Capítulo 19

Hola!!

Ali ha vuelto jajaja 

Lamento la demora, pero aquí andamos jejeje

Advertencia: abuso infantil

A leer!

~°*†*°~+~°*†*°~

«Miau» maulló Sensei sentado cerca de la piedra tallada con el nombre del templo.

Osamu se encontraba a punto de adentrarse al santuario Saihō-ji[1]. Había una pequeña escalinata que daba a un corredor de piedra flanqueado por flores lycoris radiata de distintos colores; las flores de otoño que adornaban los jardines del templo. En ese lugar se venera a Kannon[2], la Diosa de la Misericordia, sin embargo, con los lirios floreciendo hermosamente, había una especie de dualidad. Su mente la interpretó como: «Hay misericordia en la muerte».

La mirada fija de Sensei le gritaba que diera el paso para ir a ese lugar que no creyó que existiera. Estaba ahí luego de haber sopesado las palabras del hombre-gato sobre proteger a Atsushi aprendiendo a controlar Indigno de Ser Humano, su habilidad. Aún sentía cierto recelo, la desaparición del chico que conoció continuaba fresca, mas no iba a desaprovechar la oportunidad de visitar un lugar lleno de misticismo.

El sol estaba por ocultarse y las luces adquirieron mayor relevancia, iluminando los lirios que parecían multiplicarse por las sombras proyectadas. Sopló un viento escalofriante que reía maquiavélicamente a sus oídos. Miró hacia la puerta principal que había al final del corredor y la segunda escalinata de piedra. Una estática singular erizó sus cabellos y la sensación de que algo estaba haciendo acto de presencia lo hizo sonreír ladino.

—Interesante —musitó antes de dar el paso que Sensei esperó para seguirlo en su forma gatuna.

No había bebido alcohol.

No había consumido droga alguna.

No estaba falto de sueño.

Lo que se estaba manifestando ante él era de este mundo y, al mismo tiempo, no. En la puerta abierta del santuario, que antes daba una vista al patio interior, tomó la semejanza de un agujero negro como los creados por Chuuya. No, no, era un portal. Sí, eso debía ser. Un portal que consumía toda luz y distorsionaba la realidad. Poco a poco iba acortando la distancia, sus ojos fijos en el vacío similar al que había observado gran parte de su vida. A su lado, Sensei caminaba con la cola en alto, los movimientos felinos tan seguros como el hombre de aspecto elegante. Ahora solo quedaban las escaleras hacia la entrada. Al pisar el primer peldaño, se escuchó un gruñido de advertencia. De entre la negrura aparecieron un par de ojos rojos en forma de triángulo invertido, seguidos de un hocico arrugado de esa manera perruna en la que se dejaban a la vista hileras de dientes filosos.

Osamu odiaba a los perros. Eran unas criaturas patéticas que se entregaban a un humano sin importar si era una escoria o no. Su lealtad lo hacía vomitar. No importaba lo fiero que fuera, lo rabioso que se comportara, un perro seguía siendo un perro. Incluso si este tenía pelaje de humo ennegrecido, garras que dejaban marcas en el suelo y un cuello del cual brotaba sangre a borbotones.

Sensei se le adelantó, subiendo los peldaños con gracia felina. Sin embargo, lo sorprendió al transformarse de manera paulatina en un gato de un tamaño similar al tigre de Atsushi. Con este nuevo aspecto, el maullido se había transformado en un ominoso gruñido gutural. Pocas cosas solían tomar por sorpresa a Osamu, cuando creyó conocer bien a Soseki Natsume, este venía con una transformación cual Pokémon.

Osamu no sabía si estaban discutiendo ambos ¿animales?, lo seguro fue que Sensei consiguió que el perro (asqueroso) lo dejase ingresar a ese portal que había captado su interés. El enorme gato lo miró por sobre el hombro, un ojo similar a una antorcha lo instó a cruzar la fina línea entre el mundo mortal y el inframundo.

