~5~

- He llamado a esa persona y he conseguido hablar con él sobre Saila – anunció el azabache.

- ¿Y qué dijo? – exigió Ruki una respuesta. Seguía bastante irritado con la humana después de lo ocurrido en la cocina.

- ¿Hay algún problema conmigo? – preguntó la humana completamente confusa por la discusión, mientras se tomaba una pastilla y bebía agua para ayudarla a pasar.

- Tú sangre, pastelito. Ese es el problema contigo. Es repugnante, vomitiva – respondió Ayato con una sonrisa burlona que enmascaraba la rabia interior que sentía en ese momento.

- Pero... Reiji bebió antes bastante y no pareció disgustarle... - su confusión solo aumentaba. Todos dirigieron sus miradas hacia el segundo hijo de los Sakamaki. Shu, quien estaba sentado a su lado, abrió los ojos para observarle.

- Eso es lo que iba a explicar... - el azabache relató lo sucedido, desde el sabor de la sangre hasta la sensación que el mordisco había dejado en ella.

- Si eso es cierto, y su sangre ha cambiado de sabor... - Kou se apareció detrás de la castaña e inclinó la cabeza de ésta hacia un lado rápidamente dejando su cuello expuesto – Yo quiero probarla.

Sin dejar tiempo para reaccionar, Kou mordió el cuello de la humana. Y para sorpresa, confusión y ligero placer de los demás, Saila lanzó un grito de dolor cuando los colmillos perforaron su piel. Rápidamente Kou se separó y escupió la sangre quejándose de su horrible sabor, mientras la joven se cubría el cuello con una servilleta de tela para reducir y frenar el sangrado, quejándose suavemente de dolor.

- ¿Nos has mentido, Reiji? – cuestionó Subaru.

- ¿De qué me serviría hacerlo? – se defendió él aún más confuso por la situación actual.

¡PAM!

Un golpe resonó por todo el comedor cuando la mano abierta de la humana golpeó con fuerza la mejilla derecha del idol.

- ¡¿Tú eres gilipollas o qué?! ¡No tienes ni idea del daño que me has hecho! – en ese momento una pequeña sonrisa sádica curvó los labios del rubio – No. Sí lo sabes. Y te gusta. Tú y todos vosotros os creéis mejor que yo, que todos los humanos, simplemente por el hecho de que sois más fuertes. Os gusta someterlos, ¿verdad? Que os teman, que lloren de miedo, de dolor – continuó con una expresión de asco y rabia – Pues os voy a decir una cosa. No sois más que unos niñatos. Os comportáis como unos niños a los que sus padres les niegan un juguete. Podréis vivir más y superarnos físicamente, pero al menos nosotros, los humanos, sí maduramos mentalmente. Las personas como vosotros, creídos, falsos e inmaduros; siempre acaban solos y destrozados. Las personas como vosotros me dan asco.

Hubo un silencio durante unos segundos en los que los vampiros miraban a la humana como sí le hubiesen crecido dos cabezas más. Kou se sujetaba la mejilla, sorprendido por el daño que realmente le había hecho el golpe.

- Mmmm... Choco-chan. Este lado salvaje tuyo me excita bastante~ - dijo Laito al oído de la castaña con su cuerpo pegado a su espalda y su mano acariciando desde su pierna hasta su cintura.

Saila respiró profundamente y se giró hacia el pelirrojo. Con una mano acarició su pecho, deslizándola hacia abajo hasta llegar a su entrepierna. Laito le lanzó una sonrisa pervertida mientras un rubor cubría las mejillas del pelirrojo. Ella le respondió con la misma sonrisa y seguidamente agarró con gran fuerza su entrepierna, clavando sus uñas para asegurarse de que infligía gran dolor. Laito se quejó de dolor y se inclinó hacia delante ligeramente. El resto de los vampiros se cubrieron de forma inconsciente sus entrepiernas, protegiéndose empáticamente del dolor que el pelirrojo estaba sufriendo.

- Te avisé Laito. Te dije que de malas podía ser muy hija de puta – soltó el agarre hacía abajo, arrastrando sus uñas fuertemente para asegurarse que había entendido el mensaje – Ni se te ocurra volver a tocarme.

