No me olvides
Me paseaba por la casa tratando de reconocerla, pero por más intentos que hacía no lograba traer ningún recuerdo a mi mente. Recorría esos pasillos por los que debí correr en mi infancia, yo no lo recordaba, pero las pruebas de que estuve ahí estaban colgadas en las paredes en forma de imágenes estáticas con rostros sonrientes. Ya estaba harta de todo, pero eso fue lo que me tocó vivir.
—Sami, baja a comer. —Escuché a mi mamá decir desde abajo.
Bajé las escaleras y miré a ese matrimonio que lucía más triste desde que el médico les explicó lo que pasó conmigo. Tomé lugar en el único puesto vacío frente al plato de comida hecho por mi madre, según ella mi favorito, pero ni siquiera lo toqué porque no lograba reconocerlo como tal. Traté de encontrar un momento feliz junto a ellos, pero no lo logré. El almuerzo pasó silencioso, luego de media hora ya nos estábamos poniendo de pie para volver a nuestros quehaceres, papá se encerraría a leer, mamá se pondría a tejer un chaleco para mí mientras yo volvía a tratar de recordar algo de mi vida.
Ya no quería estar en mi cuarto, había memorizado ya cada detalle posible y por lo mismo ya nada me sorprendía. Fue por eso que preferí pasar de largo en el pasillo hasta la puerta que daba a las escaleras que llevaban al desván, el lugar que mis padres me tenían prohibido por razones que desconocía. Tomé una linterna vieja que encontré a mano y lo iluminé preguntándome qué era lo que mis padres tanto escondían. Hurgué entre las cajas cuidando evitar las arañas que podría encontrar. Había objetos viejos, aparatos que seguramente ya no funcionaban hace mucho tiempo, papeles que en algún momento estuvieron escritos pero que ya se veían casi en blanco, entre otras cosas que desconocía.
Comenzaba a desanimarme cuando choqué con una caja, cayendo así al suelo generando un gran ruido al hacer caer otras cosas. Temía que mis padres hubieran escuchado y subieran a ver qué sucedió, pero no pasó. Me paré, ordené un poco lo que desordené y abrí la caja con la que choqué. No estaba sellada con cinta adhesiva como el resto y se notaba bastante más antigua. Miré el interior: cuadernos viejos, sobres de cartas y un cofre en el que podrían haber joyas guardadas. Tomé el primer cuaderno, el que estaba más a mano y le quité el polvo. La portada era café sin ningún diseño en particular, una especie de broche lo mantenía cerrado, detalle que me hizo pensar que era un diario personal.
—Sami, ¿Estás bien? —Escuché que preguntó mamá desde abajo.
—Sí, tranquila.
Esperé unos segundos en silencio y sin hacer nada, casi dando por hecho que mamá subiría las escaleras, pero se quedó abajo. Cuando ya estuve segura de que no vendría abrí el broche del diario de vida y leí la primera hoja: “Amaranta”. Pensé unos segundos, de los pocos días que tenía de memoria no había estado presente ninguna Amaranta, mis padres tampoco habían hablado de una chica con ese nombre ¿Entonces quién era y por qué su diario de vida estaba aquí en mi casa? Por un momento se cruzó la idea en mi mente de que fuera mío, pero mi nombre era Samanta.
Avancé unas hojas, lo abrí en una página al azar y entonces leí, sorprendiéndome de la fecha en que fue escrito:
“21-5-1875
Querida amiga:
Parece mentira que ya han pasado dos meses y sigo en blanco. Creo que me volveré loca, necesito a alguien que me comprenda porque mis padres no lo hacen. ¿Cuándo será el día en que…”
Quise seguir leyendo, pero las letras siguientes se veían muy borrosas como para continuar. Me pregunté qué le pasó a esa chica como para sentirse así y a quién estaba dirigida esa carta. Para averiguarlo retrocedí hasta el principio y lo que leí me desconcertó bastante.
“12-3-1875
—Tengo 16 años.
—Nací el 6 de agosto de 1858.
—Vivo con mis padres.
—No sé por qué no recuerdo nada”.