Sin que ningún humano lo supiese, Osamu Dazai se sumó a la lista de los pocos humanos que se adentraron al Yomi.

.

Soseki no era fanático de pisar las tierras del Inframundo, se había jurado no volver y la excepción que lo trajo de vuelta era el hijo de un Shinigami anómalo. Cierto era que usar su verdadera forma lo relajó, pero el Yomi no era del todo de su agrado. El inugami[3] que los recibió había cuestionado la presencia de Dazai:

«¿Qué clase de humano corrupto se atreve a cruzar las tierras de Izanami-sama?»

«El que lleva en su interior la energía de ella —respondió Bakeneko—. Hiruko habita en este mortal que calificas como corrupto. Muestra más respeto hacia un descendiente de tu señora.»

«¡Blasfemias! ¡Hiruko-sama murió en la Guerra por la Humanidad!»

«Hagamos esto más sencillo —negoció Bakeneko—, llévalo ante tu señora y que ella lo juzgue.»

«Está prohibida la entrada a mortales.»

«No está prohibida. Lo prohibido para ellos es comer del banquete servido.»

El inugami gruñó por lo bajo, pero, al final, optó por guiarlos hasta la Sala del Trono donde se encontraba Izanami. De soslayo, Soseki, observó las miradas intrigadas de algunos yokai y residentes del Inframundo que estaban a la espera de su reencarnación. Dazai aún no tenía la manera de conversar mediante su energía divina, por lo que adoptó su piel humana usando un haori y yukata de colores como su pelaje.

—¿Sensei?

—Escúchame bien, Dazai: no comas ni bebas nada. De hacerlo, no podrás volver al mundo mortal.

—¡Vaya! ¡El mito es cierto!

—Tan cierto como que verás a la mismísima diosa Izanami.

—...Oh.

—Sí, «oh».

.

Izanami había recibido la carta de su adorada hija adoptiva Tsukuyomi. Claro que aceptó ayudarla: vigilaría a este Atsushi Nakajima, descendiente de Byakko. Para ello mandó a dos inugami y dos kitsune que supieran ocultar su rastro de energía. Estos tendrían la misión de escurrirse por el perímetro de este lugar creado por la espada de la perra de Amaterasu, Kumanokusubi. De los cuellos de sus sirvientes colgaban amuletos que le permitirían observar lo que ellos veían.

La primera vez que vio al nieto de su Tsukuyomi sonrió de júbilo —de poder llorar lo habría hecho—: había heredado la belleza de Byakko. No solo eso, sino que sus kitsune e inugami le confirmaron un regalo divino que despedía la energía divina de Byakko. Si no se equivocaba, la tigresa hizo una copia de su esencia, dotándola de su mismo poder y un vínculo con Atsushi. Podría decirse que el chiquillo humano estaba más cerca de ser un humano superior o inmortal. Sin embargo, dependía de cuánto remanente de energía de Izanagi estaba en él, después de todo, nació de una mortal. La única manera de entender mejor su naturaleza sería verlo en persona.

«Su Majestad» llamó un inugami que custodiaba una de las puertas de su reino. Por el ideograma en su frente se trataba del localizado en ese santuario que plantaba lirios araña por estas fechas.

—Inugami de Saihō-ji, ¿qué haces fuera de tu puesto? ¿Y quiénes son estos intrusos que has traído contigo?

Había detectado un cambio en el ambiente, como si hubiese ingresado una entidad inusual, capaz de perturbar la energía en el Inframundo. Uno de los intrusos era un Bakeneko, despedía energía propia de uno, pero el otro...

«Por favor, disculpe a este sirviente, pero traigo ante usted a un Bakeneko y un mortal que dice ser descendiente de Hiruko-sama.»

Izanami se puso de pie de inmediato. ¡¿Descendiente de Hiruko?!

—¡Sacrilegio! ¡¿Quién osa decir tal blasfemia?! —vociferó la diosa haciendo retumbar la habitación y que sus sirvientes se encogieran—. ¡Exijo una explicación!

