34 - El beso

La presencia de Álvaro incomodaba enormemente a Ángel.

Nada más llegó, Álvaro comenzó a hablar hasta por los codos. Se presentó e instantáneamente procedió a contarle sobre la odisea que le había tocado vivir de camino al parque hundido.

Iniciando con la inesperada orden de Ariel, quien apenas lo vio llegar al bosque, en la zona que el Círculo conocía como la zona ''C', lo asignó como su compañero y con ello, le ordenó llegar cuanto antes al parque donde Ángel lo esperaba.

El morenito le contó sobre un niño de bicicleta naranja, el cual, se estaba volviendo su competencia en el trabajo que desempeñaba como recadero; ya qué él niño, al tener vehículo, ofrecía un servicio más rápido, pero sin duda, más torpe y atrabancado. Este niño, según le contó al taciturno Ángel, casi lo atropella de camino.

   —¡Fue totalmente a propósito! De no ser porque debía llegar contigo, lo hubiese tumbado de su fea bicicleta y lo hubiera pateado — admitió, con impotencia el morenito.

También, le contó sobre una turista perdida que apenas lo vio, le dijo algo en inglés y huyó despavorida de él, mientras cubría con una de sus regordetas y blancas manos, su rosado rostro del inminente sol. Si bien, el morenito no entendió lo que le dijo, sin duda alguna, sonó bastante ofensivo para su persona.

   —Sí, entiendo que no traigo mis mejores galas...pero siento que me trató de pordiosero o un ladrón — se quejó.

   —Bueno, de ser así. Que grosero de su parte —comentó Ángel, fingiendo interés en lo que le decía.

Acostumbrado a analizar la vestimenta, el modo de hablar y actuar de las personas que conocía por primera vez; Ángel trataba de intuir el tipo de persona que era Álvaro. A quien estaba seguro de haber visto antes.

El morenito, era un niño más bajito que él y en menos de dos minutos, se enteró de que Álvaro era menor que él por unos meses.

La sonrisa abierta y brillante del moreno, lo descolocó por completo. Su voz chillona, de repente, soltaba algunos gallos entre sus alegatos, dignos de la edad y el cambio de voz.

Era bastante enérgico y casi tan escandaloso como Furcio. Llevaba el cabello algo largo, permitiendo que unos bucles de éste cayeran sobre su frente, gráciles y divertidos, como su portador.

Tenía un andar confiado y desenvuelto. Pero secretamente alerta. Notó esto último debido a que en el corto periodo de tiempo que llevaban caminando, Álvaro estaba al tanto de todo lo que sucedía a su alrededor.

A sus ojos, ese niño, era un diamante en bruto para el círculo. Poseía un aura pesada y su mirada, penetrante, vacía y negra, contrastaba bastante con la enorme sonrisa que llevaba dibujada en el rostro.

Además, era bastante amable, e iba por el mundo sin ganas de pelear o llamar torpemente la atención. Justo lo que el grupo necesitaba en esos momentos.

A su lado, Ángel se sentía obligado a obrar con precaución, ya que, sin problemas, ese escuálido niño podría pertenecer al selecto grupo de Morbius y Furcio. Ese grupo de sádicos a los qué Ariel, tanto parecía apreciar. Ya que algo en su persona, poseía ese rasgo de crueldad que si bien, no se percibía tan fácilmente como la del par de locos que ya conformaban el círculo; estaba ahí, oculta y paciente.

«Es como una fusión mejorada de aquel par de indeseables» pensó Ángel.

   —Entonces ¿Cuál es el trabajo? —le preguntó el morenito con entusiasmo. Recordando que esa charla y esa salida, no eran para pasear y hacer amigos.

Ángel detuvo el paso, mirando al morenito, notablemente confundido. —¿Como? ¿Ariel no te informó de nada?

   —No. Como pudiste darte cuenta, llegué algo tarde. En cuanto puse un pie frente a Ariel, me mandó volando para acá. Nada más me dijo quién sería compañero y listo.

