrid cayera.
—Si bueno, hay que aprender a no confiar en las personas.
— ¡Chimuelo, ataque de plasma! —le ordeno al dragón, quien de inmediato obedeció a su jinete.
Chimuelo rápidamente fue por Hipo y Tormenta por Astrid, tenían que salir de ahí cuanto antes.
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Salieron de ese lugar. Astrid ya estaba sana y salva.
Otra vez era de noche, y miraba alrededor de la orilla del dragón, sintiéndose afortunada de estar en casa y no en ese horrible lugar.
Sintió paso atrás de sí, pero esta vez no lo paso desapercibido. Tomo su hacha inmediatamente y apuntó hacia lo que venía atrás de ella. Al darse cuenta quien era, la bajo.
—Como siempre asustándome —le dijo riendo.
—Eh, sí, bueno, ya sabes mi labor —le sonrió —. Esto es tuyo —le entrego su banda. Ella le sonrió agradecida y se la coloco.
—Te quería agradecer de verdad...
—No, antes que nada quiero pedirte una disculpa, por aquella noche, pero como ya te lo dije, no puedo imaginar un mundo sin ti. —Astrid le sonrió, y simplemente lo abrazó tan fuerte como pudo.
La gente no se equivocaba, entre ellos hay algo, a pesar de que aún no hay nada a la vista.
Fin
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