—Izanami-sama —habló el Bakeneko que había mostrado entereza—, siglos sin verla. Me presento como el Bakeneko aliado de Byakko-sama. El humano que me acompaña es descendiente de Hiruko-sama.

—Mi adorado hijo pereció en la Guerra por la Humanidad, Bakeneko. No desposó a ninguna diosa, mucho menos pasó la noche con alguna humana.

—Y sin embargo he aquí un mortal con su energía divina. ¿Por qué no juzga usted misma?

—Para ser un gato tienes la lengua de una serpiente.

El muy desvergonzado se limitó a sonreír y no añadió más información. Entonces Izanami miró al humano de cabellera castaña, ojos oscuros y cubierto de vendas... Entrecerró los ojos y decidió observar su energía. Se miraba caótica, como una bestia enjaulada que gruñía y rugía lastimera. Estaba hecha de una oscuridad abominable, sin una forma definida, en un constante cambio en busca de un consuelo. Esto le resultaba familiar.

—Humano —llamó ella—, acércate.

El joven la miró sorprendido y de soslayo confirmó con el Bakeneko. Una vez ella lo tuvo cerca extendió una de sus manos huesudas a lo que él, sin rechistar, posó una de las suyas...

Alguien jadeó de la sorpresa. Fue ella.

Esta energía caótica era una mezcla inaudita de un Shinigami con su amado Hiruko. El cosquilleo dejado por la condición de la energía voraz se lo confirmó. Este humano estaba corrupto por esta mezcla condenable de energías divinas. Por un instante le recordó a Atsushi: un humano superior, con la variante de que estaba al borde de ser consumido por su propio regalo divino.

—¿Cuál es tu nombre, hijo? —musitó ella con curiosidad, mirando esos ojos similares a un estanque oscuro.

—Osamu[4] Dazai.

Un nombre un tanto irónico dado a que distaba de la disciplina sobre su propia energía y pensamientos. Izanami percibió la agitación en esa mente que ocultaba la entrada a un lugar insospechado. Un vistazo rápido la sorprendió en demasía al ver una palacio erigido. Un palacio mental... un palacio en un espacio al que nadie podría ingresar a menos que el anfitrión lo permitiera. Al alzar la mirada al rostro de quien era su nieto sintió un escalofrío. La faz atractiva tenía escrita una advertencia de quemar el mundo, incluso de acabar con una deidad de ser necesario.

Izanami sonrió depredadora, deformando su ya grotesca apariencia.

—¿Estás seguro de poder atravesar el corazón de un dios? —inquirió ella, tentándolo.

—Quizás sea complicado, pero podría lograrlo.

Un brote de amor la hizo atraerlo a su pecho y abrazarlo cual infante.

—¿S-su Majestad? —susurró estupefacta una doncella.

—Este humano es mi nieto. ¡Escuchen y obedezcan! ¡Nadie le pondrá una mano encima o caerá mi furia!

—¡Sí, su majestad!

Izanami estaba por iniciar una conversación con su nieto cuando su espejo se activó. Uno de sus sirvientes estaba por proyectar algo de Atsushi. En la superficie reflejante se visualizó al hijo de la Luna tirado en una de esas espantosas celdas donde solían abandonarlo con heridas casi mortales, sin una pizca de compasión. Al parecer había recibido azotes por las marcas en la espalda. Su regeneración poco a poco mejoraba cuando estaba consciente, pero estaba a ri de ser una regeneración instantánea. Se le veía al borde de la inconsciencia a la pobre criatura.

—Viniste... —jadeó el niño con una sonrisa dulce en un rostro que reflejaba el dolor y agotamiento que estaba sufriendo.

Como respuesta, un chillido. Un kitsune se le había acercado.

—No debes estar aquí —musitó Atsushi, adquiriendo un gesto de preocupación por otro ser—. Si te encuentran... te matarán...