Ángel guardó silencio un momento, analizando la situación. Viendo en la ignorancia de su compañero, una luz al final del túnel.

Sin embargo, dicha ignorancia no reducía el nivel de peligro. Ángel navegó en sus pensamientos, decidiendo si decirle o no, la verdad.

Si le mentía, podía tener oportunidad de avisarle a Alan sobre el plan. Y tal vez, ganar tiempo.

   —Debemos ir a la calle Laureles, en la colonia Palo Santo —informó al fin el flemático joven—. Ahí está el objetivo.

Álvaro repitió los datos de la calle, casi para sí mismo. —Bien. Y ¿Qué haremos ahí? Bueno, con el objetivo.

   —¿Recuerdas que en tu iniciación se te asignó una presa? —Álvaro asintió —. Bien, iremos a darle un recado.

El estómago de Ángel se encogió repentinamente. ¿Era debido a la mentira que dijo? o ¿el peligro al que se lanzó sin palpar el terreno? Además, ¿Qué era eso de presa? La sola idea de llamar al pecoso "presa" lo hizo sentir enfermo.

«Mierda. Es un ser humano. No un animal» pensaba, impotente ante la situación. Obteniendo, de algún lugar desconocido, un poco más de motivación para salvar a su compañero de clases.

   —¿Estás bien, Ángel? Estás muy pálido —observó el morenito.

   —Si, solo que es la primera vez que iré a, bueno, ya sabes. Amenazar a alguien.

   —Ya sé. Es difícil. Pero es más difícil entregar a alguien.

Esas palabras alteraron a Ángel.

«¿Entregar? Nunca dije nada de entregar» sintiéndose expuesto, como si hubiesen descubierto su intención.

Deslizó lentamente su mirada hacia Álvaro, quien, al parecer, deseaba ofrecerle un consuelo a su pena.

   —¿Tú ya lo has hecho? —preguntó el pálido niño, acomodando sus gafas y enfocando a aquel niño de ropa vieja y remendada, mientras sujetaba su estómago como acto reflejo, deseando no devolver sus alimentos en vía pública.

   —Si. A muchas personas— respondió, lacónico—. A la última persona que entregué, la mataron en su casa. Le volaron la tapa de los sesos.

Ángel lo miró aterrorizado. ¿Cómo era posible que ese niño pudiese hacer algo tan cruel? Y aún más, ¿hablar de eso con tanta naturalidad?

«Es broma. El nuevo quiere apantallar, seguro»

Ángel sonrió incrédulo. —Eres muy chistoso. Casi me la creo.

   —No, no es chiste. Un compañero llamado Donnie, fue quien jaló el gatillo. Pero, si sirve de consuelo, era un crikoso de la zona baja —aseguró—. Esa gente no vale ni un centavo. Le debía dinero a Donnie. Él se lo buscó. Todos saben que nadie le debe a Donnie.

Su frialdad al hablar y expresarse contrastaba pavorosamente con su amigable imagen.

«Dios mío. Éste es peor que Morbius» pensó, viendo las posibilidades de salvar al pecoso, básicamente nulas si el morenito se llegaba a enterar de qué planeaba traicionar al Círculo.

   —¿Y qué haremos con la presa? — preguntó Álvaro, quien odiaba los silencios incómodos.

   —Hablar. Cuestión de dialogar —mintió.

   —Oh, ¡Entonces cambia esa cara! ¡Solo son negocios! —exclamó, dando un par de palmadas en la espalda de Ángel.

   —Lo siento. No nací para esto.

   —Nadie nace para esto —lo consoló—. Pero entre más lo haces, puedes llegar a verlo normal.

«Vaya consejo de mierda» concluyó, el flemático joven, retomando el paso.

   —Oye Álvaro... ¿Puedo preguntarte algo?

   —¡Claro compañero! ¡Lo que quieras! Y porfa, dime Alby.

