Soy mi propio camino (FINAL)
Su recuperación fue larga y tediosa, dadas las circunstancias del accidente y su posición en el banco, sus jefes decidieron no manchar la reputación del mismo y le dieron la espalda obligándolo a renunciar.
Tras un mes de internación y rehabilitación el médico de cabecera nos dio la noticia de que su alta era inminente.
El regreso a casa fue tan traumático como decepcionante, los niños junto con Laura habían preparado una recepción para él. Carteles, pasteles y calidez humana como sólo la familia puede brindar, pero para Eduardo era nada más que una pérdida de tiempo, los ignoró por completo encerrándose en su estudio.
—Papá está aún enfermo niños, luego haremos algo todos juntos –hablé justificando la acción de su padre.
—Los llevaré a acostar señora, ya regreso –dijo Laura.
Asentí viendo como subían las escaleras con el ánimo decaído, acompañados por Laura.
Me dirigí a la cocina y tomé un par de tazas de la gaveta, prendí la cocina y me dispuse a preparar té para esperar a Laura.
Apoyé las humeantes tazas sobre la isla de la cocina antes de sentarme en una de las butacas. Soplé dejando que mi mente se calmara, al menos por un momento.
—Ya están acostados y dormidos, sólo esperaban a su papá para poder dormir –comentó tomando su taza de té— Sé que no es mi lugar, mucho menos quiero sonar como una entrometida, señora...
—Laura, no sabía qué hacer cuando llegó el oficial a mi puerta, no dudaste en venir, créeme que puedes y tienes derecho a opinar –dije tomando su mano.
Necesitaba que opine, necesitaba que me confirmara aquello que mi mente sabía, necesitaba que alguien me dijera que tenía razón.
—Esto es sólo el inicio señora, he observado el trato que tenía el señor con usted y con los niños, quizás y usted no lo vea, pero eso es maltrato –habló iniciando su discurso.
Abrí los ojos sorprendida de que ella estuviera guardando aquello, tan clara era la situación y yo la negaba.
—Vi cómo se forzaba por mostrar algo totalmente diferente a las personas, está mal señora, y ahora, sin trabajo, el nivel de vida que llevaba ya no será posible, y con todo el respeto que se merece, señora, pero usted estuvo siempre en la casa...
—Soy licenciada en artes visuales y técnica en hotelería y turismo –declaré con orgullo.
—Lo sé señora, también tengo un diploma en economía y finanza durmiendo en mi clóset, como así también tantos que acreditan que soy lo suficientemente capaz de ocupar un puesto importante y aquí me ve...
—Laura...
—Mi vida fue parecida a la suya señora, me dejé acaramelar por mi esposo, creyendo que por amor no me permitía trabajar, cuando era totalmente al contrario...
—Los niños –susurré.
—Eso es lo que hacen, nos atan a la casa y su cuidado con los niños, de esa manera dejamos de lado lo que realmente queremos ser –terminó de decir.
—¿Y ahora?
—Hará lo que las mujeres sabemos hacer mejor –dijo presionando mis manos.
Y así lo hice, comencé a apoyarme en Laura, ella me aconsejaba, me influía ánimos y ayudaba a prepararme para salir a enfrentar el mundo que hacía años no veía.
Tratar de ser contratada era el menor de los problemas, una vez más Laura tenía razón, nuestro nivel de vida exigía mucha liquidez, misma que no teníamos al quedar Eduardo sin trabajo.
—¿Mamá? –oí la voz de Angélica llamarme despacio.
—¿Qué sucede? –pregunté acariciando su cabello.
—Se nos acabó el dentífrico, papá pidió, pero ya no hay en la gaveta –susurró.
—¡Con un demonio, Adriana! No que tan mujer independiente y siquiera un dentífrico puedes comprar –gritó Eduardo entrando en la cocina.
—No es mi culpa, nunca dejaste que trabaje, tú...
—Claro, ahora me culparás de tu ineptitud –masculló acercándose desafiante.
—Ineptitud la tuya de conducir ebrio y provocar todo este desastre –repliqué señalando a mi alrededor.
—Eres una malagradecida –dijo levantando su mano.
—¡Papá!
—¡Señor!
Oí gritar a mi niña y a Laura al unísono. Quedé petrificada, no podía ser cierto, Eduardo jamás iba a lastimarme, menos frente a la niña, ¿o sí?
Masculló algo que no entendí antes de girar y caminar con dificultad debido a las muletas.
—Señora, ¿está bien? –preguntó Laura nerviosa.
