💠Capítulo 34💠

(Narra Barbi)

El aire se sentía denso mientras caminaba hacia la discoteca Momento, como si el sol que lentamente se desvanecía en el horizonte estuviera arrastrando consigo toda la esperanza del día. Mi corazón latía desbocado, cada paso que daba me acercaba a un abismo desconocido, un lugar donde las sombras eran más profundas y la luz del día apenas rozaba la superficie. No había vuelta atrás. La vida de Carlos estaba en juego, y yo era la única que podía salvarlo.

Al acercarme a la puerta trasera de la discoteca, me invadió una oleada de recuerdos. Era la misma entrada por la que Paola había entrado la primera vez, cuando todo esto comenzó. Pensé en lo irónico que era que ahora fuera yo la que atravesara esos mismos pasillos, pero en circunstancias tan distintas. La puerta se abrió con un chirrido metálico, y me encontré frente a dos hombres corpulentos, los seguratas que, según me había indicado la voz distorsionada del video, estaban allí para guiarme.

El interior de la discoteca era una espiral de decadencia y corrupción. A pesar de ser de día, la penumbra dentro del lugar era sofocante. Las luces tenues y parpadeantes apenas iluminaban los rostros de aquellos que merodeaban por los pasillos. El silencio exterior contrastaba con el caos contenido en cada rincón de este antro. Mis pies resonaban en el suelo, pero el sonido se perdía rápidamente en el eco de la música que vibraba a lo lejos, una mezcla discordante que parecía provenir del mismísimo infierno.

A medida que avanzábamos, los seguratas a cada lado mío, no podía evitar girar la cabeza y ver lo que se ocultaba en las sombras. Lo que vi me revolvió el estómago. Había hombres intercambiando pequeñas bolsas de polvo blanco con manos temblorosas. En una esquina, una mujer joven, con la mirada perdida y la ropa hecha jirones, se apoyaba contra una pared mientras otro hombre se inclinaba hacia ella, susurrándole algo que la hacía reír de manera forzada. Era obvio que estaba drogada, fuera de sí, y él estaba aprovechándose de su estado.

Seguí caminando, apretando los puños para no dejar que la desesperación me paralizara. Unos metros más adelante, una puerta entreabierta dejaba ver un par de figuras en plena transacción, un intercambio rápido de dinero y drogas que se desarrollaba con la frialdad de una rutina diaria. Mi estómago se revolvió de nuevo. Nunca había visto algo tan crudo, tan brutalmente honesto en su deshumanización.

En otro pasillo, alcancé a ver lo que solo podía describir como una escena de completa depravación. Varias personas, ajenas al mundo exterior, estaban sumergidas en actos sexuales sin la menor intimidad, como si fueran bestias en lugar de seres humanos. La prostitución era palpable, un negocio del que nadie hablaba, pero que todos aquí sabían que existía. Las miradas vacías, los cuerpos apenas conscientes, todo me golpeaba como un puñetazo en el estómago. Mi respiración se aceleró, el miedo y el asco se mezclaban dentro de mí, formando un cóctel venenoso que me empujaba al borde del pánico.

Carlos. Tenía que concentrarme en Carlos. Todo esto estaba sucediendo porque alguien tenía a mi hermano, alguien que quería algo de mí, y no podía permitirme flaquear ahora. Mientras los seguratas me llevaban más adentro en el laberinto oscuro de la discoteca, mi mente no dejaba de imaginar lo que podrían estar haciéndole. Estaba sola en este infierno, sin nadie a quien recurrir. Massimo había querido acompañarme, pero sabía que tenía que enfrentar esto por mí misma. Pero eso no hacía que el miedo fuera menos abrumador.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegamos a una puerta pesada al final de un corredor que olía a humedad y descomposición. Los seguratas se detuvieron y uno de ellos me hizo un gesto para que entrara. Tragué saliva, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba aún más, y empujé la puerta.

La sala estaba vacía. Las paredes desnudas reflejaban una luz tenue que apenas iluminaba el centro de la habitación. Me giré, esperando ver a alguien, pero los seguratas ya no estaban. El silencio era ensordecedor. Estaba completamente sola.

Di un paso hacia adelante, mi corazón martilleando en mis oídos. Me envolvía una sensación de desasosiego, como si las paredes se fueran cerrando a mi alrededor. Entonces, de repente, oí un ruido detrás de mí. Me volví rápidamente, y ahí estaba, emergiendo de las sombras como un espectro.