   —Ok, Alby, ¿Tú quisiste entrar al círculo por tu propia voluntad? —indagó, nervioso.

   —¡Obvio! ¡Pero qué pregunta, hombre!

   —Es que no me cabe en la cabeza tu decisión. Sabes lo que hacen ¿No? Son unos salvajes. Crueles y sádicos.

Álvaro asintió. —Sí. Es más extremo que lo que buscaba en un inicio, pero me sirve.

   —¿Cómo puede servirte eso?

   —Oh, bueno; te lo diré porque ahora eres mi compañero y tienes las manos tan sucias como yo. — dijo, refiriéndose a los trabajos que el círculo los mandaba a hacer —. Verás, hice enojar a Donnie, el hombre del que te hablé hace un rato. Resulta que le robé algo de mercancía. Tú sabes, para ganar un poco más de varo. El cabrón me estaba pagando una miseria y pues...la necesidad te obliga a hacer cosas que no debes.

   —¿No que a Donnie nadie le roba?— su voz tembló, fallando en el intento por parecer confiado.

   —Si, pero qué te puedo decir. La necesidad te motiva a hacer cosas estúpidas.

   —Si tú lo dices—Ángel agachó la mirada, enfocándose en su andar—. ¿Cómo diste con el círculo?

   —Ariel me invitó después de ayudarme a salir de un pedo que tuve antes de éste. Se hizo llamar el '' chico maravilla'' al inicio, pero después, se presentó conmigo y me invitó a formar parte de los suyos.

Ángel asintió. Después de todo, no le asombraba que Ariel fuese a reclutarlo especialmente. Al parecer, su compañero ya tenía un historial delictivo a cuestas. Nada que ver con los niños que se unían al círculo por ignorancia y ganas de joder al prójimo.

Álvaro era diferente a todos ellos, y, sobre todo, a esos dos desquiciados. Por qué él en verdad, se unía por necesidad.

   —Hubiese sido mejor que no aceptaras —comentó Ángel, despojándose de sus lentes para limpiarlos.

   —Puede ser. Pero necesito protección. Y ellos me han demostrado que pueden hacerlo.

   —En pocas palabras, vendiste tu alma por protección.

Álvaro se encogió de hombros, sin responder nada más, dejando ese simple gesto a interpretación.

Ambos llegaron a la cima de la colina que los llevaba de manera directa a la colonia Palo Santo, donde se suponía, debían encontrar a su objetivo. Estaban cerca del toque de queda, por lo tanto, debían ser rápidos.

De pie, justo en la esquina que daba inicio a la calle Laureles, ambos observaban atentos. La cuadra, a esas horas, invadida por la sombra de las casas que conforme el sol se ocultaba, iba creciendo de a poco, se mostraba bastante solitaria.

El silencio abrumador que imperaba solo podía ser roto por el viento que los envolvía en una espiral de calamidad, aumentando así, la inseguridad de Ángel.

«No me gusta esto» pensaba el flemático niño, rascando compulsivamente su brazo.

«¿Qué haré? Llegar, tocar a su puerta y ¿decirle todo de lleno? ¿Sería adecuado? Y ¿Qué pasa si no está en casa? ¿Si salió y llega poco antes de que suene la alarma? De ser así...no sería mi culpa, ¿o sí?»

Mientras Ángel se dedicaba a desenredar sus caóticos pensamientos, y Álvaro, a escudriñar la zona, a sus espaldas, la voz de Miguel perturbó el silencio.

   —¿Qué haces aquí? —su pregunta, sepulcral y autoritaria, asustó a Álvaro, quien esperaba todo, menos la presencia del castaño.

Álvaro se apresuró a explicarle. —Oh, Miguelon...yo solo vengo a...

   —¡Ey! ¡No seas tramposo Miguel! — gritaron repentinamente entre lo que era una algarabía de risas y bromas. Y girando la esquina, aparecieron en escena el pecoso, seguido de Samuel y Joel.