“15-3-1875
He decidido que desde hoy te escribiré a ti porque sé que de cierto modo nos ayudaremos mutuamente. Yo podré desahogarme, tú tendrás mi historia escrita para siempre. Yo podré olvidarme a mí misma, pero tú no lo harás.
Gracias.
Amaranta”
Dejé la lectura por unos segundos tratando de comprender el mensaje. Medité pero no le encontré sentido. En eso estaba cuando se abrió la puerta dejando ver a mi mamá.
—Sami, ¿Qué haces aquí? —Preguntó en cuanto me vio.
—Leía.
—No deberías estar aquí ¿Por qué no vas a tu habitación o afuera?
—Me aburro allá, ya lo he visto todo.
—Está bien… ten cuidado.
Sin decir más se giró y se marchó, dejando la puerta abierta para que me entrara algo más de luz y a la vez para invitarme a salir de ahí en cuanto quisiera. Pero yo no saldría, no aun, me quedaría hasta entender la historia de Amaranta. Con mi objetivo en mente volví a abrir el diario y me dispuse a leer.
“21-3-1875
Querida amiga:
Desde hoy te llamaré así porque me es más cómo escribirle a una amiga que a un desconocido. Me he paseado por la casa como no imaginas, ya no sé qué hacer. Me aburro como nunca y las conversaciones con mamá ya me tienen harta. Habla mucho del pasado y eso me hace enojar porque me siento excluida. El pasado del que habla me parece ajeno…”
Pasaba hoja tras hoja y las leía, los días de la chica parecían ser casi iguales, monótonos con una vida diferente a la mía por las épocas, pero con sentimientos casi idénticos. ¿Le habría pasado a ella lo mismo que a mí? Miré la hora en un viejo reloj que llevaba en mi muñeca, eran las 5:32PM, había estado ya varias horas leyendo y no me apetecía dejarlo. Por lo mismo a mamá no le acepté la comida que me llevó.
—Samanta lleva muchas horas sin comer. —Le dijo la mujer a su marido.
—Lo sé.
—¿Debería bajarla y obligarla?
—Deberías descansar.
—Pero la niña…
—Bajará en algún momento
Poco convencida dejó a su marido tranquilo en su oficina para volver al dormitorio que compartían a sumergirse en sus pensamientos mientras tejía. ¿En qué momento la vida se había tornado tan difícil y su hija tan extraña? La recordaba como una niña alegre y cariñosa, pero todo se había acabado. Deseaba poder abrazarla como antes, ir las dos juntas de compras, salir en familia, cualquier cosa de las que solían hacer antes.
“3-5-1875
Querida amiga:
Te cuento mi día. Hoy con mamá hemos ido juntas al mercado pues ella quería pasar algo de tiempo conmigo. Ha sido entretenido, me ha contado distintas cosas de mí que pasaron antes del accidente (…)
Aun no recuerdo nada por mí misma, todo lo que tengo son imágenes creadas por mí imaginación para llenar los espacios en blanco de mi cabeza. Es desesperante (…)
Bueno, ya es hora de dormir, el cielo está ya oscuro y la vela casi consumida por completo.
Amaranta”
Había espacios en el relato que no lograba leer, pero al menos era notoria la intención y sentimientos de la chica. Me sentí identificada y como si quisiera apoyarme recordé las veces que mi madre hablaba del pasado. Era como si Amaranta hubiese tenido una vida parecida a la mía. Eso me causaba escalofríos y un deseo mayor por conocerla. Miré el reloj, las 7:13PM, aun era temprano y la linterna seguía funcionando.
“10-5-1875
Querida amiga:
Papá me ha visto escribiéndote y se extrañó porque nunca antes yo había escrito un diario de vida, al menos que él recuerde. No entiende que estas son cartas para ti y tampoco comprende mis motivos (…) no me olvides (…)
Amaranta”
—¿Quién está ahí? —Escuché que preguntaba una voz masculina mientras subía las escaleras.
—Yo.
—¿Samanta?
Al llegar se quedó en el umbral de la puerta mirándome mientras yo buscaba en el diario alguna hoja legible.
—¿Qué haces aquí?
—Leo.
—Cariño… tú no deberías estar aquí.
—Lo sé, pero me agrada y puedo leer tranquila.