Cuando ella se giró para alejarse, el pelirrojo, que había caído de rodillas al suelo, soltó una risita burlona. Al oírlo, Saila se giró, y con todas sus fuerzas lanzó una patada contra su entrepierna. Dejándole sin respiración y llorando en el suelo. Desde el sitio, se giró hacia los otros vampiros y habló alto y claro.

- No sé con qué clase de humanos habéis tratado antes. Pero que os quede claro: No me asusto ante un peligro, no huyo, o me escondo, o me rindo. No dejo que manden callar. No dejo que me dobleguen. Estoy aquí para estudiar y trabajar en lo que me apasiona. Para asfaltar mi futuro. Y no voy a permitir que diez niñatos viejos, sádicos e inmorales me lo impidan. Estoy orgullosa de ser humana, de ser fuerte. Y eso no lo vais a cambiar – dijo altiva – He perdido el apetito. Así que, si me disculpáis, me iré a mi habitación.

Pisó con ambos pies el estómago de Laito y se dirigió hacia las escleras. En ese momento, su teléfono móvil comenzó a sonar, anunciando una llamada. La canción "Mamma Mia" se oyó en toda la sala. Saila observó su teléfono y una sonrisa curvó sus labios. Era su madre. Cuando descolgó ya había llegado a la planta superior y se dirigía hacia su habitación mientras decía "Me conecto al ordenador y hacemos videollamada". Los vampiros decidieron espiar la conversación para asegurarse de que no revelaba su secreto. Ayato ayudó a Laito a ponerse en pie y se aparecieron en la puerta entreabierta de la humana.

Saila estaba sentada sobre la cama, su ordenador frente a ella y justo estaba aceptando la videollamada de su familia. En el momento en que se descolgó la llamada varias voces se oyeron y los vampiros se asomaron observando a las personas que se veían en la pantalla. Una mujer y un hombre sentados juntos, a su lado un chico con una niña sentada sobre su regazo, sonreían en la pantalla.

- ¡Hola! ¡¿Qué tal?! – varias voces le respondieron a la castaña – Uno a uno, por favor – rió Saila.

- ¡Peque! ¿Qué tal el viaje? – preguntó Víctor

- Cansado, largo, pero ya estoy aquí. Ya he colocado mis cosas y Tanaka me ha dado la contraseña del Wi-Fi. Así que ya estoy oficialmente instalada.

- ¿Tanaka? – preguntó su madre, Ana - ¿Es una de las personas con las que vives?

- No exactamente. Es un señor mayor, trabaja como sirviente en la mansión. Es muy amable.

- Espera, ¿mansión? ¿Sirvientes? Cielo, ¿no ibas a una casa? – preguntó Ana.

- Yo también lo pensaba. Resulta que es una mansión familiar. Vivo con diez niñitos ricos a los que les falta un poco de... humanidad.

- ¿Entonces tienes que cuidar de otros niños? – preguntó inocentemente Violeta.

- No creo que chicos de 17 años o más necesiten una niñera, cielo – respondió Saila riendo.

- ¡¿QUÉ?! – gritó Víctor – Saila, haz las maletas que te vuelves a España en el primer vuelo que salga. No pienso dejarte sola en una casa con diez tíos que derrochan testosterona.

Por un momento todo fueron risas y escándalo, mientras Ana y Felipe intentaban calmar a Víctor y convencerle de que él mismo no se subiera a un avión para ir a recoger a la castaña y traerla a casa. Los vampiros observaban con expresiones serias, pero con un brillo melancólico en sus ojos. Ninguno de ellos había tenido una relación así con cualquiera de sus familiares. Quizás los trillizos cuando aún eran pequeños, pero Cordelia había destrozado esa conexión.

- No te preocupes hermanito. Sé defenderme – dijo ella levantando un puño – Aprendí del mejor, ¿recuerdas? – sus labios dibujaron una sonrisa melancólica a la vez que sus ojos se nublaban ligeramente por las lágrimas.