Pero no era un espectro, era una persona. Y la reconocí al instante, aunque mi mente se negaba a aceptarlo.

(Narra Massimo)

Mi corazón latía con fuerza mientras veía a Barbi desaparecer entre las sombras de la entrada trasera de la discoteca. Sabía que no debía intervenir, que debía dejarla ir sola, tal como lo habían ordenado. Pero todo en mí gritaba lo contrario. Quería salir corriendo tras ella, abrazarla, protegerla, arrancarla de este infierno al que la estaba enviando. La culpa me carcomía por dentro. ¿Cómo había permitido que todo llegara a este punto?

El tiempo pasaba, y cada segundo que ella pasaba dentro de ese lugar era una eternidad para mí. Sabía que estaba arriesgando su vida por su hermano, pero también sabía que yo era responsable de todo esto. Si no hubiera permitido que Lorenzo entrara en nuestras vidas de nuevo, si no hubiera guardado tantos secretos, tal vez nada de esto estaría sucediendo. Pero ahora era demasiado tarde para lamentaciones.

El interior del coche se sentía claustrofóbico. Podía ver la entrada de la discoteca desde mi asiento, pero no había señales de Barbi. Sabía que no podía quedarme allí sin hacer nada. La preocupación estaba empezando a transformarse en pánico. Tenía que hacer algo, tenía que pensar en un plan, pero mi mente estaba nublada por el miedo.

Pensé en Lorenzo, en cómo todo esto había comenzado por él, y en cómo nuestra amistad había terminado en esta pesadilla. Habíamos sido amigos en otro tiempo, en una vida que ahora parecía lejana. Pero todo cambió cuando se cruzó con una mujer. Ahora, después de todo este tiempo, estaba buscando venganza, y la estaba buscando a través de Barbi.

¿Cómo había sido tan ciego? ¿Cómo no había visto que Lorenzo se convertiría en esta amenaza? Todo lo que había intentado hacer para proteger a Barbi solo la había puesto en mayor peligro. ¿Y si no lograba sacarla de allí a tiempo? ¿Y si algo le pasaba a Carlos por mi culpa? No podía soportar la idea.

Revisé mi teléfono, esperando alguna señal, algún mensaje de que todo estaba bien. Pero la pantalla permanecía en blanco, el silencio solo aumentaba mi ansiedad. No podía esperar más. Necesitaba actuar, pero sabía que si irrumpía allí ahora, podría poner a Carlos en un peligro aún mayor. Maldito Lorenzo, sabía exactamente cómo manipular la situación para hacerme sentir impotente.

Entonces, mientras estaba sumido en mis pensamientos, mi teléfono vibró. Lo saqué rápidamente, esperando que fuera Barbi, pero lo que vi fue un mensaje anónimo. Abrí el video adjunto con el corazón en la garganta, y lo que vi me hizo sentir como si me hubieran golpeado en el estómago.

Carlos estaba vivo, pero atado y amordazado en una habitación oscura. Su mirada estaba llena de miedo, y la angustia que sentí al verlo me atravesó como un cuchillo. Una voz distorsionada comenzó a hablar, su tono gélido me hizo estremecer.

"Barbi, si quieres que tu hermano siga con vida, ven sola a la discoteca, a la parte que ya conoces. No te atrevas a venir con Massimo. Si lo haces, Carlos morirá. Y cuando llegues, sabrás por qué."

La rabia y el pánico me envolvieron. Sabía que era una trampa, pero ¿qué opción tenía? No podía dejar que le hicieran daño a Carlos. Mi mente corría a mil por hora, buscando una solución, un plan. Tenía que encontrar la manera de salvarlos a ambos.

Salí del coche de un salto, mi corazón latiendo con fuerza mientras corría hacia la discoteca. Pero me detuve en seco. No podía simplemente irrumpir allí sin pensar. Necesitaba un plan. Maldita sea, necesitaba ser más astuto que Lorenzo, más rápido que el peligro que nos acechaba.

Volví al coche, mi mente trabajando frenéticamente. Llamé a algunos de mis contactos en Puerto Banús, esperando obtener algo, cualquier cosa que pudiera ayudarme. Mientras esperaba, los segundos se sentían como horas, y mi desesperación crecía con cada latido de mi corazón.

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