—Tienes a tu mamá preocupada.
—Dile que en cuanto termine la iré a ver.
Nos quedamos en silencio, él mirandome y yo leyendo, sintiéndome un tanto incómoda por su presencia. Tenía cientos de preguntas pero no sabía si hacerlas o no. Lo pensé unos segundos y cuando él se iba me atreví a hacerlo.
—Papá… ¿Por qué no recuerdo nada?
—Por el accidente…
—¿Y por qué siento como si leyera mi propia historia?
—No sé...
—Papi ¿Tú me quieres?
Lo vi estremecerse. Asintió con la cabeza para luego bajar las escaleras con rapidez dejándome así sola en el desván con la única compañía de Amaranta. No quise llamarlo para detenerlo, permití que se marchara si eso le traería tranquilidad. Miré el diario, había avanzado varias hojas, ya estaba en el mes de agosto.
“6-8-1875
Querida amiga:
Ya es oficial, tengo 17 años y no siento que sea la gran cosa. Mis padres me han celebrado con un pastel hecho por Mercedes a la hora del té. No han hablado de recuerdos por respetar mi petición. A pesar de todo, mamá no ha podido evitar llorar al traer a su mente cumpleaños anteriores, pero no me ha hablado de eso.
A pesar de no poder recordar nada, siento si esto ya lo hubiese vivido antes. Es extraño, odio esta sensación, es molesta y me desespera, pero no puedo hacer nada, es inevitable. ¿Podrás tú recordar por mí?
Amaranta”
Las imágenes llegaron a mi cabeza de manera inesperada. No sé si imaginaba la historia de Amaranta o si estaba viendo la mía. Solo sé que me veía a mí misma con mis padres en distintos escenarios y circunstancias. Paseábamos por diferentes lugares, mi mamá me llevaba con ella a donde fuera, cumpleaños y un accidente, dolor y luego todo acabó. Fue como si el aire me fuera devuelto luego de que me lo quitaran, por fin sabía lo que había pasado.
—Así que era eso.
Miré unos segundos más el diario de vida de Amaranta, sus cartas dedicadas a mí. Si de algo estaba segura era de que no la olvidaría jamás, era mi amiga, quien me ayudó más de lo que podría imaginar. Con cuidado lo cerré dejando la última hoja sin leer y lo guardé en la caja en que lo encontré segura de que en el futuro ayudaría a otra chica tanto como a mí. Dejé todo tal cual lo encontré y bajé las escaleras con cuidado pues ya era tarde y estaba oscuro. Llegué hasta la sala donde mis padres conversaban, besé la mejilla de mi madre y salí de la casa por la puerta principal camino al lugar que me correspondía.
—Mañana es 8 de junio… Sami va a estar de cumpleaños.
—Lo sé… la vi en el desván.
—Te dije que estaba ahí. —Le reprochó a su marido la poca confianza que le tuvo.
—Lo sé, perdón.
—¿Te dijo algo?
—Me preguntó si la quería. —Un nudo se formó en su garganta— Es raro que aun no se vaya.
—Nunca sabemos cuándo se van realmente.
Los recuerdos volvieron a la mujer, aquel día en que le informaron que su hija fue atropellada , el hecho que cambió su vida para siempre. Sintió la necesidad de volver a su cuarto a tejer para mantener su mente ocupada, pero cuando se iba a parar vio a Samanta aproximarse a ellos. Ambos se estremecieron, era la primera vez que lograban verla al mismo tiempo después de la tragedia. Besó su mejilla y sin decir palabra salió por la puerta. Quiso seguirla, pero estaba consciente de que ya debía dejarla ir.
—Nunca podré olvidarla. —Dijo la mujer dejándose caer en el sofá
—No es necesario que lo hagas.
“12-8-1875
Querida amiga:
Es probable que nunca llegues a leer esto, pero no me importa, de algún modo necesito despedirme. Gracias por escucharme a través de la distancia del tiempo. Aun no me recuerdo a mí misma, me quedaré con la amnesia, pero estoy feliz de que tú puedas recordarme a pesar de todos los años pasados. ¿Nos vemos dentro de ciento y tantos años?
Amaranta”
Fin
Yatita
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