Capítulo 11
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Aquí un capítulo nuevo!
A leer!
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La luna había dejado su halo azul por uno plata. La Madre de las Lunas Niponas. Soseki se reuniría con ella esa noche. Tenía una ligera idea de qué o sobre quién hablarían. Era natural que la sangre se buscase a sí misma. Por ello, usando su piel gatuna, Soseki aguardó en el lugar acordado, Iseyama Kotai Jingu. La vida en Yokohama era acelerada, las mañanas se iban entre los dedos y las noches se bebían en un trago. Los humanos habían perdido la habilidad de estar en armonía con el mundo, los santuarios iban perdiendo relevancia en sus vidas diarias.
Por ello llevó a Odasaku, los niños y Dazai a esa casa rodeada de árboles, aislada de la locura moderna. El tiempo siguió su curso, pero el ritmo era diferente al de la ciudad. Aquella casa había sido testigo de diferentes hitos en la vida de Soseki, ahora era un hogar de sanación. No obstante, Odasaku estaba haciendo planes para cumplir con lo solicitado por Taneda de estar un año de perfil bajo lejos de la ciudad. Tras una lluvia de ideas se redujo la lista a dos opciones: Sagamihara, a unos cuantos kilómetros de Yokohama, o Yaizu, en la prefectura de Shizuoka. Aún no se llegaba a un consenso, pero el ánimo en el ex asesino había cambiado de manera positiva.
Entretanto, Dazai puso a trabajar a Soseki porque «necesito algunas cosas que dejé en la casa de Odasaku», entonces, además de haberle conseguido ropa apropiada para la entrevista con Taneda, los días subsecuentes, tuvo que escabullirse en el departamento del pelirrojo y recuperar una carta muy preciada. Eso sin mencionar que el departamento que ocupó con Atsushi estos últimos dos años, lo vació. Las cosas de Atsushi-Atsuko las llevó a la casa donde se celebró la última Navidad del hijo de la Luna. Estuvo tentado en deshacerse de ellas, culpó a la nostalgia y al apego por no hacerlo.
De cualquier modo, el ambiente en esa casa era menos opresivo que días anteriores. A diferencia de Sakura, y Shinji, el resto de niños se mantenían reacios a tratar bien a Dazai. Odasaku aún lidiaba con un Kosuke rebelde y herido. Soseki esperaba que con el tiempo mejorase el temperamento del niño. Atsushi...
«Bakeneko» habló una voz autoritaria femenina a sus espaldas.
En su forma gatuna se giró para adentrarse al santuario donde lo esperaba una mujer de la realeza divina, Tsukuyomi-sama. Si bien no se negaba su belleza, fue inevitable compararla con Byakko-sama y notar la falta de parentesco. Ni una sola facción del rostro las emparentaba. Ni la forma de vestir. Ni el aura que desprendía cada una. A pesar de representar un astro, eran entidades diferentes en su totalidad. Quizás lo único que tenían en común eran sus diferencias.
«Este Bakeneko saluda a Tsukuyomi-sama» dijo él realizando una inclinación educada en su forma gatuna.
La diosa que hasta ese momento lucía como una aparición cualquiera, terminó de materializarse enfrente de él.
—Me complace ver a un aliado de mi amada hija —habló la dama con una sonrisa diminuta en su voz—. Me sería grato verte en tu segunda piel, Bakeneko.
Como fiel siervo acató la orden, mas se mantuvo hincado en muestra de respeto.
—Quizás sea imprudente de mi parte, pero este humilde siervo felicita a Tsukuyomi-sama por su ascensión y también lamenta su pérdida.
—Agradezco tus palabras, Bakeneko. No hay ofensa alguna —replicó, tranquila.
—Natsuki, su doncella, me hizo saber que desea hablar conmigo, mi señora.
—Es correcto, es concerniente a mi hija.
—Este siervo está dispuesto a responder sus preguntas.
—En ese caso...
Tsukuyomi-sama preguntó por la versión de Soseki con respecto al Sellado del Libro Infinito y la guerra que ocurrió después. Él le habló con honestidad sobre las injusticias que ocurrieron en aquellos ayeres, los infortunios que pasó Byakko-sama al no poder regresar al Takamanohara y refugiarse en templos cual diosa errante. También le habló del Shinigami anómalo que la acompañó antes, durante y después de aquellos hechos.
