Capítulo 13
Hola!
Aquí un nuevo capítulo!Leerán a un personaje del canon, pero que adapté para esta historia. También conocerán un OC que quizás dure poco, je
Agradecimientos a una chica que una vez fue mi amiga y me apoyó en este proyecto. En las notas finales explicaré un poco más.
Como advertencia, aquí hay abuso infantil, bueno, violencia.
A leer!
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Sigmund[1] era su nombre. No tenía apellido, tampoco padres o familia. Todo lo que conocía era el orfanato y los niños con los que compartía tareas. Era de los mayores y, por tanto, a los que solían acudir los cuidadores para encargarle algún pequeño que se sumaba a la larga lista de infantes en espera de ser adoptados. Sigmund aún mantenía la esperanza de algún día abandonar este recinto de paredes grises, uniformes de tonos similares y... la violencia.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —exclamaba el pequeño que no había ingerido las vitaminas de la mañana.
El cuidador asignado a su ala le estaba dando un castigo ejemplar, una advertencia severa de lo que les sucedería a aquellos que no cumplieran con lo solicitado. Detrás de Sigmund estaban unos niños de entre cuatro y cinco años, asustados, aferrados a sus ropas, los ojos tiernos fijos en la golpiza que se estaba llevando a cabo en el centro del comedor.
—S-sigma... —susurró uno de los pequeños con voz igual de temblorosa que su cuerpecito menudo. (Los menores tendían a pronunciar mal su nombre, cosa que no se molestaba en corregir.)
—Ya casi acaba, ¿sí? Recuerda que no debes apartar los ojos —murmuró con voz dulce y la amargura formando un nudo en su estómago.
Sigmund odiaba forzar a los menores a presenciar estos actos barbáricos que se hacían pasar por un acto disciplinario y desensibilización. «Afuera, el mundo es cruel y ustedes deben estar preparados para su ley y sus castigos», justificaban los cuidadores con rostros adustos, ojos vacíos y trajes blancos que los hacían resaltar entre el mar gris que eran los huérfanos. Alguna vez se preguntó si en otro mundo, en otro tiempo, en otra era, él era un cuidador amoroso o tan siquiera más humano. Se preguntó si en esa otra realidad él tenía una familia, una casa y una oportunidad de vivir lejos de la violencia. Tales nociones quedaban en simples sueños que se desvanecían con el sonido de la alarma por las mañanas.
Ciertamente, su vida en ese orfanato, se reducía a una rutina agobiante: despertar por las mañanas, asearse en menos de cinco minutos, presentarse fuera de las habitaciones para ser inspeccionados, dirigirse al comedor, formarse para recibir su ración de comida y un vaso con dos píldoras que eran sus vitaminas, abandonar el comedor al sonido de la alarma y dirigirse a los salones donde se les enseñaba a leer, escribir, matemáticas y unas pruebas físicas (de las que jamás sabían si tenían mejora o no), volvían al comedor a repetir el proceso de ingerir alimentos, posteriormente los mayores atendían el huerto y los pollos, mientras que los pequeños cuidaban del jardín u otras tareas mundanas, una última visita al comedor y la alarma para dormir. Un ciclo con variantes cada dos días, en los que algunos niños eran llamados después del desayuno y regresaban entrada la noche. La elección era al azar, por lo que nunca se sabía cuándo alguno de ellos cruzaría las puertas que tenían prohibido siquiera acercarse. Las hojas eran simples, no había nada extraordinario en su superficie, eran puertas blancas con una bombilla roja en la parte superior. Cuando la bombilla estaba encendida era porque había niños al otro lado. Todo aquel que regresaba, tenía recuerdos vagos o un olvido total de las horas que pasaron al otro lado. Sigmund no era la excepción a este suceso extraño.
—Número Dieciocho —lo llamó el cuidador que había cubierto de sangre al infante en el suelo.