- Bueno, ¿cómo son esos chicos? ¿Son amables contigo? – preguntó su padre.

- ¡Son horribles, papá! Insoportables, creídos, orgullosos y repulsivos en sus formas de comportarse. Algunos menos que otros, pero casi iguales.

Ante esta exclamación, los vampiros miraron hacia otro lado. Algunos sentían rabia, otros sorpresa, otros repulsión y otros bastante diversión ante el comentario.

- No es la primera vez que te enfrentas a gente como ellos, o peor. Y has terminado queriéndo y defendiéndoles – comentó el hombre.

- Lo sé – suspiró la castaña – Sólo espero que no me decepcionen.

- Saila, eres la mujer más fuerte, valiente, amable y cariñosa del mundo. Ves la bondad en gente que hasta ellos mismos creen no tenerla. Tienes un alma de oro y una mente excepcional. Y nos lo has demostrado una y otra vez. Siéntete orgullosa de ser quién eres, camina con la cabeza bien alta, porque eres maravillosa, princesa – dijo Felipe con gran orgullo.

- Te quiero mucho papá. Muchísimo – le contestó ella llorando ligeramente.

- Y nosotros a ti, cielo – añadió su madre con una dulce sonrisa – Bueno, será mejor que nos vayamos a dormir, se está haciendo tarde.

- Sí, yo también debería. Tengo que adaptarme al horario nocturno de la academia.

Un coro de cariñosas y dulces despedidas se oyó en la habitación mientras los vampiros se separaban, dirigiéndose cada uno a su habitación. Esa conversación les había quitado el apetito a ellos también.

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Saila caminaba por el pasillo, dos horas después de la videollamada, hacia su habitación, con un vaso de agua medio vacío en su mano. No había conseguido dormir, así que se disponía a empezar a preparar las clases de español que impartiría en la academia. Al pasar al lado de una puerta oyó murmullos, su curiosidad se apoderó de ella y la llevó a asomarse por la entrada. Azusa estaba apoyado sobre la bañera, mientras con una daga reabría heridas profundamente en su brazo.

Una mano se posó suavemente sobre la mano que sujetaba la daga, alejándola de la herida. Azusa giró su cabeza y observó a la castaña, quien miraba triste al peliverde. La castaña lo alzó del suelo y lo llevó a su habitación, donde sacó el botiquín del baño y se puso a tratar los cortes. El vampiro simplemente la observaba mientras ella trabajaba en curar las heridas sangrantes. Una vez terminó, tomó el brazo en sus manos y llevó sus labios a las heridas que acababa de cubrir, depositando un suave beso sobre cada una. Alzó la cabeza, y mientras le acariciaba el rostro al peliverde, le preguntó la razón de los cortes. Lentamente, Azusa le respondió.

- Cuando siento dolor... la gente es feliz. Siempre... ha sido... así. A la gente le gusta... Quiero que la gente sea feliz.

- A mí no me hace feliz que sientas dolor. Me provoca tristeza, dolor. Y seguro que también se lo provoca a tus hermanos – le dijo ella sujetando sus rostro con ambas manos y una mirada gentil.

Azusa, confuso, le preguntó cómo era posible que ella supiera esas cosas, pues ella no lo entendía.

- En realidad, lo entiendo mucho mejor de lo que crees – subió las mangas del top, revelando tenues cicatrices en sus antebrazos – Hubo un tiempo en el que pensaba que merecía sentir dolor, y que eso haría feliz a otra gente. Pero cuando un día me descubrieron, solamente vi dolor y tristeza en ellos. No querían verme sufriendo, sino fuerte, sana. Tus hermanos quieren lo mismo para ti. Tu bienestar, tu felicidad.

Unas lágrimas se derramaron de los ojos del peliverde al pensar en la pesadumbre que le había causado a sus hermanos, a aquellos que más quería en este mundo. La humana lo abrazó y lo llevó consigo hasta la cama, donde se tumbó con él en sus brazos, dejándole llorar. Calmándolo. Simplemente se mantuvo a su lado mientras él dormía, haciéndole saber que no estaba sólo, que ella le entendía. Despierta, vigilante.

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