—Ellos se amaban, ¿cierto? —cuestionó la diosa.
—Espero que me disculpe, pero no puedo asegurar por completo el amor entre ellos. Lo único que mis ojos vieron y mis oídos escucharon fue de la cercanía propia de almas gemelas o confidentes.
—Entiendo que no quieres dar falsos testimonios, mas puede que en esto sea verdadera mi suposición.
Bakeneko no le refutó sus palabras y continuó su relato. En él habló de los recipientes destinados a albergar a Byakko-sama, pero todos, sin excepción, habían fallecido antes de siquiera cumplir las cuatro décadas; así como los cachorros que dio antes del sellado. Tsukuyomi-sama frunció el entrecejo ligeramente y habló:
—¿Byakko no pudo hacer florecer ningún clan?
—No, mi señora. A pesar de su don de fertilidad, ella no logró que un clan aceptase su regalo.
—¿Qué hacían?
—Bueno, las mujeres eran asesinadas por sus esposos y los cachorros corrían con la misma suerte o eran abandonados para morir. Byakko-sama realizó incontables funerales, mi señora.
La diosa tensó la quijada y formó puños con sus manos delicadas. Sus ojos blancos parecían arder.
—¿Qué hay de los recipientes?
—Ellos... eran cuidados por el Shinigami en lo que cumplían los quince años para así tener un contacto directo con Byakko-sama. Cabe mencionar, mi señora, que conocí pocos recipientes, mas los rumores fluyen con mayor rapidez que cualquier río. Con esto quiero decir que desconozco las muertes de algunos cachorros.
—¿También murieron?
Bakeneko asintió.
—No importaba cuánto se esforzara el Shinigami o qué tan fuerte era el vínculo con Byakko-sama, ninguno tuvo una vida larga.
—¿Tampoco les fue posible tener descendencia?
—No, mi señora. Eran tachados de abominaciones o de hijos malditos. En ningún pueblo eran bien recibidos. El único amor que llegaron a conocer fue el dado por el Shinigami y Byakko-sama.
Los ojos de la diosa comenzaron a anegarse.
—Byakko, mi hija..., ella, ¿ella jamás tomó represalias hacia los humanos?
Bakeneko sonrió triste.
—No, mi señora, Byakko-sama nunca castigó a los humanos.
Una lágrima sagrada cayó de un orbe albo.
—¿Cuántos recipientes tuvo mi hija?
—Ocho.
—¿Los ocho los perdió?
—No, mi señora, el octavo está con vida.
El semblante nublado por la tristeza e impotencia demostró sorpresa genuina que la hizo parecer una diosa joven, demasiado joven.
—¿Está con vida?
—Sí, mi señora. Su nombre es Atsushi Nakajima, un huérfano recluido en un orfanato. El último cachorro de Byakko-sama, aún vive.
.
Ese día no había sido castigado tan severamente, lo cual suponía un triunfo para Atsushi, el niño al que se referían como Número Setenta y Ocho. La partida de madre aún era una herida abierta que estaba sanando en soledad y silencio. Nadie en el orfanato se había percatado del luto con el que cargaba. Una ínfima esperanza de ser notado, de ser considerado humano, deseó que fuera mirado con atención y recibir un gesto de consuelo. Aun así, la decepción se hizo presente, lo acongojó y confirmó que el único en quien podía apoyarse era en Shin, su tigre y corazón. (El último regalo de madre.)
«Duerman» se escuchó la indicación después de una alarma ruidosa.
En el orfanato no había relojes de ningún tipo, no había manera de medir el tiempo. Las únicas personas que poseían un reloj eran los que estaban por encima de ellos, uno era el Director. Él gustaba de repetir una frase: «Poseer un reloj es prueba de una voluntad fuerte e independiente. Por lo tanto, aquellos de ustedes que nacieron para ser gobernados y disciplinados no necesitan un reloj». Con esas palabras, les daba una motivación para continuar bajo su yugo... o buscar maneras de obtener uno. (Atsushi sabía de un niño que estaba ahorrando para comprarse un reloj, una muestra de su voluntad.) En estos momentos, Atsushi, había perdido la motivación de poseer un reloj. De desear algo sería tener de vuelta a madre. No más.
