Capítulo 10

Hola!

Aquí un capítulo nuevo!

Sin más, a leer!

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Debía admitir que ese yo detective tenía un gusto decente en cuanto a ropas: una gabardina larga color arena, debajo de esta un chaleco negro en conjunto con una camisa de vestir azul claro, pantalones beige y zapatos marrones. Sensei había recuperado la corbata tipo bolo que Atsushi le había regalado en su último cumpleaños y que tenía un parecido con la de su otro yo. Por alguna razón sintió que estaba ocupando una piel que no era suya, como si estuviera suplantando a alguien más que, irónicamente, era él mismo.

Se miró al espejo del baño para cerciorarse que se veía lo más decente posible. Luego de casi dos semanas sin usar vendas, regresar a ellas había provocado en él un desagrado extraño. Estaba tentado a retirarlas, pero las palabras de Sensei resonaban en su mente con una firmeza que lo orillaba a obedecer: «Estás liberando demasiada energía divina, Dazai, no puedes andar así por el mundo». Bueno, Sensei no había sido el primero en envolverlo con vendas, sus padres lo hicieron a lo largo de su infancia. Jamás se preguntó la razón. Ahora, con una visión amplia de la existencia de los dioses y su procedencia, lograba hacerse una idea de los inconvenientes que era tener su piel al descubierto.

Bien, estaba listo. Abandonó el baño luego de un largo suspiro. En la cama descansaba la segunda libreta dejada por Atsushi; la que había compartido espacio con el walkman y la última carta que aún no se animaba a leer.

Los primeros días se había rehusado a leer la libreta, temeroso de lo que pudiera encontrar, pero cuatro noches atrás, bajo la luz de la lámpara de noche, se decidió a leer el contenido. Se trataba de un diario, sin lugar a duda. Este comenzaba con el recuento de cómo Atsushi había rescatado de un río a su otro yo, pero lo que llamó su atención, y lo hizo hojear de principio a fin, era que tenía hojas arrancadas. Faltaban días o semanas completas dejando algunos hechos contados a medias. De inmediato hurgó en los cajones de la mesa de noche en busca de un bolígrafo y se dispuso a traducir porque, al igual que el anterior, estaba escrito en lengua divina.

La primera entrada narró a un famélico Atsushi a orillas del río Tsurumi con una debacle sobre ceder al impulso de robar con tal de obtener algo de dinero para comprar comida. Entonces, este huérfano, echado de un orfanato cuatro semanas atrás, divisó un par de piernas flotando por el cauce del río. Vaciló por breves segundos, mas optó por sumergirse en el agua y, con las pocas fuerzas que le quedaban, rescatar al desconocido que resultó ser un hombre alto, de cabellera castaña y de buen rostro. Este hombre, tan pronto abrió los ojos, se incorporó y musitó un «¿Estoy vivo? ¡Tch!» seguido de una reprimenda al chico que, señaló, había interrumpido su suicidio. Osamu enarcó una ceja por una frase de su otro yo: «Como sea, mi prioridad era cometer un suicidio limpio que no importunara a nadie. Pero acabé dándote problemas, el único culpable aquí soy yo. Debería disculparme...». (Se cuestionó si esta frase la diría con regularidad en caso de tener la idea del suicidio o intento de suicidio como un hábito. Cabía la posibilidad; como si fuera una disculpa ensayada y lo más impersonal posible.) Siguió leyendo su interacción, la aparición de Kunikida-kun y cómo fue que Dazai-san aisló a Atsushi en un almacén para simular (Osamu lo notó al instante) una escena en la que el huérfano había perdido el control.

Osamu no durmió por leer ese futuro que Atsushi le narró de manera escueta en una ocasión. Por fin, le colocó un rostro a varios de los individuos descritos y terminó de hilar hechos que antes lo habían tenido absorto en el pensamiento. Sin embargo, más allá de esta información valiosa, su Luna plasmó cómo sus sentimientos fueron floreciendo por el desastre que era Dazai-san «el hombre perfectamente imperfecto». A pesar de la muerte segura de esa versión suya, Osamu no pudo controlar muy bien los celos en un inicio. Era inaudito para él que ese idiota no hubiese actuado en el momento que Atsushi despertó en él los atisbos del amor. Aunque, una parte de él reconocía el actuar del otro y sabía la razón por la que jamás quiso corresponder al amor genuinamente aterrador de su tigre: sentía que no lo merecía. ¿Por qué alguien se enamoraría de alguien con un fanatismo morboso por cometer suicidio? ¿Qué hallarían de atractivo a una persona excéntrica que mantenía una barrera entre sí mismo y el mundo?

Fue ligeramente molesto y, sobre todo, enternecedor la visión de Atsushi sobre él y las interacciones en las que su Luna transcribió los pensamientos sarcásticos, las palabras mordaces que en ocasiones se tragaba, la honestidad brutal que lo envolvía. Fue fascinante descubrir una faceta casi atrevida y desafiante.

Cuando finalizó su lectura, fue el día que Sensei le dio la mejor noticia del mundo: la manera de cumplir la voluntad de Atsushi.