—...Atsushi

El que habló fue Osamu. Izanami miró a su nieto apartarse de ella y acercarse al espejo cual polilla al fuego. El caos de energías se había apaciguado y la bestia en él ahora ronroneaba lastimera, pidiendo afecto al niño proyectado.

—Yo estaré bien... —continuó el nieto de Tsukuyomi con la voz hecha trizas. Por lo visto había gritado hasta destrozarse la garganta—. Me recuperaré pronto, ya verás. —En el espejo se vio cómo alargó una mano temblorosa para acariciar al kitsune—. Esto no es nada, amiguito. Se ve peor de lo que es, en serio. —Con dificultad se incorporó, apoyándose en la pared con manchas frescas de sangre. La mueca de dolor apretó el corazón de Izanami (enfureció a Osamu)—. No moriré. No lo haré. No aquí.

»Este castigo... y el siguiente... y el que siga después de ese... todos los soportaré. —Atsushi miró con determinación al kitsune—. En unos años seré libre y podré estar con él. —La sonrisa enamorada suavizó la faz pálida e hizo jadear a Osamu que dio un paso hacia adelante—. Lo vi aquí —señaló su cabeza—. Él me espera, amiguito, así que... —enderezó la espalda—. No moriré aquí. —Los ojos del atardecer brillaron con intensidad, el amor ardiendo en ellos—. Solo espero que no me olvide.

—¡Jamás! —bisbiseó Osamu con la mirada fija en Atsushi.

De pronto se escuchó un ruido sordo que atrajo la atención del cachorro de Byakko quien obligó al kitsune a esconderse. El sirviente de Izanami se ocultó en un orificio de la celda que dejaba a la vista el largo de esta. La transmisión continuó y con ella el evento que hizo hervir la sangre de Izanami y Osamu. Un hombre vestido en bata blanca se acercó a las rejas y exclamó:

—Número Setenta y Ocho, te ves muy enérgico.

Atsushi no replicó, miró a los ojos al otro que lo tomó como una ofensa.

—¿Qué significa esa mirada, escoria?

—Nada... señor.

—¿Nada? No, a mí me parece la mirada de alguien que aún no aprende la lección.

—Reportaron que lo dejaron incapacitado —habló una tercera voz—, se ve muy activo.

La actitud de Atsushi cambió por completo: su cuerpo se tensó al instante y, por instinto, se apegó a la pared más cercana.

La reja se abrió y se adentró un hombre diferente al que había llegado. En el espejo se delineó de dorado la silueta de este supuesto humano que no era más que una deidad disfrazada como uno. Este debía ser Kumanokusubi, no cabía duda. Este bastardo tomó de los cabellos a Atsushi y lo comenzó a abofetear hasta que las mejillas se hincharon, haciéndolo sangrar. Con cada golpe, la furia en Izanami aumentó, mas palideció al compararse con la de Osamu. La bestia rugía sonora, dispuesta a hincarle el diente a ese infeliz que pasó a patear al niño, rompiéndole las costillas, un brazo y dislocándole un hombro. Los gritos del chiquillo se hicieron escuchar taladrando los oídos de los presentes.

Kumanokusubi no paró hasta verdaderamente dejar inconsciente a Atsushi. Aguardó unos segundos antes de abandonar la celda y dirigirse al hombre de bata blanca que se había mantenido al margen:

—¿Los preparativos para el traslado están hechos?

—Sí, señor. Se notificó a las instalaciones de Sagamihara de la llegada de Número Setenta y Ocho en una semana.

—¿Qué hay del Número Dieciocho?

—El acelerador de resonancia creado por la doctora M ha funcionado con éxito.

—¿Optó por tal procedimiento no probado?

—Así es, señor.

—¡Qué doctora tan temeraria!

—El margen de error para que Número Dieciocho pueda copiar la habilidad de Número Setenta y Ocho es del sesenta y cinco por ciento. A pesar de ser elevado, usará a Número Cien como estabilizador aunque sea de un solo uso.

—¿El margen de error disminuirá?

