#36: Coloquio semanal
Cada semana ella repartía las invitaciones para la reunión literaria. Era una costumbre adquirida durante la carrera. Sabíamos que la vida al graduarnos no sería solo los libros, aunque cada uno a su manera quería dedicarse al mundo de la palabra escrita. El mismo café, la misma hora, el mismo día, pero la invitación incluía al autor muerto con el que empezaríamos el coloquio. Nos desviábamos, como todas las conversaciones que tratan sobre temas apasionantes, pero tener una figura como hilo conductor aportaba orden. Tenía que estar muerto el autor. Si estuviese vivo, aún tendríamos la remota oportunidad de conocerle. Cosas de las que la muerte te priva.
La última invitación no sabíamos que era la última. Aquella última invitación traía el nombre de nuestra colega como autora a debatir. Una mala broma. A la tarde siguiente nos enteramos del suicidio. Nos reunimos el día de siempre, en el café de siempre, a la hora de siempre: sin ella. Hablamos de su obra, solo de su obra; y jamás volvimos a congregarnos.
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