Regalos

Una de las caras más dolorosas de su impulsivo viaje fue reconocer que no pasaría la Navidad con sus padres. Era una tradición, pero, por mucho que le doliera, ella iba a romperla ese año. Había cosas que tenía que descubrir y, tras la discusión con su padre le había quedado claro que no tenía tanto tiempo como pensaba para encontrarlas.

Sin embargo, que estuviera a dos horas en tren de ellos no le iba a impedir conseguirle unos buenos regalos. Puede que ella no tuviera un reno que la llevara volando hasta su casa, pero con un poco de antelación el servicio de correos podía cumplir ese papel.

Se recorrió el mercadillo de artesanos por el que había pasado en la mañana y se detuvo con más cuidado frente a las casetas, observando joyas de plata hechas a mano; piezas de cuero brillante y tratadas con cuidado; velas aromáticas; jabones de pétalos de rosa y semillas de cereza trituradas; cajas de bombones rellenos de licor, de fresa y de caramelo.

Marinette se decidió por un bolso de cuero para su padre y una caja de inciensos artesanales de jazmín y flor de cerezo para su madre. También pilló dos cajas de bombones, aunque una era probable que se la acabara comiendo ella misma esa noche.

—Esto no es suficiente...—se quejó Marinette, observando el contenido de sus bolsas.

Quizás nada lo fuera, no con lo culpable que se sentía. Todos los años les regalaba ropa, diseñada y cosida con sus propias manos, pero esa sería otra de las tradiciones que rompería ese año. Marinette se sentía como si no fuera a dejar ni una sola pieza de la vajilla sin romper antes de que dieran las doce campanadas.

—Aún hay tiempo —se dijo a sí misma para darse ánimos—. Conseguiré los regalos perfectos.



Pese a que solo la había escuchado dos veces, Marinette reaccionó al momento a la campanilla de la puerta. Era un sonido que le prometía la entrada a un mundo distinto, uno más tranquilo y alejado de las inquietudes que le rondaban la cabeza. Entró y se vio recibida por esa calidez tan agradable. No había música, solo el sonido de las conversaciones superponiéndose unas a otras, pero había llegado antes que el día anterior así que supuso que era una cuestión del horario.

Vio a Luka en la tarima, pero aún no había sacado la guitarra siquiera. Por no quitarse, no se había librado aún del abrigo ni del divertido gorro con pompón que levaba, tan lleno de colores como de puntos desiguales. Marinette se acercó a él, sin darse cuenta de la sonrisa que tenía bailando en los labios.

—Bonito gorro —lo saludó, pese a que él estaba de espaldas.

Luka se dio la vuelta y la miró, enarcando una ceja.

—¿Sí, verdad? —dijo él, dándole un golpecito a la bola de lana—. Me lo regaló mi cuñada.

—¿Y qué le hiciste para que te odiara tanto?

—Ser un cuñado perfecto.

—Ese gorro dice todo lo contrario.

—Mi cuñada está practicando para cuando llegue el bebé, le hace ilusión tejerle todo el armario.

—Apuesto a que no había intentado hacerlo antes, ¿verdad?

—Para nada, ella es más de goma eva.

—Oye, con goma eva se pueden hacer cosas realmente increíbles.

—¿incluso ropa de bebé?

—Quizás disfraces de bebé.

Luka se echó a reír. Se quitó el abrigo y lo dejó en un perchero que estaba estratégicamente escondido tras el árbol.

—Oye, yo llevo tejiendo toda la vida, si necesita que le eche un cable me lo puedes decir —propuso Marinette—. Le puedo enseñar un par de trucos si no consigue pillarle el tranquillo.

—¿En serio? Porque sería un regalazo.

—Claro, tú fuiste muy majo conmigo ayer, es de buen karma devolver el favor, ¿no crees?

—¿Y por eso le devuelves el buen gesto a alguien más y no a mí? —preguntó él con tono jocoso y ligero.

—Te puedo enseñar a ti también si quieres, seguro que a tu cuñada le hace ilusión tener un compañero tejedor.

—No, no, no, yo ya he aceptado ser su cantante de nanas oficial.

—Eres cantante, ¿qué tiene eso de malo?

—Quiere que transforme canciones de Evanescence y Guns N' Roses en nanas, es un proceso muy intenso.

A Marinette se le escapó una carcajada.

—Vas a conquistar a tu sobri, estoy segura —aseguró Marinette, tendiéndole su bufanda gris.

—Vaya, gracias, espera, aquí tengo la tuya —explicó Luka, tendiéndole una bolsa de papel en la que estaba su bufanda, impoluta y oliendo a bergamota y pera—. Y eso espero, lo que no sé es si conseguiré que se duerma. No con los genes que tiene encima.