—¿Mami? –susurró mi niña tomando mi mano.
—Estoy bien, debo ir a una entrevista, volveré tarde –dije saliendo apresurada de la cocina.
«¡No podrás! Eres mujer.»
«Tan mujer independiente y siquiera un dentífrico puedes comprar.»
«¡No podrás!»
«¡No podrás!»
«¡No podrás!»
Podía oír su voz reprochando mi debilidad, mi falta de sustentabilidad, mi incompetencia.
Con el ánimo totalmente decaído fue que llegué hasta la ubicación que me habían enviado para la entrevista.
—Empresa de transporte "Aguirre hnos" –leí el cartel frente a mí.
Al ingresar la larga fila de hombres giró al oír mis tacones resonar en el piso de madera de la recepción.
—¿Aquí es la entrevista? –pregunté nerviosa a uno de los hombres.
—No si vienes a modelar –contestó irónicamente.
—Lo que me faltaba –susurré quedando de pie apoyada en la pared.
Sentía la mirada de cada uno de ellos recorrer mi cuerpo, no estaba vestida vulgarmente, era demasiado incómodo.
Comencé a caminar hacia la salida, decidida a dejar ese lugar y probar suerte en otro lugar, cuando oí mi nombre.
—Adriana Martínez –una ronca voz hizo que volviera mis pasos.
—¡Aquí! –hablé firme abriéndome paso entre los hombres que me veían con enojo.
—Por aquí, le parecerá raro ver tantos hombres para la entrevista –comentó ofreciéndome la silla frente al escritorio.
—Sí, más aún la animosidad para conmigo –confesé.
—Sí, es que, estamos solicitando choferes para nuestras unidades –explicó con calma.
—¿Qué tipo de unidades?
—Camiones tráiler –dejó salir de una vez midiendo mi reacción.
—Soy mujer –fue todo lo que pude decir.
—Exactamente por eso –afirmó con una sonrisa amable.
—Siquiera me subí en uno de ellos en mi vida –comencé a hablar con confianza.
—¿Está dispuesta a aprender? –cuestionó apoyando sus brazos en el escritorio.
—Lo estoy –contesté firme con una sonrisa.
—¿Cuándo puede iniciar?
—Cuando usted lo requiera, yo estaré aquí –declaré confiada.
—Iniciaremos mañana, la espero aquí a las ocho de la mañana, seré yo mismo quien le enseñe lo necesario –dijo poniéndose de pie.
—Perfecto, señor... —añadí imitando su acción.
—Aguirre, Fabián Aguirre, un placer –terminó de decir tendiendo su mano.
—El placer es mío –sonreí aceptando su gesto.
Abandoné la oficina del señor Aguirre encontrándome con las miradas despectivas de algunos y lascivas de otros.
—Lo siento muchachos, la entrevista terminó, el chofer ha sido contratado –dijo señalándome.
El rugido masculino colectivo hizo que me estremeciera hasta las uñas de los pies y los reclamos no tardaron en oírse.
«¡Es una mujer!»
«¡De seguro ni sabe manejar su vida!»
«¡Fue rápido el servicio para que la contrataran!»
Y esa fue la gota que colmó el vaso. Sin medir las consecuencias, caminé firme hasta la persona que dijo aquello y con mi puño cerrado asesté mi mejor golpe a su mejilla.
—¡Maldita... —gruñó sujetando su mejilla.
—Atrévete a insultarme una vez más y quedarás sin descendencia –dije reuniendo todo mi valor.
—¡Lo siento muchachos, pero ella es nuestra nueva compañera! –habló entre risas el señor Aguirre.
Todos a mi alrededor comenzaron a reír y vitorear mi hazaña, no entendía nada de lo que ocurría.
El señor Aguirre se acercó con un refresco hasta mí, explicó entonces que desde hace tiempo venían buscando una mujer para que conduzca sus unidades, se basaron en las estadísticas y en la responsabilidad que teníamos como característica principal las mujeres.
Muchas fueron a presentarse, pero la entrevista era un mero despiste, la verdadera prueba a pasar era enfrentarse a la burla e insultos de sus compañeros de trabajo.
—Es un trabajo duro, el carácter es algo determinante, Adriana –dijo Aguirre colocando hielo en mi mano.
—Lo siento –hablé al hombre que había golpeado.
—Para ser tan pequeña, tu mano pesa mucho –rio colocando hielo en su mejilla.
—Deberás defenderte y soportar esto muchas veces más, es sólo el inicio.
—Acepto, lo haré –dije con una seguridad que hasta ahora no había sentido en mí.