Todos cargaban con al menos dos bolsas de mandado en cada mano. Al parecer, acaban de realizar un encargo de Liliana.

Las sonrisas que decoraban sus rostros, tan alegres y sinceras, se desvanecieron al ver a Álvaro de pie, frente a ellos. Era increíble como la gente podía cambiar en tan poco tiempo.

El morenito, quien había dejado de ir a la escuela a inicios de enero, se mostraba ligeramente más alto que Alan, además de que su cabello, antes corto y sin forma; ahora se mostraba largo y con rulos.

Sin embargo, el sentimiento que poseían para su persona se mantenía intacto. Con una mezcla de emociones encontradas marcando sus rostros.

La tensión en el ambiente se intensificó cuando Alan se interpuso entre el castaño y el morenito, como un acto reflejo para proteger a su primo.

   —Te dije que no quería volver a verte por aquí — gruñó el pecoso, dejando caer sus bolsas al suelo y dando un par de pasos hacia el moreno; quien inmediatamente, se puso a la defensiva. Dispuesto a pelear si el pecoso le tocaba un solo cabello.

   —Si enano, pero la calle es libre. Además, no estoy aquí por gusto, estoy acompañando a un amigo. Eso es todo— se defendió, señalando a Ángel, cuya presencia había sido ignorada hasta ese momento.

Alan, al ver a su compañero de aula junto al morenito, no pudo evitar esbozar una mueca de desagrado. No por su persona. Si no, por ser amigo de alguien como Álvaro.

A esas alturas, le era natural despreciar a cualquiera que llegara a inmiscuirse en la vida de ese feo mocoso que los vendió de la peor manera.

   —Si. Es cierto —salió Ángel en su defensa —. Él no quería venir. Pero le pedí que me acompañara —mintió, aprovechando su frágil imagen —. Es que...necesito hablar contigo, Alan.

   —¿Conmigo? —el pecoso enarcó una de sus pobladas cejas—. ¿Qué quieres? Porque deja decirte que traer a este imbécil contigo, me quita las ganas de verte o siquiera hablar contigo.

   —Perdón, no sabía que se conocían. Mucho menos, que se llevaban mal —en ese momento, trataba de aplacar las aguas, mientras recordaba, por fin, donde había visto a Álvaro— .Pero es urgente que hable contigo Alan.

   —¿Urgente? ¡No lo creo! —bufó Alan, negándose a escucharlo.

Sin embargo, Joel, quien guardaba silencio y miraba todo desde una perspectiva serena, rompió finalmente su mutismo, abriéndose paso entre Samuel y Miguel, hasta por fin, estar junto a Alan.

   —Alan, habla con él —aconsejó con suavidad, adornando la claridad de su voz, pero con un sutil aire de autoridad que sobresaltó al pecoso.

   —Pero yo no quiero escucharlo. De seguro es una tontería —espetó Alan, ocultándose en su necedad infantil mientras se cruzaba de brazos.

Joel sonrió. —Alan, si es algo urgente o no, podrás decidirlo una vez escuches lo que tiene por decir. Ve, llévate a Miguel. —diciendo esto, palpó la espalda del castaño, quien temblaba ligeramente.

Lo suyo no era miedo, era ira contenida. Y de quedarse en ese sitio, podría ser perjudicial para Álvaro, quien, con la intervención de Joel, aprovechó para ocultarse tras su acompañante.

Alan miró a Joel unos segundos, para después mirar a su primo. Éste, tranquilizado por Joel, solo se limitó a asentir, haciéndole una seña a Samuel para que fuera con ellos.

   —Bien, ven con nosotros cuatro ojos —Alan tomó las bolsas del suelo en una mano y con la otra, sujetó a su primo, tomando camino a casa —. Oh, y dile a la mierda que pisaste en el camino que se quede aquí.

