No debería estar escribiendo esto, pero la rabia ha tomado el control y ya no hay forma de pararlo.

Mi cabeza es un torbellino, siento cosas que no sé identificar, pero están ahí. Las siento, yo sé que son reales. Entonces, si yo puedo, ¿por qué los demás no?

Toda mi vida he sentido que soy el problema, es de lo que me han convencido. La cosa es que mientras más te repiten algo, más real se vuelve. Por ejemplo, si ahora mismo estuviera diciéndote que eres siete kilos más gorda de lo que realmente eres, te lo terminarás creyendo.

La verdad es moldeable, y a veces muy escurridiza. Se queda enterrada bajo la piel, como una espina.

No creas que me gusta tener todo esto dentro de mí, porque no es así. Pero creo que nací con esta tristeza incorporada, como de fábrica. No quiero perderla, es muy preciada para mí, pero duele sostenerla entre mis manos. Mientras más duele algo, más te aferras a él.

Si lo piensas bien, no siempre somos lo suficientemente fuertes como para dejar ir algo que nos lastima, o a alguien.

Sé que querrás saber cómo termina esta historia, y es curioso, porque ni yo misma lo sé; pero lo descubriré, y tú estarás a mi lado, o viendo desde la distancia. Pero sé que estás ahí, porque no puedes dejar de mirar, quieres saber cómo se destruye una flor de invierno. Para el final sentirás pena por mí, o me odiarás, ya lo sabremos.

Hay cierto placer en ver morir las cosas más bonitas.

Lo que nadie te ha dicho es que ahora estás por tu cuenta, no tienes a nadie que te dé la mano cuando caes. Yo tampoco lo tuve, siempre que caí tuve que levantarme sola.