Caminé hacia la salida orgullosa de mi logro, solamente quería llegar a casa y contarle a los niños y a Laura, no sabía cómo lo iba a tomar Eduardo, lo sucedido el día me había un mal sabor que ni siquiera este triunfo pudo quitar.
Un estruendo hizo que levantara la vista hacia el cielo viendo como un negro nubarrón acompañado de otros más iba cubriendo toda la ciudad.
Subí a mi motocicleta lo más rápido posible y me puse en marcha, debía llegar pronto si no quería que la lluvia me tomara por sorpresa.
Avancé no más de diez cuadras cuando las primeras gotas comenzaron a caer, acompañadas de un viento que hacía casi imposible el avanzar, pero debía llegar a casa, lo lograría, a partir de hoy, nada iba a detenerme.
La visibilidad tras la visera del casco era casi nula y sin ella la lluvia golpeaba el rostro con demasiada fuerza. Pero no descansé hasta divisar la entrada de mi casa a lo lejos.
Dejé la motocicleta en el garaje y caminé hacia la puerta de entrada. Al oír el sonido de las llaves, Laura se acercó con rapidez hasta mí cargando una toalla en las manos.
—Señora, se ha mojado por completo –dijo tendiéndome la toalla.
—Lo sé, Laura, pero lo he logrado, he conseguido un trabajo y muy bien pago –sonreí orgullosa.
—¡Qué alegría! ¿Cómo fue? –preguntó curiosa.
—Prepara un té y ya regreso –dije subiendo las escaleras hacia la habitación.
—Así que, al fin conseguiste trabajo –oí su voz molesta seguirme.
—Lo hice.
—Lo de esta tarde... —intentó decir.
—No volverá a suceder, soy mujer, soy débil, pero no volveré a dejarme humillar por nadie más, mis hijos no crecerán con ese ejemplo –comencé a decir acercándome a él amenazante— así que, lo tomas o lo dejas.
—Tomo o dejo que.
—Comienza a cambiar, a cooperar en la casa, conmigo, con tus hijos, deja ese machismo de lado o te olvidas de nosotros –sentencié con firmeza.
—Te crees que el tener un trabajo te da dere...
—No te equivoques, el derecho lo tuve siempre, solo que creer que todo lo que hacías por mí era por amor, no dejo que viera que lo único que hacías era someterme, humillarme y nada más –dije golpeando su pecho con mi dedo— pero todo eso se acabó, aquí y ahora, no más maltratos, no más insultos, ni tu eres más que yo o yo soy más que tú, somos iguales, pareja, estamos unidos.
—Adriana...
—No digas nada, piénsalo, evalúa la situación alrededor, ya sabes lo que daré y como seré de ahora en más, tú decisión la respetaré, sea cual sea –dije entrando al baño para tomar una ducha.
Una vez bajo el agua caliente, mi cuerpo se sintió agradecido, el frío ya estaba calando mis huesos y mañana debía estar al cien por cien con Aguirre.
Oí el sonido de la puerta del baño abrirse y vi la silueta de Eduardo a través de la mampara de la ducha. Sabía lo que pretendía, pero se llevaría una sorpresa más esta tarde.
—Adriana...
—No más hijos Eduardo –declaré dejándolo desarmado.
—Yo...
—Lo sé, los estuviste utilizando para mantenerme encerrada, pero ya no, me he operado durante la cesárea de Mariano, no tendré más hijos –confesé ante la mirada atónita de Eduardo.
—¿Cómo pudiste?
—¿Yo? Tú cómo pudiste traer hijos al mundo con ese sucio y egoísta motivo –señalé apartándolo de mi camino.
Lo dejé conmocionado, desnudo, frente a la ducha. Busqué mi cambio de ropa y comencé a vestirme para bajar a contar todo a Laura.
—¡No podrás! Eres mujer –gritó desde el interior del baño.
Con una sonrisa me acerqué hasta la puerta del baño.
—Sólo mírame hacerlo –sentencié antes de salir de la habitación.
—Y aquí estoy hoy, dando mi testimonio frente a mis hijos, frente a Laura, frente a cada una de ustedes, que nadie les diga jamás ¡No podrán! Soy conductora de tráiler hace ya ocho años, orgullosa y mujer.
De esa manera cerré mi discurso con el ese año dábamos inicio a las reuniones de autoayuda a mujeres en situación de violencia intrafamiliar, violencia de género, discriminación y otros tantos casos que llegaban a pedir ayuda a Laura en la "Asociación Civil Manos Unidas".
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