Por ello, completamente vestido en ropas que lo deslindaban del negro de la mafia, Osamu estaba ansioso por ir a ese bar que visitaba el jefe Taneda. Sensei aseguró que si lo abordaban adecuadamente obtendrían grandes noticias.

Ligeramente entusiasmado por la reunión, tomó la libreta, la guardó en el primer cajón de la mesa de noche y sacó el walkman; su objeto más preciado donde se alojaba su canción preferida. (Esperaba escucharla de camino a la ciudad o de regreso.) Se echó el aparato en uno de los bolsillos internos de la gabardina y abandonó la habitación en la que se había recluido por dos semanas.

A través de los ventanales se filtraba la luz de una tarde soleada. Los árboles que rodeaban la casa temporal estaban comenzando a teñirse de rojo y marrón. El otoño estaba cada vez más cerca.

Inhaló profundamente antes de recorrer parte del pasillo y descender las escaleras. Le había prometido a Odasaku que comería con ellos ese día; afrontaría a los niños.

Una sensación vertiginosa se asentó en el estómago, haciéndole olvidar que tenía hambre. Los labios se le secaron, los dedos de las manos le hormiguearon por lo que atinó a introducirlas en los bolsillos de la gabardina. Su andar se tornó lento, como si con ello quisiera retrasar un juicio que, en primera instancia, no existía (o quizás no como él pensaba). El ruido de la cocina era de murmullos entremezclados con el sonido metálico de los cubiertos golpeando la loza. Olfateó un aroma agradable de comida casera, mas no fue suficiente para detener las náuseas. A pesar del temor dio los últimos pasos para adentrarse por completo en el área, atrayendo siete pares de ojos y que el silencio reinase.

Sus ojos se pasearon por cada rostro (sin detenerse en el de Sakura), vaciló en sonreír y adoptar la apariencia de alguien animado; una defensa aprendida. Entonces, ocurrió algo inesperado.

—¡Sakura-chan! —jadeó en cuanto colisionó la pequeña que se había bajado de la silla, rodeado la mesa e ir directo a sus piernas, abrazándolo como solía hacerlo con Odasaku.

La pequeña no replicó, simplemente estrechó el agarre y enterró el rostro en los muslos. Confundido, Osamu miró a Odasaku en busca de respuestas. Su hermano tenía una sonrisa enternecida, suavizando su rostro impasible. Cruzaron miradas y Osamu comprendió que todo estaba bien...

—Sakura no odia a Dazai-san —musitó la niña alzando su carita ligeramente enrojecida y lágrimas a punto de caer de sus ojos inocentes.

—¿No... me odias?

La cabecita negó enfáticamente para volver a ocultarse en los muslos que abrazaba. Osamu atinó a sacar una mano de los bolsillos y dar palmaditas suaves sobre una cabellera borgoña.

—...Gracias —musitó con un nudo en la garganta.

.

—Te ves más animado, Dazai —comentó Odasaku detrás del volante, siguiendo las instrucciones de Sensei.

Estaban en camino para encontrarse con el jefe Taneda de manera «casual». Sensei les había dejado las señales del lugar y dónde debían aparcar para evitar levantar sospechas. Dazai no iba a negar que el abrazo de Sakura había calmado parte de la culpa y tristeza que lo atormentaba día y noche. Debía ser demasiado obvio como para que Odasaku lo notase.

—Sakura-chan me sorprendió con su abrazo —admitió con una sonrisa suave y pequeña.

—Me alegra.

—¿Le pediste que lo hiciera?

—No creí que lo haría.

—¿Tan poca fe tienes en tus hijos?

—Estas semanas han sido difíciles... en especial con Sakura. Me fue complicado sacarla de su enojo hacia ti.

—Son emociones naturales, Odasaku. Perdieron a su madre, la tristeza y el enojo suelen ser las emociones predominantes.

—Perdiste a tu pareja —corrigió el ex asesino, callando al castaño.

No podía negarlo. La ausencia de Atsushi era demasiado pesada aún.

—...Gracias —susurró Osamu mirando a través de la ventana.

Odasaku no respondió.

.

La noche cubrió a la ciudad y obligó a que se encendieran sus propias estrellas. Letreros coloridos resplandecían por las calles bulliciosas de Yokohama. Odasaku y Dazai caminaban con despreocupación, como si formaran parte de la multitud. Era una novedad andar por la urbe sin el peso de la mafia sobre los hombros.

—¿Cuál bar nos recomendaron? —inquirió Osamu como si no supiese cuál era.

Odasaku recitó las señas: una linterna naranja colgada en el frente del local que tenía fama de vender bebidas baratas. Ambos entraron en el bar que cumplía con la descripción y dónde estaba Sensei sentado luciendo como un gato callejero cualquiera. No fue difícil ubicar al hombre que buscaban. Él bebía una copa de sake con la expresión más amarga que Osamu le había visto a alguien. El castaño inspiró hondo y decidió iniciar la conversación.

