Trineo

—¡A eso lo llamo yo arrasar desde el primer día! —la felicitó Alya, que se le había acercado corriendo—. ¿Una foto para el periódico?

—¿A mí? —preguntó Marinette sin entender—. ¿Por qué?

—Porque has ganado el primer lugar, boba —bromeó Alya, riendo—. Y hay que sacar la foto ahora, cuando acabas de ganar y tienes el premio en la mano. Por no hablar de que querrás un recuerdo.

—¿Y tiene que ser ahora-ahora? —preguntó Marinette—. ¿Ni una pausita para ir al baño me regalas?

—En cuanto los participantes se alejen de la plaza, los curiosos se acercarán para sacar sus propias fotos. Y en el proceso pueden sucederle unas cuantas cosas a tu amiguito.

Por impulso, Marinette fue a proteger a su muñeco de nieve, abrazándole sin tocarle.

—¿Quién podría hacer una cosa así? —preguntó Marinette, ofendida—. Torpón y su gato deben irse con la llegada de la primavera, no antes.

—A veces suceden accidentes, alguien se tropieza y cae encima; también estuvo aquel año que unos gamberros les dio por hacer la gracia y orinaron en todos los que pillaron; ¡ah!, también está aquella vez que a un señor se le derramó un café porque le temblaban mucho las manos.

Marinette soltó un suspiro y finalmente se rindió.

—Venga, vale, saca la foto —aceptó Marinette—. Seguro que parezco un desastre, pero en fin...

—Te sacaré muy guapa, no te preocupes —le prometió Alya.

Marinette no la creyó del todo. Después de estar haciendo todo ese ejercicio frenético en medio del frío, estaba segura de que tenía la cara enchapetada, la ropa hecha un desastre y se notaba el peinado flojo, así que seguro que también tendría greñas de loca. Se limitó a posar junto a su trabajo, levantar la bola dorada y sonreír. Alya sacó varias fotos, pero no le enseñó ninguna, lo que le dio aún más mala espina a Marinette, pero prefirió dejar el tema correr.

—Bueno, ahora sí puedes ir al baño —dijo Alya, guardando la cámara en su mochila—. Y si quieres te invito a tomar algo para celebrar tu victoria.

—¿Por qué tengo la impresión de que tienes malas intenciones? —bromeó Marinette, enarcando una ceja. Aún así empezó a caminar y Alya la acompañó.

—¿Me vas a decir que no tienes antojo de un buen chocolate caliente para quitarte el dolor de las manos? —preguntó Alya—. Sí, amiga, yo he estado ahí también, me he dejado las manos en esta competencia. Sé lo que se siente.

—¿Y por qué no participas?

—Porque la cobertura de la explosión navideña me toca a mí —contestó Alya—. Quieren hacerme correr por medio pueblo para que haga callo, o eso dicen ellos.

—¿Y tú qué piensas?

Alya le sonrió con aire confidente y se le acercó un poco para poder murmurarle:

—Que están todos demasiado viejos para aguantar el ritmo.

Las dos se echaron a reír y se encaminaron a una cafetería cercana. Marinette empujó la puerta y las dos entraron rápidamente, disfrutando del calor de la chimenea que caldeaba suavemente toda la estancia.

—Anda, vete al baño, yo pillo la mesa.

Marinette asintió y fue directa al fondo del establecimiento, donde había un cartelito que indicaba los baños. Marinette agradeció que no hubiera cola y fue directa al cubículo. Después de lavarse las manos y ver que, como pensaba, estaba vuelta un desastre y medio, intentó peinarse de nuevo el cabello en dos coletas usando agua del grifo. Se lavó la cara y se acomodó la ropa.

—Te he pedido un chocolate con nubes glaseadas —le explicó Alya cuando se acercó a la mesa—. Es lo mejor después de arrasar la competencia. Y aquí hacen sus propias golosinas, así que las nubes son una pasada.

—Me dejaré guiar por tu ojo experto —respondió Marinette, dejando el abrigo y la mochila en el asiento libre. Se sentó en la silla acolchada y soltó un suspiro de alivio.

—Me estaba yo preguntando... —dijo Alya de pronto—. ¿El rubio grosero del que me hablabas antes era el mismo con el que discutías en la plaza? El que ganó la plata.

—Ugh, sí. No sé qué le pasa, pero cada vez que me lo encuentro demuestra ser un imbécil.

Alya se echó a reír, sorprendiendo a Marinette.

—¿Qué pasa?

—Creo que eres la única en el pueblo que lo considera un imbécil —explicó Alya—. Para los demás es un angelito.

—¿Me estás hablando en serio? —preguntó Marinette, boquiabierta—. Pero, ¡ya lo has visto! Es un cretino.

—Contigo lo parece —reconoció Alya, sin perder la sonrisa—. Aunque no entiendo bien por qué. Nunca lo había visto así.

—¿Es que lo conoces?

—Claro, es Adrien, todos conocemos al dueño del café Chat Noir.

—Genial —murmuró Marinette entre dientes y descargando la espalda contra el respaldo de la silla con desgana—. Ahora resulta que es un Flanders en potencia.

—Pues casi, siempre es muy majo con todo el mundo. De verdad que me sorprendió descubrir que el rubito grosero del que hablabas era él.

—No sé, se le habrá atolondrado la única neurona que tiene en el cerebro —soltó Marinette, haciendo que Alya volviera a reír—. Pero ahora tengo problemas peores que el rubio idiota.