De cualquier manera, esa noche conseguiría dormir sobre una cama menos rígida al estar en la habitación —que lucía más a una jaula o prisión— que tenía su número escrito. En las cuatro paredes dominaba el gris así como en el resto de instalaciones, contrastando con el verde de los árboles que les rodeaba, el cielo de un día soleado, los vegetales del huerto, las plumas de las gallinas y pollos que se criaban. Era como si el exterior fuera un sueño y el interior la realidad. Había ocasiones en las que Atsushi se cuestionaba cuál era la realidad, llegando a perder los estribos y ser severamente castigado.
Ahora que Shin estaba con él, se preguntaba si el tigre cumpliría un deseo oscuro que venía incubando tiempo atrás: «¡Mátalos! ¡Que no quede nadie!». Cuando recibía azotes o palizas este pensamiento iba alimentándose. De tener olor, sería el de comida podrida y agusanada. En repetidas ocasiones estuvo a punto de pronunciar las palabras, mas algo lo frenaba de derramar sangre: su bondad. Una tierna oveja afelpada se interponía de optar por la violencia en su estado más puro. En consecuencia, Atsushi aceptaba el dolor que le infligían, se aferraba a la oveja con todas sus fuerzas, manteniendo con vida la esperanza de que un día el infierno acabaría. Un día abandonaría esta cárcel.
En cuanto cerró los ojos e ingresó en el palacio mental, se sorprendió de no encontrar a Shin en la sala principal. Lo llamó un par de veces, mas no recibió respuesta inmediata. Confundido (y temeroso) decidió buscarlo. Recorrió los pasillos de su ala, nada. Se dirigió a los jardines, nada. De último minuto recordó que el tigre solía echarse en una ala a la cual jamás había entrado. Madre había dicho que era especial, no especificando qué había en ella. Atsushi supuso que era la morada de Shin, pero ¿qué probabilidad había de que no fuera así?
Con el corazón latiendole frenético, se dirigió a esa ala sin explorar. Jadeó al ver la puerta abierta de par en par, despertando su curiosidad. Se acercó con cautela, miró en todas direcciones por si sus ojos captaban un pelaje blanco, nada. Un rugido suave lo detuvo por completo a unos pasos de la puerta. Ahí, dentro de lo que parecía un pasillo repleto de habitaciones, una puerta estaba deslizada y de ella se asomaba una cola anillada. Shin estaba ahí. No lo había abandonado.
«A...tsu...shi»
Una voz similar a la suya le heló la sangre. ¿Quién lo llamaba? ¿De dónde provenía esa voz?
«A...tsu...shi»
Venía del interior, de eso no cabía duda. ¿Sería obra de Shin o el tigre le estaba ocultando algo?
«A...tsu...shi»
Cual en trance, dio un paso hacia adelante... luego otro... y otro.
«¿Joven amo?» llamó Shin en cuanto estaba por dar un paso más al interior. «¡Joven amo, no!».
Atsushi entró por completo en el ala y recibió información que estaba destinada a saber mediante déjà vu o sueños. La carga fue tanta que no se despertó en el mundo real.
Atsushi de catorce años conocería la vida de dos versiones suyas, confirmaría quién fue su madre, sabría de personas que aún no conocía, sabría del peligro que corría el mundo, sabría del sacrificio de su otro yo y madre.
Lo único que no conocería sería el nombre del castaño que sus otras versiones amaron con intensidad.
¿Quién era él?
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¿Y bien? ¿Qué opinan?
Como dato curioso, el número de Atsushi y la frase del reloj del Director lo saqué de la Novela Ligera de Beast jejeje Sí, también me leí esa novela. Tengo una opinión no tan buena de ella, pero hay cosas que rescato, más que nada para cosas del fic je
Ahora, Tsukuyomi ya sabe que es abuela! La estirpe de Atsushi es bien de la realeza divina xD Y espérense a lo que les tengo preparado con ello jojojo
En el próximo capítulo tendrá su aparición un personaje que ha salido muy poco en el manga y del cual no se sabe demasiado uwu
Muchas gracias por leer!
Espero les haya gustado!
Nos leemos~
Cuídense~
AliPon fuera~*~*
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