Pocos minutos después, Luka ya estaba en su puesto para ponerse a cantar. Le guiñó un ojo a Marinette cuando ella le indicó que iba a una de las mesas para cenar y ver el concierto. Temió que la actuación se le hiciera repetitiva al haberla visto la noche anterior, pero nada por el estilo. Luka tenía ese don de entregarse a la música y de crear un momento único e irreemplazable cada vez que cantaba. Como ella suponía, el café no tardó en llenarse de gente que esperaba ansiosa la actuación de Luka. Después de cenar, Marinette se marchó del local con el corazón más ligero y una sonrisa pacífica en los labios. No fue hasta que llegó hasta su habitación que se dio cuenta.

—Mierda, ¡los regalos! Me los dejé atrás.



Marinette no había visitado antes al café por la mañana, pero tenía miedo de esperar a la noche para recuperar sus cosas. A saber si siquiera seguían allí, cualquiera que estuviera en el local podría habérselas llevado al ver la bolsa abandonada.

La campanilla repiqueteó y era tan temprano que las pocas personas que estaban en el local la miraron con curiosidad. Marinette ya estaba ruborizada por haber ido corriendo hasta el lugar y por la vergüenza de ser tan olvidadiza. Esa repentina muestra de atención solo empeoró la situación y su rubor.

Echó una mirada rápida al lugar, pero no encontró a ningún camarero. Solo a Juleka, pero no llevaba el delantal ni nada. Estaba ocupando una mesa con Rose. Se sintió fatal por interrumpirlas, pero Marinette no vio otra opción que acercarse.

—Buenos días —las saludó con timidez.

—Buenos días —gruñó Rose con los labios apretados, acababa de llevarse un bocado de su gofre dulce con bacon vegano, queso rallado y nata.

—Rose, no hables con la boca llena —la reprendió Juleka, aunque la severidad de su reprimenda se perdió en el momento en que le limpio la comisura de los labios con el pulgar—. Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

—Hola, no quería molestar, pero ayer me dejé una bolsa aquí y me preguntaba si alguno de ustedes la encontró anoche al cerrar.

—Anoche... No me suena, la verdad.

—Quizás Adrien sepa algo —señaló Rose—. Sabes que él revisa todo después de cerrar y antes de abrir.

—¿Adrien? —preguntó Marinette—. ¿El dueño del café?

Rose asintió.

—Ahora debe estar en la cocina, sacando una tandada de pan del horno —explicó Juleka—. Si esperas un momento le podemos preguntar.

—¿En serio? Muchas gracias —suspiró Marinette. Aún no estaba aliviada, seguía sin su regalo, pero al menos sabía a quién preguntar.

—Así que la olvidadiza fuiste tú, Rudolph —dijo alguien a sus espaldas.

—No me jodas —murmuró Marinette, amargada de pronto.

Se dio la vuelta y ahí estaba. El rubiales grosero que la había insultado porque sí en medio de la calle. Aunque al menos esa vez su cabello parecía más controlado bajo la pañoleta de gatitos que llevaba puesta. Vestía una camiseta de algodón blanca y un delantal, ambos cubiertos de harina. Incluso su mejilla izquierda estaba manchada. Le sonreía con altanería mientras ponía los panes, aún humeantes, en las cestas que tenía en el mostrador.

—Que no me llames Rudolph —le ordenó Marinette, acercándose a él.

—Pero si sigues con la nariz igual de colorada que la última vez —bromeó él, riéndose—. Lo que no esperaba es que fueras igual de despistada que un ciervo recién nacido. Ten cuidado o Papá Noel no te llevará con él.

—Adrien...—lo llamó Juleka, sorprendida, pero ni Adrien ni Marinette le hicieron mucho caso.

—¿Puedes devolverme mis cosas, por favor?

—Vaya, así que ahora eres educada.

—Yo siempre soy educada, el problema son los cretinos con los que me encuentro.

—¿Así que ahora es culpa mía? —preguntó él con falsa expresión dolida—. Y yo que pensaba que la que se había dejado sus cosas atrás habías sido tú.

—Te lo he pedido por favor.

—Sí, sí, aquí tienes —dijo Adrien, sacando una bolsa de detrás del mostrador y tendiéndosela. Marinette la agarró de un tirón—. De nada, de nada.

—Muchas gracias —respondió Marinette antes de darse la vuelta e irse a grandes zancadas. Estaba tan enfadada que ni siquiera escuchó la campanilla al tirar de la puerta para abrirla, solo la risa de Adrien—. Cretino.

Martes, 6 de diciembre de 2022

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