Álvaro agachó la mirada sintiéndose humillado, pero al mismo tiempo, impotente. Escuchando como se alejaban sus pasos, uno tras otro, mientras él, solo mantenía la vista clavada en una amorfa mancha del asfalto.

   —Álvaro —escuchar su nombre entre el silencio y el tiempo que lo consumían, lo sorprendió; mientras, sobre la mancha amorfa del suelo, un par de converse rojos se situaron ante él —. Mientras esperas a tu amigo, quisiera hablar contigo de algo.

El morenito se encogió de hombros, sin alzar la vista. —Pensé que no querían saber nada de mí.

   —Yo nunca dije eso —rectificó Joel, con la serenidad de un sabio que no podía guardar rencor—. Tú solo lo intuiste cuando viste mi frialdad.

   —¿Qué quieres? Ya te dijeron todo, ¿no? —Joel asintió—. Entonces sé inteligente y aléjate de mí. Como todos lo hacen.

   —¿Qué? Lo dices como si fueses a atacarme o algo —bufó el moreno, con una sonrisa que Álvaro jamás creyó volver a ver. Al menos, no una sonrisa dedicada a su persona.

Ante el silencio de Álvaro, Joel añadió. — ¿O qué? ¿Vas a hacerme daño? —el moreno tocó su hombro, buscando su mirada y acortando la distancia entre ellos.

La convicción en la voz de Joel le resultaba extrañamente molesta.

Era como si una parte de él supiera que Álvaro era capaz de dañarlo. Pero el tono de burla juguetona y nada maliciosa, poseía en sí misma, la certeza de que el morenito, aún poseía un rasgo de afecto y admiración hacia su persona.

Joel suspiró y se sentó en el borde de la banqueta, invitándolo a tomar asiento a su lado.

Inseguro, Álvaro atendió a su petición, incómodo. Empequeñecido. Temeroso ante la imagen de esa persona a la que tanto admiraba.

   —¿De qué quieres hablar? —preguntó al fin, en un hilito de voz, pasando su mano nerviosamente sobre su cabello, despeinándose un poco.

   —Bueno. Seré directo, porque veo que te incomoda estar conmigo —observó Joel —. Me contaron lo que pasó la otra vez, en mi ausencia. Y con ello, me dijeron que estás trabajando para Donnie ¿Es cierto?

El atardecer tiñó el cielo de rojo y el canto de las aves, llamando entre sí, atiborró el cielo con su clamor; mientras ante ellos, la sombra de las casas que tenían enfrente se alargaba imponente. Devorando la luz por completo en lo que era una división curiosa de luz y oscuridad. Claustro y libertad.

Álvaro, quien no esperaba esa pregunta, observó el perfil del moreno. Sus ojos, miraban atentos el rojo cielo que se extendía sobre sus cabezas.

Las nubes, formaban unas líneas curiosas que se extendían a lo largo del firmamento, provocando un cosquilleo divertido en el estómago del moreno.

«Que hermoso. Me imagino como se vería este cielo desde la altura del bosque, en la montaña» pensaba, anhelando estar en esos terrenos de libertad y pureza.

Álvaro apretó sus labios. Sintiendo molestia ante la serenidad que demostraba Joel en ese momento.

   —No te entiendo —dijo al fin el morenito—. Expuse a un gran peligro a tus amigos, provoqué un trauma a Miguel a quien por poco y violan allá... golpeé a Alan de gravedad...

   —Eso no fue lo que dijo Alan —rectificó Joel, divertido. Sacándole una risita a Álvaro.

   —Alcancé a sacarle sangre. eso cuenta, ¿no? —comentó, aligerando el ambiente un poco —. Se me hace raro que, a pesar de todo eso, te preocupe que tenga lazos con Donnie — las palabras del morenito brotaron divertidas y con un deje de incredulidad.

   —Si, lo sé. Y antes de continuar, quiero que sepas, que nunca te lo perdonaré el haberlos expuesto a tanto —Joel lo enfocó, brindándole un gesto frío y vacío; cuyo espacio, estaba reservado para albergar tristeza, miedo, dolor u odio.