Los ojos plateados de Sigmund miraron al pequeñín que no quiso tomarse las vitaminas, teniendo convulsiones, su carita desfigurada y manchas de sangre en sus ropitas. Se obligó a tragarse la ira que bulló en su interior, como si de un rugido se tratase. Formó puños con sus manos y encaró al cuidador que se encaminaba a él con indiferencia, mientras que otros cuidadores llevaban a rastras al niño inconsciente para atenderlo.
—Te hablé Número Dieciocho —gruñó el cuidador de faz amenazante luego de darle una bofetada.
—Lo siento, señor.
—Acompáñame.
—Sí, señor.
—¡Sigma! —exclamaron los pequeños aferrados a él.
El cuidador frunció el entrecejo y los apartó con fuerza del chico de cabellera extraña: la mitad derecha era de un blanco puro y la izquierda de lila (una característica poco común en un humano). Sigmund se mordió el labio inferior con fuerza, si hablaba o intentaba defenderlos, los tres serían castigados; no deseaba que ellos pasasen por ese infierno. Tuvo que hacer oídos sordos a los hipidos desgarradores por las bofetadas recibidas. Con sus quince años y altura, los más pequeños lo veían casi como un hermano mayor y, como tal, debía dar el ejemplo de cómo conducirse en ese ambiente hostil y horripilante: ignorando el dolor ajeno. Solo así conseguirían sobrevivir.
En silencio siguió al cuidador a las puertas con bombilla roja. Ah, era su turno de olvidar... ¿cierto?
.
—Preparen a Número Dieciocho —indicó la doctora a cargo del experimento con el espejo sagrado Yata.
Las instalaciones destinadas a la investigación de formas de vida derivadas de habilidades y singularidades, se encontraban en Sagamihara; cerca de los bosques en las montañas aún intactas. Se trataba de una rama hermana de la dirigida por N y la que continuaría con sus investigaciones. Sin embargo, la doctora M, de origen alemán, tenía un objetivo claro: crear a un dotado que pudiese albergar una singularidad. Si bien, tenía similitudes con lo hecho por Pan y N, la diferencia era el sujeto que ocuparía para tal fin.
Sigmund, mejor conocido como Número Dieciocho, era un niño especial. A diferencia de Número Setenta y Ocho —Atsushi Nakajima— Sigmund había nacido con una afección genética: era una quimera. Era un individuo derivado de dos o más cigotos, que puede incluir la posesión de células sanguíneas de diferentes tipos de sangre, y sutiles variaciones de fenotipo. De ahí derivó su peculiaridad en el cabello; el único vestigio de que sufría tal afección. Y no se detenía ahí lo maravilloso de su existencia para la investigación, sino que se confirmó que tenía dos almas producto de la mutación de los cigotos. Al crecer, se manifestó una habilidad llamada Mímisbrunni —como la fuente de Mimir en la mitología nórdica— que transfería recuerdos a otra persona mediante el tacto. Con esto se le vio potencial como informante, mas la doctora —madre del sujeto— apuntó más alto. Aseguró que podrían crear con éxito al recipiente de una singularidad. Lo único que jugaría en contra sería el tiempo, debían esperar a que madurase lo suficiente para poner en marcha el procedimiento.
Los últimos años, luego del incidente ocurrido con Número Setenta y Ocho que costó la vida del supuesto doctor Shibusawa, la doctora M se dedicó a recabar la información necesaria para que el porcentaje de éxito fuera mayor al mísero veinte por ciento. Por años, el equipo había estudiado a Atsushi Nakajima —hijo de una pareja de militares voluntarios— como para garantizar la posibilidad de la convivencia de dos almas en un mismo cuerpo. La incógnita que aún no lograban resolver era cómo conseguir ese nivel de armonía en un dotado común.
Por ello, la doctora conocida por el pseudónimo de M —lejos de su nombre real, Emma—, trabajó sin descanso para obtener una simulación exitosa y la aprobación de sus superiores. (Luego de la desaparición total del Libro y la única hoja que le habían extraído, estaban más ansiosos por realizar el experimento que les daría al informante perfecto que obtendría información del paradero de un objeto tan valioso como era el Libro.)
