PROLOGO

¿Cuál es el peso de las palabras dichas?

¿Cuál es verdadero valor de las mismas?

¿Pesan más dependiendo de quién las diga?

¿Duelen más cuando es tu familia quién las dice?

¿Se cuestionarán de esta manera antes de hablar tan cruelmente?

Cada uno forja su destino, nacemos, crecemos, vivimos, morimos, esta es una verdad irrefutable, pero...

¿Cuánto de eso puede ser cambiado por nosotros mismos?

Si le agregáramos palabras como: experimentamos, disfrutamos, sanamos, amamos.

¿Sería la misma vida que la anterior?

¿Cuál es el peso de las normas, modas y demás aspectos impuestos por la sociedad?

¿Por qué lo primero que pregunta la familia debe ser "tienes pareja"?

Y no contentos con soltar aquello, lo completan diciendo "mira que los años pasan y quedarás para vestir santos".

¿Y qué si quiero vestirlos? ¿Qué hay de malo con enamorarme de mí misma? ¿Qué hay de malo con querer ser madre soltera? ¿Qué hay de malo con no querer ser madre?

Son tantos cuestionamientos a los que muchos no les prestamos la atención suficiente, hasta que, como se dice siempre "la vida te golpea de frente con fuerza".

Soy creyente de que, así como estoy analizando mi vida en este momento, muchos estuvieron en mi lugar, con los mismos miedos y es ahí donde encuentras dos caminos.

El camino hacia el éxito, aquel lleno de subidas y bajadas, con cumbres aparentemente inalcanzables, obstáculos donde quiera que mires.

Luego tienes el camino del conformismo, una llanura, aburrida a mi parecer, sin obstáculos muy complicados de sortear y con una sola meta por alcanzar, vivir y luego morir.

Mucho tiempo estuve en ese camino, poniéndome miles de excusas, la principal, falta de tiempo, los niños, el esposo, el trabajo, cuando lo único que necesitaba realmente era salir de mi zona de confort e ir a por lo que tanto soñé y deseé hacer.

Escribir, ser una escritora, contar mis historias, llegar a muchas personas y ser una luz en sus momentos oscuros, así como muchas escritoras lo fueron en los míos.

Han pasado tantos años desde que aquel sueño comenzó a crecer en mí y a cambiar mi vida de tantas maneras, que al principio fue sólo una manera de canalizar mis sentimientos, lo que pasaba en ese momento de mi vida, dejar salir todo lo que callaba, plasmándolo en un papel.

Con quince años cumplidos y un diario abordé la nave llamada "Pasión por la escritura", que, si bien la pospuse por otros quince años más, hoy día está navegando libre y faltando cada vez menos para llegar a buen puerto.

Pasaron tantos años desde que inicié con la locura de ser lo que realmente quiero ser, haciendo oídos sordos a opiniones malintencionadas.

Han sido tantas, pero tantas frases y excusas que he oído y otras tantas que me las he inventado y creído a lo largo de mis cuatro décadas, que, un día dije, todo lo vivido, toda la experiencia, tiene que ser útil, ayudar a alguien que esté pasando por lo mismo, advertir a alguien que esté entrando en un círculo vicioso.

Fue en ese momento cuando escuché la tan famosa frase, "No podrás hacerlo, eres mujer", y lo admito, la primera centena de veces que la oí me derrumbé, lloré, decepcionada, triste, sola, abandonada.

Todos y cada uno de esos sentimientos se hicieron carne en mí, lanzándome a un abismo de oscuridad del que cada vez me costaba más y más salir.

Soy mujer, soy débil, tengo derecho a sentirme así, ¿no?

Tiene que haber alguien a mi lado que me levante en sus brazos, que me abrace, me contenga, me diga que todo va estar bien, que limpie mis lágrimas, mi príncipe azul.

Y lo busqué, tropecé muchas veces antes de llegar al "indicado", me enamoré, fuimos felices, había tantas señales de que algo andaba mal, pero la adrenalina del enamoramiento era más fuerte y no dejó que las viera.

Y cuando las vi, ya era demasiado tarde, o eso creía. Todas aquellas palabras dichas habían calado tan hondo en mí, que, me las creía, aceptaba todo lo que decían de mí, dejé de ser aquella mujer bonita que dejaba huella donde fuera que iba para ser una más del montón, dejé de cuidarme, dejé de amarme.

Lloraba rogando atención, quería que me vieran, que me notaran, deseaba tanto un poco de atención que olvidé pedirle que me prestara atención a la persona más importante, a mí misma.

Entonces un día decidí levantarme, como diría un amigo mío, muy entrañable:

«Levántate, empodérate, ámate, de veras que quiero ir y sacar, así sea a golpes, a la mujer que está dormida en ti»

Y llegué donde estoy ahora, al frente de un grupo de mujeres que ayudamos a otras mujeres a salir del lugar en el que se hallan estancadas.

—Bienvenidas, ¿estamos todas? –dije colocando mi silla en su lugar.

—Aún están en camino algunas, otras ya llegando –habló Adriana con su voz cantarina.

Nuestro refugio, la "Asociación Civil Manos Unidas", el lugar al que llegamos rotas, tristes, vacías y hoy se ha convertido en nuestra motivación, el lugar donde podemos expresarnos, crear, imaginar, soñar y poner en marcha cada idea que queramos con el apoyo del equipo con el que cuenta la asociación.

Hay tantos testimonios, uno más admirable que otro, personas que no se rinden, así se les caiga el mundo a pedazos, siguen siempre adelante, porque creen, confían en su propia fuerza.

Resiliencia, una palabra muy usada hoy en día, pero que muy pocos la valoran como debieran.

Es un término que se toma de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original. Por ejemplo, un arco que se dobla para lanzar una flecha o los juncos bajo la fuerza del viento.

Así somos en realidad, inquebrantables, fuertes, valiosos por lo somos en esencia, nada más.

—¿Cuánto es que valemos? –pregunté antes de iniciar nuestra reunión semanal.

—¡Demasiado!

Fue la respuesta que conseguí de mis compañeras ocasionales en nuestra reunión semanal.

Mi nombre es Laura y estas son nuestras historias

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