—Se calcula que al treinta por ciento.

—Bien. Recuerden seguir el Plan Tsukimi al pie de la letra. No quiero errores.

—¡Sí, señor!

Ambos hombres desaparecieron, el kitsune aprovechó para acercarse a Atsushi y verificar que aún respiraba. Cuando se confirmó, terminó la transmisión.

El salón quedó en un silencio espeso y electrizante. Izanami deseaba con todas sus fuerzas que fuera la Gran Reunión —evento en el que podía salir de su confinamiento— para despedazar a ese malnacido de Kumanokusubi. Y quien parecía tener una idea similar era Osamu que mantuvo fija la mirada en el espejo ya apagado.

—Osamu —habló Izanami, su nieto no respondió, pero sabía que la estaba escuchando—, ¿qué es Atsushi para ti?

—Mi Luna —replicó al cabo de segundos de silencio.

—¿Harías lo que fuera por él?

Su nieto rio de manera espeluznante y dijo:

—La razón por la que estoy aquí, abuela, es porque quiero aprender a controlar el regalo dejado por mi padre... o padres (con eso de que tengo esencias de un Shinigami y de un dios).

—¿Por qué quieres aprender?

—Porque quiero proteger a Atsushi —reveló, mirándola con pozos hambrientos.

—¿Crees que aquí encontrarás lo que buscas?

—Mi abuela es madre de mi padre, Hiruko, supongo que debe conocer muy bien a su hijo.

Izanami sonrió orgullosa.

—Es correcto, nieto mío. Bien dicho. Por ello te daré esto. —Le entregó una pulsera de jade y oro—. Con este objeto podrás entrar y salir del Yomi, querido. Todo aquel que te vea con él sabrá que eres un invitado de honor. La regla de no comer ni beber nada sigue en pie, Osamu.

—Gracias —aceptó él el regalo con una muestra de respeto que la hizo sonreír.

—Mi lindo nieto, te ayudaré a domar la bestia que hay en ti para que puedas cumplir tu deseo. El camino no será fácil, pero puedo prever que te sobreprondrás a los obstáculos que vengan. —Osamu sonrió suavemente—. Además —ella se inclinó hacia él—, puede que te enseñe un truco o dos sobre cómo atravesar el corazón de un dios.

En esos pozos ennegrecidos vio una sonrisa macabra que la contagió.

~°*†*°~+~°*†*°~

GLOSARIO

[1] Saihoji: fue construido por primera vez en Kamakura hace unos 800 años, pero fue trasladado a su sitio actual durante el período Muromachi. Incluso antes de que el templo fuera establecido, los aldeanos locales consagraron y adoraron a Kannon, la diosa de la misericordia, en las laderas de la pequeña montaña aquí.

[2] Kannon: es una imagen sagrada ((一 尊) de Bosatsu en el budismo y una especie de Buda (尊 格)) que ha alcanzado una fe generalizada desde la antigüedad, particularmente en Japón. La espada fundamental (本 誓) de Kannon Bosatsu es gran compasión y misericordia.

[3] inugami: es un dios considerado dentro de la cultura japonesa como un yokai, procede de la creencia que los animales tienen espíritu y este dios nace de esta. Este dios es utilizado para ejecutar alguna venganza o para proteger a una familia, se presenta en forma de un perro y este a su vez puede ser creado mediante ciertos métodos de hechicería kojyutsu (magia que fue prohibida desde el período heian) en la cultura japonesa.

[4] Osamu: Disciplina, estudio


¿Y bien? ¿Qué opinan?

Osamu también tiene familia de la realeza divina uwu muajajaja Es nieto de Izanami, la patrona, la mera mera jajaja

Sé que puse una escena fuerte con Atsushi, pero necesaria para motivar a nuestro gatito negro, para que sepan qué se viene y que nuestro bebé tigre tiene sentimientos por Osamu uwu

Muchas gracias por la espera!

Espero les haya gustado!

Nos leemos~

AliPon fuera~*~*

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