Este era el día D, el culmen de su sacrificio e investigación. Vio al sujeto —su hijo— ingresar al recinto donde se llevaría a cabo el experimento. Le colocaron electrodos en el torso e insertaron agujas en los antebrazos por donde se le administraría Midazolam[2] en caso de ser necesario. M y su equipo estaban en una sala de observación con un cristal especial que les daba una vista espléndida de la habitación de Sigmund.
—Número Dieciocho está aislado —habló uno.
—Signos vitales estables —añadió otro.
—Liberen el objeto 1040-Cho-9-8[3] —ordenó M.
De una pared de la habitación ocupada por Sigmund emergió un espejo circular, de superficie lisa y ligeramente opaca. Este era el segundo objeto más preciado, el espejo sagrado Yata[4]. Así como el Libro, Yata tenía vestigios de haber sido creado mediante una habilidad por un humano de la antigüedad. El poder que contenía era el de imitar cualquier habilidad, solo se requería de que fuera tocado por esta. Adicional a esto, si se le miraba y hacía una pregunta, el espejo mostraría una secuencia de imágenes como respuesta y, como pago, extraía recuerdos de quién preguntó. Con los datos obtenidos, M no tardó en preguntarse la clase de singularidad que ocurriría si Número Dieciocho lo tocase. La simulación arrojó un par de probabilidades: la primera, un bucle que dejaría en coma al sujeto; la segunda, la transferencia de información.
—Abran canal de audio —indicó M mientras se acercaba a una mesa con un micrófono integrado. Inhaló profundamente, presionó un botón y le habló con indiferencia al niño encerrado—: Número Dieciocho, te explicaré la razón por la que estás en esa sala. Se requiere que uses tu habilidad en el espejo a manera de recopilación de datos sobre la hipótesis de si puedes transferir recuerdos a objetos inanimados. —El rostro de Sigmund se contrajo por la confusión—. No te detengas hasta que se te indique, ¿entendido? —Al retirar el dedo del botón dijo—: Si no comienza en cinco segundos, administren diez mililitros de Midazolam y esperen otros cinco para la primera descarga eléctrica. 20 mA.
—Sí, doctora.
Pasaron los cinco segundos de inacción por parte del sujeto.
—Administrando Midazolam.
Viajó un líquido mediante largos tubos de plástico que salían del techo y se conectaban a las agujas insertadas en los antebrazos del sujeto.
Cinco segundos más.
—Primera descarga de 20 mA.
Sigmund respingó y se quejó por la descarga repentina.
—Número Dieciocho —habló M a través del micrófono—, usa tu habilidad en el espejo.
—Incremento en ritmo cardiaco.
—Tengan en espera la segunda descarga de 30 mA.
—Sí, doctora.
A través del cristal, el equipo vio a un niño caminar con cierta dificultad hacia el espejo. Los latidos de su corazón tierno se podían escuchar en la sala de observación. M lo seguía con la mirada, esperando que el sujeto cumpliera con la instrucción.
Sigmund alzó la mano para tocar el espejo, pero...
—Lancen segunda descarga.
—Segunda descarga de 30 mA.
El niño cayó de rodillas, jadeando luego del grito ahogado que emitió.
—Número Dieciocho —habló M de nuevo—, usa tu habilidad en el espejo.
Los presentes vieron cómo el chiquillo de quince años fracasó para ponerse de pie y, con dificultad, consiguió tocar la superficie del Yata. Pasaron dos segundos más antes de que las computadoras notificaran la activación de la habilidad Mímisbrunni y la reacción de Yata a este.
—¿Cómo va el flujo de energías? —inquirió M sin apartar la vista de Sigmund.
—Aún se mantienen en niveles estables.
—Número Dieciocho, no dejes de usar tu habilidad.