—Que un pez gordo del ministerio beba en un local como este es muy inusual. Se ve muy solo, jefe Taneda —habló Osamu con soltura, una expresión juguetona y jovial que contrastaba con el pesar que sentía en el pecho.

El hombre parpadeó lento para luego enarcar una ceja hacia Osamu y Odasaku —que se había sentado al lado del primero—. Ambos fugitivos estaban enfrente del hombre robusto con la mesa como única separación.

—Ustedes son...

—Permítame servirle —interrumpió Osamu tomando la botella de sake barato y verter el líquido en la copa sostenida por una mano gruesa.

El jefe suspiró por lo bajo y procedió a beber el alcohol de un trago. Tan pronto terminó les dedicó una mirada afilada.

—He visto tu cara en nuestros reportes más veces de las que puedo contar. Eres un regular en nuestra lista negra —indicó al castaño que en ningún momento cambió su expresión alegre que impedía leer el humor o cualquier fechoría que podía ocultar. Luego posó su mirada en el impasible pelirrojo—. Y tú has estado en lo más bajo de nuestras prioridades, pero tu historial no está limpio.

—Lo sé —replicó Odasaku con tono monótono.

Osamu rio mientras que el jefe Taneda suspiró sonoro.

—¿Y bien? ¿Cómo supieron que estaría aquí?

—Un gato nos lo dijo —respondió Osamu con un encogimiento de hombros casi infantil.

—Sí, claro. Se supone que estás desaparecido y tú estás muerto... —comentó con una ceja enarcada—. ¿Qué los trae aquí?

—Estamos buscando un trabajo nuevo.

—¿Tiene alguna recomendación? —añadió Odasaku por curiosidad, dado a que Sensei había dicho que el jefe Taneda les daría opciones.

El hombre robusto los miró estupefacto, mientras que Osamu mantuvo su sonrisa y Odasaku el rostro inexpresivo.

—Me cuesta creerlo. Tengo una lista larga de cosas que preguntar, en especial a ti... —señaló al castaño—. ¿Están interesados en la División Especial de Poderes Inusuales? Si es el caso-

—Perdería su trabajo si yo ingresara. —Osamu sonrió con ironía—. No me gustan los lugares rígidos.

El jefe dirigió una mirada inquisitiva a Odasaku.

—¿Está seguro de que yo podría ingresar?

El silencio del jefe fue suficiente respuesta, después añadió:

—Entonces, ¿qué buscan?

Un trabajo donde podamos ayudar a la gente —confesó Osamu sin titubeo alguno. Odasaku asintió de manera sutil.

El jefe Taneda se cruzó de brazos y les dedicó una mirada severa.

—No sé bajo qué circunstancias estés, pero... —le habló a Odasaku—. ¿Quieres una nueva identidad?

—No.

—En ese caso un año con perfil bajo, quizás lejos de la ciudad. —Odasaku asintió—. Y tú... —se dirigió a Osamu—. Tu historial está muy manchado. Tendrás que comportarte por dos años para iniciar de cero. —Osamu no dejó de sonreír—. Puede que tenga una pista para ustedes.

—Lo escuchamos.

Con elegancia el jefe extrajo un abanico del interior de sus ropas tradicionales, lo abrió con un movimiento de muñeca, cubrió la mitad de su rostro y dijo:

—Se trata de una agencia armada donde trabajan dotados. Están en un área legal gris, pero se encargan de casos complicados que los militares y la policía no pueden resolver. Su presidente es un hombre sensato. Puede que sea lo que busquen.

El jefe sonrió bonachón, casi como un padre que es cómplice en alguna travesura de sus hijos. Osamu asintió, cerró los ojos, contemplando lo dicho por el hombre. Sabía exactamente a qué agencia se refería. Abrió sus ojos y dirigió su atención a Odasaku, quien debió percibir su mirada e hizo contacto visual con él. La determinación en el pelirrojo entremezclada con la esperanza de poder pisar los suelos iluminados de la ciudad que conocía como la palma de su mano lo alivió (temía que su hermano fuese a rechazar la opción). Osamu ya se había decidido, sobre todo porque deseaba él mismo experimentar ese ambiente que Atsushi describió como caótico y cálido.

(Una segunda familia.)

Los ojos oscuros de Osamu regresaron al jefe Taneda, sonrió con mayor soltura y preguntó:

—¿Podremos salvar vidas?

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¿Y bien? ¿Qué opinan?

La parte de Odasaku, Osamu y el jefe Taneda, es una adaptación de la última escena de la Dark Era. Sin embargo, la que tomé como referencia fue la de la Novela Ligera, no tanto del anime. Con esto se marcan dos semanas desde el fallecimiento de Atsushi :'D 

Sí, así de lento vamos y el primer arco de este segundo libro aún ni va por la mitad TuT Estamos a 1/3 del arco, con eso les digo todo je

En el siguiente capítulo habrá una pequeña sorpresa jejeje

Muchas gracias por leer!

Espero les haya gustado!

Nos leemos~

Cuídense~

AliPon fuera~*~*

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