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Un diario descansaba abierto sobre el regazo de un joven cuyos ojos devoraban las palabras escritas en él por milésima vez, en completo en silencio. De repente, el teléfono que permanecía en la pequeña mesa situada justo al lado del sillón en el que estaba sentado. Cerró el libro tras memorizar la página en la que se encontraba y descolgó el teléfono.
- Mansión Mukami.
- Soy yo.
- ¿Qué desea?
- A partir de mañana viviréis los cuatro con mis hijos en la mansión Sakamaki.
- ¿Puedo saber el motivo de esa petición tan desagradable?
- Lo sabréis cuando os hayáis acomodado allí.
Sin esperar respuesta de su parte, la persona que realizó la llamada colgó. El joven de negros cabellos suspiró de fastidio, colgó el teléfono y salió de la habitación para entregar la información.
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En un avión que recién acababa de despegar hacia Japón, Saila se encontraba secándose las lágrimas tras la emocional despedida con su familia. Pero fue inútil, pues momentos después recordó la fiesta sorpresa que sus mejores amigos, Carlos y Jorge, habían organizado con todos los amigos y familia de la chica. Había recibido muchos regalos por parte de todos, algunos graciosos y otros muy emocionales.
Pero sus favoritos fueron la camisa que Carlos le había regalado, era una camisa que ella le robaba muy habitualmente y a la cual ambos le tenían especial aprecio; el "cuadro" que María y Natalia hicieron con muchísimas fotos de todo el grupo, el cual venía con un USB atado al cuadro, siendo esto un regalo de Clara y Rober (los chicos malos del grupo) con instrucciones de no verlo hasta no estar en Japón; y el colgante de plata que su familia le había regalado, tenía forma de corazón y se abría para mostrar dos fotos. Una de ella con todos sus familiares cuando era pequeña, y otra de su pequeña familia bañándose todos juntos pocos días atrás en un río. Alzó la mano y la posó sobre el colgante que lucía alrededor de su cuello y lo acarició mientras se limpiaba las nuevas lágrimas que caían.
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- ¿Se puede saber qué hacéis vosotros aquí? – preguntó un chico de cabellos morenos y gafas en su rostro a los cuatro jóvenes que acababan de entrar por la puerta. Rápidamente, otros cinco chicos aparecieron en la habitación, portando la misma expresión de disgusto que el que había hablado.
- Esa persona nos ha ordenado vivir aquí desde hoy, sin darnos motivo alguno. Dijo que lo descubriríamos al llegar aquí – anunció el joven de negros cabellos y gargantilla.
- Si tenéis algún problema le llamáis a él – dijo el joven de cabellos castaños y gran altura. De reojo vio a un sirviente y se giró hacía él – Tú, ¿puedes enseñarnos nuestras habitaciones?
Dicho sirviente asintió con la cabeza y se dirigió hacia las escaleras con los 4 jóvenes detrás de él. Mientras que los otros seis permanecieron clavados al suelo, con la misma expresión facial y siguiéndoles con la vista.
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Saila observaba el paisaje pasar velozmente a través de la ventana del taxi en el que estaba finalizando el viaje. Al pasar a través de un túnel, la joven vio su reflejo en el cristal. Sus ojos color naturaleza (marrones en el centro y verdes hacia el exterior) estaban entrecerrados, pues la pobre chica no pudo pegar ojo en todo el vuelo debido a su insomnio. Su pelo, el cual estaba cortado a la altura del cuello, estaba ligeramente despeinado debido a pasar sus manos por él repetidamente. Su conjunto era lo único decente pues lo había colocado antes de salir del aeropuerto. Se colocó los piercings de su oreja derecha como un hábito nervioso.
El conductor, un hombre de unos 60 años, avisó a la castaña que ya habían llegado a su destino y detuvo el coche justo frente a una puerta vallada que guardaba una enorme mansión detrás suya. "Parece más una residencia de ricos que una casa familiar", pensó ella. El taxista sacó el equipaje de la joven, dos maletas grandes y un bolso, y lo dejó frente a la puerta. Saila se acercó al hombre y le entregó el pago junto con un extra por la amabilidad del hombre. Ella tenía un punto débil con las personas ancianas. El hombre se despidió con una gran sonrisa y agradecimientos. Finalmente, Saila tomó las maletas y el bolso y atravesó el jardín hacia la mansión.
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Diez vampiros se encontraban en la sala de estar de la mansión, alejados los unos de los otros, esperando.
- No contesta – dijo el joven con gafas colgando el teléfono que tenía en su mano derecha.
- Llama otra vez – le ordenó un pelirrojo de ojos verdes y corbata atada al cuello.
- Ya he llamado doce veces. Si aún no ha aceptado ninguna llamada, ¿qué te hace creer que va a contestar a la decimotercera? Puedes intentarlo tú si quieres, Ayato – le contestó el joven de gafas señalando el teléfono con la mano.
- Tch, no lo has intentado lo suficiente, Reiji. Al final eres tan inútil como Shu.
Un intenso silencio se asentó en la sala. La postura de Reiji se volvió más esbelta y estricta, si era posible, mientras que sus ojos relucieron rojos. Shu observó la escena con cierta precaución cuando Ayato se levantó y se acercó a Reiji con una postura amenazadora y ojos rojos. El aura oscura de ambos era tan potente que llenaba la sala como el agua llena bañeras, ahogando a los presentes. Entonces...
¡Toc, toc, toc!
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