Tal vez el Midazolam estaba surtiendo efecto, pues el sujeto estaba comportándose de manera dócil. No importaba, M necesitaba ver con sus propios ojos el culmen de su carrera. Había traído al mundo a un espécimen valioso, ella lo perfeccionaría con este experimento.
—¡Niveles de energía en aumento! ¡Singularidad detectada!
—El ritmo cardíaco está por...
—Administren otra dosis de Midazolam.
—¡Pero...!
—¡Háganlo!
De pronto, una luz similar a la del mismo sol iluminó el recinto. Habría sido un espectáculo casi divino de no ser por los gritos desgarradores de Número Dieciocho y que la sala comenzase a cimbrar como si un terremoto estuviese ocurriendo.
—¡Los niveles de energía están en puntos críticos!
M hizo caso omiso a la angustia del equipo, tenía la certeza de que la segunda alma en Número Dieciocho tomaría la carga excedente de energía y...
—¡Fusión iniciada!
El rostro de facciones frías y afiladas, adquirió un tinte tétrico por la sonrisa en unos labios delgados y resecos. ¡M estaba por sobrepasar a Pan y N!
—¡El sujeto ha perdido la consciencia!
—¿La fusión se ha detenido?
—¡Negativo! ¡Se detectó una segunda onda de energía!
¡Bingo!
Debieron pasar segundos que se le hicieron minutos enteros, cuando la fusión llegó a un punto crítico. La luz cegadora desapareció en un instante, dejando a la vista un Sigmund flotante, las ropas ligeramente chamuscadas y un destello diminuto en el pecho. El Yata había desaparecido por completo. No había rastro alguno del espejo sagrado.
Sigmund y Yata se habían fusionado por completo.
El experimento había sido un éxito.
M había conseguido crear al primer humano capaz de albergar una singularidad.
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GLOSARIO
[1] Sigmund: Del alemán antiguo Siegmund, que significa "victoria" y "protección".
[2] Midazolam: se les da a los niños antes de realizarles ciertos procedimientos médicos o antes de anestesiarlos para una cirugía, a fin de inducirles el sueño, aliviar la ansiedad y evitar cualquier recuerdo de este evento.
[3] 1040-Cho-9-8 es un código que va relacionado con el espejo sagrado.
· En 1040 el compartimiento del espejo se incendió.
· Cho-9 = Chokyu que fue una era de Japón (noviembre 1040 - noviembre 1044)
· 8 hace alusión al nombre traducido de Yata no Kagami (八咫鏡) "El Espejo de Ocho Ata" (Ata es una unidad de medida arcaica japonesa)
[4] Yata no Kagami: forma parte de los Tesoros Imperiales de Japón. El espejo representa la sabiduría y la honestidad.
¿Y bien? ¿Qué opinan?
Retomando mi agradecimiento del inicio, con esta chica intercambié impresiones de BSD, Novelas Ligeras y los libros que he estado leyendo para complementar a los personajes y la historia. Hablamos de teorías que ambas hacíamos, emocionadas por saber qué tan cerca estábamos de conocer el final de un arco o la aparición de algún personaje de las Novelas Ligeras o mencionado en capítulos previos del manga. Una de estas teorías es que Sigma sea, en realidad, Sigmund Freud. No recuerdo del todo el argumento que me dio para sustentarlo, pero, en homenaje a ella, decidí nombrar a Sigma como el padre del psicoanálisis. Lamentablemente, tuvimos nuestras diferencias y la amistad se perdió. Aún así, le prometí señalar que no fue mi idea (del todo) colocarle el nombre de Sigmund a este Sigma.
Donde quiera que estés K, te deseo lo mejor y muchas gracias por tu tiempo.
Por otro lado, el procedimiento de la doctora M está basado en lo que N hizo con Chuuya en Stormbringer.
Si tienen alguna duda de lo que ocurrió en el cap, no duden en dejar su comentario. Trataré de responder lo más pronto posible.
Muchas gracias por leer!
Espero les haya gustado!
Nos leemos~
Cuídense~
AliPon fuera~*~*
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