Su posible contenido, parecía depender en ese momento de Álvaro; quien, con sus acciones, condenaría a aquella mirada, llenándola de un sentimiento eterno e inquebrantable hacia su persona.

   —Sin embargo...no puedo evitar sentirme preocupado por el peligro al que tú solo, te expones. —continuó después de un breve silencio.

   —Eso quiere decir que, ¿Conoces a Donnie?

   —De oído. Sé que trabaja para el Huichol. Y sé, que muy pocas cosas pueden salir bien al trabajar para esa gente.

   —¿Vienes a darme un sermón? —bufó Álvaro, negando con la cabeza.

   —Tómalo como quieras...solo quisiera darte un consejo; en cuanto tengas oportunidad de salir de ahí; hazlo. Si no, será muy tarde.

Álvaro frunció el ceño, tragando saliva con dificultad.

«Como si fuese tan fácil salir de esto» pensó el morenito, amargamente. «Mi pase a la libertad me fue negado en el momento en que Agus perdió a Miguel. Yo ya no tengo escapatoria.»

Joel, viendo que el sol se ocultaba con una pasmosa rapidez, se levantó de un salto.

   —Iré con los chicos — anunció, sacudiendo la parte trasera de su pantalón —. Álvaro...eres una buena persona, pero la vida te ha puesto en un lugar complicado. Y espero, no te lo hagas más difícil al juntarte con las personas equivocadas.

Y sin más, Joel se despidió mientras Álvaro, procesaba las palabras del moreno.

«¿Persona buena? ¿Yo?» Meditaba Álvaro, poniéndose de pie, mientras la tristeza lo embargaba.

Recordó el aroma pestilente de Agus, la mirada socarrona de Donnie, golpeándolo contra el suelo, la pared. Sus patadas, y el frio filo de su navaja. De igual manera, la imagen del Cochi y el Chompi, tratando de robarle la mercancía. El haberle prometido a Agus la ''visita'' de uno de sus amigos. Los sesos de aquel hombre cuya ubicación reveló con tal de salvar su vida.

Eso y el terror de saber que su familia, estaba en constante peligro si él daba un paso en falso. Y la culpa, al haber tenido el coraje y la desfachatez de robarle a sus jefes, solo por un poco más de dinero a pesar de todo.

«Yo no tengo perdón en esta vida, Joel.» pensó, recordando el mandato de Ariel mientras se acercaba lentamente al moreno. «Si en algún momento pensaste que jamás podría hacerte daño...»

   —Ey, Joel...—lo llamó, y a medida que el moreno se giraba hacia él, Álvaro saltó hacia su persona, rodeándolo en un fuerte abrazo.

   —Oye, ¿Está todo bien? —preguntó Joel, sintiendo como los brazos de Álvaro le rodeaban el cuello.

Álvaro asintió ante su pregunta, percibiendo la calidez de un abrazo amigo; mientras depositaba un silencioso beso en la suave mejilla de Joel.

   —Ariel manda saludos —anunció, susurrándole al oído a medida que, Joel, sentía como en su costado izquierdo, una navaja se hundía entre su carne; provocando un ruido sordo y un calor abrasador que se extendió por todo su cuerpo.

La sangre pronto comenzó a brotar. Empapando y manchando su camisa, luego su pantalón; sus manos y el suelo en el que cayó.

Impactado por el líquido carmín que abandonaba su cuerpo con rapidez, un grito escapó de los labios de Joel, mientras en su mirada gris, la más profunda decepción llenaba el vacío de su mirada.

«En esta vida ya no tengo oportunidad, Joel. Tal vez, en otra. Tal vez» pensó Álvaro, retrocediendo de a poco.

El atardecer rojo eclipsó con la oscuridad, y ésta, rodeó con su manto, el lamento de Joel; quien veía como ese traidor, escapaba de su acto de vergüenza y violencia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top