—¿Y cuál sería ese problema? Porque parece que Adrien te trae de cabeza.

—Ay, no lo digas así.

—¿Así cómo?

—Como si hubiera, no sé, algo ahí entre nosotros.

—¿No lo hay?

—Ni de coña.

—¿Ni un poquito?

—Lo único que hay entre nosotros es un molesto e incómodo hastío mutuo —aseguró Marinette—. Y por su culpa no voy a poder librarme del próximo evento.

—¿El de trineo? ¿Vas a participar también?

—Estoy en la competencia para suplir a Rose, la recepcionista de la pensión en la que me hospedo.

—¿Rose? ¿Rose Lavillant?

—¿También la conoces?

—Es un pueblo pequeño —fue la explicación de Alya—. Pensé que este año no iba a participar por su embarazo, y eso que ella era de las que estaba en todos los actos.

—Lo sé, por eso estoy en su lugar, es una historia larga de contar —cortó Marinette al ver la expresión curiosa de Alya—. Digamos que estoy ocupando su puesto, así ella solo participará en aquellas que sean seguras para su estado. Pero pensaba librarme de la carrera de trineo por mi propia seguridad. Y ahora por culpa del rubito idiota no voy a poder.

—¿Y eso por qué?

—¿No lo viste? Me lanzó un guante blanco nada más terminar hoy, no puedo retirarme y parecer una cobarde.

—Pero si te parece un rubito idiota, ¿por qué te importa lo que él piense?

—Pues, pues... Por orgullo y porque quiero lanzarle una bola de nieve en todos los morros —respondió Marinette, cruzándose de brazos, enfurruñada—. ¿Pero cómo diablos voy a patearle el culo si no sé cómo demonios montar en trineo? Ni siquiera tengo uno.

Alya se hizo a un lado cuando el camarero les trajo las dos tazas de chocolate humeante. Tomó su taza y brindó con cuidado con la de Marinette.

—¿Sabes qué? Tengo una idea.



—Así que tú eres Marinette —la saludó el hombre alto y de cabello rapado que estaba en el centro del taller, se apartó de su mesa de herramientas y se acercó a ellas—. Yo soy Nino, encantado de conocerte .

—Lo mismo digo —contestó Marinette, tendiéndole la mano.

—Tan formal —rio Nino, correspondiendo el gesto con un agarre breve y firme—. Me he enterado de que le has ganado a Adrien hoy, felicidades.

—¿Por qué todo el mundo le conoce? —se quejó Marinette—. Ni que fuera una estrella de cine.

Nino y Alya compartieron una mirada y se echaron a reír.

—Así que es verdad que te llevas a palos con él —reconoció Nino, aunque no había ningún reproche en su voz—. Bueno, vosotras me diréis para qué soy bueno.

—Marinette va a participar en la carrera de trineos, pero no tiene ninguno —explicó Alya—. ¿Crees que podrías prestarle uno?

—Los últimos que he hecho pueden ser demasiado grandes para ella —comentó Nino, examinando a Marinette de arriba a abajo con mirada analítica—. Aunque si tienes experiencia, quizás no sea tanto problema.

—No tengo ninguna —aclaró Marinette—. Nunca me he montado en un trineo.

—¿Estás de broma? —preguntó Nino, mirándola. Al ver que no recibía más respuesta que un encogimiento de hombros, Nino se giró hacia Alya—. ¿Estás de broma?

—No es que vaya a competir en las olimpiadas de invierno —señaló Alya—. Seguro que tienes algo que le pueda servir.

Nino se rascó la nuca, confundido e incómodo.

—Me da miedo que te partas la crisma, no te ofendas —le dijo Nino.

—No me ofendo —respondió Marinette—. Tendría que irle muy mal, pero realmente muy mal, a los demás para que yo acabara en un buen puesto, pero tengo que participar.

—¿Es alguna clase de reto personal o algo así?

—Algo por el estilo.

Nino se llevó las manos a las caderas y volvió a mirar de hito en hito a Marinette.

—Venga, Nino, has fabricado un montón de trineos, seguro que tienes algo por ahí —le pidió Alya, tomándole del brazo con cariño—. Incluso me hiciste uno a mí.

—¿El mismo que reventaste contra un pino?

—Oye, fue por rodar tu corto que mi trineo se rompió —se quejó Alya.

—¿Eres carpintero? —preguntó Marinette con curiosidad—. No puedo llevarme uno de tus trabajos así como si nada. ¿Los alquilas o algo?

—No, no, no soy carpintero.

—Es solo que le gustan los trineos —aseguró Alya—. Un montón. Lleva metido en esto desde que era adolescente. Siempre participa en la carrera, todos los años.

—Puede que eso sirva —reflexionó Nino—. Creo que alguno de mis antiguos trineos podría ajustarse bien a tu tamaño, tendría que mirar en el almacén.

—Eres un tesoro —le halagó Alya, dándole un beso en la mejilla.

—Muchas gracias, Nino, me harías un gran favor.

—No es nada —dijo Nino, restándole importancia—. El reto será enseñarte a usarlo.

—¿Es ahora cuando vas a poner la banda sonora de Rambo, verdad? —preguntó Alya.

—Mejor La Jungla de Cristal —contestó Nino, guiñándoles un ojo—. Después de todo, es por la magia de la navidad.

Jueves, 8 de diciembre de 2022

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